Prensa Latina TV - Foto: Juventud Rebelde.- Por segunda ocasión el músico argentino Fito Páez ofreció un concierto en el teatro Karl Marx de La Habana, esta vez con la celebración de los 30 años del lanzamiento de su segundo álbum Giros, editado en 1985.


 

Fito ofrece su corazón en el Karl Marx

Prensa Latina / Cubadebate.- El cantautor argentino Fito Paéz entregó otra vez su corazón a La Habana, ciudad a la cual agradece hoy el abrazo de amor ofrecido en 1987, cuando descubrió los encantos de la añeja urbe.

A sala llena transcurrió el recital que cierra la gira de Páez por América Latina con el objetivo de celebrar los 30 años del disco “Giros”, fonograma que marcó su carrera profesional al catapultarlo a la fama internacional.

Apoyado por la ovación unánime del público, el tema “Giros” inició la inolvidable noche en el teatro Karl Marx, que además reverenció piezas imprescindibles del argentino, entre ellas “11 y 6″, “Taquicardia”, “Cable a tierra” y “Alguna vez voy a ser libre”.

Los primeros acordes de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” dieron la bienvenida al escenario a Pablo Milanés, uno de los puntales de la música nacional, a quien Páez agradeció la invitación para conocer Cuba a finales de la década de 1980.

“Ciudad de pobres”, “Al lado del camino” y “El amor después del amor” también se escucharon durante el recital de más de dos horas que congregó en un mismo lugar a varias generaciones de cubanos.

En el concierto organizado por los estudios de grabación PM Récords, el músico compartió con el trovador Carlos Varela, el flautista José Luis Cortés “El Tosco” y la cantante Diana Fuentes durante un acto que glorificó las culturas de Cuba y Argentina mediante el lenguaje universal de la música.

Rock, pop, tango, jazz y sonoridades electrónicas hicieron de la más reciente velada de Páez en La Habana un momento especial en la memoria de quienes apuestan por las buenas canciones, esas que solo pueden nacer del corazón de almas nobles.

Recientemente, Páez -ganador de varios Grammy Latinos- dijo que Cuba es su casa, un lugar donde se siente amado, cuestionado y protegido, una tierra en la cual promete regresar.

Después de presentarse en varios escenarios de su natal Argentina y Colombia, el instrumentista nacido en Rosario escogió una vez más a la Habana para festejar junto a los melómanos cubanos la permanencia de su música en esta isla.

Junto al flautista José Luis Cortés “El Tosco”. Foto: Ivan Soca

Fito y la cantante cubana Diana Fuentes. Foto: Ivan Soca

Fito junto al trovador cubano Pablo Milanés. Foto: Ivan Soca

El abrazo amigo de Fito y Carlos Varela. Foto: Ivan Soca

Intenso Fito Páez

El cantautor argentino celebró los 30 años de su álbum Giros, el lunes, en el teatro Karl Marx de La Habana

Yelanys Hernández Fusté - Juventud Rebelde

 

Para buscar respuestas sobre el amor después del amor, para develarnos con irreverencia absoluta que en la vida valen la pena el optimismo y las causas justas, las canciones de Fito Páez siempre están dispuestas a decirnos con voz firme que sigue siendo el mismo caminante, el mismo explorador de las existencias.

Páez ha apostado por sus seguidores de la Isla y se le ha vuelto habitual llegar a La Habana, ciudad en la que se siente «como en casa», para festejar aniversarios de sus compactos más emblemáticos. Hace tan solo cuatro años atrás, el roquero argentino quiso celebrar en la urbe antillana las dos décadas de su disco El amor después del amor, y el lunes último regresó al teatro Karl Marx nuevamente para festejar esta vez los 30  de Giros.

Álbum editado por la disquera EMI en 1985, transgresor por la manera de enfocar músicas y textos, Giros fue el fonograma de Yo vengo a ofrecer mi corazón, Cable a tierra y 11 y 6. Este último sencillo, si me disculpan los melómanos por pecar de absoluta, de una belleza y racionalidad sin par.

De todo ello quiso hablar Fito en el Karl Marx en la velada de inicios de semana. Prometió que cantaría los temas del volumen y mucho más,   para preparar a la audiencia. «Los     que tengan que hacer cosas mañana temprano o acostar a los hijos, se tienen que ir ya, porque esta va a ser una noche larga», dijo el cantautor rosarino, quien además manifestó su regocijo por actuar en la Isla con su banda completa, algo que no sucedía desde hace 23 años.

Quizá fue esta presentación un momento para captar a Páez en su mejor entorno, por eso sonaron tan naturales Taquicardia, Alguna vez voy a ser libre, Narciso y Quasimodo, Decisiones apresuradas y D.L.G.

Lo que sí no anunció Fito es que el Karl Marx sería un momento de rencuentro. Como quien no requiere  tantos anuncios y sí solo una breve anécdota referencial, el argentino invitó al escenario a Pablo Milanés a que lo acompañara en Yo vengo a ofrecer mi corazón.

«Veníamos con estas canciones y Pablo escucha eso allí (en Buenos Aires) y me dice que me va a llevar a la Isla, al Festival de Varadero. Cosa que terminó sucediendo... Esa vuelta me salvó la vida», contó.

Evocaciones hubo muchas durante la actuación: a Charly García, Paul McCartney y Santiago Feliú. Del trovador cubano confesó que lo consideró su «amigo del alma» y por ello cantó Parte del aire, pieza que tantas veces los juntara, y que en esta oportunidad reuniera a Páez y Carlos Varela. Otra de las uniones memorables de la noche fue la de José Luis Cortés y Fito. Un vestido, un amor, clásico en el repertorio del roquero, tuvo un formato inusual: los colores melódicos salidos de la flauta de El Tosco y el piano tocado por el argentino.

Luego, un segmento en el que descollaron temas de una musicalidad que retomó elementos del jazz, el blues, el folk austral y elementos de la canción latinoamericana. Eso sí, en lenguaje roquero sonaron Instantáneas, Al lado del camino, Ciudad, Polaroid...

Pasadas las 11:00 p.m., el público no paraba de aplaudir y corear. Parecía que ya era el cierre, y la dramaturgia siempre sorpresiva de los conciertos de Páez, nos hizo ver cuán equivocados estábamos. Un dinámico El amor después del amor con Diana Fuentes, nos enunciaba: «Todavía hay más».

Es que por el deseo de disfrutar de sus seguidores en La Habana, quedaban algunos clásicos de su repertorio sin interpretarse. Y se escucharon Mariposa technicolor, Brillante, A rodar y Dale alegría a mi corazón, cuyo estribillo fue coreado incontables veces en el Karl Marx, como un himno de amor, como una reverencia eterna a esta tierra.

Fito en estado de gracia

El músico argentino regresó a La Habana con su banda para cerrar en el Karl Marx la gira por los 30 años del disco Giros

Michel Hernández - Diario Granma

Fito Páez no puede abandonar el escenario. Las gotas de sudor le ba­jan por el rostro como un torrente, los mús­culos se le tensionan co­mo si fue­ra un corredor de fondo en la pun­ta de la meta, los ojos miran al cielo, al pú­blico, a la distancia, como pi­diendo un momento para no desfallecer. Pe­ro Fito, por alguna extraña razón, no abandona el teatro. No se repliega. Por el contrario, como si tu­viera al­gún contrato con una fuerza de otro mundo, despliega en los finales una cantidad bestial de energía, re­mata velozmente los me­tros que lo separan del público y de­clara, de una vez, el  moti­vo que lo man­tiene vivo sobre el escenario ca­si tres ho­ras después de ha­berse he­cho due­ño de la noche. “Cu­ba es mi segunda ca­sa y le agradezco a la Isla y a Pablo Mi­lanés que me hayan acogido, que me ha­yan salvado en un momento muy ma­lo de mi vida”, repite con la voz, con las ma­nos, con cada parte de su cuerpo, para no dejar du­das de las ra­zones que lo trajeron de regreso a un país que, para Fito, es un refugio es­piritual.

El músico argentino regresó a La Habana con su banda para cerrar en el Karl Marx la gira por los 30 años del disco Giros. Un disco que nos ha permitido sobrevivir a la soledad, a las realidades espirituales más desganadas y que nos recuerda que la felicidad nace desde aba­jo, desde los círculos íntimos, desde la potente vibración de canciones que nos remiten a un tiempo en que éramos unos adolescentes salvajes en busca, por cualquier vía, de la libertad y la trascendencia espiritual. En efecto, Giros ha­ce muchos años de­jó de ser un disco para convertirse en un talismán tutelar, en una especie de pa­raíso salvaje, libre y ruidoso al que hay que regresar como se re­gresa a una madre.

Fito lo sabe. Lo sabe porque él mis­mo lanzó este disco para sobrevivir y no morir por dentro. Tenía 22 años y era parte de un ejército loco, co­mo di­rían los Sui Géneris, que se marchó de la casa para hacer rock and roll, porque era la manera de ha­cer volar por los aires la bestia negra del conservadurismo y pintar de un nue­vo color una sociedad que solo cuatro años an­tes de la publicación del albúm, había salido de la noche de la dictadura de Rafael Vi­dela.

El disco también inició su relación con Cuba cuando lo presentó en el festival de Varadero en 1987. De ahí en adelante se hizo habitual en los escenarios cu­banos y sus canciones, a medida que pa­saba el tiempo, pa­saron de generación en generación.

Las canciones de Giros van llegando una tras otra. El público canta cada tema con una sensación de co­mu­nión, de pertenencia, que el rosarino agradece entregándose a fondo, to­cando la guitarra, el piano y apelando a la maquinaria in­falible de la banda que lo acompaña. El músico prometió un concierto espectacular y, a me­dida que pasaba la noche, el público tomó conciencia de que iba en serio, de que Fito se estaba convirtiendo en una fuerza tremenda que obligaría a en­tender hasta el menos versado en la ma­teria lo que significa el verdadero rock argentino, lo que significa la me­jor celebración del rock cuando se hace sin artificios, cuando representa a una cultura y a un músico que pasó por todo y logró permanecer en el tiempo.

Giros suena impecable. Como si se acabara de grabar. Fito es un torbellino de energía sobre el escenario. Parece que Charly García le habla al oído o Spinetta desde el cielo rockero le dicta las proclamas esenciales del rock and roll. Suenan los clásicos y Fito ya no es Fito. O mejor dicho, se transforma en el chico de 22 años que se había prendido fuego en la cabeza para revolucionar la escena musical argentina mientras reñía con la an­gustia y la soledad en una pelea a muerte. Suenan Giros, Taqui­car­dia, Cable a tierra, 11 y 6 y re­sulta evidente que a sus seguidores se le agolpan en el pecho una gran cantidad de emo­ciones, vivencias y anécdotas, que qui­zá pensaban que habían muer­to en el olvido. Pero no. Ahí estaba Fito para recordarnos que si­gue siendo difícil estar vivo pe­ro no queda otra que pasar la prueba. Al­gunos recuerdan cuando lo vieron por primera vez; otros, más jóvenes, simplemente re­piten los te­mas sabiendo que ayudan a re­cu­perar algunas de las cosas que he­mos ido perdiendo por el camino.

Pablo Milanés escucha desde la tranquilidad de una esquina del es­cenario las frases de cariño y res­pe­to que le muestra Fito. Lo hace has­ta que su amigo de los años lo in­vita al centro para compartir Yo ven­go a ofre­cer mi corazón. Pablo, con su voz impecable, lo acompaña evidenciando que ese es uno de los mo­men­tos grandes de la noche. El ar­gen­tino también llama a otros mú­sicos cubanos a los que les dedica profusos elogios. Canta con Car­los Va­rela Parte del aire, Diana Fuentes lo secunda en el Amor después del amory presenta a José Luis Cortés como un genio an­tes de invitarlo a to­car la flauta en Un vestido y un amor.  Fito no solo in­terpretó los te­mas de su segundo ál­bum. Con el potente sonido de su banda detrás, que no se escuchaba en vivo en Cuba hace más de 20 años, incluyó otros him­nos que retumbaron con la mis­ma fuerza del primer día.

Mariposa tecknicolor, Tumbas de la gloria, Naturaleza sangre, Ciu­­­dad de pobres corazones, fueron otros de los momentos de emotividad absoluta del encuentro entre un mú­sico que agradecía al auditorio sin artificios y un público que cal­mó la sed de volver a escuchar estas canciones que lo han acompañado du­ran­te tanto tiempo. Canciones que también re­cordaron su pertenencia a los movimientos culturales más trascendentes de Arge­n­tina cuan­do Fito lan­zó a todo volumen la histórica frase de “La­ti­noa­mé­rica unida ja­más será vencida”, sa­bien­do que ese grito nació también des­de abajo, des­de la calle, desde el des­­garramiento de cientos de personas y mú­sicos que sabían, co­mo el Fi­to de 22 años, que el rock and roll pue­de cambiar la vida. Una certeza que todavía hoy suena como una gran sentencia de ley, sobre todo cuando la defiende so­bre el escenario un mú­sico que después de 30 años si­gue girando en es­ta­do de gracia.

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