Yaditza del Sol González - Granma.- El Centro de Investigación y Desarrollo del Comercio Interior desarrolló una pesquisa para mitigar los sinsabores que aún deja el tema de los uniformes escolares en la memoria colectiva de la sociedad.


La acompañé en varias ocasiones. Re­cuerdo la espera, las colas detrás del mostrador, el rostro de otros niños que también iban con sus madres, y aquella mirada repetida de aburrimiento.

Recuerdo cuando encima de la ropa había que probarse el uniforme escolar, o verificar si esa era la pieza a la que menos arreglos había que hacerle, o cuando teníamos que ir a otra tienda, y a otra más, y las horas de espera se multiplicaban.

Luego, en casa, las manos de mamá se deslizaban por la máquina de coser. Acortar un dobladillo, estrechar las mangas, incluso de­sarmaba el bolsillo de la blusa y lo volvía a ha­cer de nuevo, más chico, como debía estar. El primer día del curso el uniforme estaba ahí, en la percha del closet. Limpio, planchado, todo perfecto.

Y quizá nosotros, como hijos, no llegábamos a dimensionar todo el esfuerzo detrás de esa acción. Porque hablar del tema es para muchos padres sinónimo de una maratón en busca de la talla correcta o haber tenido que conseguir “por fuera” y a un precio superior la prenda escolar que tanto urgía.

Al menos es ese el recuerdo. Sin embargo, la experiencia de este curso lectivo parece ser diferente.

Conocer la demanda: el primer paso

Todo partió de un estudio. Un análisis que emprendiera el Centro de Investigación y Desarrollo del Comercio Interior (Cidci) debido a las insatisfacciones que año tras año han marcado la venta de los uniformes, especialmente por la demanda de tallas, explicó a Granma Yosvany Pupo Otero, director de ventas minoristas del Ministerio del Comercio Interior (Mincin).

La pesquisa abrió los caminos para corregir la relación entre las proyecciones de matrícula y la producción de piezas textiles según las me­didas más solicitadas, ya que se demostró que existía una notable diferencia respecto a las curvaturas obtenidas por los informes de ventas y las que reflejaban las encuestas, agregó.

Hasta ahora la demanda se definía a partir de datos históricos y de la experiencia de los propios especialistas vinculados a la actividad, pero no existía ninguna herramienta científica que permitiera conocer la exactitud de estas in­formaciones, advirtió Pupo.

“En este sentido, el estudio puso a disposición del sistema de comercio un mecanismo —que aunque está en proceso de validación— nos acerca más a la realidad”.

La investigación, señaló, tenía como base rectificar la demanda para el ciclo escolar 2017-2018, pero como los resultados fueron tan palpables, se tomaron los datos como referencia para modificar un grupo de cuestiones para este curso.

Una de las primeras indicaciones fue realizar la comercialización del uniforme escolar de forma progresiva por municipio y provincias, de tal forma que para dar arrancada existiera en la red al menos el 60 % de las prendas por grado y con la curvatura deseada.

En etapas anteriores, subrayó el especialista del Mincin, se producía una ruptura del stock (demanda no satisfecha) porque no había suficiente inventario acumulado que permitiera un aprovisionamiento oportuno.

A ello se sumó un cronograma de venta se­gún las diferentes enseñanzas: las acciones comenzaron a partir del 6 de junio con la pri­maria, luego siguió la secundaria básica, y a mediados de julio, los estudiantes de la téc­ni­co-profesional y del preuniversitario. El proceso culminará el 31 de diciembre y hasta el cierre del 22 de agosto se reportaban en todo el país un 83,2 % de ventas acumuladas, sostuvo.

“Otra estrategia fue vincular las escuelas con los locales de la red minorista. Ante­rior­mente, el cliente con el bono que otorgaba el Ministerio de Educación (Mined) se personaba en cualquier unidad comercializadora del municipio y compraba el uniforme, pero esta práctica no permitía un control efectivo sobre lo que se expendía.

“Este año aplicamos un principio básico: la compra de productos normados se hace contra una red fija. A cada centro educativo le corresponde una tienda, y a su vez, este local tiene el listado de todos los estudiantes que deben ir”.

Como parte de las acciones —refirió Pupo a nuestro diario—, los atelieres estatales también han asumido la transformación de los uniformes desde el punto de vista empresarial, o sea, sin costo a la población. En la capital, una vez supimos la necesidad de prendas inferiores, la Empresa Universal de la provincia asumió el pago de la transformación de 6 000 uniformes escolares, especialmente sayas y short de primaria.

A la cifra inicial se ha ido sumando la modificación de otras 5 000 prendas de la enseñanza secundaria, aseguró Odalys Jiménez, jefa de departamento de servicio de la UEB Ate­lieres, en La Habana.

“Además, en las tiendas minoristas aparece la información de nuestros talleres y el costo de los servicios por si el cliente desea encargar otras transformaciones o confeccionar una pieza nueva”.

Pero en el empeño de solucionar o mitigar las incidencias negativas que han afectado la producción, distribución y comercialización del uniforme escolar también intervienen los ministerios de la industria y la educación.

Es por ello que al unísono del sondeo del Cidci, el Mined emitió nuevos bonos. “Cada uno de estos cupones tiene ahora un folio que identifica la provincia a la que pertenece el estudiante, una marca de agua en la parte derecha, y se mantienen los colores según la enseñanza. Con esta numeración del bono, el de­pendiente puede saber a qué escuela pertenece el niño, el lugar de residencia y el grado que cursa”, aseguró Pupo.

Por su parte, la industria irá introduciendo poco a poco algunas variaciones en las fichas técnicas de los uniformes, a partir de que el es­tudio demostró que la moda y las preferencias pueden resultar factores decisivos en la satisfacción de la demanda. En este sentido, se trabajó para este curso en el tiro y ancho de pata de los pantalones.

“No podemos estar de espaldas a la realidad. Sucede frecuentemente que si las camisas se llevan ceñidas al cuerpo, los muchachos buscan comprar una talla menor, mientras que las chicas como prefieren usar la saya a la cadera, buscan algo mayor para la cintura”.

No obstante, hay que recordar que el uniforme escolar responde a un reglamento del sistema de educación y las modificaciones que se realicen no pueden estar ajenas al principio del uso correcto de la prenda, aclaró el director de ventas minoristas del Mincin.

Del estudio a la práctica

La escena, en otros años, hubiera sido muy diferente.

Que una larga fila de personas no estuviera esperando en la puerta de la unidad que ex­pen­de los uniformes escolares, a finales de agosto y en un municipio habanero tan concurrido co­mo Diez de Octubre, tal parecía cuento de ficción. Pero cuando Granma se personó en la tienda Carrusel, con esquina en Tejar y Do­lo­res, no había señales de colas ni de quejas. Eso sí, los estantes bien surtidos y con disposición de todas las tallas demandadas.

“Si comparamos con otras experiencias, los resultados son positivos. Ya casi las vacaciones se acaban y todavía hay camisas y pantalones y con una variedad en el tallaje. Creo que se ha mejorado mucho en cuanto a la organización y la calidad del servicio”, comentó Bárbara Donis.

Por su parte, Danay González, señaló que el curso anterior por más que recorrió establecimientos comerciales y esperó que entraran las tallas solicitadas, al final tuvo que regresar a casa con una saya que no le servía a su niña. “En esta ocasión corrí con mejor suerte. Acabo de comprarle el uniforme, a su medida y sin pro­blema alguno; de hecho, estoy sorprendida”.

Sin embargo, al llegar a la unidad comercial Roxana, ubicada en La Habana Vieja, pudimos constatar que a veces las indicaciones y los estudios no son suficientes para garantizar que la comercialización se acerque a la demanda real.

“Ahora mismo hay un déficit con las camisas de primaria. Solo tenemos talla 4, que es demasiado pequeña, y en el caso de las blusas de secundaria las que quedan son grandes”, señaló el dependiente Jesús de Armas.

Por su parte, la administradora Asunción Gato confirmó que se han agotado algunas ta­llas como la 8 y 10 de bermuda para niños de pri­maria. Hace dos días hicimos la solicitud a la provincia y entre hoy y mañana (26 y 27 de agosto) deben entrarnos esas mercancías.

“Para el curso 2017-2018 los resultados deben ser superiores y vamos a poder corregir las dificultades que se hayan presentado esta vez. Como ya tenemos la experiencia de una tienda vinculada a una escuela, sabremos me­jor la matrícula docente y el grado que van al­canzando los alumnos, y por ahí sacamos la demanda”, afirmó Asunción.

Durante el recorrido también pudimos cons­tatar que en la tienda La Americana, en Centro Habana, existían algunas insatisfacciones.

“Para mí lo único que ha cambiado es que ya no se hacen esas colas kilométricas. Lo digo porque a principios de agosto vine y solo pude comprar la bermuda al niño porque no había camisas en el almacén, o al menos eso fue lo que me dijeron. Hoy (26 de agosto), después de casi 15 días, vuelvo y sí hay, pero solo quedan las tallas 4, 6 y 18, y yo que necesito una 8 o 10 tengo que irme sin haber resuelto mi necesidad”, refirió Marinolis Domínguez, vecina de la zona.

También hay otra realidad, como este problema que viene rodando hace años, ya mu­chos padres optan por mandar a hacer el uniforme con un particular, pero eso no debería ser, porque la camisa por ejemplo te cuesta 50 pesos en la calle, cuestionó Domínguez.

Y precisamente uno de los “hilos sueltos” que aún arrastra el proceso de comercialización del uniforme es que al vincular una escuela a un determinado establecimiento, hay que velar entonces por las distribuciones y redistribuciones de completamiento de tallas y prendas, y que las partes implicadas conozcan la importancia de informar debidamente el comportamiento de las ventas.

Respecto a esta situación, Yosniel Roche, sub­director comercial de la Empresa de Co­mer­cio en La Habana, explicó que para monitorear las rupturas en los inventarios, se habilitó en la provincia un puesto de mando diario, en el cual debe reportarse la no presencia de uniformes en cada municipio y tienda. “Los administradores tienen la responsabilidad de emitirnos in­mediatamente el déficit y nosotros, de hacer transferencias internas de una tienda a otra para que el cliente no se vea afectado”.

Se ha dado un gran paso de avance, pero sa­bemos que no todo es perfecto y que lo relativo a las tallas, aun con todos los ajustes a la de­man­da, sigue incidiendo negativamente, re­co­noció por su parte Yosvany Pupo. “La diferencia es que hemos tratado de darle una respuesta eficiente y rápida al problema”.

En el caso de la capital, señaló, tenemos de­finidas tiendas pilotos para favorecer a la pobla­ción que no haya podido adquirir la prenda o talla que necesita en su lugar de residencia. Ade­más, una vez comience el curso escolar, vamos a ir a las aulas y comprobar aquellas si­tuaciones puntuales que pudieron haberse dado.

Acerca de la posibilidad de liberar la venta del uniforme a la población a un precio no subsidiado, Pupo destacó que si bien la pesquisa del Cidci evidenció que la mayoría de las familias prefieren tener como promedio cinco piezas superiores y cuatro o tres inferiores, todavía no hay nada decidido al respecto y la opción deberá seguir estudiándose.

Quizá podría ser esta una alternativa viable para mitigar los sinsabores que aún deja el tema de los uniformes en la memoria colectiva de la sociedad. No obstante, más allá de las es­pe­cu­laciones, no se puede desestimar que lo em­prendido en este curso da vuelta a la página de incongruencias organizativas y gestiones deficientes. Con pronósticos esperanzadores, esperemos que las medidas de control e indi­caciones comerciales sigan perfeccionándose so­bre la marcha, y que las colas, la espera y las in­sa­tis­facciones se conviertan solo en un mal re­cuerdo.

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