Arnaldo Vargas Castro – Visión desde Cuba.- Ciertamente han sido obligadas personas de todas las edades, de ciudades, poblados y comunidades rurales, a rendir homenaje póstumo al Comandante de las Ideas, Fidel Castro Ruz.


Gente de pueblo, obligada por las ideas, el compromiso con la patria martiana y fidelista; por un amor inmenso al líder que asaltó el Moncada, viajó en el yate Granma, fue a la Sierra Maestra con pocos hombres y fusiles, para derrocar a un ejército superior en efectivos, adiestrado y armado por el mayor de los imperios.

El hombre que extendió la guerra hasta el llano con el naciente Ejército Rebelde, seguidor del Ejército Libertador (Mambí), para – en cuestión de dos años y 30 días – derrocar al tirano.

Un Fidel inmenso que puso fin a 43 años criminales dictaduras pro imperialistas, que acabaron con la derrota de la del sanguinario “presidente” Fulgencio Batista.

El mismo líder que ideó la Campaña de Alfabetización, que comandó la defensa de la patria agredida por Playa Girón; el que se creció ante la Crísis de Octubre; el que venció a los huracanes preparando a su pueblo para prevenirlos y evitar la pérdida de vidas humanas; el Fidel que superó el dificil período del derrumbe del campo socialista y cuando la OEA nos dejó solos; el Fidel solidario con diversos países que lucharon por su independencia, contra el analfabetismo y las muertes por enfermedades curables e incluso, contra el ébola.

Claro que los cubanos están obligados a despedir a Fidel y también se han sentido muy obligados presidentes, primeros ministros, diplomáticos, profesionales, artistas, personalidades y pueblos de los cinco continentes, que no permanecen ajenos al ejemplo que irradia Cuba y al liderazgo de Fidel, cuyo pensamiento diverso, comprometido y futurista, merece admiración y respeto, sin importar tipos de gobierno, credos religiosos, razas ni posición económica.

Fidel es Fidel ¿Quién puede dudarlo? Y si alguien arremete contra su figura y pensamiento es porque no lo conoció, no lo interpretó o simplemente se hace el tonto con sonsera.

Sí, que se sepa, todo nuestro pueblo se sintió obligado a acompañar a Fidel desde su deceso hasta que sean colocadas sus cenizas en ese altar sagrado de la patria que es el Cementerio de Santa Ifigenia, para compartir espacio con José Martí, Carlos Manuel de Céspedes y otros héroes de la patria gradecida.

Y como el propio Comandante nos enseñó que, ante cualquier peligro, bajo una situación difícil y de posible aislamiento, cada cubano digno debe actuar como su propio Comandante en Jefe. Esa es la razón que justifica que en estos días hayamos escuchado por todas partes, a coro: Yo soy Fidel porque Fidel es Cuba.

Hasta Siempre Comandante y que Viva Cuba Socialista ¡Carajo!

 

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