CubaTV Noticiero de la Televisión Cubana.- Vicente Feliú cumplió este sábado 70 años y sus amigos lo festejaron junto con él en el Centro Hispanoamericano de Cultura.


Felicita presidente cubano a cantautor Vicente Feliú

PL/ CubaSí.- El presidente cubano, Raúl Castro, envió una felicitación y un presente al cantautor Vicente Feliú por su cumpleaños 70, reportaron hoy medios locales.

Feliú también recibió reconocimientos de instituciones y artistas de nuestro país, tales como el Premio Noel Nicola por la impronta de su obra en los pueblos iberoamericanos.

Un reporte de la televisión precisó que el trovador cubano fue homenajeado por quienes le acompañaron desde sus inicios, como el pianista Frank Fernández y el cantautor Silvio Rodríguez.

La selección de los temas del concierto por el aniversario de Feliú ilustró cada etapa de su vida artística como constancia de su huella en la nueva trova y su lucha a favor de las causas justas del mundo.

Feliú fue una de las voces representativas del Movimiento de la Nueva Trova junto a Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Noel Nicola, entre otros.

Entre su discografía se encuentran Créeme (1978), No sé quedarme (1985) y Aurora (1995).

 

Créanle a Vicente

El trovador cubano cumplió este sábado 70 años de vida y lo festejó cantando junto a amigos entrañables en el Centro Hispanoamericano de Cultura

Juventud Rebelde.- Acaba de cumplir 70 años y para nada es un vejete. Conserva su encanto: desde el azul penetrante de sus ojos, los brazos de Popeye y esos ademanes suyos tan varoniles.

No le teme a las nuevas tecnologías. Sigue siendo un «incendiario», solo que con la experiencia se ha vuelto más selectivo y le prende fuego únicamente a las causas necesarias.

De Vicente Feliú, nuestro entrevistado, ha dicho su amigo y trovador Silvio Rodríguez: «Vicente sintetiza en mucho una de las aspiraciones del Movimiento de la Nueva Trova: hacer de la canción y del que la canta una compacta unidad. Es un hombre de su tiempo y, desde la acción, le surgen crónicas, canciones, testimonios. Su lenguaje varía según el timbre de la vida o el sueño, pero siempre hay un viento épico rondándolo. Cuando canta sus versos con voz menuda o airada, su timbre cálido nos somete a una especie de hogar. He aquí a un hombre, a un poeta, a un trovador sincero. Créanle».

Y Amaury Pérez, el también cantautor y conductor televisivo, resumió que su mayor éxito es «ser una buena persona y un hombre decente».

De ello da fe un «pelotón» de jóvenes trovadores y trovadoras de Cuba y otras latitudes, para quienes creó el proyecto Canto a todos para la canción iberoamericana, desde el que hace años promueve conciertos de noveles figuras.

Vicente es el primer hijo, sobrino y nieto de una familia numerosa de raíces españolas y con vínculos independentistas, a la cual la música le llega como algo natural.

Su abuela era profesora de piano, su papá cantaba y componía, toda la familia paterna entonaba muy bien.

Gusta de ser conocido y no famoso, lo que le permite disfrutar de un café sin ser interrumpido para dar un autógrafo.

Sus canciones lo revelan como es. Así sabemos que para él la felicidad equivale a «un buen hogar, salir a comer a algún restorán, el domingo charlar con amigos, un poco de ron… que los hijos tengan buen rendimiento y se propongan ser como papá».

Vicente junto a su hija

Juventud Rebelde conversa con este hombre consecuente con su época y con las causas justas, con el «guerrero» que hizo suya también la lucha por el regreso de los cinco antiterroristas cubanos, con el que guitarra en ristre en tiempos de guerra llevó la canción a Angola y a Etiopía, y a Bolivia en momentos difíciles.

—En los conciertos se te nota relajado, ¿es realmente así?

—Una vez le escuché a Chico Buarque decir que un minuto antes de salir a escena no tenía idea de lo que haría, y un minuto después de terminar, no tenía idea de lo que hizo. El misterio de cada concierto es diferente, pero invariablemente, un misterio.

«Antes me aterraba cada vez que iba a salir a cantar. Por eso me tomaba algunos tragos y hasta casi pierdo, entre otras cosas, la voz. Pensé que el día que no sintiera ese miedo dejaría de cantar, cosa que felizmente no ha ocurrido. Parece que con la edad algunos problemas se resuelven».

—Al terminar, ¿cómo te sientes?

—Prefiero responderte con un fragmento de la canción Después que canta el hombre (1969), de Silvio: Después que canta, el hombre queda solo, /sobreviviendo a igual incertidumbre. /Pero de nuevo ordena sus conciertos/como un ángel postizo que insistiese. /Sabe que ahora, de pronto, se hace luego,/ aunque después que cante quede ciego.

—Eres de los cantautores más comprometidos con la Revolución, ¿cómo se lleva eso?

—Siendo como soy, sencillamente, con todos los riesgos externos e internos que ello conlleva.

—¿Las canciones cómo surgen?

—De las maneras más insólitas. Durmiendo, viajando en avión o hasta a pie, escuchando canciones, desde vivencias propias o ajenas. A veces un verso, o un fragmento melódico, un acorde, cualquier elemento humano o divino puede darte una razón para cantarles. Si estuviera menos involucrado en tantas otras cosas, que a la vez me nutren para componer, quizá tendría más canciones.

—Vicente, ¿te disgusta componer por encargo?

—Hay canciones que agradecí que me las pidieran porque eran causas pendientes que tenía y que por determinadas razones no las había escrito. Creo que solo si se asume la canción que quieres hacer nace algo útil. Algunas me las encargué yo mismo, y no solo patrióticas.

Créeme, una de tus composiciones más conocida, nació así. ¿Cuál es su historia?

—En los primeros meses de 1975, un director de la Televisión Universitaria y amigo común le pidió a Silvio una canción por el aniversario 40 de la caída en combate de Antonio Guiteras y el venezolano Carlos Aponte. Silvio le respondió que con mucho gusto, pero que mejor la hiciera yo por mis vínculos casi familiares con ellos.

«Mi familia paterna era de Matanzas y Carlos Alfaras, esposo de una hermana de mi padre y miembro de la Joven Cuba, organización creada por Guiteras, estuvo entre los combatientes de El Morrillo. Aponte y Paulino Pérez Blanco se escondieron en la casa de mi familia el 7 de mayo de 1935, y esa noche mi abuela paterna Ignacia López Pineda, junto a Mario Argenter, eminente músico matancero y amigo de la familia, tocaron para Aponte, a petición suya, La Polonesa de Chopin, brindaron, y mi abuelo, el juez Santiago Feliú Silvestre, le regaló su revólver a Aponte, con el que caería combatiendo al día siguiente.

«En abril de 1975, luego de estudiar todo lo escrito y conversar con familiares y amigos implicados (entre ellos José Tabares del Real y Mario Kuchilán Sol), por fin compuse la canción Homenaje a Antonio Guiteras, lamentablemente perdida. Al rato escribí Si canto a los muertos, dedicada a Carlos Aponte y el poema Los héroes que sería el preámbulo años más tarde de la canción Sueño del Héroe. En la madrugada de ese mismo y largo día, de repente sentí un enorme peso sobre los hombros y salió Créeme de un tirón. Su tonalidad original fue en La mayor, pero ahora la canto en Do y me queda “comodísima”».

—Hablemos de Santi (Santiaguito Feliú) y su estilo tan peculiar de trovar.

—Aunque el más joven, Santi siempre fue el mayor de los hermanos. Rony y yo solo somos los más viejos. Fíjate quién era Santi que a los siete años compuso una canción para los niños vietnamitas. Le dijo a papá que se la acompañara, mientras él la cantaba y en un momento, Santi lo para y le dice: «Papito, ese acorde no es». El Viejo hacía canciones bellísimas con recursos armónicos un tanto limitados y él estaba claro de que no era el que puso papá.

«Contrario a lo que muchos piensan, Santi nunca fue zurdo, por lo que suponemos que aprendió la guitarra de vista, como en un espejo. Me comentó alguna vez que la encordó para zurdos, pero como no tenía guitarra y todos sus amigos eran derechos, decidió aprender así. Lo increíble es lo bien y lo limpio que tocaba, teniendo todo al revés.

«Brillante y lúcido, su poética (poesía y ética), difícil por demás, llegó a muchísima gente en todas partes y ha dejado huellas que se verán en la medida en que el tiempo pase.

«Aún me cuesta hablar de él. Se nos quedaron demasiadas cosas pendientes que ya no podrán ser, como grabar las canciones de papá, de las cuales más de la mitad solo él se las sabía».

—Ahora que hablamos de quiénes no están, me gustaría saber qué imagen guardas de Fidel.

—No fue fácil de asimilar la noticia de su muerte. La canción de Raúl Torres me hizo llorar como un niño, por la coincidencia de nuestros sentimientos. Fidel representó el padre que me enseñó a pensar. Nunca lo vi como un dios, ni como el dueño absoluto de las verdades. Las veces que tuve oportunidad de estar en un espacio común con él, lo que más me llamó la atención fue su capacidad de escuchar con verdadero interés y humildad.

—¿Y del Che?

—Su figura me germina. El día en que Fidel leyó la carta de despedida en la presentación del Comité Central del Partido, en octubre de 1965, me marcó. A partir de ese momento me convertí en un buscador de su ejemplo y, mucho más, luego del 9 de octubre de 1967. Espero ir alguna vez a La Higuera, en solitario, en una suerte de peregrinación personal.

—Últimamente se te puede ver cada fin de semana en la Fábrica de Trova, en Alamar…

—Sí, porque además de sentirme bien y ponerme al día con lo que hacen mis colegas, creo que hay que apoyarlos por todas las vías posibles. El esfuerzo de Pepe Ordás, el verdadero artífice de la Fábrica de Trova, y de Olguita, la puntal de Pepe, no queremos que se venga abajo por la falta de fijador que caracteriza al cubano.

—Aurora ha inspirado en ti más de una canción...

—Ella enrutó definitivamente mi vida (hace ya 38 años), sin dudas la persona que más he querido (con cargas de odio, como tiene que ser). Después de muchas parejas y matrimonios (seis), Aurora rompió muchos esquemas, incluido el prototipo de mujer que siempre había tenido. Es Tauro, signo polar con el Escorpión, que soy, y nos complementamos la mayoría de las veces. Es quien ha estado conmigo —y yo con ella— en las buenas, malas y malísimas, para sobrevivir a los avatares de todo tipo.

«A Aurora de Los Andes la mandamos a hacer, con algunas de las mejores cosas de ella y mías. Hemos sido varias parejas Aurora y yo, porque en varias ocasiones de crisis ha habido que dar un salto hacia adelante; anteriormente yo rompía y ya, ella me enseñó a buscar soluciones. Ojalá siga siendo así».

 

Carta limpia al Tinto Feliú por sus 70

Carlitos León - Cubadebate.- Yo andaba haciendo el preuniversitario y empezaban a ser importantes esas canciones que yo escuchaba; me parecían diferentes, revolucionarias en todo el esplendor de la palabra.

Un buen día del mundo, Pancho Varela, me arrastró al teatro Hubert de Blanck,  a aquellos conciertos que Silvio hizo al regresar de su viaje en el barco Playa Girón. Tuve la suerte de sentarme en el piso del escenario y a mi lado estaba un muchacho de veintitantos pocos años, que en esos conciertos conocí, que hacía canciones, que era un trovador –creo que en esos momentos supe qué era ser un trovador, inmadurez mediante- y que se llamaba Vicente Feliú.

Gracias al cielo y a ese evento escuché canciones como Isabel, No es fácil y otras que no recuerdo los títulos…, aquellas cosas de sus cumpleaños 21 y 22, el Mono gris y otras, que sigo insistiendo en que cante.

Vicente, después el Tinto, fue mi paradigma; esas canciones me llegaban más que las de Silvio y Noel, y ya eso es mucho decir. Lo convertí en mi amigo personal, en mi hermano del alma, como Noel y como Carlos Gómez.

Recuerdo que en aquellas épocas en que había que “evaluar” a los artistas, y nadie decía nada de nada –no andamos muy diferentes ahora-, había que trabajar, porque no importaba que uno fuera un cantor con tanta garra como Vicente, que te cogía la “Ley del vago”.

Así -entonces ya mi Tinto-, fue a parar a la fundición de San José de las Lajas, y ahí se hizo obrero, conoció a Ñico e hizo una canción tan hermosa como “Ñico, o el monumento al obrero desconocido”.

Después pasó a ser un restaurador del Museo de Bellas Artes. Aún conservo un grabado restaurado por él, que ha viajado conmigo en las salas de todas las casas en que he habitado desde entonces. Es uno de mis fetiches.

Eran las épocas de mi siempre recordada Mariana, de la Escuela de Letras y de la peña del Parque de los Cabezones, en la Universidad de La Habana. Conservo fotos en la azotea de Neptuno, conservo el amor y la veneración por Esther, por Tata, la abuela, Vicentico, Elsa y todas las perras del mundo.

Un buen día del mundo, me asaltó aquella noticia radial de que habían sido “vilmente torturados” en Bolivia, Lázaro, Saresquita, Augusto y el Tinto. Llamé a las personas que pudieron darme fe de aquello y fui pa Neptuno, como Noel, pa verlo vivo. Antes había ayudado a Aurora a limpiar el cuarto de la azotea y demases.

Con toda esta carga publiqué, por primera vez, en La Gaceta de Cuba, una entrevista al Tinto, como homenaje a su 50 aniversario. En esos momentos, para mí, llegar a los cincuenta era como llegar a las pirámides de Egipto en una guagua de la calle.

Años después, diez años, logré hacer ese documental que anduve rumiando todos esos años, y que se llama “Donde habita el corazón”; porque yo sé que si hay algún lugar donde habite el corazón es en el pecho del Tinto, que sólo aloja maravillas y esperanzas.

Gracias le doy al Cielo, una vez más, por haber estado y seguir estando cerca de este hermano.

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