Rodolfo Romero Reyes - Cubadebate.- Después de degustar el excelente prólogo de Juan Nicolás Padrón, la mesa quedó servida para empezar la lectura del libro: Cuba: ¿fin de la Historia?, que el destacado historiador Ernesto Limia nos regala de manos de la editorial Ocean Sur.


Como el público no podrá acceder a esta obra hasta el próximo 22 de octubre —cuando a las 11:00 a.m. en la Sala Villena de la Uneac el ministro de Cultura Abel Prieto realizará la presentación oficial—, decidí, en complicidad con el autor, entrevistarlo para los lectores de Cubadebate. Algunas de sus respuestas son ampliadas en el libro; otras, constituyen nuevos puntos de partida para un debate que tampoco, como la Historia, llega a su fin.

-¿Por qué empezar con la obra y el pensamiento de Félix Varela?

Fue José Antonio Aponte y Ulabarra, en 1812, el precursor de la independencia nacional; pero en Cuba: ¿fin de la Historia? intento reflejar cómo la cultura y la educación contribuyeron a forjar a los hombres que conducirían nuestra lucha de liberación. Félix Varela constituye el punto de partida de un movimiento que puso a la cultura —en su significado más abarcador— en el centro de la contienda política. Varela comenzó en las filas del reformismo y en la confrontación contra el régimen español evolucionó hacia el independentismo, lo que tuvo gran influencia en los hombres del 68. Para la mayor parte de las actuales generaciones su nombre es conocido, pero su obra no. Quisiera que la mirada de este breve texto contribuyera, al menos con un granito de arena, a generar conciencia de lo valioso y aportador que resulta estudiarlo. Un encomiable esfuerzo encabezado por el Dr. Eduardo Torres-Cuevas y la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana concluyó con la publicación en tres volúmenes de sus Obras; por tanto, está en las manos de todos hacerlo.

-¿Cuán difícil resulta sintetizar los aspectos esenciales de un período histórico sin sucumbir a la tentación —intrínseca en algunos historiadores— de recrear sucesos que pudieran resultar atractivos, como la reunión de La Mejorana o los conflictos internos del Ejército Libertador, por solo citar dos ejemplos?

Acerca de la reunión en La Mejorana y los conflictos en el seno del Ejército Libertador, entre otros temas, profundicé en Cuba Libre: la utopía secuestrada. Allí ahondo en una tesis presentada en La revolución pospuesta por el ya fallecido historiador Ramón de Armas: la burguesía que se apoderó del mando insurrecto se encargó de descarrilar la revolución con justicia social soñada por Martí, Maceo y Gómez. Me detuve en las razones para torcer el camino y en cómo la convocatoria martiana para que los autonomistas se incorporaran a la guerra, de alguna manera lo condicionó, cuando ya el Apóstol ―ni más adelante Maceo― estuvo para preservar los intereses de las masas humildes entre una intelectualidad perteneciente a los estratos medios y altos de la sociedad cubana, que consiguió imponer su ascendente en las decisiones fundamentales de las instituciones mambisas.

En Cuba: ¿fin de la Historia? el tema es otro, y no consideré necesario volver sobre lo mismo. Aquí trato de destacar el papel esencial de la cultura y la educación para enfrentar la guerra contra el capitalismo neoliberal y contra quienes sueñan someternos a los designios de nuestros incansables vecinos, que —como decían nuestros mayores— no paran de fastidiar.

-Se nota en Cuba entre tres imperios: perla, llave y antemural y Cuba Libre: la utopía secuestrada, como en este libro, la necesidad de, no solo contar los sucesos históricos más relevantes, sino de explicar exhaustivamente qué ocurría en otros escenarios geopolíticos y cómo guarda estrecha relación con los acontecimientos narrados. ¿Por qué ese perenne ejercicio de contextualización?

Mucho daño hacen el análisis histórico y la enseñanza que se concentran en el universo cerrado de Cuba, propensos a desarrollar una mentalidad de aldeanos. ¿Cómo entender lo ocurrido en cada momento si no sabemos qué factores externos influyeron, sobre todo si tenemos en cuenta que, por razones de diversa índole, esta pequeña isla siempre estuvo —y está— en el centro del tablero geopolítico de las potencias imperiales? Ello permite que todavía algunos historiadores y maestros intenten hacernos creer que Francisco de Arango y Parreño y sus contemporáneos no tenían más opción que el esclavismo, cuando ya el movimiento internacional y regional abolicionista cobraba gran fuerza.

-La historia continúa hasta la actualidad y se imponen nuevos desafíos. Se equivocaron los que creyeron en la irreversibilidad del capitalismo neoliberal, y también quienes alegaron que la crisis del sistema soviético significaba, inevitablemente, la del marxismo. ¿Qué premisas considera esenciales para los movimientos marxistas, socialistas o de izquierda que enfrentan hoy a ese modelo neoliberal?

Independencia, libertad y justicia social, tres premisas indispensables para preservar la unidad que nos legaron Fidel y Raúl, para quienes el ser humano ha estado siempre en el centro de la obra. No olvidar que nos emancipamos para nunca más volver a ser esclavos; no obstante, tener conciencia de ello pasa por edificarnos desde el conocimiento y la sensibilidad. La vocación por los pobres de la tierra es la médula, y también la participación popular en las principales decisiones, esencia de la democracia socialista, que es el único camino que nos hará conservar la soberanía. Ser historiador te permite saber que nada es irreversible, aunque para muchos pudo resultar sorprendente la alerta de Fidel en la Universidad de La Habana, en 2005, cuando advirtió que los yanquis no podrían destruirnos, pero nosotros mismos sí.

Frente a la presión neoliberal, pueden despeñarnos la corrupción, el individualismo y la desidia. Una generación no comprometida puede echar abajo la obra de sus padres y abuelos; de hecho, una nueva ola reaccionaria amenaza con inundar nuestro continente, que está extraordinariamente polarizado. Quien quede en un punto neutral, estará tributando de alguna manera a lo que necesita la reacción para alcanzar sus propósitos. ¿Podremos mantener a América Latina como continente de paz? ¿Seremos capaces de impedir que el neoliberalismo arrase las conquistas sociales del socialismo del siglo xxi? ¿Desarrollaremos la Revolución Cubana en las más adversas condiciones cuando ya no tengamos al liderazgo histórico en la conducción de la nación?

Estoy convencido de que sí podemos, está en nuestras manos conseguirlo y los yanquis no tienen capacidad para doblegarnos; sin embargo, a pesar de nuestra fe inquebrantable en la victoria, debemos afrontar los desafíos sin triunfalismos, que a lo único que conducen es a desmovilizarnos. Se impone, cada amanecer, hacernos un examen de conciencia como individuos y como nación, desarrollar la capacidad de sentir vergüenza frente a las críticas y no actuar como si fuéramos infalibles y ver a un enemigo en quienes nos quieren mostrar que nos hemos equivocado. En especial, recordar a Martí cuando en 1884, con apenas 31 años de edad, les dejo claro a Gómez y a Maceo: “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.

-En los caminos que anteceden a la guerra necesaria, usted hace énfasis en la obra de Martí y también en el peligro que representaba Estados Unidos para la independencia de Cuba, en particular, y de América Latina, en general. ¿Cuán vigentes están el pensamiento martiano y los peligros imperialistas para la Latinoamérica de hoy?

Nada ha cambiado en el imaginario del establishment de Estados Unidos, que considera a nuestro continente su traspatio. Una parte importante de la izquierda continental lo creyó derrotado y se confió; error imperdonable que estamos pagando: en medio de los efectos devastadores de la grave crisis económica internacional cayeron Brasil y Argentina. Y van por más. ¿Se lo permitiremos? Hay que combatir todos los días y hay que construir la unidad.

Cuba no está exenta de este llamado. Debemos batallar sin descanso contra una tecnocracia que crece y nos amenaza con su actuar inconsecuente y falta de sensibilidad; urge enfrentar un mal que prolifera como la mala hierba: la arrogancia. No olvidemos que el nuestro es un pueblo rebelde, que desde el Grito de Yara entregó en prenda a la libertad la vida de decenas de miles de sus hijos. A los cubanos solo se les puede gobernar mediante el ejemplo personal y el compromiso. Nuestra gente ya nunca renunciará a Fidel y Raúl como paradigmas; el consenso que nos trajo hasta aquí se cimentó mediante su intercambio permanente con el pueblo, con la transparencia y lealtad de quien se sabe amado.

-Conectar a cubanas y cubanos desde los sentimientos resulta siempre empeño fértil y necesario. Nadie dice que será fácil en una «pirámide» que, como usted comenta, «no hemos conseguido enderezar». En un escenario matizado por «una confrontación abierta de ideas, que opera en el campo de la lucha ideológica», ¿cuáles serían las claridades que nos pueden servir de asideros?

Pido que lean el último artículo de Cuba: ¿fin de la Historia? Lo escribí con el corazón y la razón. Pertenezco a una generación que tuvo el privilegio de luchar al lado de quienes hicieron la Revolución. Formamos parte de esa épica, con la que estamos comprometidos, y vivimos en la mayor pobreza durante los duros años de la década de 1990, sin que por nuestra mente pasara ni por un instante la idea de claudicar. Nunca nos desalentamos. Nuestro espíritu se templó en las mayores adversidades; pero ahora nos toca participar en la formación de nuestros hijos, sembrar conciencia sobre su responsabilidad con nuestra memoria histórica e inculcarles los valores que hacen superior al socialismo. ¿Cómo lograrlo? Con argumentos, inteligencia y pasión. De ese compromiso nace el liderazgo, indispensable para convocar a un pueblo a travesar las mayores dificultades y seguir adelante por la construcción del mundo mejor al que aspiramos. Ese es el principal desafío; también es nuestro compromiso con la patria.

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