Marilys Suárez Moreno - Revista Mujeres.- La fecha coincidía con la celebración del carnaval y el día de la Santa Ana, lo cual permitió que la presencia de los revolucionarios no causara asombro. Los jóvenes que allí estaban, incluidas dos mujeres tenían una concepción revolucionaria y sabían los motivos de la lucha que iniciarían aquella madrugada fundadora del 26 de julio de 1953.


 

El ataque a la segunda fortaleza militar del país, ocupada por una guarnición de unos mil hombres en una ciudad situada en la costa sur y rodeada de montañas, propiciaba a los combatientes refugiarse en estas e iniciar una guerra de guerrillas. El objetivo de los atacantes no fue luchar con los soldados del regimiento, sino tomar las armas e invitar a los militares a abandonar las fuerzas del régimen y defender los grandes intereses de la nación.

Los jóvenes de la Generación del Centenario, como se dieron en llamar, por estar imbuidos de las doctrinas del Maestro y conmemorarse aquel año el centenario de su natalicio, no eran unos locos suicidas, conocían de los riegos de la operación y sus consecuencias. Se adiestraron de forma discreta y encubierta. La casa de los padres de Melba, en la calle Jovellar, en La Habana, fue escenario de parte de esos preparativos, en aras de lograr la sorpresa necesaria.

“Fue una operación muy audaz. Fidel me pidió la casa y mis padres y yo nos retiramos. Cuando regresé y abrí la puerta, ¡qué sorpresa! 150 jóvenes habían subido minutos antes por aquella estrecha escalera y ahora ocupaban toda la casa, desde la sala al fondo y allí adentro reinaba un absoluto silencio. Fidel había ordenado una alarma y las tropas respondieron rápidamente. Nadie vio ni oyó nada; la disciplina de los muchachos fue total. Nunca se sospechó nada, pues de sorprendernos y registrar en esos momentos la casa, se hubiera abortado toda la operación, no se hubiera asaltado el Moncada ese 26 de julio”, subrayaría Melba Hernández.

El líder del Movimiento estaba consciente de que la disciplina, el entrenamiento y la discreción eran vitales para el éxito en una acción en la que se enfrentaría a un ejército más numeroso y mejor preparado. De ahí que entrenar a aquellos muchachos, adiestrarlos en el tiro con escopetas y no disponer de dinero para ello, demostró el desinterés y el altruismo de aquel valeroso grupo de noveles combatientes, muchos de los cuales vendieron sus empleos, casas, autos, muebles y sus pertenencias para sufragar el escaso armamento y los gastos de la operación.

Los nombres de las dos mujeres que fueron al Moncada trascendieron la historia, sintetizando el heroísmo de la cubana en todos los tiempos, su batallar, decoro y dignidad. Melba Hernández Rodríguez del Rey y Haydée Santamaría Cuadrado, casi exigieron a Fidel su presencia en el ataque que iban a realizar en el segundo cuartel militar del país. Como parte de la estrategia concebida por el líder revolucionario para la ocasión, se atacaría al unísono el cuartel de Bayamo, en la actual provincia de Granma, previendo que pudieran llegarle a la tiranía refuerzos desde Holguín y el resto del país. Haydée, la Yeyé y Melba tuvieron un papel preponderante en aquel hito que marcó un antes y un después en el acontecer revolucionario de la nación.

Unidas en la fidelidad a Fidel, como lo recordarían luego, las dos moncadistas se mostraron serenas y firmes cuando fueron juzgadas por aquellos hechos, denunciando como habían sido asesinados todos los prisioneros. Los primeros de ellos, los jóvenes que acompañaban a Abel, el hermano querido de Haydée y segundo al mando de Fidel en aquella acción heroica.

Durante meses, estas mujeres excepcionales no se separaron ni un instante, inmersas como estaban en los preparativos de la acción y luego en el fragor del combate, queriendo ambas asumir todos los riesgos para tratar de salvar la vida de los demás combatientes. La existencia de Haydée quedó rota cuando supo en la prisión que compartió con Melba, de las torturas que sufrió su hermano Abel y de la muerte de este y otros compañeros, incluidos su novio, Boris Luis Santa Coloma.

“Con nosotras estaban Abel y más de 20 compañeros, todos salieron con vida del Hospital Civil (aledaño al cuartel Moncada) y ahora no están aquí, el primero que asesinaron fue al Doctor Mario Muñoz Monroy, que venía con nosotros como médico. Le dispararon por la espalda, delante de nosotras”, dijo Haydée en el juicio.

Las dos únicas mujeres que participaron en el ataque al cuartel Moncada fueron condenadas a siete meses de prisión. A la salida, y por encargo de Fidel, divulgaron en la clandestinidad el Mensaje a Cuba que sufre Manifiesto en el que el líder histórico de la Revolución explica al pueblo cómo fueron masacrados los combatientes del Moncada, y la misión más trascendental, circular La Historia me Absolverá, que Fidel había reconstruido y hecho salir de la cárcel, hoja a hoja.

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