Omar Valiño – (Foto: Éxtasis, Teatro Buendía: Abel Carmenate) - La Jiribilla.- A mí me gustó este Festival de Camagüey. No tengo otra expresión más sencilla y abarcadora, por superficial que parezca. Rubén Darío Salazar y yo nos lo decíamos en sus últimas jornadas. Él, por supuesto, lo escribió y publicó primero.


Amenazas que se proyectaron sobre el evento contribuyeron a apretar el diálogo, centrado en los recuperados Encuentros con la Crítica, toda una distinción y núcleo del segmento teórico de nuestro Festival Nacional de Teatro. Nutridos encuentros y foros nos enseñaron a dialogar entre disensos, sin que nadie enarcara una ceja. Parece que estamos aprendiendo.

Un festival tiene el sentido de atrapar, en un tiempo y espacio dados, una urdimbre y no aisladas células de ese tejido. Fue entonces visible, más visible que nunca, un nuevo rostro. Ya asentado, ya completo. Construido de disímiles trazos. Con la perspectiva del tiempo, son otros los grupos dominantes, otros los nombres, otros los maestros, otros los recién llegados y los aprendices ¡Ese es el teatro que debemos salvar!

Su dedicatoria a los 40 años del Instituto Superior de Arte y los 30 años de la Asociación Hermanos Saíz, que agrupa a jóvenes creadores, fue intrínseca a ese nuevo rostro que se perfila hoy.

Ese teatro, en su mejor franja, habla de Cuba, de su realidad y lo real, de nuestros conflictos, memoria, dolores, anhelos. Y lo hace abierto a distintos lenguajes —renovados, universales y cubanos—, con la conciencia de que, en su autenticidad, todos pueden ser válidos y eficaces ante el ágora social. Es político. Ayuda a Cuba porque la interpreta y la devuelve con una intensidad ideológica y política, que no consiguen otras estrategias. Compromete, de una manera compleja y a veces dolorosa, con esta nación y su destino.

Otra vuelta a Camagüey comprueba cómo la Cuba de la Revolución ha sido un país benefactor del teatro, amén de errores y contratiempos. Si muchos no lo aprovechan, es su problema, y la institución rectora ha de tomar cartas en el asunto de una vez.

Pero el Festival Nacional de Teatro de Camagüey es el privilegio, nunca perfecto, del rostro que habita nuestras tablas.

 

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