Por David G. Gross*/Martianos-Hermes-Cubainformación En mi ciudad del “interior”, como se le llama en La Habana a  todo lo que esté a más o menos tres metros y medio de la urbe capitalina, existe un engendro de la gastronomía municipal llamado Centro de Elaboración. Allí se fabrican masivamente desde croquetas, empanadillas, frituras de maíz, rollitos fritos a base de chicharrones y otras “variedades” de la cocina criolla actual. Pero hace unas semanas había algo en la tablilla donde se anuncian los productos en venta: Polvorones.


Inmediatamente acudí al mundo de los recuerdos y me vi, chiquitico, en la cocina de casa, con su enorme campana verde encima de los cuatro fogones para el carbón y aun costado un horno donde abuela y mamá cocinaban unos polvorones que le daban susto al estómago más exigente. Salían de las bandejas con un color doradito a  cubiertos con una tenue nieve de azúcar y algo saladitos para el contraste y se desbarataban entre los labios y los primeros dientes.

Detenido frente por frente a la vidriera con algunas moscas de guardia dentro del mueble, pensé que ni por acción divina esos compañeros, expertos en hacer también frituras de chícharos, pudieran igualar a los polvorones de abuela, pero los vi en un estante y me dije: total, valen solo a peso socialista, que es igual al centavo capitalista de antes y pedí uno. Lo probé y estaban deliciosos, claro, no como los de abuela y mamá pero bastante parecidos. En fin compre diez para llevar a casa y mi esposa más la nieta me cayeron a besos cuando los probaron.

Todos los días al pasar por el lugar de marras compraba mis polvorones y ya la dependienta, una prieta gruesa a más no poder cuando me veía entrar me decía; cuanto vas a llevar. Pero hoy por la mañana, al llegar había mantecados, frituras barquillas, pero no polvorones. Disgustado le pregunté: ¿y los polvorones?, levantó los hombros como signo de resignación y respondió: ¿Los polvorones?, se rompió antier la máquina que los hace. Volví a la carga; !¿una máquina para hacer polvorones?!... ¿Y los que la manejan no pueden hacerlos a manos como los hacía mi abuela?.. La dependienta me miró con lástima antes de agregar: Tienen que venir los compañeros mecánicos de la provincia.

Salí del lugar decepcionado y recordé entonces un pensamiento de una famosa escritora, creo que inglesa o norteamericana que decía en uno de sus libros: Hay jardines imaginarios que tienen sapos reales.

*David G. Gross, historiador, escritor y periodista cubano.

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