Guillermo L. Andrés Alpízar - La Joven Cuba.- El salario, una vez más. Es una variable relevante para la macroeconomía y para el bolsillo de los trabajadores. Por allí pasa el consumo, la calidad de vida, la posición del individuo en la sociedad, el desarrollo del ser humano. El salario influye en definir lo que somos y cómo percibimos el entorno que nos rodea. Moldea el comportamiento y el dinamismo de la economía. Es algo sencillamente importante.


Sin embargo, en Cuba el salario como norma es bajo, aunque vaya creciendo en porcentajes considerables los últimos años. Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, en 2015 ascendió a 687 pesos mensuales como promedio, lo cual, a la tasa de cambio de CADECA implica 27,48 CUC. Eso significa disponer de menos de 0,90 centavos de dólar por día, suficiente para que el Banco Mundial declare en la pobreza extrema a la mayor parte de los trabajadores cubanos. Pero no es así.

Nuestro pueblo dispone de los mecanismos para que el nivel de ingreso sea suficiente para una alimentación básica, y los ciudadanos no tienen que preocuparse por pagar su educación o la asistencia de salud. Esos beneficios, por sí mismos contribuyen a expandir enormemente la capacidad de ingreso individual, elevando el nivel de consumo hasta cifras que permiten etiquetar a la Isla como un país de desarrollo humano alto.

Esto no significa que el salario no siga siendo una preocupación cotidiana para muchas familias en Cuba. La economía de subsistencia, con una buena provisión de servicios sociales, si bien pudo ser aceptable en cierto período histórico, cada vez va siendo menos funcional. El desarrollo tecnológico ha ido imponiendo el surgimiento de nuevas necesidades, y la satisfacción de las mismas no puede posponerse de forma ilimitada.

Por esta causa, muchos optan por dejar su tierra natal, buscando asentarse en países con mayor nivel de desarrollo donde, aunque no tengan similares niveles de protección social, puedan disfrutar de los beneficios de una más alta remuneración por su trabajo.

Otros, sin cambiar de país, buscan las actividades mejor pagadas, aunque estas no impliquen necesariamente la plena utilización de los conocimientos profesionales que recibieron. Así, es posible encontrarse con un ingeniero sirviendo bebidas en un bar, o con un abogado vendiendo frituras en el puesto de la esquina de su casa. A esta distribución del salario sin conexión con el nivel de calificación formal se le ha llamado “pirámide laboral invertida”.

Muchos de quienes se quedan en sus puestos de trabajo, principalmente en actividades presupuestadas, carecen de los incentivos para ser más productivos. No les importa mejorar su desempeño, pues saben que a fin de mes el cobro será el mismo. Esto obliga no pocas veces a mantener contratado a dos, o quizás tres personas para actividades que bien pudiera desempeñar una sola, inflando las plantillas laborales excesivamente.

En contraste, ciertos segmentos poblacionales que tienen acceso a divisas internacionales (porque reciben remesas, trabajan para el turismo, ofrecen servicios profesionales en el extranjero, etc.) pueden mostrar niveles de vida muy superiores. Esto conduce a elevados niveles de desigualdad que -si bien no es la típica dicotomía millonario-indigente tan común en otros países latinoamericanos-, provoca malestar y desánimo en la población.

El carácter de economía pequeña, altamente dependiente de las relaciones económicas externas y bloqueada que tiene la isla, contribuye a empeorar la situación haciendo más difícil manejar la variable salario.

Simplificando la explicación, en una economía cerrada se consume aquello que se produce, por lo que si un trabajador recibe un salario bajo, ese costo de la fuerza de trabajo permitirá tener un precio igualmente bajo y se podrán adquirir los bienes que se producen.

En contraste, Cuba no tiene las condiciones tecnológicas de producir la mayor parte de lo que demanda el consumo interno, por muy austero que este sea. Es por ello que necesita importar bienes y servicios, con lo cual una parte de los precios en la economía, son precios extranjeros. Estos precios formados externamente, contribuyen a generar una brecha entre los bienes ofertados en el mercado doméstico o mundial (por ejemplo, refrigeradores o computadoras) y las posibilidades del trabajador cubano para adquirirlos.

Por esta razón, a diferencia de lo que ha ocurrido durante muchos años, la política salarial en Cuba no puede “desconectarse” del nivel de salarios en el resto del mundo. Hacerlo implica la exclusión de muchos trabajadores del acceso a bienes y servicios que hoy por hoy son normales en cualquier otro país.

Mantener la brecha tiene además un alto costo económico, dado que una restricción tan importante en el nivel salarial se ve reflejada en la demanda agregada, por lo que el país renuncia a que esta sea una fuente de crecimiento económico, pasando a depender del componente demanda externa, las inversiones o el consumo del gobierno.

Diciendo lo anterior con otras palabras, si los trabajadores cubanos no reciben un salario que converja de forma creciente con los estándares internacionales, las empresas cubanas que les ofertan bienes y servicios renuncian a uno de los motores impulsores de la demanda interna que más puede contribuir a la expansión de la esfera productiva.

Por otro lado, el estancamiento del salario no se puede seguir justificando en términos de la inflación. Es cierto que en los años 90 el país experimentó un incremento extraordinario en sus precios, lo cual deja una huella indeleble en la memoria del pueblo y de los formuladores de la política económica. Aún no se puede olvidar aquellos días en los que una libra de arroz se conseguía por 60 pesos y se introdujo aquella “creación” que fue el CUC. Pero esto no implica que se deje de hacer hoy, cuanto se pueda, por incrementar los ingresos de los trabajadores, no solo de los que producen directamente bienes y servicios, sino de todos los trabajadores del país, y en especial de sectores estratégicos como la educación y la ciencia.

Además, frente a la inflación se genera un discurso contradictorio. Por una parte, esta se toma muy en cuenta para evitar “excesivos” incrementos de salario, pero no para evitar que se produzca una disminución del salario real. Recordemos que cuando el salario nominal no crece al mismo ritmo que la tasa de inflación, entonces hay una disminución del salario real a lo largo del tiempo.

¿Solución? La evidencia histórica ha dejado claro que la solución nunca será utilizar mecanismos administrativos para expandir la capacidad de compra, como los topes de precios, pues introduce distorsiones en el mercado que desestimulan la producción y desvían los recursos disponibles hacia la especulación con el precio, formando un mercado negro que para nada beneficia al país.

Sí resultan válidos los mecanismos económicos que vinculan el incremento de la productividad al incremento del salario, pero prestando el debido cuidado a los círculos viciosos que se forman cuando ambos permanecen estancados. En estos casos, es mejor utilizar estímulos salariales para cambiar la trayectoria vigente, antes que sentarse a esperar a que por arte de magia se incremente la productividad para que los trabajadores puedan ganar más.

En el caso del sector presupuestado, que no genera ingresos, es importante comenzar a concebir un mecanismo que permita reflejar en su salario una parte de los incrementos de la productividad del trabajo que se den en el sector productivo, de forma automática y directa, sin que tengan que mediar decisiones burocráticas en el proceso. Empleando nuevamente datos de la ONEI, si entre 2014 y 2015 el salario medio se incrementó 103 pesos, ¿qué impide que una parte de ese aumento llegue a estas “actividades no productivas” que tan importante son para el país?

La inversión extranjera directa (IED), con su aporte de nuevas tecnologías y capital, y en la mayor parte de las veces con acceso a mercados de exportación, es una las fuentes disponibles para crear condiciones para un incremento del salario. No obstante, siempre hay que tomar en consideración que la IED sigue su propia lógica, y que en consecuencia resulta muy difícil integrarla a la concepción estratégica de desarrollo de la nación.

Sin las políticas adecuadas, la IED puede promover aún más la desigualdad salarial dentro del país, por lo que resulta necesario disponer del marco regulatorio proactivo, donde se incluya la posibilidad de ofrecer salarios internos competitivos que eviten un desplazamiento hacia estas empresas con capital foráneo de los trabajadores más capacitados, “descapitalizando” de sus recursos humanos a otras esferas económicas del país.

Cuba hoy puede exponer que, a diferencia de la mayor parte de los países del mundo, sus trabajadores y trabajadoras reciben un salario igual por igual trabajo. Que puede pagar poco, pero nadie muere de hambre. Que los servicios sociales son un derecho para el pueblo. Esas son conquistas alcanzada que a veces, en la vorágine cotidiana no se valoran lo suficiente. Pero ya no se trata solo de eso. Como nunca antes es relevante que ese salario tenga la capacidad para satisfacer las necesidades de todo el pueblo. He ahí la necesaria, impostergable e ineludible próxima gran batalla económica que debe enfrentar la nación.

Sobre el autor:

Guillermo L. Andrés Alpízar (Matanzas, 1985): Investigador del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial y Profesor Adjunto de la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana. Doctorante en Ciencias Económicas, especialidad en Economía Política por la Universidad de La Habana. Cursó la Maestría en Economía, Gestión y Políticas de Innovación en la Universidad Autónoma Metropolitana, México y es Licenciado en Economía por la Universidad de Matanzas.

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