Carlos Pereyra - Progreso Semanal - LA HABANA. Vivimos en tiempos de símbolos, que no son más que ideas-mensajes tan sintéticamente concentradas que no requieren de texto, y muchos por su universalidad prescinden de idiomas. El símbolo es el mensaje y en él un lenguaje que desencadena en nuestro interior en milésima de segundos su comprensión. ¿Hace falta añadir las palabras Prohibido fumar a una X sobre un cigarro? ¿O acompañar las señales de tránsito con el texto que las explique?


Pero hay símbolos comerciales excelentemente incorporados de tal manera que nosotros, los objetivos, cuando vemos la imagen de una hamburguesa bien presentada nos lleva de la mano a la marca ya incorporada. Ahí radica el éxito de los símbolos cuando están técnicamente bien concebidos y realizados, lo cual supone conocimiento profundo de los destinatarios, la realidad en las que estos viven y cuáles “teclas” tocar.

Estados Unidos es una sociedad repleta de símbolos y la política exterior de ese país se proyecta de manera importante mediante imágenes bien compactas, unas veces efectivas y otras efectistas. Y en nuestra Isla hay quienes creen que copiando se gana el examen, en esta guerra de símbolos. Entonces con el razonamiento o justificación (no hago juicio, solo señalo y comparto) de que el país gane fama hacia el exterior y algún dinero para las escuálidas arcas, parece adecuado, por ejemplo, el desfile de modas realizado por Chanel, ya que debido a la pegada que la marca posee a nivel mundial nos brindaría una imagen positiva y de apertura.

Pero en mi opinión el resultado Cuba-Chanel resultó fallido, y por demás falso. El desfile, que también tuvo simpatizantes –ciertamente pocos–, por otro lado fue absolutamente irreal y ofensivo para la mayoría de la población, ¿o es que desconocemos la dura realidad que pisamos? Incluso para los turistas que nos visitaron y leyeron o conocían del desfile de modas, salvo que fueran ciegos o cortos de vista, más que falso pudo resultar contradictorio al contrastarlo con sus experiencias cotidianas.

Ahora somos plaza codiciada desde diferentes flancos. Es bueno que así sea siempre que sepamos cómo asumir el reto. Productoras cinematográficas de filmes o series de TV con gran audiencia han optado y optan por Cuba. El rodaje de escenas de Rápido y Furioso, que paralizó el tránsito incidiendo en el diario discurrir, ciertamente dio trabajo a compatriotas, quienes firmaron un acuerdo laboral por X cantidad de dinero diario, muchos para cuidar que el público no se acercara a la zona de filmación. Estos cubanitos rubricaron un contrato con la firma Ithaca, pero nunca recibieron copia del documento, que entre otras cosas implicaba el compromiso de silencio (¿?). Pero si alguno no recibía la paga, ¿cómo hubieran hecho constar el convenio firmado y reclamar? Estarían, o quizás algunos quedaron al pairo, no sé, pero ellos, los posibles afectados sí saben.

Más seria aún es la pregunta que anda por la calle: ¿cuánto cobraron nuestras instituciones por los servicios prestados y las afectaciones causadas? Además, todos desconocemos qué destino y uso se le ha dado o dará a los dineros recibidos por estos dos ejemplos citados. Cabe preguntarse también si estos dos ejemplos habrán tenido algún peso en los cambios efectuados en el Ministerio de Cultura, pues no solo destituyeron al titular sino al Viceministro de economía de dicha cartera.

La guerra de símbolos, que debe ser en las dos direcciones, tiene múltiples defectos por la cubana. Basta mirar la publicidad o propaganda política desplegada en grandes carteles en esquinas importantes para cuestionarnos si sus realizadores conocen a quienes, de manera preferente, deben estar dirigidos. Si es a las nuevas generaciones, mi modesta opinión no es otra que “fao a las mallas”. Los diseños, colores, formas, etc. carecen de garra y aluden a viejos códigos, mientras las nuevas generaciones, que son mayoría a conquistar, viven otra época, hablan en un idioma en el que la efectividad de las imágenes puede determinar el éxito o el fracaso.

Vivimos otros tiempos, en los que maquillar carteles del viejo y falso realismo socialista, y no solo como concepto artístico y de publicidad política, conducen al fracaso.

Cuba
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