ACN Cuba.- A un año de su partida física el pueblo cubano evoca a su líder, desde el orgullo y la nostalgia de saberlo presente. Es un trabajo en video de la Agencia Cubana de Noticias.


Legado de Fidel

«Cuba necesita mucho de los hombres de pensamiento, sobre todo de los hombres de pensamiento claro»

Miguel Barnet - Granma.- Es cierto que el presbítero Félix Varela nos enseñó a pensar, pero a pensar en nosotros y hacia nuestros ideales, pero también es cierto que José Martí esclareció con su pensamiento cuáles debían ser nuestros ideales y cómo enfrentar el pensamiento hegemónico del Norte al que calificó de «revuelto y brutal». Su apotegma de Patria es Humanidad ha adquirido con la Revolución Cubana su más claro sentido. Asimismo, Fernando Ortiz, desde una óptica cóncava, nos aclaró qué era la cubanía y cómo se debía definir la cubanidad, su prima hermana, y enfatizó en que la vocación de ser cubano era tan legítima o más que la del simple hecho de nacer en Cuba. Pero Fidel Castro, en lúcido corolario, nos demostró que en la acción y el pensamiento contemporáneos estaba la clave de una nación verdadera, aquella que se construyó en la Revolución y de la cual él fue su mayor artífice. Una nación digna y soberana sin enmiendas foráneas ni concesiones sino con la realización plena de un socialismo cada vez más democrático y participativo.

Esa ha sido su más profunda y conspicua lección. Seamos fieles a su pensamiento y ese será el mejor homenaje que los buenos cubanos le haremos para que su memoria no quede como una reliquia sino como un ejemplo vivo del diario quehacer.

Fidel

Es cierto que los poetas

atrapan instantes de la vida

y los fijan en la historia

Generalmente el pasado

vago y nostálgico

O el presente inmediato con sus fuegos sutiles

y sus reverberaciones

Pero qué difícil atrapar el futuro

y colocarlo para siempre

en la vida de todos los poetas,

de todos los hombres.

 

La forma viva y fulgurante del concepto de Revolución

«...nosotros estamos seguros de una cosa: que cualquiera que sea ese futuro, fácil o duro, la victoria será de nuestro pueblo»

Pedro de la Hoz - Granma.- El concepto de Revolución enunciado por Fidel ante la multitud reunida en la Plaza el Primero de Mayo del 2000 encierra uno de los legados más relevantes de su liderazgo a la teoría y la práctica socialistas, tanto por la riqueza de su contenido como por su significado histórico.

Fidel concretó en admirable síntesis su experiencia como protagonista de un proceso de transformaciones radicales, que lo llevó de organizar una vanguardia política para el derrocamiento de la dictadura y la toma del poder, a encabezar una guerra de guerrillas que derivó en un ejército y un movimiento popular, y encauzar los cambios necesarios para que la vindicación de derechos económicos, sociales, políticos y culturales de las mayorías preteridas, comenzando por los trabajadores y los campesinos, fuera por primera vez en la patria un hecho real.

No debe olvidarse cómo todo ello se fue logrando en medio de tensiones espectaculares: la agresión imperialista, el bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba, el cerco diplomático de la mayoría de los países de la región y la herencia del subdesarrollo.

Cuando estaba a punto de despedirse el siglo XX, muchos de los avances se vieron seriamente amenazados por la desaparición de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista de Europa oriental, y el recrudecimiento de la hostilidad imperial, puesta de manifiesto en leyes aprobadas por el Congreso y una nueva ola de ataques terroristas en suelo cubano.

En ese contexto deben considerarse, además, otros dos aspectos: de una parte las dictaduras auspiciadas por Washington en América Latina habían cedido su espacio a la aplicación de la ortodoxia neoliberal; de otra, aún era muy incipiente la irrupción en la región de procesos emancipadores, emergentes en el marco de las reglas del juego de la democracia representativa, impulsados por nuevos movimientos sociales.

Pienso que Fidel sintió la necesidad de resumir dialécticamente cuál debía ser el alcance y la perspectiva de accionar revolucionario. Marxista leninista ajeno a dogmas paralizantes y esquemas estériles, martiano de honda raíz y acendrada convicción, el líder de la Revolución cubana había consolidado un mirada holística de la realidad y, con ejemplo personal por delante, había sabido emprender el camino cuesta arriba aun en las circunstancias más difíciles.

Pero pienso también de que no se trataba de volver la vista, sino de adelantarse a las condiciones en que previsiblemente tendría que desarrollarse la Revolución, su vanguardia política y la sociedad cubana en su conjunto durante los tiempos por venir; en el horizonte el relevo generacional de los liderazgos y el advenimiento de nuevos protagonistas en la escena nacional.

De ahí el carácter sistémico e integral del concepto elaborado y transmitido por Fidel.

Obviamente cada uno de sus enunciados posee valor intrínseco, pero se reduciría su dimensión si se fragmenta la totalidad y esta no se aprehende como una concatenación inalienable.

Suelen detenerse muchos en dos aspectos de la definición fidelista: el sentido del momento histórico y de cambiar todo lo que debe ser cambiado. Lo primero exige tomar en cuenta la dialéctica entre táctica y estrategia, entre lo eventual y lo permanente, lo aparente y lo real y por supuesto, cerrar las puertas a la superficialidad y la improvisación. Exige responsabilidad política en cualesquiera de los roles que nos corresponda en el entramado social.

Esto es esencial en la ruta de los cambios imprescindibles para el perfeccionamiento del modelo socialista cubano. El Primer Secretario del Partido, General de Ejército Raúl Castro ha insistido en más de una ocasión que toda transformación debe transcurrir sin prisa pero sin pausa, para evitar errores lamentables originados en la precipitación y la inmadurez. De modo que no se trata de cambiar por cambiar, sino de saberlo hacer en su momento. También es un llamado a enfrentar la inercia, el inmovilismo y el anquilosamiento en el análisis de la realidad.

Otra de las pautas del concepto fidelista apunta a la consolidación de la unidad y la cohesión social. A no perder de vista los posibles efectos de la reestratificación social condicionados por situaciones económicas. Pero sobre todo a no permitir la introducción de modelos y modos de ser ajenos a la naturaleza del proceso cubano.

Pero el eje que recorre la definición del Comandante en Jefe es el de la ética.

Transparencia, honestidad, fidelidad, lealtad y compromiso se nos revelan como claves para el cumplimiento del deber, más allá de contextos y tribulaciones eventuales.

En tal sentido, invita a tender una línea de continuidad con la estatura moral de José Martí y Ernesto Che Guevara, quienes supieron defender verdades y exponerlas, se mantuvieron firmes a sus convicciones y principios, y predicaron con el ejemplo. Fidel mismo es un ejemplo de ética revolucionaria y de confianza en el triunfo de las ideas.

Pocas horas después del desembarco del yate Granma por Las Coloradas, los expedicionarios fueron cercados, dispersados y parte de estos asesinados. Fidel quedó prácticamente solo debajo del pajonal que cubría el terreno donde él se hallaba en Alegría de Pio. En ese momento, un compañero lo escuchó hablar de planes futuros, de lo que habría que hacer cuando ganasen la guerra. Aquel pensó por un instante que deliraba; pronto sabría él y muchos más, que para Fidel la victoria es la única aspiración posible de los legítimos luchadores.

Otra imagen suya inolvidable es la de la clausura del IV Congreso del Partido en Santiago de Cuba. Sobre la Plaza de la Revolución Antonio Maceo comenzó a llover.

Fidel inconmovible no detuvo su alocución al pueblo. Con estilo diáfano y con todas las cartas en la mano, expuso las graves dificultades que se avecinaban, pero también la decisión de no ceder ni un ápice en los principios ni en el espíritu de lucha.

La forma viva y fulgurante del concepto de Revolución es Fidel.

 

Fidel estimuló la dignidad de América Latina

«Tengo fe y puedo afirmar aquí que tengo la seguridad de que el futuro de América será un futuro muy distinto de lo que ha sido hasta hoy».

Madeleine Sautié - Granma.- Adalberto Ríos Szalay es un profesional del lente nacido en Morelos, México, en 1943.

Su crédito, mundialmente conocido, rubrica su talento en publicaciones como las revistas National Geographic y Escala de Aeroméxico, y en periódicos como el Regional del Sur, Reforma, El Norte, de Monterrey y Mural, de Guadalajara, por solo mencionar algunos de la larga lista que engrosa su currículum.

Merecedor del Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, el artista tiene en su haber distinciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), de México; la Unesco; el Ministerio de Patrimonio Cultural de Hungría; la Casa de América en Madrid; la Casa de las Américas en La Habana y el Fondo Cubano de Bienes Culturales. De honda familiaridad le resulta la geografía insular a causa de su desempeño en el proyecto editorial Cuba, Cultura, Estado y Revolución, razón por la que José Antonio Núñez Jiménez, padre de la Espeleología cubana, y el Comandante en Jefe Fidel Castro –de quien nos hablará en este trabajo– lo consideraron «amigo entrañable de la Revolución Cubana».

Para este catedrático, periodista, exdirector del Instituto de Cultura de Morelos, autor de más de 40 títulos y productor audiovisual, difundir los valores de América Latina ha sido un imperativo permanente. «Desde la primera ocasión que crucé el Suchiate, hace más de 60 años, me quedó claro que mi patria no quedaba atrás, sino se extendía hacia adelante».

Ríos Szalay se ha ubicado desde muy joven del lado de los pobres: «Al recorrer el istmo centroamericano, llegar a litorales caribeños, a las pampas, o a los Andes he vivido la profunda emoción de encontrarme en entornos maravillosos a hermanos que nunca había visto antes; sin embargo, innumerables desdichas pronto se encargaban de estrujarme ante el injustificable panorama de extensas tierras ricas llenas de pobres».

«Conocí a republicanos que encontraron una nueva patria en México y posteriormente a chilenos, argentinos y uruguayos que soñaban con volver a sus lares y construir un futuro mejor, como lo decidieron un grupo de jóvenes cubanos dirigidos por el joven Fidel Castro, que salieron hace 61 años de Tuxpan, rumbo a las playas del Oriente de su Isla».

–¿Cuáles son las primeras referencias que lo acercan a Cuba?

–Mi relación con Cuba tiene sus orígenes desde mi niñez, cuando me contacté con niños cubanos pertenecientes al movimiento de Boy Scouts. Manteníamos correspondencia y con candor infantil comentábamos entusiasmados lo que sucedía en la Sierra Maestra, al punto que uno de ellos me envió por correo un ejemplar de la revista Bohemia donde colocó un brazalete rojo y negro con un 26 en blanco.

«Al ser lector de José Martí, Eduardo Galeano, Pablo Neruda, Leopoldo Zea y otros grandes latinoamericanistas, sin duda uno de mis anhelos era conocer Cuba. Afortunadas circunstancias me permitieron trabajar con dos personajes de la cultura cubana: el doctor Núñez Jiménez y la doctora Nisia Agüero, incansable promotora cultural, con la que colaboré en una serie de audiovisuales sobre creadores cubanos.

En La Habana conocí al Alfonso Guillén Zelaya Alger, el único mexicano que llegó a Cuba en el Granma y sirvió hasta su muerte al proceso revolucionario».

–Poco a poco se fue involucrando en el mundo cultural de la Isla…

–Gracias a mi colaboración tuve la oportunidad de conocer a René Portocarrero, Manuel Mendive, Tomás Sánchez, Eusebio Leal, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Omara Portuondo, Elena Burke, Virulo, y por Nancy Morejón, a Nicolás Guillén, además del privilegio de encontrarme con artesanos, obreros, campesinos, médicos, estudiantes o pescadores que me abrieron sus casas y de los que tanto aprendí, palpando su esfuerzo, sacrificio, anhelos y calidad humana, que encontraron en la Revolución Cubana las condiciones que de otra manera no se hubieran dado. Me tocó palpar el significado y la trascendencia de un movimiento que cimbró a América Latina y al mundo, en voz de sus protagonistas y conocer así la dimensión de su líder.

–Y a Fidel, ¿cuándo lo conoció?

–Tuve la oportunidad de estar junto al Comandante Fidel Castro, escucharlo y verlo en acción, es una experiencia que nunca olvidaré. Lo conocí en una comida donde se encontraban el presidente mexicano Luis Echeverría, Gabriel García Márquez, José Ramón Fernández, Nisia Agüero y Antonio Núñez. A este último le pedí que le solicitara al Comandante su autorización para tomarle algunas fotos.

–¿Y pudo hacerlo?

–Yo fui presentado como un fotógrafo mexicano-cubano y él amablemente aceptó, mientras me contaba sus recuerdos de Cuernavaca (mi tierra). Yo creí que ante tal oportunidad tomaría muchísimas fotografías, pero no pude, tomé una o dos y su carisma me volvió a sentar, mientras continuaba su amigable relato sobre el día en que conoció al Che.

–Usted dice que pudo verlo en acción. ¿A qué se refiere?

–Fui invitado un 26 de Julio a Santiago de Cuba y me tocó ver cómo interactuaba con los trabajadores de una fábrica. Mientras recordaba momentos del asalto al cuartel Moncada preguntó a la audiencia: ¿Qué es el tiempo muerto? Y nadie contestó, el Comandante repitió la pregunta y entonces dijo a un hombre de edad: «Viejo, tú sí debes saber» y el hombre explicó que era el arduo lapso entre la zafra y la siembra en que no había trabajo. Fidel dijo:«¡Qué bueno que ningún joven sabe lo que es el tiempo muerto!».

«También me tocó oírlo cuando hablaba a una generación de nuevos médicos, sobre los graves problemas de salud en Angola, Nicaragua y otros países. Les dijo que si algunos deseaban ir voluntariamente a cumplir misión internacionalista a esos lugares se podrían anotar. Con orgullo mostró después la lista donde aparecían todos los que lo habían escuchado».

–Cuba no ha dejado de ser un referente para usted…

–Yo estuve trabajando en Tanzania con un grupo de campesinos mayas en un proyecto agrícola y nos comentaron que en una población cercana había personas que hablaban como nosotros y nos dirigimos al lugar. Allí nos encontramos a un grupo de médicos cubanos haciendo una tarea heroica. Uno de ellos era el doctor Manuel Limonta, quien me invitó a acompañarlo a las salas donde hacían una admirable labor humanitaria, en condiciones extremas. Con los años asistí a la inauguración del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) y de pronto vi al Comandante charlando con Limonta, el nuevo director, que estaba de espaldas. Me acerqué diciendo en idioma swahili:

«¿Cómo estás, compañero?». Limonta giró contestando en esa lengua africana, los saludé y volví a pedir al Comandante permiso para hacerle fotos durante la ceremonia. En eso vino el encargado de seguridad porque aunque fui autorizado no se avisó a los guardias responsables y cuando me levanté y avancé hacia el Comandante, que hablaba, de repente sentí mis pies en el aire, mientras dos gigantes me llevaban en vilo diciéndome: «No te muevas», me trasladaron a un rincón mientras su jefe llegó corriendo para explicar que estaba autorizado.

–¿Alguna otra experiencia en relación con el Líder de la Revolución Cubana merece sus recuerdos?

–En la Isla de la Juventud visité a jóvenes de la República Saharawi, de Namibia, de Nicaragua y otros países que gracias a la generosidad cubana estaban estudiando, y agradecían el enorme esfuerzo de Cuba al abrirles las puertas de sus aulas.

«Gracias al Comandante pude hacer un recorrido desde círculos infantiles, hasta centros de educación superior. Viví experiencias extraordinarias que hilvané en un audiovisual que vio el entonces Ministro de Educación, José Ramón Fernández un día a las 6 de la mañana, cuando me había concedido 15 minutos que se prolongaron hora y media, mientras se emocionaba con los testimonios, lo mismo de los pequeñitos, que de jóvenes dedicados al estudio».

–¿Qué foto suya tomada en Cuba recuerda con especial cariño?

–Un día, al encontrarme en el patio del círculo infantil Amiguitos de Polonia, vi que un pequeñito blanco iba corriendo y de improviso se detuvo para amarrar las agujetas de una compañerita negra que estaba sentada. La foto recibió un premio mundial de fotografía de la Unesco, en Tokio, durante el Año mundial de la tolerancia entre los pueblos. La imagen se la envié a Fidel. Me hizo el favor de llevársela al Comandante el embajador Fernández de Cossío, gran amigo que dejó gratísimos recuerdos de su misión diplomática en México.

–Entonces Cuba le es entrañable…

–En Cuba tuve la experiencia de conocer a uno de los más connotados personajes del siglo XX, hecho que muchos hubieran querido vivir; sus palabras y acciones estimularon la dignidad de América Latina. Pero igualmente enriquecedor fue conocer el trabajo, la sensibilidad y el sacrificio del admirable pueblo cubano, al seguir a tan excepcional líder. Todo esto me identifica entrañablemente con el hermano pueblo de Cuba y ha influido en el trayecto que he seguido en mi vida».

 

La orden de zarpar

El 25 de noviembre del 2016, nuestro Comandante en Jefe Fidel volvió a enrolarse en la Expedición de la Historia, rumbo a la salida del Sol

Katiuska Blanco - Granma.- Enero, 1994. Había vivido tardes de lluvia e insomnio; mediodías entre el polvo de libros y viejas páginas en archivos olvidados; viajes por carreteras bajo el sol de esas horas ardientes, aburridos o con olor a pólvora, el tedio colándose por las hendijas del alma o la calma tenue y frágil como de agudo silencio soplando en la brisa a pleno rostro; tardes lúcidas y tardes inconformes, algunas habladoras y fecundas, otras como enmudecidas en medio de su pereza y lentitud enfermizas por sobre los tipos de la máquina de escribir, tardes grises como las de Sindo Garay y tardes azules… pero en realidad faltaba en mi memoria una tarde sin tiempo, despojada de pasado y presente, cerca de la leyenda.

Escribo de madrugada bajo la opaca luz de una bombilla. Recién termina el día. El olor a hierba mojada de rocío penetra por las ventanas abiertas a la noche. Tengo la certeza de que debo hacerlo con prontitud. En corto tiempo puedo llegar a pensar que el encuentro ha sido solo fruto de mi imaginación.

Esta tarde avisaron al diario «Alguien te esperará en el túnel» me aseguró una voz del otro lado del auricular, sin especificar nada más, solo preguntando si era posible estar allí en breves minutos y si tenía en ese momento, algún ejemplar del libro que había escrito.

Pocos días antes había dedicado uno al jefe de la expedición: «Las palabras pueden obrar el milagro de la proximidad.

Quiero aprovecharlas esta vez para un cálido abrazo».

Deseaba que esa frase en el umbral del libro, estuviera distanciada de toda formalidad y grandilocuencia: Quería transmitir un afectuoso y sincero abrazo de manera sencilla –lo más sencilla posible– y mientras subía los escalones de la entrada, sentía que algo tenían que ver en todo aquello las palabras propiciadoras de encuentros.

El despacho parecía estar a la sombra de un árbol. La luz apenas penetraba por los ventanales de cristal, afianzando esa sensación de los espacios sin configuración temporal. Tal vez alguien habituado reconozca las horas del día por los matices del reflejo de la luz en los objetos sobre el escritorio, las paredes de ladrillo color ocre, o la transparencia del aire en la habitación. Recuerdo a Fidel en ese ambiente, quizás como el roble que daba sombra a cuanto lo rodeaba, con toda su historia sobre los hombros, enfundado en el traje de campaña guerrillera, la gorra puesta bajo techo. Le veo avanzar despacio, con una solemnidad propia de cada minuto de su vida. Extendiendo la mano en el saludo, se acerca y me da un beso. Me pierdo en su abrazo tibio y abarcador. Sé bien que no es su estatura ni su apariencia lo que más me impresiona. Soy como un viajero de paso, el tren se detiene en una estación en el camino, y converso con alguien que se quedará para siempre. Sus vivencias desbordaban el asombro. Respira despacio, habla bajo y mira limpia y directamente a los ojos. Para mí es difícil, me descubro torpe. Siempre pensé que en circunstancias como esta tendría que hallar qué hacer con las manos y la mirada para no delatar mi nerviosismo. Acaricio la portada del libro que descansa en mi regazo, mientras observo atentamente a este hombre que tengo frente a mí, para no dejar escapar cada gesto suyo y conocerle en esas pequeñas cosas o deslices que exponen a la vista de otros, el pensamiento, las costumbres y la vida cotidiana, sin los atavíos de la responsabilidad pública y las formalidades del protocolo.

Me invita a sentarnos uno frente a otro y me dice parsimonioso que soy la culpable de que no haya dormido durante la noche del viernes. Me quedo sin palabras. Por un momento me asalta la duda. Tal vez cometí algún error histórico al escribir el libro. ¡Es tan difícil volver al pasado y serle fiel en todos los detalles! Pero afortunadamente me vuelve el alma al cuerpo, cuando asegura que leyó toda la noche, desde la primera hasta la última página.

Le imagino con los espejuelos ajustados a la vista, atento a la escritura pequeña, bajo la luz de una lámpara de noche, o tal vez reclinado en una butaca, absorto en la lectura de una crónica que es una expedición en medio de un temporal, y le trae a la memoria otros tiempos.

Aunque no revela a los demás sus inquietudes, no pocas preocupaciones lo ocupan. Diseñó cada paso y dibujó en la imaginación hasta los más mínimos detalles. Aun así tiene preguntas sin respuestas. Únicamente el curso de los acontecimientos podrá esclarecerlas. Quizás los otros no noten su impaciente serenidad al impartir las instrucciones; pero íntimamente no puede evitarla. Siente que el pequeño yate es el mejor barco del mundo, y que resta muy poco tiempo para emprender el viaje. El cielo está encapotado como si fueran a desbordarse todas las nubes.

Ahora cuando está a punto de dejar atrás la tierra mexicana recuerda el día que arribó en avión al país, con pasaporte de turista en el bolsillo y apenas equipaje. Al principio permaneció en un pequeño cuarto contiguo a la casa de María Antonia, donde la seguridad era muy precaria. Por esa razón decidió trasladarse continuamente de uno a otro lugar; pero nunca muy lejos de allí. Entonces aún no era invierno y el tiempo pasaba precipitadamente; parecía como si volara en aquellos días a la mitad de 1955, cuando había tanto por hacer: establecer los primeros contactos, escribir y agrupar a los hombres en el exilio, preparar la expedición… sus pensamientos retornan a la realidad…
Inquietas por la brisa leve las aguas del río bambolean el yate junto al quejumbroso tablón. Se ajusta las gafas de carey y consulta la hora. Todavía falta un grupo numeroso por llegar a la rivera del Tuxpan que permanece en calma, aunque los partes anuncian temporal en el Golfo. No pocos obstáculos sorteó para llegar hasta aquí.

Los meses que deja atrás tienen la impronta de lo difícil, de lo que en apariencia puede resultar imposible. Durante el exilio que concluye esta noche, la escasez de fondos, el rigor de los entrenamientos, las dificultades para comprar y ocultar las armas, mantener el vínculo natural del grupo en México con la Isla, y para conseguir un medio de transporte en que realizar el viaje, le mantuvieron casi en desvelo permanente. De entonces recuerda los entrenamientos, en el campo de tiro Los Gamitos, donde comprobaban la graduación exacta de los fusiles al disparar a una cuarta de la rodilla del Coreano, uno de los entrenadores mexicanos a quien llamaban así porque era veterano de la guerra de ese país. El Coreano propuso un día tirar a la altura de sus rodillas separadas; pero él nunca lo permitió. A Marta López la recuerda enamorada de Aldama. Era un amor que tenía que vivir –como ellos mismos– casi en la clandestinidad, compartiendo las prácticas de tiro, los riesgos, las reuniones y los sobresaltos de una lucha discreta, callada.

Como si fueran pocas las circunstancias adversas, tuvo que ingeniárselas también para eludir con eficacia los servicios de inteligencia del régimen batistiano. Entonces tenía indicios que le hacían desconfiar de Evaristo Venereo, un hombre del que no tuvieron más noticias luego de las detenciones. A principios de 1956 había recibido informes sobre planes de atentado a su persona. Con su encarcelación y la de sus compañeros, el peligro de no poder realizar la expedición en 1956, como estaba prometido, se convirtió en una realidad latente. Para él, cumplir la palabra empeñada tenía un valor inestimable, pues la promesa expresada en el Palm Garden de Nueva York pretendía levantar la moral de la gente que estaba descreída y frustrada.

Luego la deserción de un hombre en el campamento de Abasolo, alguien que conocía importantes secretos, convirtió en una cuestión vital salir de Tuxpan en el momento programado: la noche del 24 al 25 de noviembre. Siempre agradecerá al General Lázaro Cárdenas por interceder en su favor para que le pusieran en libertad meses antes. Solo así pudo concluir la preparación de esta madrugada sin olvido.

Pasada la medianoche ya están todos y en la ciudad quedan muy pocas luces encendidas. Consulta nuevamente el reloj y sube a cubierta. Da la orden de zarpar, indica poner en marcha un solo motor para que la embarcación se incline hacia la izquierda y se distancie del espigón donde siempre hay una guardia costera. No se puede hablar ni fumar. El breve destello de un cigarrillo podría echarlo todo a perder. Él va en la parte superior del barco, atento a un horizonte que apenas se vislumbra y avizora más allá del mar.

Poco después se reconoce entre los pocos que no están mareados. La mayor parte de los hombres están volteados sobre sí mismos por las náuseas y los vómitos, nada habituados siquiera a un leve movimiento de las olas y esta es una noche de tormenta, un mareo universal.

Las tablas resecas dejaron pasar el agua que se filtra copiosamente por entre las uniones del maderamen como si se tratara de una lluvia pertinaz y ligera, que de tanto repetirse durante horas, termina por inundar las calles de una ciudad sin alcantarillados.

Hay que hallar los medicamentos para aliviar a los que vomitan una y otra vez sin remedio. El jefe de la expedición comprueba desconcertado que las tabletas que buscan con premura están precisamente bajo el armamento. A esas alturas ya conoce que la velocidad es mucho menor a la calculada en las apacibles aguas del río. Se molesta consigo mismo, y maldice su ingenuidad poco previsora.

Ha estado observándole casi todo el tiempo. Desde que conoció al médico argentino tuvo la seguridad de que se trataba de un hombre excepcional que conjugaba una erudición apreciable con una profunda sensibilidad humana y una especial disposición romántica para la vida. No tenía más que verle y escucharle para saberlo.

Como pocos conocían la fecha, la hora y lugar de la partida, Che tampoco sabía y no trajo consigo el inhalador. Viéndole soportar en silencio el asma persistente y apagada en un susurro del pecho, le admira más aún. Transcurrirán los años y él reconocerá en la falta del inhalador en los momentos más difíciles, como un destino trágico de Che. Recordará los primeros meses de la Sierra cuando tuvieron que llevarle a un lugar seguro después de un ataque del ejército contra las fuerzas guerrilleras, porque caminar le era ya imposible al argentino, agotadas las reservas de adrenalina. En el sitio conocido como Purgatorio le dejaron a buen recaudo con un escolta joven y nervioso. Luego continuaron la marcha por un camino fangoso hacia las Minas de Frío en lo alto de la Maestra para dejar intencionalmente visibles huellas, confundir y alejar de allí a los soldados del ejército de Batista. En Bolivia volvió a faltarle a Che el inhalador y volvieron a repetirse sus sufrimientos como si se empozara en sus pulmones toda la humedad de la selva y la altura de los cerros desolados.

Día de sol en el golfo el 27 de noviembre, recuerda que es la fecha señalada para poner los telegramas en México. Nunca estuvo muy de acuerdo con emitir el aviso, pues significaba correr un gran riesgo. Finalmente accedió. De esa forma Frank y Celia estarían al tanto de la expedición y podían cumplir lo acordado. Indicó esperar la confirmación del desembarco para iniciar las acciones; pero ahora le preocupa que en Cuba esperan eso ocurra en la fecha indicada, lo cual será virtualmente imposible, y no dos días después por el atraso del Granma.

La sed les hostiga a todos como un fantasma que da vueltas en la cabeza y dibuja y desdibuja en la imaginación un vaso de agua. El hambre es una agobiante sensación de inquietud, como una incertidumbre interminable en la boca del estómago.

El clima había mejorado ostensiblemente desde la salida de Tuxpan y ahora prioriza la preparación de las armas. Su tarea es agotadora sobre todo porque el movimiento del barco y la brisa entorpecen la exactitud de la mirada en una labor tan minuciosa. Debe fijar la vista con cuidado y calcular en unos 20 metros el alcance de los fusiles para una distancia de 600 metros. La operación debe tener en cuenta las marcas de fabricación de las armas: belgas, suecas, norteamericanas…

Se ajusta las gafas y continúa. Como experimentado tirador sabe muy bien que si la graduación de las mirillas es correcta podrá ahorrar por esa vía cientos de disparos, lo cual es decisivo de acuerdo con las municiones y el arsenal de que disponen para la guerra.

Afronta un momento particularmente dramático durante la travesía, cuando Roque cae al mar y él decide buscarle, aunque eso implique llegar casi en pleno día a la costa.

La escasa pericia de los navegantes pierde el rumbo del yate en tres ocasiones en el momento crítico del de­sembarco. Retroceden tres veces para encontrarlo; pero a la tercera vez se ordena el desembarco.

La franja de litoral es el horizonte inmediato al amanecer del 2 de diciembre de 1956. Apenas queda combustible suficiente para llegar y la neblina va disipándose con el clarear del día. Analiza las circunstancias y concluye que la única alternativa es desembarcar por allí mismo. Toma esa decisión en un lugar alejado de la playa por donde el mangle y los espinos enredan el monte. El primero en tirarse al agua es René Rodríguez. Después él. Se hunde en el fango por su propio peso y el de la mochila, las municiones y las armas. Cuando llega a la orilla comienza la agotadora marcha que demorará alrededor de dos horas, en un serio inconveniente para el curso de los acontecimientos. Está consciente de ello y apura el paso. Primero se extraviará el grupo de Juan Manuel Márquez, luego, ya en casa de un campesino a lo largo de la ruta, vuelven a reagruparse los 82 hombres en un momento de gran alegría.

Una sonrisa feliz se le dibuja en el rostro al recordar aquel instante. Absorta, escuché sus evocaciones, como quien tiene la oportunidad única de leer un libro inédito, repasar la letra manuscrita y asomarse a los dibujos como grabados originales y desnudos del olor de las imprentas, sin olvidar su delicadeza al satisfacer mi curiosidad en aquellos aspectos que desconocía de esa etapa de la lucha y que solo él podía responder.

Me pregunta por los amores de Marta y Aldama, que no están en el libro: «Tú que defiendes tanto el amor, no los mencionas en el libro». Habla del temporal del año pasado cuando el barco de la juventud regresaba para reeditar la Aventura del Siglo, como llamó el Che Guevara a la expedición de 1956. Dice Fidel que el de esta vez fue peor, y asegura que el Granma no habría resistido una tempestad parecida.

Mientras interrumpe la conversación brevemente para responder el teléfono y entablar una encendida polémica en sus obligaciones de estadista, descubro, en el armario tras el escritorio, la sorprendente diversidad en los títulos de los libros que seguramente consulta con mayor frecuencia. Hay una edición muy fina de las Obras Completas de José Martí, volúmenes sobre agricultura y ciencias, y colecciones de poesía y teatro, de Ibsen y García Lorca, por ejemplo. Hay también dedicado un espacio considerable a los textos de historia y política. Comparten este lugar objetos pequeños, como estatuillas de hueso de algún país del Asia Oriental, y potes de porcelana de colores suaves, como el silencio.

Durante la discusión hace observaciones a un documento que le han entregado a su consideración y aguda mirada, escucha la opinión y luego convence a su interlocutor con una explicación exhaustiva de su manera de ver las cosas.

Sobre la mesa, en el lugar donde habitualmente escribe sus ideas o firma papeles oficiales, hay una carpeta de piel para trazar sin dificultad su letra de rasgos prominentes, files abultados y lapiceros junto a un cristal lleno de caramelos.

Recibe a sus visitas allí mismo o en un rincón de la habitación, en una pequeña y acogedora sala de estar, junto al Camilo entrañable que mira desde la cercanía de un óleo.

Mientras atiende al teléfono se quita la gorra y peina varias veces con la mano el pelo blanco. Mantiene la mirada fija para ver si uno es capaz de sostener ese desafío. Luego vuelve a lo que hablábamos y duda del dato que aparece en el libro sobre la extensión del yate.

No podría decir que sostuve con él una entrevista, porque en realidad fue él quien hizo la mayor parte del tiempo las preguntas, en una conversación familiar y cercana.

Transcurridas casi dos horas nos despedimos. Al separarnos le confesé: «cuando dediqué el libro escribí que las palabras podían obrar el milagro de la proximidad. Después de este encuentro le digo que fue usted quien obró el milagro».

Nota: Este trabajo fue originalmente publicado por nuestro diario, en la edición especial del 2 de diciembre de 1994.

Cuba
Canal Caribe.- En Cuito Cuanavale, el 23 de marzo de 1988, la balanza favoreció a los defensores de Angola. Sin embargo, tres meses después, un golpe aéreo sobre el complejo hidroeléctrico de Calueque propició una c...
Lo último
La Columna
La Revista