La edición capitalina del que indiscutiblemente resulta el más populoso de los eventos culturales del país, fue una feria difícil. La carencia de libros propició que fueran advertidos con mayor visibilidad otros productos. Foto: Yander Zamora

Los directivos de la presente 25 Fe­ria Internacional del Libro de La Habana (FILH) lo saben. La edición capitalina del que indiscutiblemente resulta el más populoso de los eventos culturales del país, fue una feria difícil. Nos referiremos al capítulo ha­banero de la cita literaria, al tener en cuenta que desde hoy 1ro. de marzo y hasta el 24 de abril se extenderá escalonadamente al resto del país, según lo hayan dispuesto, atendiendo a sus prioridades, cada una de las provincias.


Aciertos de incuestionable valor como la calidad del programa académico y literario, considerado por su coordinador, el escritor Jesús David Curbelo, como “de los mejores que ha habido en los últimos años desde el punto de vista conceptual, por su alto nivel científico”, fueron realidades en la actual edición, al contemplar entre los foros celebrados tópicos cruciales como los 130 años de la abolición de la esclavitud en Cuba; el dedicado a Fidel en su cumpleaños 90; el de Ciencias Sociales, dedicado a la economía e inversión extranjera; el de His­toriadores; el que honró a José Soler Puig, en su centenario, y el encuentro de editores norteamericanos, además de la presencia de di­rectivos de prestigiosas editoriales, como la del Fondo de Cultura

Eco­nómica y Planeta, y representantes de las ferias del libro de Frankfurt y de Moscú, por solo mencionar algunos. Aun cuando podrían enumerarse otros saldos positivos, nos centraremos en algunos de los fallos que dañaron la imagen de la Feria, una cita de notable convocatoria, reconocida y bien vista históricamente, no solo por los correspondientes evaluadores del suceso, sino por la voz po­pular, de altísima valía, cuando como se sabe, es la propia gente más allá de autores distinguidos, pre­mios y dedicatorias, quien la protagoniza.

A LA FALTA DE LIBROS

“Lo peor de esta feria ha sido la falta de libros, que crea un disgusto en ciertas zonas de los consumidores, y que permite que sea más visible algo que ya se veía en años anteriores y que ha sido criticado, como los afiches de fútbol, revistas y otros artículos, que han ganado espacio ahora precisamente por la falta de libros. Nadie está en contra de esos materiales, porque es cultura también, pero no es lo único, ni lo de mayor valor. Pero la industria poligráfica no pudo garantizar la producción y se dejaron de hacer 199 títulos y más de un millón de ejemplares”, comentó a Granma Cur­belo, “creo que hicimos la feria que pudimos hacer”.

Según las impresiones de Eduardo Fernández Collado, director general de la FILH, fue esta “una feria que se hizo con mucha dignidad, con mu­cho trabajo. Hacer una feria del libro casi sin libros, y me refiero a las no­vedades previstas, es un reto y esa fue la principal situación que se nos dio. “Se movieron muchos re­sortes que van desde la iniciativa de cada uno de los directores y comerciales de las editoriales, buscando día a día qué ibas a poner en los anaqueles, hasta cómo ibas a garantizar una presentación de un libro, sin que hubieran llegado los ejemplares, y eso fue diariamente. Muchos de esos títulos salieron para garantizar las presentaciones. Otros no pudieron salir”.

Entre las arbitrariedades mencionadas por el público estuvo la no existencia de la gran librería, donde se hallaban an­tes reunidos los títulos sin delimitación física de las editoriales. Sobre el menester expresaron también su opinión estos directivos: “En esta ocasión se hicieron muchos cambios y todo cambio ge­nera sus ruidos. Aunque se dijo que tendríamos una feria diferente en ciertas concepciones, el público está adaptado a lo que ha visto año tras año. La decisión de no hacer la gran librería se hizo teniendo en cuenta que las editoriales tienen de esta forma la posibilidad de vender su producto, que conocen bien, que fueron elaborando porque lo concibieron desde el principio has­ta el final. Es la concepción de un producto completo, su elaboración y su consumo. Esto sí se vio muy afectado por la situación de la producción editorial, la editoriales no contaron con las novedades para mantener este propósito”, explicó Fernández.

A estas variaciones respecto a la desaparición de ese espacio colectivo, y a la ubicación inapropiada de las editoriales nacionales, que para muchos no fueron advertidas, al hallarse insertas entre las de expositores extranjeros, con mucha más “presencia” desde el punto de vista de las ambientaciones, apunta Cur­belo: “Nosotros anunciamos que tendríamos una feria de transición y fallaron cosas. Tendremos que reestructurar, por ejemplo, el análisis espacial de la feria. Tratamos de pa­lear la inexistencia de la gran li­brería a través de las estrategias de comunicación, pero no lo logramos del todo. El público cubano lleva diez años adaptado a este modelo que engendra cierto paternalismo. Posi­blemente la única feria que tenía ese modelo de gran librería era esta. En otras ferias internacionales la gente busca las publicaciones según la editorial, es un modo de buscar un lector participativo y no mostrar un modelo acomodaticio. Creo que no se debe volver al modelo de la gran librería, donde había mucho personal contratado, en la que se hacía imperioso tomar medidas extremas en el control económico”.

Días previos a la inauguración de la Feria se habló de una producción editorial garantizada, a la que estaban contribuyendo ocho poligráficos y para lo cual se hizo un cronograma que contemplaba, entre otras acciones, que la Empresa de Artes Grá­ficas Federico Engels podría hacer unos 16 títulos semanales, pero “fa­lló la llegada de la materia prima, el escalonado del proceso productivo. La prioridad de la producción editorial fue manejada desde el Ins­tituto”, alega Fer­nández.

Sobre el pormenor refirió Zuleica Romay Guerra, presidenta del Ins­tituto Cubano del Libro, en el acto de clausura del evento en la capital, que “solo a la sede principal —la For­taleza de La Cabaña— dejaron de llegar 241 700 ejemplares, de ellos 150 400 dedicados a los ni­ños— lo que hizo que se ‘extrañaran’ los libros troquelados, clásicos de la literatura infantil como La Edad de Oro y Había una vez, los mapas y otros materiales didácticos. Esta ausencia que el público espera y consume, permitió que se hicieran visibles otros productos, muchos de ellos subculturales, en materia de libro, así como también artículos artesanales, de confecciones o bisutería, que si bien no tienen que ser necesariamente contraproducentes en ese en­torno, tampoco se espera que resalten por sobre los libros, como al menos a ojos vistas pareció suceder”.

LLEGADA TARDÍA DE LA MATERIA PRIMA

Muy estrechas resultan las relaciones de trabajo entre el ICL, los coordinadores de la Feria y la Em­presa de Artes Gráficas —encargada del tiraje del plan especial del ICL—. Para escuchar su parte Granma conversó con Juan José Valdés Pé­rez, su director general. “Los problemas se debieron al atraso del arribo al país de la materia prima. El papel con el que íbamos a trabajar no solo la Feria, sino otros compromisos que tenemos, llegó a finales del mes de noviembre y en diciembre, es decir, no es solo difícil, sino que no es posible hacer en dos meses lo que se tiene que hacer en un año. Aun así le dimos la prioridad a la Feria. Hicimos los 30 títulos de y sobre Uruguay, y los de los escritores a los que se dedicaba la Feria, todos con mucha presión y muchos de ellos con más de 600 páginas.

“Sabíamos que el problema se iba a dar. No fue algo que sorprendió, pero en el tiempo que tuvimos no paramos de hacer libros”, aseguró Valdés. “Pero la Feria no se ha acabado, y seguimos produciendo, por lo que muchas novedades saldrán ahora en las provincias. La as­piración es continuar en el mes de marzo lo que falta. La capital también tiene otras posibilidades porque el Pabellón Cuba sigue abierto y después vienen las actividades del verano donde estos libros podrán estar”, valoró Valdés.

Aun cuando situaciones como las descritas afectaron la imagen de la Feria —unas a causa del incumplimiento o déficit productivo de entidades, cuyo suministro resulta esen­cial para la feliz ejecución del evento, otras que aluden a problemas eminentemente organizativos— la presencia muy superior de 306 670 personas a La Cabaña, en esta edición con respecto a la pasada (169 580), y en total la de 349 236 personas al evento, contando las subsedes, fue un hecho y habla del poder de convite de un espacio digno de tenerse en cuenta. Sig­nificativo re­sulta que aún con la situación descrita en torno a la producción editorial, se hayan co­mercializado, gracias al esfuerzo de las editoriales, 296 364 ejemplares, y que el total de acceso a contenidos de la FILH en redes sociales fuera de más de cuatro millones de personas, en ambos casos mucho más que en ediciones anteriores.

Cabría considerar como positivo para próximas oportunidades la va­riada programación de la Radio Li­teraria, que entre otras solvencias, promocionó la presentación de va­rios títulos y ayudó a la adquisición por los lectores. La Feria es un espacio preferido, priorizado por personas de todas las edades.

Para muchos es la ocasión de ir, en esa oportunidad, al encuentro de uno o más libros, lo cual no siempre se hace en el resto del año; para otros, incluso los no lectores, la de pasear en familia o en pareja en un entorno hermoso en el que de alguna forma los salpica la literatura. Pero sin los libros necesarios el milagro de descubrirlos tiene menores rangos. Que el libro sea el personaje principal de la Feria es una necesidad. Sus organizadores también lo saben y para ello, a pesar de los imprevistos, trabajan duro y se ajustan las clavijas.

Feria alegre, concurrida y programación de alto nivel

Zuleica Romay

Palabras de Clausura de la 25 edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana

Hemos concluido una feria alegre, concurrida, con una programación de alto nivel de calidad, en la que destacan, por la jerarquía intelectual de sus protagonistas y la participación numerosa del público interesado, los siguientes:

  • La programación del País Invitado de Honor, constituida por más de 60 actividades, que deleitaron a nuestro público con la elevada calidad literaria y artística de sus propuestas.
  • Los Coloquios homenaje y las actividades literarias relativas a la obra de Lina de Feria y Rogelio Martínez Furé respectivamente.
  • El encuentro de editores y traductores, que reunió especialistas de varios países y ofreció una extraordinaria oportunidad de superación a los profesionales cubanos del ramo.
  • El Seminario 130 aniversario de la abolición de la esclavitud, en el que participaron estudiosos de 7 países y concluyó con un homenaje artístico a Rogelio Martínez Furé, a cargo del Grupo Teatro Cimarrón.
  • Las actividades del Salón Profesional del Libro, que dirigidas a editores, agentes literarios, distribuidores y otros profesionales, tuvo entre sus conferencistas y ponentes a varios directivos de casas editoriales con sólidas estrategias de internacionalización.
  • Los Coloquios celebratorios de los 400 años de la muerte del Inca Garcilaso, el centenario de José Soler Puig, así como el dedicado, de forma especializada, a la Economía, como ciencia social.

La FILH 2016, cuyo programa contó con 793 actividades relativas a los ámbitos literario, profesional y académico, se ejecutó básicamente en la Fortaleza de La Cabaña, sede de 576 actividades y en las diez sedes del Vedado, con 242. Nuestras estadísticas estiman en más de 12 600 los participantes en las actividades literarias realizadas.

Como una feria no son solo sus programas, también sus escritores y sus libros, agradecemos la participación de 172 escritores y 41 artistas de 37 países, encabezados por la República Oriental del Uruguay, que otorgaron a la programación la calidad y diversidad que nuestra población merece. Destacó también la participación de México, Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Italia, Rusia y Polonia, naciones que, después de Uruguay, aportaron las cifras más significativas de intelectuales, artistas, editores y otros profesionales del libro.

Hemos estado al tanto de los criterios de la población habanera, pues forma parte de los procedimientos del Comité Organizador pulsar diariamente el estado de opinión de los concurrentes a La Cabaña, la principal de nuestras sedes, por sus mayores dimensiones, extensión de los espacios comerciales, así como por la complejidad y simultaneidad de su programación.

Los participantes en la feria han percibido que hubo menos libros, y tienen razón: la extensión del proceso productivo debido a la llegada tardía de las materias primas para la industria poligráfica nacional, no nos permitió llegar a la feria con todos los libros que queríamos. Solo a la sede principal, la Fortaleza de La Cabaña, dejaron de llegar 241 700 ejemplares, de ellos 150 400 dedicados a los niños. Se extrañó la ausencia de los libros troquelados que tan gratos han sido a nuestros infantes en los últimos años y de clásicos de la literatura infantil como La Edad de Oro y Había una vez. Pese a ello, los editores cubanos han comercializado 234 246 ejemplares de buenos libros,[1] no de chucherías o realizaciones emblemáticas de esa industria trivial y banalizadora que continúa copando mercados, corazones y mentes y que, aunque minoritaria, tiene presencia en nuestra feria del libro, ejerciendo un preocupante atractivo sobre parte de nuestra población, sometida, como la mayoría del mundo, a la acción corrosiva de la industria cultural capitalista.

Habrá que seguir trabajando, como lo hemos hecho en los últimos años, para atraer a editoriales extranjeras con buenos catálogos; editoriales que acepten el reto de promover sus ofertas en un mercado como el cubano, integrado por un público cuyas exigencias cognoscitivas son altas y está acostumbrado a comprar libros a precios bajos, en virtud de políticas estatales de pleno acceso a los bienes y servicios culturales. Saludamos por ello la presencia –por segundo año consecutivo– de un stand del Fondo de Cultura Económica, así como la participación en nuestro programa profesional de directivos de la Asociación Internacional de Editores, la Federación de Editores de España y de las Ferias de Frankfurt y Estados Unidos, consideradas las dos mayores del mundo. La presencia en el evento de varios de los grupos editoriales más notorios en el contexto internacional y la participación solidaria de algunos pequeños editores, que reducen sus ganancias con tal de reencontrarse cada año con los lectores cubanos, nos animan a continuar trabajando para elevar la calidad promedio de la oferta editorial extranjera, algo que no resulta fácil en un mundo donde el libro, como sabemos, es una mercancía más, concebida para el regodeo de élites intelectuales y el adormecimiento de la conciencia de la mayoría ciudadana.[2]

Pero es justo también decir que solo un encomiable esfuerzo de carácter promocional y comercial ha permitido que, teniendo un 37 % menos de las nuevas producciones previstas, la venta de ejemplares disminuyera un 17 %, manteniendo un democrático precio promedio de 10.10 CUP.[3] El no poder comprar el papel y los insumos necesarios en los mercados más cercanos y en el momento que se necesita, y por tanto, no disponer de todos los libros cuando más falta nos hacen, es una de las consecuencias de este largo y empecinado bloqueo que, más temprano que tarde, terminará, desgastado por nuestra capacidad de resistencia y nuestra inquebrantable dignidad.

Haremos lo necesario para que la cifra de un millón 200 ejemplares que falta por producir, se vaya incorporando a las ferias del libro que a partir de marzo y hasta finales de abril, tendrán lugar en las restantes provincias del país. En la capital, los esfuerzos combinados de sus instituciones culturales y autoridades, apoyados por las editoriales nacionales, darán continuidad, en diferentes espacios, a la masiva campaña de promoción del libro y la lectura que la feria propone.

Los resultados comerciales de la feria, aunque no satisfacen nuestras aspiraciones, sugieren que la estrategia de descentralizar la gestión y con ello estimular la relación entre lectores, autores y editores, es correcta. Basta con detenerse en algunos stands cubanos, como los de la Empresa Editorial “José Martí” o la Editorial Nuevo Milenio, las que logran –a pesar de todo– superar sus resultados respecto al año 2015, para entender que el acto de compra-venta de un libro u otro bien cultural, construye una relación donde la comunicación y el afecto derrotan muchas veces el desconocimiento o las prevenciones de los lectores potenciales.

Dado el paso más importante: responsabilizar con la promoción y venta del libro quienes lo producen, avanzaremos hacia un diseño espacial de la feria que concentre y visibilice más a las editoriales cubanas, estableciendo –como lo hacen otros eventos internacionales del libro– zonas en las que entidades que comparten el mismo idioma o nacionalidad, sean más fácilmente identificadas por el público lector.

La Feria Internacional del Libro de La Habana, un evento tan masivo que en la edición de este año fue visitada por más de 345 000 personas, transmitió a través de Internet durante las 24 horas del día.[4] Sus principales eventos fueron objeto de seguimiento y comentarios por más de 3 970 000 personas de 40 países, gracias al esfuerzo combinado del equipo de comunicación de la FILH y proyectos como Claustrofobias y Ke Hay Pa Hoy. A los internautas cubanos le siguieron, por la cantidad de accesos a los contenidos de la feria, personas residentes en Estados Unidos, Argentina, México, España, Brasil, Chile y Venezuela.

Comenzamos a mirar ahora con más detenimiento estas 10 intensas jornadas de fiesta y de trabajo, apreciando con detenimiento y rigor profesional aquello que no quedó bien, debe ser mejorado, rediseñado o sustituido.[5] Damos las gracias a los editores cubanos por su extraordinaria dedicación, que se remonta a muchos meses atrás; a los autores cubanos, que multiplicados en las sedes habaneras de la feria conquistan cada año el afecto y la atención de los lectores y, sobre todo, a nuestro público, por su entusiasmo y fidelidad a un evento que difícilmente pase inadvertido para alguna familia cubana. Son los lectores cubanos los protagonistas principales de esta feria y a ellos dedicamos y dedicaremos siempre nuestros mayores esfuerzos.

Hagamos entonces un alto en el camino, dejando clausurada la Feria Internacional del Libro de La Habana.

Notas

[1] El esfuerzo de las editoriales cubanas -que ningún comentarista de los medios nacionales ni extranjeros ha reconocido hasta ahora-, logró en la noche del domingo, cuando ya la feria cerraba, elevar la cantidad de ejemplares vendidos a 296 364. La cifra de ejemplares puestos en manos de la población a precios módicos, finalmente representó solo 8% menos que el año anterior, pese a contar solo con dos tercios de las novedades editoriales previstas. (Aclaro que esta y todas las notas al pie son precisiones estimuladas por los principales temas del debate que actualmente transcurre).

[2] Mucho se ha hablado de los posters de íconos del fútbol internacional, juguetes de diferente tipo, insumos escolares y otros productos ajenos a la literatura que se comercializaron por los expositores extranjeros. No debemos obviar que vendieron también libros, en cantidad nada despreciable, pues esta ascendió a 344 994, con calidades diversas y a un precio promedio de 52.00 CUP (según la tasa de convertibilidad existente). Que muchos lectores prefieran pagar seis veces más por literatura que pueda considerarse banal o “chatarra”, o que el público se muestre apático ante actividades literarias de excelente calidad, son problemas que el evento no produce; solo los refleja.

[3] Al cierre, los libros comercializados en la feria computaron un precio promedio de 8.30 pesos cubanos.

[4] Por supuesto, el incremento de asistentes, redunda en la disminución relativa de las personas que asisten a la feria a comprar libros. Este comportamiento de parte del público provoca otras preguntas, cuyas respuestas no pueden hallarse solo “desmenuzando” la feria y sus problemas: ¿Por qué no crecen los compradores de libros, solo los asistentes? ¿Debemos erradicar, junto con los expendios de cerveza en que se han convertido los establecimientos de la Gastronomía Popular instalados fuera del recinto ferial, las opciones gastronómicas al alcance de las familias –con niños incluidos– que pasan parte del día dentro de la instalación? ¿Alguien discrepa de que el interés del público lector debe sobreponerse a la ganancia de las empresas expendedoras de alimentos y bebidas?

[5] Revisión que incluirá elementos de ambientación, señalética, así como la oferta de servicios complementarios como la gastronomía, la higiene comunal, o el transporte.

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