Progreso Semanal - LA HABANA. Del periodismo cubano se habla mucho: bien, mal y regular. ¿Qué pasa con la ley de prensa? ¿Por qué no acaba de cambiar lo que debe ser cambiado? ¿Cómo piensan y qué quieren los reporteros jóvenes? ¿Qué opina la gente acerca de la prensa? ¿Cuál es el problema con las colaboraciones en medios extranjeros?


 

En cualquier intento serio de reflexión al respecto, hay que mirar hacia atrás. Para encauzar el debate —urgente y ya bastante cargado—, resulta imprescindible poner en perspectiva el periodismo que hemos tenido, y su relación con el complejo devenir de la sociedad cubana.

Comencemos en 1959. El sistema de medios precedente fue prácticamente derrumbado como un castillo de naipes: se acabaron los dueños, la publicidad y el sensacionalismo. La radicalidad del proceso llegó también a la prensa, que en lo adelante se caracterizaría por su correspondencia con los objetivos del proyecto socialista.

Durante su histórica reunión con los intelectuales en la Biblioteca Nacional (1961), Fidel Castro afirmaba que la revolución económica y social que estaba viviendo el país, tenía que producir inevitablemente una revolución cultural. “Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”.

Ese criterio se aplicaría también a la prensa: “Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y los escritores. Este es un principio general para todos los ciudadanos. Es un principio fundamental de la Revolución”.

En 1963 fue creada la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), y dos años más tarde los diarios Granma y Juventud Rebelde. Ambos hechos representan la materialización de la nueva institucionalidad periodística.

 

El Congreso fundacional de la UPEC aprobó una Declaración de Principios que defendía el derecho de las masas a una información veraz, y definía a la prensa como un instrumento de unificación, orientación, educación y organización. El periodismo debería partir de valores de utilidad y responsabilidad, de informar con sentido ético y revolucionario.

En su discurso de clausura, el presidente Osvaldo Dorticós afirmaba que, al estar la prensa en manos del pueblo, los periodistas debían una firme lealtad a la clase trabajadora. La prensa revolucionaria estaba llamada a ser responsable, seria, sobria, y a la vez fresca, amena, con iniciativa.

Desde esa fecha quedaba enunciado el leitmotiv del periodismo cubano, cien veces repetido y reclamado, sin llegar a concretarse cabalmente. Las constantes demandas y exhortaciones, tanto de la dirigencia política como de la población, resultan muy similares hasta el día de hoy.

Al comenzar los años setenta, el período conocido como quinquenio gris extendió sus efectos a la prensa, cuya uniformidad y acriticismo contrastaban con el carácter abierto, polémico y propositivo de los medios durante la década anterior.

El tercer Congreso de la UPEC se realizó en 1974. En las palabras de cierre, Armando Hart calificaba al periodista como un “trabajador ideológico”. Pero la prensa debía trascender la mera exposición de los hechos, para influir en las tareas del desarrollo económico, social y cultural.

Un año después, el I Congreso del Partido Comunista de Cuba emitió la Tesis sobre los Medios de Comunicación, la cual, si quitáramos la fecha original, parecería que fue escrita ayer. El documento certificaba que al periodismo le correspondía ser educativo, organizador, movilizador y recreativo; defensor del derecho del pueblo a la información, sin abandonar su actitud militante, creadora y analítica. Además la Tesis hacía referencia a la implicación de los organismos del Estado, sobre todo los dirigentes, en el ejercicio periodístico; y exhortaba a trabajar de manera coordinada con la prensa, facilitándole el acceso a las fuentes de información.

I Congreso del PCC: Tesis sobre los Medios de Comunicación

En 1976 nace la actual Constitución de la República, cuyo artículo 53 reconoce la libertad de palabra y de prensa conforme a los fines de la sociedad socialista, derecho que se sustenta en la propiedad estatal o social de los medios de difusión masiva. Como en otros acápites constitucionales, el enunciado “La ley regula el ejercicio de estas libertades” resultó una mera coletilla, incumplida hasta el momento.

La resolución Sobre el fortalecimiento del ejercicio de la crítica en los medios de difusión masiva, elaborada por el IX Pleno del Comité Central del PCC (1979), orientaba a los medios publicar regularmente las opiniones de los trabajadores y atender de manera esmerada las cartas recibidas en las redacciones.

Empezando los ochenta, el IV Congreso de la UPEC destacó el papel de la prensa en el impulso a la economía, la disciplina y los valores éticos. Nuevamente se clamaba por eliminar la tendencia apologética, y las conclusiones del evento gremial devienen un persistente deja vu: “Todavía no hacemos, de conjunto, el periodismo que dé respuesta plena a los problemas del desarrollo del país y que contribuya de modo inteligente y eficaz, a dar la batalla a fenómenos negativos que obstaculizan el complejo y abnegado esfuerzo de la construcción del socialismo”.

La clausura del congreso estuvo a cargo de Raúl Castro, quien se adelantaba a sí mismo, llamando a superar la repetición de que las dificultades serían vencidas. “Nada se aporta cuando se ponderan en abstracto las bondades del socialismo y del comunismo, contraponiéndoles a la malignidad del capitalismo y del imperialismo”.

El entonces ministro de las Fuerzas Armadas destacaba que “la prensa es un arma de doble filo. Cuando no se le dirige adecuadamente, no se orienta como es debido y no se mantiene una correcta disciplina en la gestión, los resultados pueden ser contraproducentes. Hay que decir con toda claridad (…) que tanto en el pueblo como en el Partido, existe insatisfacción acerca de nuestros órganos de difusión masiva, no tanto por lo que hacen, que sin dudas muchas veces lo han hecho con acierto y en ocasiones han resultado significativamente eficaces, sino por lo que a veces dejan de hacer”. Hace 36 años de aquellas palabras.

En 1984, las Orientaciones del Buró Político para elevar la eficiencia informativa de los órganos de difusión masiva del país consignaban que la decisión de lo que publica un medio corresponde por completo a sus dirigentes, “de modo personal e intransferible”; salvo que recibieran indicaciones de los órganos superiores del Partido, o si se tratara de una cuestión de política general. Pero esto nunca llegó a cumplirse cabalmente. Lo que se previó como salvedad, llegó a ser la norma.

Con el “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas” parecía llegar un gran momento para el periodismo nacional. El V Congreso de la UPEC (1986) recalcaba la función social del periodista como intérprete, formador y orientador de la opinión pública.

Suprimir la mentalidad de mordaza, diferenciar los medios entre sí, mostrar los hechos en su complejidad, incorporar los resultados de investigaciones sociales, acercarse a la vida real… se sumaban a los imperativos de la prensa cubana. Estuvieron sobre la mesa temas como la ley de prensa y el nexo de los medios con las organizaciones sociales que representaban.

Luego, el derrumbe del campo socialista y la sucesiva crisis de los noventa para Cuba, frenaron aquel impulso.

El periodismo demostraría de nuevo su lealtad ciega a la Revolución al invocar en su discurso a la resistencia, la disciplina y la unidad del pueblo. El fallecido profesor Julio García Luis anotaba que el propio IV Congreso del Partido (1991), que había iniciado con una tesis aperturista sobre la prensa, concluyó con una seca invocación a cumplir de sus deberes instrumentales en las excepcionales circunstancias del período especial.

En 1993, el VI Congreso de la UPEC sostenía en su documento central que era falso el “supuesto modelo de prensa socialista” proveniente de algunos países. Y así, develaba una verdad como un templo: “Ya no hay ni habrá modelo. Las fórmulas para el sistema de prensa cubano, clasista y revolucionario a que aspiramos, las tenemos que hallar nosotros mismos”.

Ocurrió un reflujo en el ejercicio de la crítica y el estilo propagandístico cobró fuerza. La credibilidad y el prestigio de los medios se erosionaban por la homogenización y repetición de los contenidos, las visiones unívocas de los acontecimientos, y la separación respecto a la vida cotidiana de la gente.

A la altura de 1999, el VII Congreso de la UPEC, demandaba un rol social más efectivo de los periodistas.

Así fue durante los años siguientes, hasta que en 2007 nuevas Orientaciones del Buró Político del PCC trazaran directrices para lograr la eficiencia informativa, así como el desempeño óptimo de medios, directivos y periodistas.

Aunque el informe central VIII Congreso de la UPEC (2008) decía que la profesión “cumple y cumplirá siempre el honroso papel de hacer coincidir sus mensajes con los intereses del pueblo”, reconocía que “nos jugamos cada día nuestro prestigio profesional”. La carta de Fidel Castro a la periodista Alina Perera, leída en la plenaria, señalaba la responsabilidad de los periodistas en cuanto a que el socialismo cubano pudiera ser aburrido, chato y gris.

Un necesario cuerpo legal que regulara la prensa, y los vicios y carencias harto conocidos, permanecían en agenda, amén del discurso oficial favorable a las transformaciones. La organización reconocía no haber propiciado espacios más frecuentes para debatir el papel de los periodistas en las nuevas realidades político-sociales.

Durante el VI Congreso del Partido (2011), Raúl Castro, en su condición de Primer Secretario de la organización, manifestó que los cambios en el país no podían excluir a la prensa, necesitada de un cambio sistémico y estructural.

“Se requiere también dejar atrás, definitivamente, el hábito del triunfalismo, la estridencia y el formalismo al abordar la actualidad nacional y generar materiales que por su contenido y estilo capturen la atención y estimulen el debate en la opinión pública”, añadió Raúl durante el VI Congreso del Partido (2011). El Informe señalaba que la autoridad del Partido, reside en su fuerza moral y representatividad, de modo que sus determinaciones no tienen carácter jurídico.

Al año siguiente, la Conferencia del Partido insistía en “la importancia de que los medios informen de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la realidad cubana en toda su diversidad, la obra de la Revolución, los problemas y dificultades, y que sean una plataforma eficaz de expresión para la cultura y el debate”.

Este continuo llover sobre mojado —una vez y otra más— implica un desgaste del discurso a la hora de evaluar e invocar cambios en la prensa cubana actual. Téngase en cuenta que los periodistas de 50 años o más han escuchado las mismas ideas y exigencias durante casi toda su vida profesional.

El gremio llega a este momento decisivo (para la prensa y para el país) padeciendo, además de las carencias materiales, la fatiga de una dilatada tensión entre el deber ser y el desempeño real de nuestro periodismo.

Por lo demás, hechos recientes indican que el gremio podría estar en disposición de concretar, en definitiva, el giro categórico que la prensa y el pueblo cubano necesita con urgencia.

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