“Las palabras y las imágenes simbólicas no cayeron en el vacío.” Graciela Pogolotti. En: http://www.juventudrebelde.cu/opinion/2016-03-31/para-construir-un-pais/ “Las palabras no caen en el vacío” Zohar. 

Carlos Luque Zayas Bazán - Blog "La pupila insomne".- En el muy interesante blog de Silvio Rodríguez, (http://segundacita.blogspot.cl/) el escritor y maestro Guillermo Rodríguez Rivera (en lo adelante GRR) publicó un post – http://segundacita.blogspot.cl/2016/04/una-valoracion-superficial.html#comment-form -dedicado a comentar un artículo del periodista Fernando Rasverg. (referido en lo adelante FR). Ese artículo de FR, la respuesta de GRR y la réplica de FR han estimulado estas notas.


Se tiene dificultad para precisar qué es lo que defiende y qué no defiende Rasverg, suponiendo que un periodista de estos tiempos, y en Cuba, no tiene una válida tercera posición posible, y esperando que Rasverg se sitúe y fustigue, desde algún lado y contra algo, con el látigo martiano de la definición de crítica que sirve de introito en su blog.

El estilo y contenido de la prosa de Rasverg, al menos a mí,  no me permite definir con claridad desde qué ribera empuña ese látigo. O quizás el lector que se aplique a fondo pueda hacerse una idea, si no se limita sólo al sentido literal de las palabras, sino como debe leerse, buceando en el subtexto, y desentrañando entre líneas.  Pero al cabo no puede ajustar y remitir esa interpretación a una oración o frase específica, o a una declaración paladina, que no deje dudas del mensaje, y se quede sopesando en un mar de incertidumbres. Un  estilo elusivo, que se desliza con respecto al tema, que trata con una de cal y otra de arena, que habitualmente evita las valoraciones, como buscando la fría objetividad con la mesura y el equilibrio de afirmaciones o negaciones, como en una sinfonía de sístoles y diástoles de los sentidos, pero que no llegan a comprometer finalmente, la melodía. Un concierto de palabras de aparente neutralidad.

El artículo a que se refiere GRR es fiel a ese procedimiento, pero una lectura atenta permite, como siempre, – más allá de una neutralidad pretendida pero imposible, – precisar de qué lado está FR.

La finalidad del artículo parece ser, mediante la crítica, advertir y ayudar al Partido Comunista cubano por cuanto le aconseja abandonar “los prejuicios que le impiden explotar eficazmente las herramientas utilizadas hoy en el mundo de la comunicación política…”. La frase final que cierra el artículo parece confirmar la generosa intención y el desinteresado servicio, pues advierte que:

El reto del gobierno cubano es gigantesco y pasa por un cambio de mentalidad, dejando a un lado los viejos prejuicios que les impiden explotar eficazmente las herramientas utilizadas hoy en el mundo para la comunicación política en particular y para hacer política en general.”

Y como antes, en todo el despliegue del trabajo, ha hecho un amplio elogio del uso que el presidente Obama ha hecho de esos recursos de la comunicación política, y ha subrayado el supuesto alto impacto y el éxito fulminante logrado mediante esas técnicas para manipular al pueblo cubano, pues se entiende de suyo en buen romance que al abandonar “sus prejuicios” el Partido cubano las deba adoptar para su bien (es lo que “aconseja” con claridad en el párrafo citado  Rasverg que el Partido debería hacer).

Con ese buen propósito el periodista parece poner su simpatía colaborativa del lado y a favor del ejercicio de la política cubana, pues sería lógico suponer que de seguir su sugerencia y “explotar eficazmente” esas herramientas, esa eficacia tendría que  traducirse en éxitos. Por lo tanto, pareciera, el periodista le desea el éxito a la política cubana y contribuye con ello con el “látigo” de su periodismo.

Siguiendo con la idea anterior, en réplica publicada en Segunda Cita, respuesta al comentario crítico de GRR, Ravsberg escribe:

Los “estrategas” cubanos deberían haber estudiado a Obama y haber elaborado una estrategia de comunicación política. Pero optaron como siempre por el silencio. No hubo un periodista cubano que hiciera una pregunta incómoda (ni cómoda) al presidente de los EEUU, de tal forma que el único que tuvo que enfrentarse a la prensa fue Raúl Castro.” (el entrecomillado de “estrategas” es de FR.).

De entrada, hay que precisar algo que el periodista da la impresión de no haber visto: Cierto, Obama solo respondió preguntas de la prensa que trajo con él y que disparó en la misma línea que el discurso del presidente norteamericano sobre Cuba, sin embargo, en el Gran Teatro no aceptó preguntas de la sociedad civil a la que allí se dirigió. Quizás ese recurso bien poco democrático, sea parte del celebrado arsenal de la estrategia comunicacional que trajo consigo en el Air Force One, (pero más adelante veremos que la aplica en su propio país, donde ha impuesto un record de desatención a los periodistas que lo cubren) y que, a pesar de su celebrada eficacia, no estaba bien armado para las preguntas incómodas que pudieran mellar el filo manipulador de su discurso. En su reunión con el bando que EEUU paga en la Isla –la “disidencia”- y con motivo de la algazara que allí se produjo, se cuenta que el presidente echó mano a otra expresión cubana y dijo: “no es fácil”, en lo que parte de la prensa internacional describió como su reunión “más complicada” en Cuba y cuya grabación –a pesar de las reclamaciones periodísticas- la Casa Blanca se ha negado a publicar. Uno imagina “qué fácil” le sería responder a ciertas preguntas en la puesta en escena del Teatro que le aconsejaron allí  no aplicar el maravilloso bagaje comunicacional.

Por cierto, allí donde FR ve un error de estrategia comunicacional, un avezado amigo me llama la atención sobre lo que quizás el periodista FR no sospeche o no considere, y que me ha hecho reflexionar en lo siguiente: si se le permite e invita al huésped a hablarle al pueblo de Cuba con toda libertad (cosa que han hecho tres Papas y hasta el ex presidente norteamericano James Carter, pero la prensa favorita de FR ha olvidado recordarlo, para resaltar el “impacto” del discurso obamista), la idea correcta era precisamente no interferir con preguntas incómodas, tratando de descolocar al sorpresivo y avezado “amigo” presidente. Pensando como FR, es decir, que estamos ante SuperObama, el acto de provocarle incomodidad con preguntas difíciles en todo caso le permitiría al invitado una oportunidad más de hacer uso de sus recursos maravillosos, y anotarse otro de los resonantes éxitos (los elogiados goles) a que se refiere el periodista FR.

Otro punto de vista, sería que el no “coserlo” a preguntas incómodas diría entonces mucho más de la estrategia comunicacional cubana de lo que el agudo FR parece estar dispuesto a detectar o aceptar. No dice sólo de la cortesía del anfitrión, sino de una fina diplomacia, y de la aguda percepción de que más mérito había en dejarle desplegar todo su arsenal, que de interferirle, pues no se daba la oportunidad, con razón de argumentar después que se recibió al visitante en la sala de la casa y después se le echó en cara el café que se le ofreció.

Si únicamente con la sola actuación del presidente se le daba la oportunidad de mostrar sus argumentos   y detectar las falacias o verdades de su discurso, se era mucho más efectivo ante su estrategia comunicacional que ponerle trampas a la invitación. No creo pues en la supuesta efectividad que se lograría abandonando “los viejos prejuicios”, al menos en este aspecto puntual.

La política comunicacional cubana, esa, a la vieja usanza, como la vaquita pijirigüa, tal parece que ha logrado muy resonantes victorias diplomáticas desde Roa a la fecha; dan cuenta  de ello las votaciones que todos los años Cuba gana en las Naciones Unidas contra el bloqueo. No sé, si no es el éxito de la política cubana, qué otra cosa sea, la que puso a todo el concierto de países latinoamericanos a exigirle a Obama que Cuba debía estar presente en las cumbres continentales, que, por cierto, es una de las razones por la que el presidente hizo el viaje a La Habana. No sé si es el pretendido éxito de las políticas comunicacionales de los expertos “estrategas” norteamericanos, lo que llevó a hacerles aceptar su aislamiento en América Latina. Parece que después de todo, los arcabuces y las hachas han ganado ciertas batallas a los misiles y los cruceros. O que la potencia vecina, con bastante frecuencia, lo que hace con la brillante cabeza comunicacional, lo desbarata con los pies invasores, torciéndole el brazo a medio mundo, unas veces con la guerra y otras con ofertas que no se pueden rechazar, al mejor estilo mafioso, cuando no se aceptan las bondades de su política comunicacional o cuando estas fracasan. ¿Cuál estrategia comunicacional convirtió en héroes de todo el pueblo y figuras mundiales a los Cinco luchadores antiterroristas cubanos, tres de los cuales Obama se vio obligado a liberar a cambio del “engañado” y anodino “contratista” ,Alan Gross?¿Alguien se acuerda en EEUU y el mundo de ese empleado de la USAID  mientras los Cinco no cesan de recibir afectos?

Hay dos interpretaciones diferentes y cada uno se ve espiritual y racionalmente, (y por cierto, ideológicamente),  inclinado a una u otra, según del lado del  que le lata el corazón y en la medida que le permita el raciocinio: de acuerdo a una opción, se aprecia el viaje del presidente y el haber tenido que echar mano a esos alabados recursos, más bien como una rendición norteña aunque sea para comenzar una guerra diferente, la aceptación de un fracaso, una feria y una actuación por momentos ridícula, una impostación y hasta una injerencia permitida en asuntos internos; de acuerdo a otra opción, que me parece la del periodista Rasverg, se ve una eficacia por la que se debería suspirar y una flecha que habría acertado, nada menos que en el “corazón de los cubanos”.

Yo no puedo hablar por el profesor GRR, pero quizás esa es una las afirmaciones que le hizo refutar con garbo y orgullo, y por escrito, al inteligente periodista. Ciertamente hablar por todos los cubanos, es, cuanto menos, temerario, por no decir, casi rayano en lo ofensivo. Pero en todo caso subestima y pretende el efecto de desarmar y desalmar una formidable historia.

El éxito que el periodista FR le supone al magisterio de Obama en el uso de esas modernas técnicas comunicacionales en Cuba, se basa en el efecto de admiración y apoyo que el periodista considera que ese discurso causaría en la población cubana, lo cual es un criterio del todo subjetivo, y que se limita a lo que dice escuchó en su entorno a falta de un estudio de rigor sociológico. Se trata de afirmar algo con el basamento de una simple percepción subjetiva y tal vez lo que revela sin quererlo es que esa seducción sí funcionó sobre el propio FR.  Pero de todas formas lo que sí se puede afirmar que le sedujo fue la maestría del orador en el uso de técnicas que muchedumbres de especialistas han denunciado como mecanismos de dominación.

Por solo mencionar un caso anecdótico, en el mismo blog de Silvio hay testimonios de una cubana que cuenta los chistes y gracejos con que familiares y allegados suyos se burlaban, o tomaban, al son de la característica y sabrosa chacota insular, las palabras y la presencia del visitante. Y en las redes abundan otros testimonios del mismo desmontaje de la teatralidad obamiana. Se supone que si a un tejido se le ven las costuras, la tela no haya sido tejida con tan magistrales manos.

La misma celebrada mini encuesta íntima (Mi familia y Obama) que el autor de Segunda Cita publicó – en http://segundacita.blogspot.cl/2016/03/mi-familia-y-obama.html –  sobre la recepción y las resonancias que en su círculo familiar tuvo la visita, muestra el posible y muy rico rango de esas reacciones, valoraciones y actitudes. Y eso debe repetirse, por natural ley estadística, en muchos hogares cubanos, pues resulta mucho más natural estar inclinado a imaginarlo así, a falta de otras pruebas, que atribuir de un plumazo que el discurso y la actuación del presidente enamoró a los cubanos y les dio en la sensible diana del corazón. Es una afirmación muy tajante y generalizadora que, además, contribuye a crear una matriz de opinión, por obra sí, en este caso, de una técnica comunicacional periodística de vieja data. Si alguien duda, al leer, mimetiza bajo el peso del prestigio de la  palabra escrita, y da por bueno el orden universal reflejado en la frase.

Entonces, al menos que se pueda demostrar lo contrario, la recepción y la percepción ravsbergriana, no puede con rigor, tomarse de piedra de toque para la evaluación de la efectividad del magistral instrumental del presidente. Quizás el error comunicacional (y se han señalado varios) consistió en creer que lo que funciona allá, tenía que funcionar aquí y, ciertamente, los escenarios, la cultura y la información del cubano medio, es mucho más rica y variada que la información del norteamericano medio, como sí han demostrado las investigaciones internacionales mediante encuestas rigurosas, y los hechos allá y aquí.

Aunque se invite a la amnesia histórica, es el cubano medio precisamente el protagonista  de su historia que, aunque quiera cambiar, la tiene lacerantemente muy latente en los dolores de su propia carne y sabe bien que se le pretendió doblegar de hambre y desesperación. Es, por más que uno se detiene a pensar un poco, algo insólito (“inconcebible” es la expresión de GRR ante otra idea semejante) que se afirme esa estocada de simpatía y aprecio en el corazón. En todo caso, muchos testimonios revelan que se ve como una oportunidad de aprovechar la coyuntura que ha decidido al sistema imperial dar ese paso de interesado (a)cercamiento.

Pero enamorarse supone atributos en el ser admirado, y algo más que los recursos de una puesta en escena comunicacional. Se necesita desconocer mucho a los cubanos, o conocer sólo determinados círculos, o convertir el deseo en realidad, para imaginar esa especie de amor y tan inocente recepción. Y se necesita una intención previa bien definida para generalizarlo haciendo uso  de los recursos y las técnicas comunicativas del periodismo manipulador. Pero así como al lobo vestido de cordero se le sale la peluda oreja entre las reacias palabras, tal pasa con las magistrales técnicas de la comunicación política cuando sólo se basan en la fría técnica. Hay muchas variables que no pueden considerar sus algoritmos y por eso se han equivocado tantas veces. El espíritu y la cultura de los hombres, su memoria histórica no pueden meterse en un ordenador.

Una nota sobre la prensa libre.

La defensa del sistema democrático en que Obama cree, y la transparencia y la libertad de prensa que le serían características, que son las que desea imponer para Cuba, no es ciertamente lo que su administración aplica y fomenta en su propio país. Al criticar el sistema de gobierno cubano como no democrático en su discurso del Teatro Nacional, y al verse obligado a reconocer las inocultables falencias de aquel modelo, el orador tuvo que echar mano a un recurso desesperado: argumentar que al menos aquella democracia daba la oportunidad de mejorar lo que estuviera mal.  El periodista FR glosa el argumento de esta guisa:

No subestimó (Obama) la información política de los oyentes tratando de vender el sueño americano. Por el contrario, reconoció los problemas raciales y la extrema concentración de la riqueza pero defendió la democracia estadounidense como la herramienta capaz de mejorar la sociedad.”

Basta haber visto su discurso en el Gran Teatro para saber que más que vender el sueño americano, Obama intentó vender el miamense. Y que le vendió además, una mercancía bien defectuosa de la panoplia de su democracia, – la tan  promovida transparencia y libertad de prensa que dijo contribuyó a fomentar con su rueda de prensa en Cuba -, lo pone en evidencia un artículo publicado en el New York Times el 27 de marzo,  titulado “Un Castro se reunió con la prensa libre y el mundo lo vio un directo“, firmado en ese medio por el periodista Jim Rutemberg.  Aunque confirma su postura política al desaparecer las muchas conferencias de prensa en vivo de Fidel Castro y afirmar –contra lo reconocido hasta por Amnistía Internacional- que en Cuba hay presos políticos-; Rutemberg, refiriéndose a la conferencia de prensa ofrecida en Cuba por Obama, cuenta que después de concluida el presidente norteamericano le declaró a David Muir, de la ABC News: “fue, al menos, un pequeño apoyo a la transparencia y la libertad de prensa en Cuba.  En: http://www.nytimes.com/2016/03/28/business/media/victory-lap-and-wink-as-obama-and-raul-castro-meet.html?_r=0

Pero resulta que el periodista del New York Times nos ofrece este otro pasaje, refiriéndose a la tarea del periodismo y la libertad de prensa y expresión en su país:

“Mientras el presidente Obama ha ayudado a facilitar la libertad de prensa Cuba, él y su gobierno la están erosionando en casa”.

Recordemos de pasada que el brillante orador, si bien había reconocido (o había tenido que reconocer, que no es lo mismo), los que acaso son los peores males que pueden negar por sí solo el carácter democrático de un gobierno, a saber, el racismo desenfrenado y el enorme enriquecimiento de pocos, había de inmediato puesto la de arena, es decir, que al menos esa democracia era una herramienta capaz de mejorar la sociedad. La erosión a que se refiere el periodista norteamericano, que hace énfasis en la contradicción (y en la falsedad vendida al auditorio cubano), la grafica apoyándose en una nota de la AP, que se difundió sólo dos días antes de que el Air Force One tomara rumbo a Cuba. Resulta que la noticia daba cuenta de un récord establecido por la administración Obama, consistente en el rechazo sistemático de las solicitudes de información que se le hacen a las agencias federales del gobierno, bajo la ley de la libertad de información. Según un artículo publicado  por David Brooks en La Jornada durante la visita de Obama a Cuba:

“el gobierno (de Obama) ha empleado una ley antigua contra el espionaje para fiscalizar y perseguir dos veces más personas en los últimos siete años que todos los regímenes anteriores combinados desde 1917. Los acusados son funcionarios y periodistas que buscaban dar a conocer al público violaciones de libertades civiles y abusos de derechos humanos por las autoridades. Una organización nacional de defensa de periodistas afirmó que las medidas de control de información por el régimen actual son las más agresivas desde hace 40 años, y periodistas veteranos de los principales medios acusan que es entre los gobiernos el menos transparente y de ataques sin precedente contra la prensa libre.”

(…)

“el actual gobierno ha marcado récord en el número de solicitudes rechazadas, como el nivel de censura de documentación, según las leyes de acceso a la información y transparencia.”

Glosando sólo un poco la nota del Times, ese mecanismo de solicitud de información que el gobierno de Obama ha restringido hasta llegar a implantar un récord con respecto a sus antecesores,   es vital para conocer e investigar, desde la aparente trivialidad de precisar  las causas por la que “el agua de una ciudad ha perdido su potabilidad”, hasta determinar cómo el gobierno ha podido justificar la legalidad de la muerte de un ciudadano norteamericano en el extranjero provocada por un dron. Seguramente, especulo yo, de esa lista donde semanalmente el presidente tiene el democrático derecho de tachar algunos nombres y despacharlos hacia un mundo mejor, en cualquier lugar del planeta al que llegue el largo brazo de la extraterritorial justicia obamista en su democrático rol de ser a la vez tribunal y verdugo.

Una buena prueba de cómo la democracia que Cuba, según la que Obama debiera tener, ayuda a mejorar la sociedad.

(Si dar relieve y poner en evidencia tan burda contradicción forma parte de las magistrales técnicas que se les aconseja asimilar al gobierno cubano, entonces es que las palabras no serían ni buenas ni malas sino que simplemente no serían, a fuerza de perder su significado. Leyendo a ciertos asesores de Cuba uno rememora a cierto Cantinflas: “no me defiendas, compadre”.)

Según el citado periodista estadounidense, tal conducta no se trata de una coyuntural malcriadez o pasajera cerrazón burocrática, sino de un patrón de conducta regular y acrecentado en los dos períodos de gobierno del presidente de aquel famoso slogan del change y el Yes, we can, (y ahora en Cuba expropió con el “sí se puede”, por la que se le debió cobrar derecho de patente lingüística e impostura política), que enardeció a tantos ilusos de este mundo, y por cierto, en aquella época mucho menos a los cubanos, pese a que las elecciones de aquel país se siguen en Cuba paso a paso. Y como parte de ese patrón, el New York Times afirma que “rara vez (Obama) ofrece entrevistas formales a los periodistas que lo cubren a diario, muchos de los cuales trabajan para los periódicos tradicionales y agencias de noticias”. Es decir, lo mismo que hizo en Cuba, lo cual es una muestra muy elocuente de la transparencia democrática de la libertad de prensa y expresión que vino a defender al país. Por último, el Times cita lo que llama “la ley de Schieffer”, afirmación del periodista de CBS News Bob Schieffer:

“Cada administración se vuelve más reservada y más manipuladora que la anterior”

(…)

 “…a pesar de las promesas de campaña. Cada una aprende de la anterior”.

La comunicación cubana sí necesita renovarse pero no –como pretende Ravsberg- a imagen y semejanza de aquella a la que ha vencido y ha obligado a cambiar de estrategia.

II

Sobre el mal uso del  inocente lenguaje, o cómo la forma  de la neutralidad dice más que el contenido.

 “Sería un insulto pedirle a un león, que ladre como un perrito salchicha”
Tomado de un comentario de Wadud, forista del blog Segunda Cita a propósito de la polémica.
“Las palabras no son ni inocentes ni impunes, por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos.”  
sigo creyendo que la palabra tiene como objetivo decir la verdad” 
Guillermo Rodríguez Rivera
Tomado de un comentario del autor en el blog Segunda Cita a propósito de la polémica.

En la respuesta al artículo de Guillermo Rodríguez Rivera (ver comentario de las
11:51 en http://segundacita.blogspot.cl/2016/04/una-valoracion-superficial.html#comment-form), el periodista Fernando Rasverg le señala al poeta que “en esta ocasión confunde forma con contenido”.  Se supone que si no se refiere a una confusión de GRR entre la forma y el contenido de las intervenciones de Obama, se refiere a que se podrían usar las formas de la comunicación política imperialista con un contenido otro, digamos. O que ha confundido la forma y el contenido del artículo que GRR analiza. Confieso que no pude entender bien a qué se refería pero debe ser una de esas variantes.

O quizás que las técnicas de la política comunicacional imperialista tienen una forma inocua de manera que se pueden usar como un simple guante que cubra otro contenido.

Entre una de esas modernísimas técnicas, que es a todas luces usada por los estrategas de los presidentes poderosos está el marketing político y la neuropolítica. Ahora, siguiendo el consejo de Rasverg, ¿la concepción cubana de la guerra comunicacional debiera adoptar las conquistas de esa ciencia novedosa? Veamos cómo se describe esa herramienta:

“…el concepto de marketing político, se queda rezagado ante las exploraciones adelantadas desde el campo de la antropología para el estudio de ciertas sociedades y su posterior invasión. Se estudian los individuos para filtrar sus principios o costumbres culturales como si se tratase de un proceso simbiótico, con lo cual se detectan los focos sensibles a la transculturización; luego, si hay resistencia a los cambios se procede a tácticas más drásticas.

Especial atención merece la neuropolítica (digamos la neurociencia aplicada a la política), mediante la cual se estudia las relaciones de la conciencia, las actitudes y aptitudes de los activistas (ciudadanos), comprender cómo actúa el cerebro de los electores estimulados por los medios de comunicación. Aquí juegan un papel importante las imágenes, la semiótica, cómo se articulan las imágenes y con qué valores, cómo o de qué manera canalizar sentimientos con el objeto de redireccionar decisiones. Todos estos elementos abordados acá debe ser tema de preocupación a quienes gusta investigar sobre política, ya que el terreno explorado no es el mero convencimiento de una persona, sino que apunta a torcer los procesos conductuales de la sociedad cuando ésta ha tomado rumbos distintos a la hoja de ruta colonialista.” (Las negritas y el subrayado es son míos).

Ver en: Manuales deconstructores del Socialismo, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=210660

Entre la tradicional filosofía de la estrategia comunicacional política cubana y la que se sugiere debiera Cuba asumir para enfrentarse al magistral coloso, hay una diferencia que no es tecnológica sino ética. No habría diferencia entre los sistemas, al menos entre el cubano y el norteamericano, si el objetivo de todos los recursos políticos fuera “…torcer los procesos conductuales de la sociedad”

¡Pero es que entre la forma y el contenido no hay modo de confundirse!, sí que son dos categorías que se funden, porque una y la otra están indisolublemente relacionadas. No lo enseñan los manuales filosóficos soviéticos, sino las conquistas de los estudios semióticos y lingüísticos. Y se le ha señalado la confusión a la persona menos indicada, profesor especialista precisamente en esos temas. Es por ello que GRR añade este comentario en el mismo intercambio, algo más tarde y después de presentar gallardamente sus respetos al periodista: “…reconozco que hablamos de cosas diferentes. Los procedimientos del presidente, más que ciencia, fueron tecnología”. Para mi es evidente que aquí el profesor sugiere su valoración sobre el uso espurio de la tecnología, por lo que a continuación da fe de que “…y sigo creyendo que la palabra tiene como objetivo decir la verdad”, conclusión en que se esboza un océano de sugerencias valorativas.

Acto seguido, como parte de su argumento para explicar la  confusión de GRR, el periodista Rasverg nos regala otra joya lingüística digna de un Umberto Eco o de un Ferdinand de Saussure, cuando sostiene que “El lenguaje no es bueno o malo en sí mismo”. Lo cual, si es un principio, es de suponer que el periodista lo aplica a su tarea comunicacional.

A estas alturas del juego hay suficiente experiencia del pitcheo semántico de los rivales. En el artículo “George Orwell y el poder del lenguaje”, publicado en Rebelión, de Stephen Lendman, este especialista nos recuerda que:

 En 1946, Orwell escribió sobre “Política y el idioma inglés”: “En nuestra época, el lenguaje y los escritos políticos son ante todo una defensa de lo indefendible” para ocultar lo que se propone su utilizador. Así “Se bombardean poblados indefensos desde el aire, (y) eso lo llaman “pacificación’.” Y el presidente declara una “guerra contra el terrorismo que es, en realidad, una “guerra terrorista” contra objetivos específicos, siempre indefensos, porque ante adversarios capaces de ofrecer resistencia, matones como EE.UU., optan por la diplomacia o por otros medios políticos y económicos, sin llegar a un conflicto abierto.”

Sostener que el lenguaje (nótese, no la palabra aislada en el diccionario, sino el lenguaje, esa vía de comunicación de compleja estructura y que forma una amplia red) no es bueno o malo en sí mismo, se creyera que no forma parte de la sabiduría de un periodista, que debe sospechar que no existen el símbolo, el signo o la palabra inocentes. Y que todo en este mundo es política. Y que en su tarea de escribir escoge, no por casualidad, un estilo, una forma de estructurar las ideas, en fin, una parcela del lenguaje y no otra. Como todo escritor.

Eso sólo sería cierto para defender a las pobres,  y a la vez, buenas y malas palabras, tan efectivas y elocuentes de suyo, porque se saben que adquieren el carácter ofensivo en un contexto dado, o por la intensión expresiva del hablante, o el contexto cultural. Pero es allí precisamente donde uno se equivocaría, si entiende que las palabras carecen de alma política: la adquisición  de significados sobre todo políticos e ideológicos, en un proceso dinámico en la que tienen una alta responsabilidad, precisamente, los periodistas, pensadores, escritores y todo el que haga uso de la palabra escrita o dicha con fines públicos.

Desde siempre ha ocurrido pero sobre todo en este mundo que vive en una galaxia asfixiante de información y desinformación (y más de la segunda que de la primera), que una misma palabra funcione de maneras diametralmente opuestas, y donde una misma palabra que puede decir en un lugar la mala (para algunos incómoda) verdad, puede en otro, y con ella misma, decir la buena mentira. Ahora: esto parece indicar que el lenguaje es una damisela encantadora y pura a la que violan los malhechores. Pero cuidado: aquí no estamos hablando del formalismo sintáctico,  de lo que se trata es  del lenguaje político  y de su función comunicacional política y de su inseparable componente ideológico. Y entonces  los simplismos se complican. Lo que importa no es la vida abstracta del fondo universal de palabras que podemos usar, sino su existencia real y actuante en las sociedades. Veamos.

Se supone que no se quiere decir lo obvio: que no es lo mismo la verdadera ayuda humanitaria, que bombardear a un país para hacerle la humanitaria ayuda de librarlo de un gobierno, o administrarle mejor su petróleo. De lo que se trata es de la criminal resemantización de los conceptos, la cirugía comunicacional política sobre la carne del lenguaje  que hacen los  numerosos think tanks que existen para esos fines,  con la pretensión de pasar gato por liebre, y que ha creado el complejo semántico universal de la infamia del que hoy forman parte varias palabras prostituidas, por ejemplo, “reforma”, o “cambio”; como resultado, cambio ya no sobrevive en un estado de inocencia pura, ni buena ni mala, y que explica que ahora casi todos los partidos políticos de las falsas democracias, si pudieran, se llamarían “del cambio”.

Decir hoy simplemente que Cuba debe hacer un cambio, y con un punto y seguido pasar a señalar sólo deficiencias, es todo ello un lenguaje y una estructura (que también es vehículo semántico) no inocente, es decir, por lo que omite dice mucho más que lo que se confiesa. El objetivo de esa buena oración podría ser sembrar en el alma desarmada del lector simple un descrédito total sobre lo existente. Y desarmarlo para cualquiera que sea el cambio sobrevenido. Recuérdese cuando Fidel da a conocer su célebre definición de Revolución, según la cual se debe cambiar lo que debe ser cambiado y a continuación muestra los múltiples aspectos de los valores que deben caracterizar ese cambio.

Es decir, la palabra cambio ya es una palabra instrumentalmente buena para ciertos partidos gatopardistas en las falsas democracias, mientras que un partido situado del lado de los intereses opuestos a los oligárquicos, efectivamente trataría en estos momentos de evitar ese nombre. De lo que se trata es de abandonar la idea peregrina y estática, que desconoce la diacronía constante de la lengua, pero sobre todo en cuanto a su función política y comunicativa: y su corolario: prevenirse, al leer, que el lenguaje no es ni bueno ni malo. En todo caso se podría sospechar que el lenguaje es bueno y malo a la vez, un estado cuántico, como dicen los físicos que se comportan las partículas que están en todos los sitios y a la vez en ninguno.

Pero así como no se puede saber con precisión arbitraria y al unísono el momento y la posición de una partícula y siempre sólo uno de esos parámetros hasta que no se alteran sus estados superpuestos mediante la observación, la intencionalidad política no se revela hasta que no se escoge un determinado lenguaje del fondo semántico, con todo lo que ello implica como significado total del texto, con todo lo que revela el título, el estilo, el uso de un término y no de otro, posiblemente un buen sinónimo, pero que se descarta no inocentemente, ese aire indefinible del texto que nos hace decir que el estilo es el hombre y que tiene una opción. O que su desmentida opción es la neutralidad.  Por alguna razón algunos le llaman al bloqueo, embargo. Y por alguna razón algunos le llaman a Raúl Castro simplemente Raúl y otros Castro. Y por alguna otra razón no muy difícil de averiguar algunos insisten en llamarle al curso actual de los acontecimientos en Cuba, reforma. Y por alguna razón, verdadera, el gobierno cubano la desechó. ¿Por qué? Porque cuando le echamos mano a un lenguaje, a un modo de comunicarnos, a un estilo, estamos usando un cuerpo que ya no está en su estado adánico primigenio en lo que respecta a las significaciones y connotaciones que proyecta, si es que gozó de inocencia alguna vez, en todo momento posterior el lenguaje ya perdió la ´parra de la inocencia, tiene un estar actual en el mundo, y del  uso de ese estado el escritor político es responsable.

La adopción de los recursos del lenguaje nos revela y desnuda mucho más de lo que expresamos, y es, a la vez, un acto de recreación porque contribuimos a su crecimiento añadiendo capas de sugerencias y connotaciones, y así hasta el infinito de su uso, de manera que ya cuando nos sumergimos un segundo  después en la corriente cambiante de sus matices, ese río no será el mismo. En sucesivos momentos ni el emborronador de cuartillas ni el lector se encuentra con lo mismo que dejó atrás. Es lo que explica, incluso, que hagamos lecturas muy distintas de un mismo libro en la temprana adolescencia que en la transitada madurez. Ha cambiado el lector pero ese mismo texto, siendo el mismo, ya es diferente.

El lenguaje no es un organismo estático y por ello no es aséptico. Ya está lleno de sublimidades e inmundicias cuando nos topamos con él. No es que esté preñado previamente de una criatura malévola o misericordiosa, buena o mal,a es que cuando la usamos ya ha parido y en su uso le estaremos dando alimento a la criatura que echó al mundo para que otros la devoren. Esa criatura es la cosmovisión creada en los hombres por los que usaron a su vez anteriormente el lenguaje. Eso es lo que olvida el comunicador que cree que el lenguaje es un cadáver al que su acto de pronunciarse le llevará a un particular milagro  de resurrección. Lo que importa no es si el lenguaje es bueno o malo, o si no es una cosa u otra, cosa improcedente e imposible en cuanto esas categorías le son extrañas, son valoraciones de otra índole, sino es no desconocer que cuando se elige uno y no otro, estamos a la vez fecundándolo de criaturas por venir y a la vez alumbrando nuevas criaturas: son las ideas que le asociamos, las elecciones que hacemos y que ahora la acompañarán en la mente del lector, las verdades que revelamos, las luces de la información que eduque y haga pensar con todos los argumentos posibles yendo al fondo de la cuestión, o la oscuridad de la manipulación.

Eso precisamente nos revela por qué sería una política hoy sospechosa que un político malo (o un mal político, que sería peor) nos quisiera convencer con el despliegue de un discurso del cambio, o con la constelación semántica realmente existente que conforma el concepto de reformas. No la palabra, sino el universo de connotaciones del uso del cambio como promesa política, el tejido de sugerencias que le arropa, y todo su complejo entramado de significados y evocaciones en el imaginario, es el que se ha convertido en un lenguaje políticamente “malo” que quiere pasar como políticamente “bueno”, y que ha provocado que la palabra cambio haya perdido su adánica inocencia, porque efectivamente esconde el engaño y la manipulación para ciertos intereses.

Recordemos el usufructo que hizo Obama del change. El partido español de estos días no optó por llamarse Cambiemos, sino Podemos. Parece que el poder movilizador de ese vocablo pluralizado todavía no ha sido expropiado por la industria de la resemantización neoliberal. Si solo lo queremos ver como recurso técnico aséptico, que puede emplear cualquiera para fines distintos, entonces estaríamos equivocados, pues ya el complejo semántico comunicacional  de que forma parte la palabra cambio, ha adquirido vida propia. Las palabras, ni el lenguaje, existen en estado puro, previo a su uso, porque es su uso lo que le otorga la vida de que gozan. Y si no, pregúntese a los diccionarios, ese cementerio memorioso de palabras muertas,  que es donde única y posiblemente ya no dan ni frío ni calor. Es decir, no son.

Pero de lo que se supone que se trata cuando se dice que no hay lenguaje bueno ni malo, es del lenguaje político, no de la prosa poética, ni del sabroso coloquio con el vecino, y allí si cambian drásticamente las cosas, porque la política, y por lo tanto el lenguaje político, sí que puede ser malo o bueno. O si no, hágase la encuesta a la inmensa mayoría de esta humanidad. Y el lenguaje comunicacional del periodismo de opinión es, ante todo, hacer política, formar valores, influir en actuales o futuras decisiones. Por lo tanto y porque la política supone siempre lucha, fría o caliente, de bombas o de conceptos, de pensamiento o de acción, entre intereses contrapuestos, en el periodismo no hay lenguaje inocente.

Se debe tener en cuenta que las palabras y sobre todo en función y clave  políticas, se usan en contexto, y además, no caen en el vacío, porque tienen un receptor que la decodifica y recibe el impacto de la comunicación, las hace vivir, es en ese momento que existen como forjador de concepciones del mundo, es decir, es que causan un efecto, porque el lenguaje existe en virtud de su función comunicativa.

Sostener que el lenguaje no es bueno ni malo, es como decir que es un vehículo inocuo, muerto, una estructura ausente, anodina que se puede rellenar a capricho con uno u otro contenido. Y claro, aquí no nos referimos a un término aislado, sólo es por comodidad expresiva, porque lo que existe es realmente el discurso, un despliegue de sentidos, un entretejido complejo de narrativas que van decidiendo siempre para el porvenir cómo van a ser decodificadas en el futuro del posible lector o de una audiencia. Ese es el secreto de que a veces haya personas que eviten decir hoy que algo se ha hecho con mucho amor. Demuestra la existencia social y psicológica del lenguaje y que por lo tanto nunca es neutral. Desde que dos hombres con distintos objetivos y usando el mismo lenguaje se dirigieron a la multitud de la tribu para defender sus intereses, ya el lenguaje dejó de ser inocuo, un transporte vacío, porque desde ese mismo momento el uso que se haga de una palabra u otra le da contenidos políticos dispares. Y ese contenido se incorpora desde ese instante al complejo de semas que la definen. El error consiste en ver el lenguaje como una abstracción, como un vaso que se pueda llenar de cualquier contenido. Porque la palabra no es sólo el significante, que es el único que pudiera estar muerto. Y lo que está vivo, en política, es bueno o es malo para los intereses en conflicto de unos y otros.

En efecto, el significante no es bueno ni malo, efectivamente, sólo que tampoco es nada, no más que un conjunto de potenciales grafías muertas, sin vida expresiva.

Nadie habla con significantes. Cuando llegamos el ruedo de la comunicación nos encontramos inmersos en una red de signos que ya existen para nosotros y que seguiremos como sociedad, enriqueciendo, transformando, o torciendo y manipulando. Daremos lo nuestro al acervo. La lingüística nos enseña, y la semiótica, que la palabra no existe sin los dos componentes, su significante y su significado. Que la palabra es concepto, y por eso se sigue creyendo  que no es lo mismo matar que servir, informar que manipular; ser claro y directo se sigue considerando como algo distinto de ser  indefinido y radical en el sentido martiano de ir a las raíces,  y aún se necesita el contexto, la intención expresiva, la gestualidad y otros componentes y hasta si el día está nublado o claro, para realmente vivir en su función comunicativa.

Un ejemplo entre tantos. Si usted hoy denuncia el terrorismo planetario, y se queda en las indefiniciones genéricas, (“Es necesario luchar con denuedo contra el terrorismo”) no ha dicho nada, más bien ha dicho bastante con lo que calla, si deja a un lado las valoraciones y los análisis;  no está denunciando nada, más bien está escondiendo, por ejemplo, que el terrorismo de estado es la madre de todos los terrorismos y que la guerra que pretende combatir al terrorismo no es sino la peor de las formas del terrorismo y la que engendra todas sus demás variantes. Usted habrá escogido una estructura (esa mera oración que se detiene donde le conviene) que ya está preparado para esconder o justificar, porque ese lenguaje está hecho de lo que parcialmente dice, pero también de lo que criminalmente calla, de la extensión que le da y del límite que le impone, de los matices con que escoge las palabras entre mil posibles, como el silencio es parte de la música, y sin la pausa no hay sonido, lo que se silencia en las ideas a veces es lo que uno quiere verdaderamente decir.

En todo caso el discurso nunca está en el limbo, siempre entra al infierno o al paraíso o al purgatorio y no se queda cómodamente en la indefinición y la aparente neutralidad. Porque he allí que apenas se usan, las palabras se tornan defensoras de algo, que es lo que importa. Entonces, en efecto, sólo en abstracto, como el concepto, es cierta aquella afirmación de Mallarmé: “La flor, la ausente de todo ramillete.” Faltaría saber si en el texto mismo de Rasverg uno se podría confundir entre la forma y el contenido. Veamos.

El título es el foco iluminador del texto total. El pórtico de entrada, donde el tipo de bienvenida que se le hace al lector ya imprime un mensaje en el subconsciente y lo prepara e influye en toda su decodificación posterior. El título es lo que más cuida un escritor avezado. Hemingway hacía una larga lista de títulos y demoraba mucho en decidirse, tachando varias veces unos y otros.  Aunque no lo quiera su autor, el título será su obra.

“Una clase magistral de comunicación política” abunda reiteradamente en elementos meliorativos introductorios, y ya desde su mismo título oculta u omite, como si la política no tuviera apellidos, y esa será la pauta y la marca semántica que marcará el resto del artículo. Hagamos un inventario exploratorio de algunas frases para que se aprecie el enlazamiento de un magistral manejo de la elocución cuando se quiere dibujar una tendencia dominante del discurso, pero esta vez del articulista:

En las aproximadamente 10 oraciones de los tres primeros párrafos ya tenemos al menos 15 palabras laudatorias con su correspondiente adjetivación hagiográfica. Cada párrafo es dedicado a esa tarea. El autor, por cierto, no esconde su admiración que parece ir más allá de la veneración tecnológica.

  • acertó sus disparos…
  • capaz de generar amplias simpatías
  • sin dudas una genialidad
  • él y su equipo conocen la realidad de la isla a fondo.
  • una jerga muy popular y juvenil, fue un segundo paso de acercamiento emocional
  • generar empatía
  • convertirse en su igual (de los cubanos)
  • hombre común
  • calmó el nacionalismo local
  • Una declaración de principios que, teóricamente, terminaría con el derecho de EEUU a intervenir en los asuntos internos de la isla.
  • Fue muy certero cuando reclamó demandas de los cubanos.
  • Remató el gol cuando sembró el “sueño cubano”
  • pero lo cierto es que les llegó a los cubanos.
  • la ventaja de EEUU es enorme.

Por otra parte, es de suponer que la existencia de Cuba a lo largo del extenso bloqueo se debería explicar por algún tipo de éxito, de lo contrario no se explica nada el cambio de táctica imperial. Pero eso no está en el campo de interés de nuestro articulista. Considerarlo sería como el clásico pistoletazo en medio de un concierto. Del concierto laudatorio, y lo que es peor, perturbaría el arrobo y el encantamiento por la genialidad del visitante que quiere provocar en el lector.  Por eso la única vez que se refiere a Cuba desliza  una generalización falaz, y ahora con expresiones peyorativas: la televisión cubana sólo crea realidades paralelas.

Pero un ejercicio de este tipo requiere que entre col y col se entrecale una lechuga para dar la impresión de que no se olvidan las escandalosas realidades o las verdades que no se pueden esconder. Por ejemplo, esta sutil construcción donde parea una supuesta buena táctica comunicacional, “no mencionó a los grupos disidentes”, con una afirmación indefinida por medio del SE impersonal y el entrecomillado de una verdad, que no permite decir nunca que el autor confirma el concepto. Esta es una de las construcciones típicas del periodismo que quiere pasar por la objetividad neutral:

“No mencionó a los grupos disidentes, a los que siempre se acusa de ser “asalariados del imperio”.

Nótese el uso del SE impersonal “se acusa” (que estaría mejor en plural). El se impersonal lanza la opinión al terreno de nadie de la generalidad. La sutileza consiste en que no se puede afirmar nunca que es  el articulista el que afirma esa acusación, porque incluso entrecomilla lo de “asalariados del imperio”, que perece o quiere pasar por una cita, pero la función de las comillas es múltiple, pues también cuestiona o relativiza el concepto en la mente del lector restándole su potencial confirmador.

Si el orador Obama “reconoció los problemas raciales y la extrema concentración de la riqueza,” de inmediato aparece el pero salvador, “pero defendió la democracia estadounidense como la herramienta capaz de mejorar la sociedad.” Causa cierto asombro que esta cita se quede en el espíritu de la aceptación del argumento, sin ninguna otra consideración al margen, al no ser, no lo afirmo porque hasta  ahora no lo sé, que el articulista piense lo mismo, lo cual francamente creo muy difícil para una persona informada. Además entre “la información política de los oyentes”, que el presidente Obama no subestimó, pero sí se negó a responder a sus posibles preguntas, lo que da la idea que la evaluó en su justa medida, o hasta la pudo sobreestimar, está el hecho de que en Cuba se conoce muy bien, desde Martí a la fecha, y por medio de sus capaces educadores de todas las etapas, que aquella herramienta ha sido incapaz de mejorar no sólo su sociedad, (en todo caso la sociedad del famoso 1 por ciento), sino la de aquellos países donde han torcido el brazo para imponerla cuando ha fallado la estrategia comunicacional.

El cubano generalmente puede chancear y chotear y hasta parecerle buena onda un presidente negro de una sociedad racista, capaz de bajar del avión hasta con el perrito de su hogar y su suegra, pero el cubano es una gente bastante bien informada como para no tener noticia de las múltiples falencias de aquella sociedad. Lo que quizás el articulista quiso decir es que como parte de esa estrategia magistral que incesantemente alaba, el presidente Obama quiso poner una de cal, reconociendo problemas, pero al instante puso la de arena, defendiendo su democracia. Como la democracia de su país es tan conocida, en verdad no se ve la genialidad del mecanismo, sino todo lo contrario, su torpeza. Porque el mecanismo no es genial per se, sino que depende del auditorio. El articulista no desliza ni una palabra sobre el hecho de que el presidente no admitiera preguntas, lo cual es parte de la estrategia que debiera alabar. Por supuesto que no podía, porque al frente no tenía la algazara de los “disidentes” y cualquier pregunta podría ser muy incómoda y romper el encantamiento. La genialidad magistral se debió a que no admitió la contraparte del auditorio, más bien, si sopesamos las realidades.

En ese mismo artículo, ya lo mencioné antes,  (http://cartasdesdecuba.com/obama-una-clase-magistral-de-comunicacion-politica/ ) el periodista Fernando Rasverg afirma que “Los únicos que oí hablar en contra (de las alocuciones de Obama) fueron los que aparecieron en la TV nacional, la cual parece no cansarse de crear realidades paralelas.”

Se supone que la frase haga uso de esa  figura retórica llamada hipérbole, para dar relieve y enfatizar mediante la exageración, al no ser que se refiera estrictamente al acto de “oir”, pues en las redes, nacionales y no nacionales, en numerosos blogs, se pueden “leer” comentarios de cubanos (y muchos latinoamericanos, que nos deben interesar también), que no se limitaron a estar en contra (esa mera acción maniquea), sino que desmontaron las falsedades y manipulaciones de la “magistral” pieza oratoria. Aunque también se pueden “oir” en videos diversas opiniones.

Mencionar  eso equilibraría en algo la impresión que causa en el probable lector el elegante efecto hiperbólico que además despacha en una frase descalificadora toda la tarea de la TV nacional, como si todo en ella fuera irrelevante. Pese a los errores que se le puedan señalar el que conoce los medios de los países neoliberales, comprende mejor las falencias pero también las excelencias de la TV cubana por lo que esa afirmación es algo gratuita. Pero no, quizás se debilitaría el efecto.

Se esperaría, asimismo, que  magistral es un alto calificativo que se reserva, en la oratoria, por ejemplo, para un Eusebio Leal, porque además del brillante uso literario del lenguaje y la elocuencia, le asiste un profundo sostén ético, está comprometido sólo con la verdad, precisamente de las enseñanzas de la historia, esa que nos exhorta a olvidar el presidente Obama, y no mediante los procedimientos técnicos que se elogian de magistrales, esos que estudian las reacciones humanas primitivas de las masas, para influir en ellas, no precisamente para decirles la verdad o reconocer los errores, sino para engañar u omitir, que viene a ser lo mismo, si no es peor.

Un discurso que engaña, o que omite, que sesga las afirmaciones,  claro que puede ser magistral en el uso de técnicas espurias, pero ya magistral  exigiría un calificativo complementario o, de lo contrario, en este caso,  no deja confusión posible alguna entre el contenido y la forma (el significado de la  forma y la forma del contenido del texto del periodista Rasverg) y siembra la semilla de la incertidumbre  en el ánimo del lector: ¿se ha querido afirmar un antivalor o denunciarlo?, ¿es una alabanza a la tecnología manipuladora, en cuanto esa tecnología está entre los procedimientos del Gran Hermano y merecen ya sólo por ello un análisis que la desmonte y denuncie para beneficio de los enamorados cubanos y no una eufórica admiración?: si se dijera una clase magistral de la comunicación política de la manipulación o la demagogia imperialista, entonces estaría mucho más claro a qué clase de magisterio se refiere el autor. Magisterio de la forma, sin magisterio del contenido, es muy difícil que pueda considerarse magisterio, a no ser que se precise que es de la demagogia y el engaño.

Pero sostener que no hay lenguaje ni malo ni bueno en el magisterio de la comunicación nada menos que política, pretende olvidar muchas cosas. Un periodista sabe que no hay términos, ni giros, ni formas de construir las frases, ni aún forma de disponer los párrafos, nada en el lenguaje, ni una coma, que sea inocente. Su artículo es una prueba de ello. Que mucho más dice lo que se omite que lo que se declara. Y en cuanto a opciones políticas, si no hay inocencia, hay opción y, en consecuencia, (para seguir con la antinomia maniquea tan cara a las tecnologías comunicacionales), si hay opción política, existe el malo y el bueno, y al menos esta historia entre EEUU y Cuba es mucho más larga, el magisterio del discurso político de Obama no debería llevar a dudarlo, ni al olvidarlo.

No ver la pérdida de la inocencia del lenguaje en el discurso de Obama, es lo que podría llevarnos a creer – (que es lo que Obama se propuso confundir, precisamente, entre el contenido manipulador y la forma estudiada, que ambas se complementan como un todo y no es posible la confusión que le indica FR a GRR), a creer, repito, esta afirmación a que se refiere GRR: 

 “Me parece inconcebible que Ravsberg considere las palabras de Obama, una declaración que “terminaría el derecho de los Estados Unidos a intervenir en los asuntos internos de la isla”.

Claro que antes de la oración que cita GRR, el periodista Rasverg ha puesto la palabra, “teóricamente”. Una tibia especulación  que conduce a desarmar al lector propenso, porque deja flotando en el aire, como última idea, lo que el propio Obama quiso hacer creer. El periodista Rasverg no opina nada al respecto, sólo desliza como mera posibilidad, la inocente palabra dubitativa “teóricamente”.  Debe ser una técnica de la neutralidad no embarcarse en juicios valorativos. Pero por suerte el lector cubano tuvo a mano una profusa colección de libros desde su niñez, a los precios muy módicos de aquellas ediciones Huracán, que se deshojaban rápidamente, pero ya al menos habían sido leídos. Conformarse con ese al menos teóricamente sí que revela mucho. Como dice El Zohar, las palabras no caen en el vacío.

Y con respecto a la observación de GRR, no recuerdo que la respuesta del periodista haya dicho algo al respecto. Porque esa misma tarde, nada menos, Obama comenzó a intervenir, nueva, incesante, eternamente. ¿O es que alguien en Cuba lo podía dudar? La teoría se vio rápidamente refutada por la práctica.

Pero el autor del artículo nos tiene acostumbrados a un estilo tan ponderado, tan equilibrado, que la mayoría de las veces  deja al lector en el limbo de la duda,  y hay que acudir al subtexto, a lo que está entrelíneas, o lo que llamamos también el espíritu del discurso. Quizás es el gaje del oficio de pretender la aséptica neutralidad, que en el periodismo no existe: el uso del lenguaje, que por cierto tiene  contenido  en la forma, tanto como tiene la forma del contenido, siempre acaba por situarnos con precisión en el lado que preferimos, a la vez que nos permite llevar suavemente al lector a formarse la imagen que deseamos. La neutralidad no existe en este mundo, pero el uso del maquillaje para ocultar, influir y creas estados de aceptación, sí que existe y hace que las palabras políticas sean buenas y malas.

Sin embargo, se supone por su párrafo final que uno de los objetivos del autor es advertir, o al menos constatar un atraso de las autoridades cubanas en el uso de las más avanzadas técnicas de la (in)comunicación y el manejo de multitudes. Si ese propósito positivo estuviera en el subtexto, sin embargo, en el título no queda muy claro, porque un periodista avezado sabe la importancia que tiene el título para iluminar subliminalmente el mensaje todo de su texto, en efecto, un título no deja lugar a dudas de la intención definitiva del autor, o en todo caso, del efecto que va a causar en sus lectores. Tratando de lograr el difícil arte equilibrista de aparentar la objetividad,  sin embargo, se quiera o no, tiene como resultado efectivo reforzar una imagen positiva o negativa de un tema o personaje, y solapar todos los demás rasgos negativos que, con respecto a la actuación técnica magistral del Presidente han sido profusamente desmontados ya por gente común y por prestigiosos intelectuales. Uno no siente al autor situado en alguna parte con claridad, o en todo caso, se siente más simpatía de su parte por el magistral orador, a la vez que un énfasis acusado en los aspectos negativos que menciona de la postura cubana.

Si el magisterio consiste en usar las técnicas de la desinformación, (ya, por ejemplo, GRR, a raíz de este texto de Ravsberg, nos recuerda el falso pluripartidismo norteamericano, y es sólo un ejemplo),  si consiste en “estudiar” a la carrera una cultura y usar sus dichos y humoristas; en mostrarse almibarado (es exacto el adjetivo de Fidel), afable y cercano a un pueblo; en prometer hoy lo que se niega al día siguiente, en tener dos pizarritas que asisten, y todas las otras técnicas conocidas, ojalá que nuestros políticos nunca echen manos a ese magisterio. Si a Raúl le invitaran a hablarle al pueblo de los EEUU, de costa a costa y en horario estelar, por cierto que nunca le hará falta esa tecnología, sólo con decir tres o cuatro de las verdades que afectan a las minorías afronorteamericanas y latinas, y dos o tres ejemplos de la violación de los derechos más fundamentales del ser humano en ese país y en los “oscuros rincones del mundo” en que EEUU pone su impronta, le bastaría, es decir: con la simple verdad, sin cosméticos ni técnicas. Entonces esperaríamos por el elogio de las magistrales verdades. O por una advertencia a los especialistas norteamericanos para que no se limiten a la tecnología manipulativa en el maquillaje de sus políticos.

Por eso he estado de acuerdo con las opiniones de GRR. Repárese que el profesor no confunde forma con contenido, sino que resume varios aspectos del contenido (refutándolos) que, por lo menos a mi entender, no ameritan llamar magistral al discurso, en el sentido que eso tiene de superlativo reconocimiento a lo que fue un verdadero acto de injerencia diplomáticamente tolerada. Pero nuestro comentado periodista nada opina claramente al respecto, da por bueno el orden universal mientras el gigante de la bota de siete leguas sigue dando sus zancadas. Puso su bota cultural en Cuba disfrazada por la tecnología que graciosamente nos aconsejan asimilar, pero Cuba hace muchos años ya se levantó sobre el yugo y tiene una estrella que ilumina y mata y permite leer artículos como el de Ravsberg sobre la “magistral comunicación política” del señor Obama. Y no somos pocos los enamorados de la verdad. Pero algunos así lo creen.

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