Nelson García Santos • Juventud Rebelde.- Todo suceso, por mucha información que se dé, origina los mil y un comentarios al margen de la realidad. Cada cual le pone un poquito de pimienta, algo netamente suyo, para al final crear su leyenda que propaga como verdad verdadera.


Irma tampoco fue la excepción en crear ese imaginario que parte, casi siempre, de un hecho real exagerado y colgándole adicionalmente infortunios que nunca ocurrieron.

Entre estos personajes, duchos a la hora de desvirtuar, está el que siempre tiene la última. Él es capaz de decir, por ejemplo, que el huracán destrozó completamente las comunidades costeras y el polo turístico del noreste, que hubo tantos muertos y heridos.

Cuando un sensato lo para con un «¿De dónde sacaste eso», tranquilamente, le responde en do mayor: «¡Compadre, de la radio!». Sí, porque estos propagadores de infundios utilizan la radio para tratar de legitimar las sandeces.

Tan peor como el acostumbrado a esos menesteres, resulta el quejoso de todo. Jamás reconoce nada bueno, siempre está a la caza de cualquier desliz «minuciano» para explayarse en críticas. O, simplemente, arremete porque hace más de ocho horas que azotó el ciclón y todavía está sin electricidad. O hace papillas del acueducto que lo tiene sin agua en la pila de su casa. En fin, su cerebro está en función de chivar y chivar.

Hermano de este último personaje, deviene el que disfraza su mensaje maligno con la cantaleta de «Señores, están exagerando los daños para justificar la demora que va a haber en todo». Cuando lo paran con el sabio «¿Usted no ha visto las fotos o la televisión?», se sacude para rematar: «Sí, bueno, pero son árboles desguazados, una casa aquí y allá, pequeñas inundaciones…». A este, casi siempre, lo despiden con un «No fastidies, ve con ese cuento a otro lado».

Entre uno de los más perniciosos se sitúa, por derecho propio, el superoptimista. Él tiene una agenda bien definida para difundir falsas esperanzas. Su muela, en esencia, va destinada a subrayar que, prácticamente, no pasó nada, que rápidamente van a resolverlo todo y, para afianzar su verborrea, baja el tono, para darle un matiz confidencial, antes de soltar: «Esto que les acabo de contar me lo dijo un amigo de la infancia que está allá arriba donde se “pica el pastel”».

Tampoco debemos alarmarnos por estos personajes que se toman muy a pecho dar su visión distorsionada de cualquier acontecimiento que, recalcada en pleno apogeo de los hechos, tiende a embrollar.

De ahí la razón de que no se les puede hacer el juego a esos mentecatos que, como papagayos, les hacen el coro y son su polea de transmisión.

 

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