Laura V. Mor - Foto: Héctor Planes Mesa, cobertura especial de Resumen Latinoamericano Cuba.- “Rebelde ayer, heroica hoy, hospitalaria siempre”. Así recibió Santiago de Cuba a Resumen Latinoamericano y al Comité Internacional Paz, Justicia y Dignidad a los Pueblos.


 

A 502 años desde la fundación de la Villa, Santiago de Cuba sigue teniendo mucha historia que contar. El Cuartel Moncada, convertido en Ciudad Escolar el 28 de enero de 1960, fue la segunda fortaleza militar del país. Ya en 1952, el Moncada había sido escenario de la oposición popular al golpe militar; pero fue la madrugada del 26 de julio de 1953, el suceso que marcaría la historia de Cuba y América Latina: jóvenes de la llamada “Generación del Centenario” dirigidos por Fidel Castro Ruz, siguiendo el ideario martiano de independencia y autodeterminación, asaltaban las instalaciones de los Cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes,  con el sueño de poner fin a la dictadura corrupta y sangrienta de Fulgencio Batista Zaldívar.

La represión sobre ellos fue brutal, ninguno se rindió, traicionó o delató a sus compañeros.   Muchos fueron brutalmente torturados y asesinados, entre ellos Abel Santamaría. Fidel, Raúl y un grupo de moncadistas, entre los que se encontraban dos mujeres: Haydee Santamaría y Melba Hernández, fueron apresados por varios años; ya en el exilio, los jóvenes dirigidos por Fidel se plantean el desembarco del Granma y la Ofensiva Final, aquella que daría al pueblo cubano su segunda y definitiva independencia el 1° de enero de 1959.

Una de las tantas historias que encierra el Moncada, llama poderosamente la atención: la del Cabo Zarria, que ha cambiado, queriéndolo o no, el rumbo de la historia cubana. Este militar, desobedeciendo las órdenes de Batista de asesinar a todos los asaltantes del Moncada y así sumarlos a la lista de los seis muertos en combate y los cincuenta y cinco asesinados tras fuertes torturas, le salvó la vida a Fidel. No una, sino dos veces: cuando lo encuentran en la montaña, arrestándolo y dando la orden a sus subordinados de mantenerlo con vida; y cuando en lugar de llevarlo a interrogar al Cuartel Moncada, lo dirige a la estación de policía y comunica a la prensa el hecho.

Para ese entonces, la opinión pública fuertemente manipulada en todo el proceso y engañada sobre la suerte de los guerrilleros con el objetivo de infundir desánimo, sabía que Fidel estaba vivo y seguiría luchando. Ese Cabo, que decidió no acatar una orden asesina, fue degradado y condenado a prisión.  Fidel, luego del triunfo revolucionario, lo busca y localiza, haciéndolo parte de su custodia personal.

Birán, en la provincia de Holguín, tierra natal de Fidel y Raúl, es otro lugar que emana historia. Así como en el Moncada comenzó el ascenso que culminaría con la victoria revolucionaria, en Birán comenzó el pensamiento revolucionario que daría lugar a aquella gesta heroica posterior.

Viendo el escenario social en la Cuba de aquel entonces, donde la división y desigualdad de clases era escandalosa, Fidel y Raúl notaron que algo no andaba bien en esa sociedad en la que estaban inmersos, que había que cambiar las cosas.

La casa natal de Fidel y Raúl está intacta. Al ingresar al predio, Antonio López Herrera nos recibe con la camaradería de quien recibe a los amigos.  Nos muestra la casa de Eurasia Feliú Ruiz, la maestra de la Escuela Rural Mixta N°15 de Birán y el pupitre donde, desde temprana edad, Fidel se sentaba para asistir a las clases como oyente.

Siguen intactas también las casas precarias de los haitianos, que trabajaban a destajo y donde Fidel niño se escabullía, evadiendo la mirada adulta, para jugar con sus hijos de igual a igual, como niños, que no saben de diferencias sociales ni de la discriminación del mundo capitalista.  Esos niños, le mostraron sin quererlo la injusticia y las necesidades que pasaba el pueblo; la vida de los trabajadores haitianos y sus hijos, sembraron en el pequeño Fidel, la semilla de la conciencia de ese hombre inmenso que se animó a cambiar Cuba y con ella al mundo.

Anécdotas y emociones abundaron esta tarde en Birán; como aquella de Lina Ruz González, la madre de Fidel y Raúl, cuando Urrutia traicionó a la Revolución y decidió recortar su foto de la tapa de Bohemia que tenía enmarcada en la pared y reemplazarla por la de Raúl, porque ningún traidor merecía estar al lado de sus hijos (y de Camilo y el Che, que también salían en la portada). Una madre especial, para hijos excepcionales.  O algún relato sobre Fidel, cuando fuera a casa de la que entonces era su novia, Mirta Díaz Balart, y ella le hiciera notar que llevaba puestos calcetines de diferentes colores el día que su padre le iba a presentar a una personalidad del mundo político, Fidel respondió: “eso es un detalle comparado con los problemas que tiene este país”. Ese es el auténtico Fidel, el mismo al que su padre, Ángel Castro Arguiz, envió a estudiar derecho para que algún día pudiese defender la propiedad de su tierra ante los embates de las corporaciones extranjeras asentadas alrededor y que, dando el ejemplo, fue al primero que le aplicó la Reforma Agraria una vez promulgada. Es ese Fidel por el cual tanto Lina como Ángel apoyaron en su lucha revolucionaria. Es ese Fidel, el Fidel de once millones de cubanos y cubanas y de miles de millones en el mundo que creemos que un mundo mejor es posible, y cada vez más necesario.

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