En Manzanillo, la tradición independentista mantuvo continuidad durante la república neocolonial. La rebeldía de ayer encontró cauce en el desarrollo cultural y en el radicalismo político. La doctora Graziella Pogolotti significó que uno de los elementos fundamentales de la identidad nacional es el idioma que hablamos entre nosotros, el castellano a la manera cubana. Foto: Anabel Díaz. Segundo Consejo Nacional de la UNEAC. Graziella Pogolotti (escritora)


Graziella Pogolotti - Granma.- Nunca estuve allí. Pero, es ciudad que a todos pertenece por su historia y su cultura. Recuerdos amontonados afluyeron cuando, en reciente mesa redonda, alguien, denunció que se convertiría en discoteca el patio de un teatro rescatado con tanto esfuerzo. El empeño constructivo se llevó a cabo en días difíciles para la economía nacional. Repre­sentaba mucho más que un espacio para la recreación y la presentación de espectáculos artísticos.

Tenía un valor simbólico significativo para la comunidad. Constituye un referente a la tradición mambisa de la localidad. Los testimonios concuerdan en que Carlos Manuel de Céspedes tenía palco reservado en la instalación. Las circunstancias han configurado la singularidad de nuestras localidades. Mante­ner viva esa memoria afianza la identidad y el arraigo que, con ese sello específico, se proyecta hacia la nación toda.

En Manzanillo, la tradición independentista mantuvo continuidad durante la república neocolonial. La rebeldía de ayer encontró cauce en el desarrollo cultural y en el radicalismo político.

La desidia es madre de la desmemoria. He reclamado, en más de una oportunidad, realizar una investigación seria sobre la revista Orto, la publicación cultural más duradera del país. Con el apoyo del impresor Sariol, se logró convocar firmas renombradas de escritores residentes en distintos lugares de la isla. El epistolario de Juan Marinello refleja, en las cartas intercambiadas con el poeta Manuel Navarro Luna, la labor de animación de la vida cultural impulsada por el grupo. Fueron los corresponsales de la Revista de Avance. Atendie­ron tareas tan tediosas como la de situar en la librería local los ejemplares de la célebre publicación habanera. Con enorme esfuerzo personal, invitaban a sus amigos capitalinos a dictar conferencias e intercambiar ideas. De esa manera, fue el núcleo irradiante que atrajo a profesionales de variadas especialidades y aficionados a la lectura.

Autor de una conocida narrativa social, Luis Felipe Rodríguez no podía disimular su irritación al saber que lo apodaban bicicleta en su patria chica.

En ese entorno cargado de intereses políticos y culturales creció el pintor Julio Giro­na. Aficionado a las letras, dejó un divertidísimo anecdotario que evoca su infancia y juventud. Instalado en La Habana, su hermano Mario diseñó Coppelia, nuestra catedral del helado. Médico de Media Luna, el doctor Sánchez Silveira guardó estrechos vínculos con el grupo de Orto. Su fervor patriótico lo animó, junto a Celia, su hija, a rendir homenaje a José Martí en el Pico Turquino. Con la autoridad adquirida mediante el apoyo a los más necesitados, Celia pudo tejer las redes de colaboradores que salieron al rescate de los combatientes del Granma.

No parece casual que el asesinato de Jesús Menéndez se produjera en la estación de ferrocarriles de Manzanillo. Los crímenes políticos de esta naturaleza tienen con frecuencia un carácter ejemplarizante. El “general de las cañas” fue el más prestigioso dirigente de la clase obrera cubana. En el central Constanza lo conoció Abel San­tamaría. Su capacidad de convocatoria era inmensa. Había arrancado al poder hegemónico los beneficios del pago del diferencial azucarero. En Manzanillo, donde hubo la tentación de fundar soviets, podía estallar un barril de pólvora.

Pasamos indiferentes ante tarjas y monumentos. No registramos siquiera los nombres de tantos ilustres olvidados. Los viejos no se reúnen en el parque a evocar remembranzas mientras los muchachones curiosos aguzan el oído indiscreto. La narración oral que preservó la memoria de los cantos homéricos y ha subsistido en el griot africano, cede el paso al mensaje mínimo transmitido por el celular. El uso de la palabra nos convirtió en humanos. Su pérdida puede acarrear retrocesos inimaginables. Perdere­mos la gracia del piropo, las delicias del noviazgo, la alegría ante los primeros balbuceos del niño.

Supongo que ha desaparecido ya el clásico orador de pueblo dispuesto siempre a derramar su verbo suntuoso en todos los entierros.

Por eso aplaudo la defensa apasionada del teatro de Manzanillo. La historia local es inseparable del curso mayor de los avatares de la nación. Pero la excesiva generalización tiende a congelarse en formulaciones abstractas. Termina por reducirse a la manida confrontación entre oprimidos y opresores, vaciada de sangre y de realidad, intangible y carente de sentido.

Hace muchos años visité Rávena, una ciudad que conserva mosaicos maravillosos. Existe como una supervivencia silenciosa, devorada por la expansión comercial de Venecia. Andando por una calle, tropecé con un muro. Una tarja recogía versos furibundos de Dante Alighieri contra su natal Florencia. La pasión, hecha de odio y amor, trascendía siglos y culturas. El pasado emergía con toda la brutalidad de un presente convulso. Con su alarido, la poesía se proyectaba hacia el porvenir. Resultaba una afirmación de fe en la eternidad de la especie humana.

Tan pequeña, nuestra Isla conserva un mosaico de cultura. El poeta Regino Boti hizo su primer viaje a Harvard por vía marítima durante la intervención norteamericana. Al bordear la costa de Oriente, observó que, muy criollos los pobladores de Baracoa usaban sombreros de guano. Más hispanizantes los gibareños se cubrían con boinas. En cada sitio se conservan costumbres, formas de vida, hábitos alimentarios. Son tradiciones portadoras de energías que trascienden su tiempo.

Cuestiones de mentalidad

Un artículo de Graziella Pogolotti

Veloces pasan los días y van sumando años. Ha transcurrido un cuarto de siglo desde el derrumbe de la Unión Soviética y su consiguiente repercusión en lo psicológico y en lo económico. Bajo esas señales de desconcierto y precariedad crecieron los menores de 30.

Por la subestimación del otro que implica, nunca he simpatizado con las actitudes paternalistas. Prefiero acogerme al «empínate» de Mariana Grajales: un modo de estimular las capacidades latentes de cada cual hacia el logro de la plena realización personal y colectiva, nunca como vía para exacerbar la insaciable competitividad, fuente de angustia y frustración. Sin embargo, el modelo de justicia propuesto por el socialismo aspira a erradicar el tormento existencial de quienes viven bajo amenaza del desempleo, tanto como por la incertidumbre ante la enfermedad, la invalidez o el desamparo en la ancianidad.

Acontecimientos recientes evocan la cadena de suicidios producida por la crisis de las inversiones inmobiliarias y por las políticas de ajuste.

Con el triunfo de la Revolución, quedaron atrás situaciones que se abatían sobre las víctimas de desahucios y desalojos, sobre la orfandad de muchos. Los padres pudieron soñar con un futuro mejor para sus hijos. Muchos sintieron el orgullo de asistir a la graduación universitaria de quien estrenaba por primera vez un título, al cabo de una larga genealogía de excluidos. Sufrimos las limitaciones del racionamiento. Aprendimos a adaptar ropas usadas, a veces torpemente, para adecuarnos a la moda. En los 80 del pasado siglo, aparecieron los mercaditos.

Ya entonces, la nueva mentalidad que privilegiaba el reconocimiento al mérito, empezaba a mostrar fisuras inquietantes. Los juegos de azar no desaparecieron del todo y el mercado negro asomaba en la sombra. Algunos empezaban a «resolver».

La agudización de la escasez, compensada por el crecimiento de un mercado negro de dudoso origen, la pérdida del poder adquisitivo del salario, la presencia de una remuneración diferenciada en las empresas mixtas y en el turismo, tuvieron consecuencias de distinta naturaleza. Una creciente permisividad diluyó los límites entre lo legal y lo ilegal, inhibió los juicios de valor hasta entonces dominantes y removió las aspiraciones y perspectivas de vida. En el espacio familiar, niños y adolescentes observaron la duplicidad entre lo declarado de manera pública y la conducta. La voluntad de superación para acceder a un ejercicio profesional calificado cedió el paso a la preferencia a labores que ofrecieran ingreso inmediato más satisfactorio. Junto al trapicheo de mercancías, hubo ganancias jugosas derivadas del acaparamiento, el «desvío» de recursos y otras fuentes subterráneas.

De una antigua memoria, surgió el conocido perfil del «bicho» cubano. La estructura secular de la economía cubana, paliada por la Revolución al conceder atención prioritaria a los territorios situados más allá de la capital, sufrió un retroceso. Las ventajas históricas de La Habana con sus atractivos turísticos atrajeron un flujo de emigrantes dispuestos a cubrir plazas menospreciadas por los capitalinos y a cubrir oficios de baja calificación. Los reclamos del presente sustituyeron la proyección hacia el futuro. Esta mentalidad permeó la vida cotidiana, sin afectar valores esenciales construidos a través de un largo proceso histórico y afianzados por la política nacional e internacional alentada por la Revolución. La noción de prosperidad se asocia a la tenencia de dinero.

La actualización del modelo económico requiere el acompañamiento de políticas concertadas a partir de estudios que definan en términos concretos las situaciones urbana y rural de la heterogeneidad que nos caracteriza. Atajar los problemas de corrupción y su reflejo económico y moral, fortalecer el respeto a la legalidad, pueden conducir paulatinamente al rescate de un control social efectivo y consciente. Conocer la realidad y sus contradicciones en la base comunitaria contribuye a hacer más efectivo el trabajo en cada una de ellas.

La capacitación de los cuadros favorece un cambio de mentalidad conducente a adecuar lineamientos generales a lo específico de cada zona, tanto en la protección de los más vulnerables, como en el auspicio de fuentes locales de empleo. Herencia de antiguas rutinas, la autosatisfacción ante el cumplimiento mecánico de tareas sin tener en cuenta los objetivos propuestos debe ser desterrada. El amplio conglomerado institucional tiene que esforzarse por alcanzar lo más recóndito y llegar, como proclamaba la propaganda de una pasta dental, «hasta donde el cepillo no toca».

Desde lo local, es necesario conjugar la defensa de lo propio con la irrenunciable perspectiva integradora del país. Solo la articulación de voluntades en un proyecto común, renovador de las expectativas de vida, contribuirá a la solución de muchas dificultades que afectan a todos. En este sentido, cada minúscula batalla ganada acrecienta la confianza.

«El patio de mi casa es particular; cuando llueve se moja como los demás», decía una ronda de otrora. Somos solidarios en momentos críticos. Integremos ese sentimiento al día a día. Limpiemos el patio de todos para encontrar el granito de felicidad en una filosofía del buen vivir.

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