teleSUR.- El presidente cubano Raúl Castro anunció que llevará la petición del líder revolucionario Fidel Castro a la Asamblea Nacional para que su última voluntad de que no se le ponga su nombre a ninguna calle o se erija un monumento en su memoria, se convierta en ley.


Nada en Cuba llevará el nombre de Fidel Castro

Federico Beltrán

Cumpliendo una voluntad expresa del ex gobernante cubano Fidel Castro Ruz, tras su deceso ninguna escuela, ni hospital ni obra pública llevará su nombre, informo Raúl en la ceremonia celebrada en Santiago de Cuba.

Del mismo modo, tampoco se erigirán monumentos en su honor.

Fidel Castro había hecho referencia a esto en repetidas ocasiones: que no deseaba que tras su deceso su figura se convirtiera en un objeto de culto.

Ya en el libro "Cien horas con Fidel", ante la pregunta del periodista francés Ignacio Ramonet de si le molestaba el culto hacia su personalidad, Fidel respondió:

"Mire, le voy a decir lo siguiente: yo, contrariamente a lo que algunos piensan, no aparezco mucho en público. No tengo costumbre de salir en el noticiero de televisión cada día, y pueden pasar hasta quince días
sin que aparezca en los periódicos.

(...)  Aquí no se le rinde culto a la noticia sobre el Jefe de Estado, nada de eso. Se escribe de manera bastante natural. Yo diría que los medios hablan de mí con respeto, pero con familiaridad. Nadie me ve como una figura encaramada en el Olimpo.

(...) Por naturaleza, soy hostil a todo lo que pueda parecer un culto a la persona, y usted puede constatar, ya se lo he dicho, que en este país no hay una sola escuela, fábrica, hospital o edificio que lleve mi nombre. Ni hay estatuas, ni prácticamente retratos míos. Aquí no hacemos retratos oficiales. Es posible que, en alguna oficina, alguien haya puesto una foto mía, pero es una iniciativa personal y en ningún caso esa foto es un retrato oficial. Aquí ningún organismo del Estado gasta dinero y pierde tiempo realizando y repartiendo fotos oficiales mías o de cualquier dirigente. Eso, en nuestro país, no existe.

(...) Tengo muchos conflictos con mi gente porque todo eso no me gusta. Porque a mí, afortunadamente, la gente me llama Fidel, Y soy el primero en estimular el espíritu crítico. Los que me conocen y conocen mis discursos y mis ideas, saben que soy muy crítico, muy autocrítico con eso, y que he combatido con intransigencia toda manifestación del culto a la personalidad o del endiosamiento."

La última voluntad de Fidel

Arleen Rodríguez Derivet - Cubadebate

Lo dijo Raúl ante la multitud reunida en la Plaza Antonio Maceo de Santiago de Cuba que siguió sus palabras en absoluto silencio. Hasta las últimas horas de vida, Fidel insistió en que una vez fallecido, no se le erijan monumentos, bustos, ni estatuas; que no se nombren plazas, calles, instituciones o edificios públicos en su memoria.

Si no lo hubiera dicho el General Presidente que antes y siempre ha sido el hermano leal y su primer soldado, seguramente la multitud habría gritado: ¡No¡ Pero fue él y en su voz, enronquecida y quebrada a ratos, la voluntad expresa del que lo dio todo de sí y solo deja un mandato.

Para que esa voluntad prevalezca, Raúl anunció que presentará las propuestas legislativas que correspondan ante la próxima sesión de la Asamblea Nacional, la primera sin su líder fundador.

Otra vez, como tantas a lo largo de su fértil y deslumbrante vida, con su última voluntad, Fidel desconcierta a sus adversarios y desafía a sus seguidores. Los primeros, los innombrables, los que nunca tendrán que dar esa orden porque no habrá quien les piense un homenaje, vaticinaron que en Cuba habría funerales y monumentos descomunales, un cadáver embalsamado y una legión de militantes obligados a llorar.

Pero el cuerpo de Fidel se volvió cenizas; el duelo, silencio nacional; las honras fúnebres, paso infinito del pueblo ante su imagen guerrillera, igual en la Plaza de sus históricos discursos que en el más humilde de los bateyes campesinos. Y el impacto, tan diverso como respetable: desde la lágrima de un hombre rudo, hasta el sollozo de una adolescente; desde los cirios prendidos en las iglesias, hasta la canción que nos lleva “Cabalgando con Fidel” en las voces más bellas. Desde el brazalete y el rombo rojinegros que todos quieren lucir en el brazo o la solapa, hasta el Fuenteovejuna del siglo XXI que grita por todas partes: Yo soy Fidel.

El peregrinaje de los agradecidos empezó en el minuto inexacto en que el dolor empezó a aliviarse con la memoria del Fidel de cada uno. “Él estuvo en todas partes”, dice Ela, mirando los testimonios que pone la televisión. Ella fue cocinera del Blas Roca y una vez le frió y le acompañó a comer croquetas que él había traído para el contingente, pero se ha mudado tanto que perdió las fotos, que si no, también se iría a enseñarlas al Noticiero.

Ahora su sueño empieza a ser otro. Ir hasta ese sitio en Santa Ifigenia, cerca del mausoleo del Apóstol y de las tumbas de sus compañeros del Moncada y la lucha clandestina, a honrar las cenizas del hombre al que siente que le debe todo. Cierra los ojos con tristeza. Siente que por su edad, su salud y sus recursos, quizás no llegue a hacerlo. Pero de repente vuelve a sus recuerdos: Fidel comiendo junto a ella en las bandejas del campamento, Fidel tomando por los hombros al hijo de Ela, operario de una grúa, y diciéndole: “Estás fuerte muchacho…”, Fidel orientando la entrega de casas donde estuvieron los albergues y Ela viviendo en una de ellas. Las lágrimas ya no mojan la sonrisa. Sin saberlo, Ela está levantando su propio monumento a Fidel, sin una sola piedra.

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