Granma entrevistó a tan destacado artista, tras más de dos décadas de labor al frente de la Compañía Infantil La Colmenita

Amelia Duarte de la Rosa - Foto: Ismael Batista- Granma.- Carlos Alberto Cremata Malberti emana energía. Y digamos que de varios tipos: cinética, interna, radiante. Su capacidad incansable de movimiento, de fuerza, de hacer funcionar bien las cosas y, sobre todo, de contagiar a los cuerpos a su alrededor, demuestra que es posible conservar el ímpetu de la juventud, pasados los 50 años. Cuando uno lo ve trabajar se tiene la impresión de que la palabra cansancio no existe en su diccionario. Sus más de dos décadas de labor al frente de la Compañía Infantil La Colmenita así lo demuestran y es por ello que acaba de merecer la condición de Héroe Nacional del Trabajo.


Con Tin, como muchos le decimos cariñosamente, conversamos sobre este y otros te­mas, a propósito de la entrega del título honorífico, que recibó de manos del General de Ejército Raúl Cas­tro Ruz.

—Acabas de recibir un reconocimiento que sé que para ti significa mucho. ¿Qué sientes al ser un Héroe Nacional del Trabajo?

—Te respondo con ayuda de Martí: “¡Si me abrieran el pecho! ¡Debo tener ahora hermoso el corazón!”

—Creaste la compañía en uno de los mo­mentos más difíciles del periodo es­pe­cial, el 14 de febrero de 1990, ¿es cierto que trabajaron gratis durante ocho años?

—Sí, los primeros ocho años (del 90 al 98), un total de 22 jóvenes estuvimos unidos persistiendo en La Colmena y La Colmenita. Lue­go, en el 98, nos convertimos, por suerte, en un proyecto oficial del Ministerio de Cul­tura de Cuba, lo que no tiene precedentes en ningún otro lugar del mundo, que una institución (donde los niños son los actuantes) sea un proyecto profesional de un Ministerio de adultos.

—Dirigir una compañía como es La Col­menita implica un alto grado de profesionalidad y de responsabilidad. Háblanos de tus maestros, de tus iconos dentro del teatro cubano

—En primer lugar, mi maestra, Berta Mar­tínez junto a Vicente Revuelta y Roberto Blan­co. Luego Flora Lauten, Raquel Carrió y Jo­sé Mi­lián. Admiro mucho a Carlos Díaz, a Rau­li­to Martín, a Celdrán, a mis hermanos increíbles de Las Estaciones, Teatro Tuyo, a Silverio y su mágico Mejunje, al Guiñol de Guantánamo y sus tremendas Cruzadas, a Fife Andante y a la Guerrilla de Teatreros, al Guiñol de Remedios y el inolvidable Fidel Galván, a Pálpito, a Mo­rón Teatro, Los Ele­mentos de Oriol… y, por su­puesto, al Teatro Escambray, y el inmenso Manuel Porto y Korimakao en la Ciénaga de Zapata.

—¿Cuántos niños integran La Colmenita actualmente?

—Nos hemos multiplicado mucho, solo en La Habana hay en estos momentos 11 Col­menitas, y cada una tiene entre 30 y 70 niños. En La Colmenita Central tenemos 114 niñas y niños.

—¿Cuántos talleres de La Colmenita existen en el mundo?

—Actualmente hay 17 Colmenitas en nue­ve estados de Venezuela, tres en Ar­gen­tina, una en Colombia, una en San Luis Potosí (Méxi­co) y 14 en departamentos de El Sal­vador.

“Desgraciadamente ya dejaron de funcionar las de Sevilla, Tenerife y Cantabria (Es­paña), Winnipeg (Canadá), Querétaro y Chia­pas (México), Nicaragua y República Dominicana, que existieron durante muchos años. Se trabaja en estos momentos muy fuertemente con el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, para revivir a La Colmenita de Panamá. Y hay propuestas de Estados Unidos, Rusia, Barbados, Costa Rica y Kuwait. Pero el gran sueño colmenero sigue siendo ¡lograr formar una Colmenita en Haití!”

En La Colmenita Central tenemos actualmente 114 niñas y niños, asegura el director de la Compañía Infantil. Foto: Anabel Díaz

—El programa de la reciente visita del Comité Presidencial para las Artes y las Hu­manidades de Estados Unidos incluyó un encuentro con La Colmenita, ¿qué nos puedes contar de esa visita?

—Fue muy hermoso, porque todas esas personalidades del arte norteamericano se “soltaron” a bailar con los niños (como si estuvieran despertando su propia niñez), mientras la orquesta de La Colmenita tocaba endemoniadamente a Van Van, Adalberto, Ma­tamoros, Sindo Garay, Compay Segundo y Rosa Campo.

—Además se habla de la posible creación de una Colmenita en Washington…

—Hemos estado tres veces en Estados Unidos, en el 2003 estuvimos en California, en el 2011 (Washington, New York y San Fran­cisco) y en el 2013 en Tampa. Es interesante que cuando fuimos en el 2011 a Washington, una congresista, Ileana Ross Lethinen (“La Loba Feroz”) nos etiquetó en el Congreso como “una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos”, y ahora en el 2016, se acuerda por el Comité de la Presidencia, que se puede intentar la “Colmenería” en los Estados Unidos para felicidad de los niños norteamericanos y cubanos

—¿Qué significa Fidel para La Colmenita y para ti, en especial?

—Un padre, un ejemplo, alguien para quien, como dijo Martí, “el cumplimiento del deber ni aún es meritorio, porque es hábito”.

Recuerdo la primera vez que hablé con Fidel, a mediados de los noventa, luego de un espectáculo en el Karl Marx del cual salió muy emocionado, porque la representación había terminado con un coro  estremecedor de niños sordos e hipoacúsicos. Me preguntó: “¿Cómo puedes hacer eso?”, y yo muy nervioso solo atiné a decirle: “Debe ser porque yo tuve la suerte de nacer en 1959”.

“Martí profetizó: “Yo quiero más vivir después, que vivir ahora”. Por suerte Martí y Fidel van a vivir siempre, más después, que aho­ra… ¡Y mira que viven ahora!”

A propósito de un Héroe Nacional del Trabajo: La taza de miel

Pedro Prada - Cubadebate.- Mi primer recuerdo de nuestro encuentro de niños, fue cuando su padre y el mío nos llevaban a aprender natación en las piscinas del parque Martí. En realidad la amistad familiar venía de antes, cuando nuestras madres fueron compañeras de aula en la Escuela Normal de Maestros de La Habana, o quizás desde tiempos anteriores, cuando nuestras respectivas abuelas maternas compartían taquilla y acomodación en el cine Alameda.

El reencuentro definitivo fue en los camilitos, creo que una noche del invierno de 1971. Se celebraba una jornada de cultura dedicada al 2 de diciembre, XV aniversario del desembarco del Granma y de la creación de las FAR. Lo presentaron; pero para ser honesto, su nombre aún no me decía nada.

Era chiquito, flaco y cabezón como un fósforo. Arrastró una banqueta de madera y explicó que haría una representación teatral de un tal Marcos Behmaras, llamada “La taza de oro”, pero que como era de un solo actor, era un “monólogo”. Aquello era fuerte de digerir, porque con doce años recién cumplidos, aunque a uno lo devoraran las ansias de leer, todavía se pensaba más en jugar. Sin embargo, el “fósforo” nos embrujó y nos dejó pensando.

Compartimos más años de estudio que los imaginables: secundaria, preuniversitario y universidad. De la beca en Baracoa a la beca en la URSS. Fueron años de exámenes y de concursos de conocimientos, de competencias deportivas, de fiestas sabatinas, novias, y siempre de burlas, porque por mucho que maduró, sigue siendo un niño que juega.

En el medio, el desgarramiento brutal del que más de una vez he contado y que sacó mis rabias y definió de una vez y por todas, mi militancia y mi compromiso, cuando a él, mi amigo, le arrancaron al padre en el atentado terrorista de Barbados.

Entre cada página de esa primera vida, lo acompañó el teatro: El premio flaco, El asesinato de X, Dios te salve comisario, Contigo pan y cebolla, y alguna que otra improvisación dramatúrgica como la teatralización de West Indies Ltd., de Nicolás Guillén, o la vida del Che Guevara, contada para los soviéticos. En algunos de ellos actué bajo sus órdenes, lo suficiente como para convencerme de que lo mío era el periodismo y la prosa, y no el teatro.

Pero sí lo acompañé en cada debut escénico. Discípulo de la laboriosidad incansable que en su casa le enseñaron como culto a la dignidad humana, él convirtió la creación en un derroche infinito y solidario de todo el amor recibido y necesitado. Un amor reflexivo, pensante, que conmueve. Y cuando uno se levanta de la butaca, sale a la calle a cambiar el mundo, para hacerlo mejor. Su obra mayor es la colmena, hoy multiplicada por toda Cuba y por el mundo; y su hueste de abejitas repartidoras de miel.

Le dicen Tin, porque así le decía su padre, y así le dicen su madre y sus hermanos, y los niños y sus familias, sus compañeros de trabajo, algunos amigos y admiradores. ¡Hasta sus hijas, cuando comparten con él las tablas! Pero nunca he podido decirle así. En cambio, me persigue aquella imagen del fósforo que ardía, mientras repartía miel con una taza, una noche de invierno en los camilitos.

Uno tiene consciencia de lo trascendente de su vida al verlo reconocido como Héroe del Trabajo. En realidad, él, Carlos Alberto Cremata Malberti, ya era hace rato para muchos de nosotros “el Crema”. Simplemente, “Crema”. No hay otro apelativo que nos devuelva el heroísmo de su entrega que esa apócope de su apellido –expresión muy cubana de lo mucho bueno que es este ser humano, nacido para verter en los demás toda la miel de su taza.

Tin, el héroe colmenero

Paquita Armas Fonseca, especial para CubaSí

De manos del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Carlos Alberto Cremata recibió el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Si Carlos Alberto Cremata, Tin, es el padre de La colmenita que él dirige, es tío, hasta abuelo de otras que funcionan en Cuba y las latitudes más diversas.

Este domingo Primero de mayo trece personas nacidas en Cuba, merecieron la condición de Héroes y Heroínas del trabajo de la república de Cuba. Si tuviera tiempo escribiría de todos, buscaría sus datos, por ejemplo comentaría que hace cuatro o cinco años circuló un correo electrónico con un asunto “Clonemos a Expósito”.

El cuerpo del mensaje ofrecía una serie de virtudes del Primer Secretario del Partido en Santiago de Cuba, Lázaro Expósito, que merecen ser multiplicadas  entre todas las personas con alguna responsabilidad: consagración al trabajo, capacidad organizativa, conseguir buenos resultados y otras muchas  que lo sitúan entre los dirigentes más respetados del país.

Pero no lo conozco, no sé de qué  color es su risa, ni  si le gusta el ron, la cerveza, el vino o ninguna bebida alcohólica, en fin no hemos sido vecinos o  compañeros en la Unión Nacional de Escritores y Artistas, como  si me ha sucedido con  Tin (Carlos Alberto Cremata).

Y como estoy segura  que escribiendo de Tin rindo homenaje a los otros doce condecorados, aquí van estas líneas sobre el muchacho grande con risa amplia que me ha dado botella o que ha compartido criterios (o no) en mis críticas a la televisión.

Lo conocí hace muchos años en  la UNEAC, en un taller caracol.  Su obra singular, La colmenita, tenía poco tiempo de nacida y él junto a Lizette Vila hicieron vínculos con la Escuela Solidaridad con Panamá, para llevar a las abejitas a aquel centro donde hay niños y niñas diferentes.

Un día supe que Tin era Licenciado en Ciencias Pedagógicas en la especialidad de Dirección Artística en Ucrania y en Dirección Teatral en la Facultad de Artes Escénicas del, Instituto Superior de Arte, ISA. Fue un ejemplar estudiante en los dos centros y quizás por eso le exige a los colmeneros que  deben ser buenos alumnos.

La colmenita, nacida en 1990, es hija de La colmena, un grupo de teatro trashumante con actores que andaban en bicicleta o a pie para dar a conocer obras de teatro clásicas o de autores contemporáneos.

A sus 26 años de creada se fue a Sancti Spíritus y allí, Tin, el niño mayor del abejero,  respondió algunas preguntas al Periódico Escambray.

 ¿Por qué han escogido las zonas rurales?

Es una práctica desde el mismo día que empezamos hace 26 años, lo primero que hicimos a principios de los años 90 fue irnos muchas veces para los lugares más recónditos de la Ciénaga de Zapata. Desde entonces siempre hemos priorizado los parajes adonde el arte no llega con tanta frecuencia, tenemos montaje de campaña para llegar adonde no llegan las embajadas artísticas. Lo que más les gusta a los niños de La Colmenita es ese contacto con el río, con la montaña, con la historia. En esta ocasión debíamos actuar en una gala el día antes del VII Congreso del Partido; pero conociendo de la semana de receso docente le pedimos humildemente al Ministerio de Cultura que nos diera la posibilidad de regalar nuestra miel en alguna provincia. Pedimos ir a los lugares donde realmente nos necesitaran, donde fuéramos más útiles, esa es la forma más linda de saludar el Congreso. Martí decía que ayudar al que más lo necesita no es solo parte del deber sino, sobre todo, de la felicidad. Nosotros, más que cumplir el deber, sentimos una felicidad muy grande con lo que pasó en La Yaya, un macizo cañero donde vive la gente más humilde del mundo. Lo que pasó en Mayajigua, en El Pedrero, en Tuinicú, en La Sierpe, en Condado…, siempre va a ser superior para nuestras almas que lo que podamos haber sentido en un teatro importante.

¿Cuáles son los proyectos inmediatos?

Nos proponemos celebrar de una forma muy especial el cumpleaños 90 de Fidel, ya estamos trabajando en ello. La directora teatral de La Colmenita, Berta Martínez, hija de Yaguajay y quien le puso el nombre a la compañía, celebra este año sus 85 años y el mes que viene la verdadera creadora de todo esto, mi madre, cumple 80 y vamos a hacer un estreno que hace rato estamos cocinando titulado Ricitos, los tres ositos y la década prodigiosa, donde el grupo tocará en vivo las canciones de The Beatles, The Rolling Stones, los Fórmulas V. Es un guiño nostálgico a los padres y los abuelos.

¿Qué significa Fidel para La Colmenita y para usted?

Lo que significa para Cuba entera: un padre amantísimo, el verdadero líder y creador de lo que hacemos. Fidel es un misterio, la mejor forma de descifrarlo será el espectáculo por sus 90 años, me cuesta definir en frase lo que significa para el corazón de La Colmenita la dimensión gigante de ese papá que vimos hace muy poquito fuerte y hermoso, rodeado de muchachos.

¿Tiene deudas con el público?

Un gran compromiso con Santiago de Cuba es llevar a escena la impronta de Frank País, es un héroe cubano muy cercano a los niños porque murió muy joven y nadie puede explicarse cómo en tan pocos años hizo tanto al punto de ser el único hombre que el Che calificó como un ser superior, a solo horas de haberlo conocido. El muchacho de fe y acción, su mezcla tan misteriosa sedujo a La Colmenita. También queremos hacer un largometraje que recoja la historia de la compañía.

Ese fue mi vecino de Infanta y Manglar, siempre habla de trabajo y no es monotemático porque cada una de sus propuestas es diferente a la otra: puede ser con las canciones de Los Beatles o de Los vanvan,  adaptaciones de  La cucarachita Martina o unos versos de José Martí.

Si Tin es el padre de La colmenita que él dirige, es tío, hasta abuelo de otras que funcionan en Cuba y las latitudes más diversas.

Él y sus pequeños han merecido numerosas condecoraciones. Cuando las recibe de alguna manera recuerda  a  su padre “el verdadero director de La Colmenita es mi papá, fue quien realmente me enseñó, él trabajaba con aficionados en el aeropuerto. Lo que motivó esto que hemos hecho son sus enseñanzas, yo converso mucho con él y sueño y la gente me pregunta: “¿No sientes odio en tu corazón?”. Yo digo que sentí mucho, pero mi papá y Fidel me enseñaron que el odio no se multiplica, que lo que se multiplica es el amor.” Aquel Cremata, muerto en el atentado terrorista contra el avión de Barbados, en 1976, está con Tin y por supuesto, con Iraida Malverti,  la madre que amorosa le enseñó a sus hijos el respeto por su papá y el amor  por  Cuba y su cultura. El colmenero mayor es un buen heredero de esas raíces revolucionarias.

Estoy segura que esa condecoración a Tin, ese calificativo de Héroe, ha sido un bálsamo para la mujer que lo parió y le enseñó que sólo el amor engendra la maravilla. Y apuesto que todos los integrantes de la colmenita, estén donde estén, se sentirán un  poco dueños de esa medalla, como yo, mi querido vecino y contertulio de algún que otro intento de arreglar ese mundo  que sigue patas arriba.

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