La educación cívica es la piedra fundamental sobre la cual ha de edificarse el sentimiento nacional si bien este es para nosotros lo que definió el Apóstol José Martí en palabras inolvidables como “Patria es humanidad”. Estuvo presente como firme declaración de principios en el manifiesto de Carlos Manuel de Céspedes leído ante los alzados el 10 de octubre de 1868 en su ingenio Damajagua: “Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos.”


Cuba, prendida del alma

Eusebio Leal - Cubadebate.-

“Cuánta vida preciosa,
cuántas generaciones;
qué juventud, deseosa
como tú, se perdió.”
Pablo Milanés

Dedicado a la Dra. Graziella Pogolotti

La educación cívica es la piedra fundamental sobre la cual ha de edificarse el sentimiento nacional si bien este es para nosotros lo que definió el Apóstol José Martí en palabras inolvidables como “Patria es humanidad”. Estuvo presente como firme declaración de principios en el manifiesto de Carlos Manuel de Céspedes leído ante los alzados el 10 de octubre de 1868 en su ingenio Damajagua: “Cuba aspira a ser una nación grande y civilizada, para tender un brazo amigo y un corazón fraternal a todos los demás pueblos.”

Hemos sido testigos excepcionales de cómo esta apasionante exhortación se ha cumplido dondequiera que un maestro cubano enseñe sentimientos y letras; en cualquier latitud del mundo en que un médico nuestro salve una vida en peligro o ayude a dar a luz un niño lo cual ha de ser siempre un acontecimiento esperanzador; dondequiera que un soldado de la patria haya contribuido a consolidar una independencia sin reclamar a cambio ni un grano de arena.

Recuerdo cómo aprendimos a cantar el himno en los actos escolares, cómo observábamos con candorosa devoción el paso de la bandera de la estrella solitaria para ser colocada junto al busto de Martí y el orgullo de recibir como premio a la aplicación, a la puntualidad y la consagración a los deberes, el más bello de todos los diplomas: el beso de la Patria.

No muy tarde comprendimos que el país era un territorio singularmente bello con árboles y criaturas diferentes a las que existían en otros parajes. Las islas del archipiélago que habitamos las fuimos reconociendo en las lecciones de Geografía, y en las de Historia nos fue poseyendo la noción de Patria al escuchar los apasionados versos de José María Heredia, quien como le sucedió a José Martí “…acaso despertó en mi alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad…”. Y de la Literatura se nos prendió en el alma ese doloroso sentimiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda al partir de su tierra natal:

¡Hermosa Cuba! tu brillante cielo,
la noche cubre con su opaco velo
como cubre el dolor mi triste frente(…)
¡Adiós, patria feliz!, ¡Edén querido!
Doquier que el hado en su furor me impela
tu dulce nombre halagará mi oído(…)

La nación fue el anhelo de nuestros antepasados cuando éramos un apéndice colonial de España y soñaban febriles legisladores criollos con una República fundada sobre los cimientos de un estado de derecho que José Martí concibió “con todos y para el bien de todos”. Y ese concepto de totalidad no es mecánicamente abarcador, más bien percibe su esencia como un concentrado de valores de los que se alcanza, a lo largo de la vida, conciencia plena.

En medio de una nebulosa de aspiraciones, de reveses y fracasadas expectativas se elaboraron los planes para que los cubanos encontraran su propio camino en el seno de identidades disímiles, quiere decir, insertarnos en la América unida desde la diversidad, tal y como la idearon los precursores.

Al crear el himno nacional para los que debían transformarse de conspiradores en libertadores, Pedro Figueredo tomó los acordes de La Marsellesa e introdujo en sus magníficos registros los destellos de la melodía que en días de inolvidable gloria se convertiría en el Himno Nacional de Cuba. Al escucharlo el ejército mambí detenía los ímpetus de la marcha y ganaban inspiración para la carga temeraria frente a un adversario tenaz y valeroso.

De ese debate nacería la legitimidad de nuestro ser nacional. Sólo a las Fuerzas Armadas les estuvo y está permitido saludar al himno con la cabeza cubierta porque en sus distintivos y atributos está bordado el Escudo de Armas de la República.

Al interpretarse La Bayamesa nos ponemos de pie. Se interrumpe el paso en cualquier circunstancia cuando sus acordes colman el espacio y adquiere la mayor dimensión en el instante de saludar al alba o al poniente del sol, el acto de izar o arrear la bandera.

He aquí los valores. Esta es la piedra fundamental a la que me refería. Sobre arena movediza lo que construyamos se derrumbará. El culto ha de ser perpetuo y si al final del largo camino se tambalea o vacila la convicción, sobre lo alto de un reducto los manes de tantas víctimas inmoladas levantarán sobre el paisaje incomparable de Cuba, nuestra bandera.

Eusebio Leal Spengler
Historiador de la Ciudad de La Habana

Eusebio Leal Spengler: Un hombre excepcional

Alina M. Lotti - CubaSí.- Fiel depositario de las ideas de Emilio Roig de Leuchsenring*, Eusebio Leal Spengler ha dejado para la historia de Cuba una obra sin precedentes como lo ha sido la restauración de La Habana colonial.

A él le debemos todos los cubanos, porque su visión de hombre culto e inteligente, le permitió avizorar —quizás como ningún otro— la importancia de rescatar una ciudad construida por emigrantes y criollos, rodeada de mar, de vitrales y columnas, de adoquines y maderas preciosas. Una ciudad que no debía morir al paso del tiempo y el olvido.

Así y siguiendo los pasos de su antecesor, de quien se nombra  discípulo, Leal ha encauzado cientos de proyectos, no solo dirigidos a preservar las luces y las sombras de una ciudad —que hoy lo reverencia—  sino a conservar en cada lugar lo más genuino.

El llamado Centro Histórico o La Habana Vieja —como decimos casi todos los que vivimos en esta urbe— vive al compás de su gente, vibra con las sábanas blancas en los balcones (según el cantar de Gerardo Alfonso), y se enriquece cada día con la sabiduría popular.

En sus calles y plazas adoquinadas conviven armoniosamente lo antiguo con lo moderno, lo culto con lo popular, lo foráneo con lo del patio.

Eusebio no concibió una ciudad museo, de sitios maravillosos alejados de la cotidianidad, sino propició que lugareños y visitantes compartieran el quehacer diario de una manera sencilla y transparente. Así se entrelaza la vida de comercios y bares, escuelas y hostales, galerías y plazas.

Eusebio ha sido, sin dudas, un hombre de y para estos tiempos; un compatriota de gran alcance, un cubano digno, de palabra fina,  caminar apresurado y elocuencia sorprendente.

Alejado del ámbito público por motivos de salud,  unas semanas atrás en el Pabellón Cuba en el espacio Encuentro con… aseguró a propósito de su distanciamiento que “regresar fue necesario entonces, sobre todo cuando uno tiene responsabilidades y está acostumbrado a llevarlas al detalle: la lámpara que quedó encendida a las doce del día, el árbol que agoniza, la piedra que no se puso, todo eso es para mí una motivación diaria”.

A la innumerable lista de títulos y condecoraciones recibidas dentro y fuera de Cuba, este martes la Universidad de La Habana le otorgará el título de Honoris Causa en Humanidades. Distinción que seguramente llevará muy hondo por lo que significa esta casi tricentenaria casa de altos estudios.

No obstante la satisfacción por un reconocimiento de tal magnitud, ya él tiene ganado el mayor de todos: el amor y el respeto de su pueblo. ¡Eusebio es único!

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