Miguel A. Jiménez - El Salto.- Sus canciones son cofres en los que uno sigue encontrando piedras preciosas que le pasaron en otro momento desapercibidas, riquezas en forma de reflexiones y miradas sobre el amor, el compromiso y la esperanza. Su obra, enraizada como una hiedra en la historia y en la idiosincrasia de Cuba, nos sigue acompañando y obligando a pensar sintiendo y a sentir pensando.


A menudo, sus admiradores nos preguntábamos cuál era su mejor canción, su mejor letra… o mejor dicho aún, su mejor poesía. Esta manera, si se quiere adolescente de interrogarnos sobre su obra, era en el fondo una suerte de embelesamiento ante su altísima y permanente capacidad creativa ya que ningún otro creador de la canción, ni en Cuba ni fuera de Cuba, suscitaba esa pregunta.

Mario Benedetti dijo de este ariguanabense que era uno de los mejores exponentes de la poesía latinoamericana, y Mario, conviene recordarlo, sabía algo de esto. En una filmación de Santiago Alvarez, padre del documentalismo cubano, Mario Benedetti se cruzaba a las puertas del edificio de La Casa de las Américas con él. El poeta uruguayo, que en ese momento trabajaba en esa institución cultural cubana, salía portando una cartera entre cuyos papeles seguramente habría más de una perla, mientras que nuestro reparador de sueños entraba guitarra en mano, seguramente también, con un montón de canciones en su mente. Quizás la casualidad no existe y que aquellas imágenes pusiesen en conexión a tres personas con un mismo sentido del compromiso y de la disidencia fue algo más que una causa y un azar. Mario, Santiago y él siempre desplegaron esa disidencia que nunca piensa en sentarse aunque se llene de sillas la verdad.

En 1969, cuando Cuba se encontraba en los prolegómenos de introducirse en lo que el lúcido escritor, ensayista y editor Ambrosio Fornet llamó Quinquenio Gris (1970-75) , nuestro hombre, por aquel entonces un muchacho flacucho como su amigo Noel Nicola, fue “convidado” por un funcionario de la radiotelevisión a subirse en un barco pesquero con la esperanza de que en la menor oportunidad que tuviese se quedase fuera de la isla con sus canciones de letras “raras” e incómodas. En la mentalidad ortodoxamente sovietizante de aquellos funcionarios no había lugar para las dudas ni para nadie que se preguntara hasta dónde debemos practicar las verdades. El socialismo se construía en aquellos días pleno de certezas cuasi religiosas. Después de meses de acompañar a aquel grupo de pescadores, él regresó a Cuba con su guitarra, con un montón de canciones/joyas recogidas en una grabadora y sobre todo con una convicción profunda de que vale la canción buena tormenta y la compañía vale soledad. Aquel regreso fue la primera vez que quemó todas las naves, quizás intuyendo ya, que habría muchas batallas que dar dentro y fuera de su país, batallas por lo humano, por lo sensible y por lo bello.

En 1970, apenas un año después, volvió a quemar todas las naves cuando en el Festival Internacional de la Canción de Varadero entonó Resumen de Noticias, canción que arremetía y arremete contra toda forma de burocracia castradora de ilusiones y perseguidora de cualquier nacimiento. Enlazaba aquel gesto con la gran película de Gutiérrez Alea, La muerte de un burócrata, que cuatro años antes criticaba, con un humor que devenía en asfixia psicológica, esa desoladora imperfección del proceso revolucionario cubano.

Pasaron los 70, luego los 80, y el proceso emancipatorio e independentista cubano siguió avanzando lleno de humanidad, esto es, lleno de aciertos y errores, lleno de contradicciones y proezas. Consciente de todo ello, y sabiendo además que el cara pálida no dejaba de acosar, el quehacer de nuestro poeta fue afilar aún más su mirada convirtiendo su pupila en un bisturí que diseccionaba con inteligencia y belleza todo ese universo que lo rodeaba y lo agitaba. Así, le cantó urgentemente a Nicaragua, le cantó también in situ a esa gran gesta de generosidad cubana en Angola que rompió los equilibrios de la geoestrategia imperial en la zona y sin la cual Nelson Mandela hubiese muerto en su celda y el Apartheid sería en nuestro siglo XXI una práctica política tan viva como lo es hoy en Gaza y en Cisjordania. Pero sobre todo merece destacarse que por estos años se hermanó buscando animales mitológicos de color azul en las selvas salvadoreñas, con ese otro poeta hereje llamado Roque Dalton fusilado desde la ortodoxia y el dogmatismo político, que con el tiempo, casi siempre va preñado de oportunismo; oportunismo siempre muy bien remunerado por los creadores de los consensos políticos cuando hay… y casi siempre lo suele haber, un cambio de bando. Los servicios prestados suelen agasajarse con plazas de profesor en prestigiosas universidades, publicaciones de libros, tribunas en diarios independientes de la mañana o nombramientos de asesorías internacionales varias. Sin embargo, nuestro barredor de tristezas siempre fue consciente de que sólo pasa de moda quién sigue las modas, bien sean estas estéticas o ideológicas, o dicho a su manera, su amor nunca fue amor de mercado y esto explica su mayor quema de naves, esa que realizó a finales de los 80 y principios de los 90, cuando se hizo puta la fortuna.

Tras la desaparición del llamado “Campo Socialista” y sobre todo de la Unión Soviética, Cuba estaba abocada a una crisis de dimensiones dramáticas. El país que surgió de la Revolución de Octubre de 1917 y que a pesar de sus grandes errores había significado un contrapeso posibilitador de un mundo más equilibrado en amplias zonas del globo, sucumbía en una crisis, a día de hoy insuficientemente explicada, que tenía que ver tanto con los ingentes recursos invertidos en una calculadamente inducida carrera de armamentos y detraídos de las inversiones sociales, como con una dirigencia política nada interesada en rescatar y reformar en serio las potencialidades del sistema; dirigentes que sin embargo nos fueron mediáticamente presentados como mentes privilegiadas y genios de la política.

Nuestro poeta, entonces, consciente de los momentos de soledad simbólica que tenía que enfrentar su pequeño país, parió El Necio, auténtica declaración de principios en los momentos más difíciles, una renuncia a las salidas fáciles poniendo medio pie en otras retaguardias peninsulares, actitud que seguro hubiese sido destacada y aplaudida por los media “progresistas” de la España monárquica.

Los años terribles del Periodo Especial pasaron, y contra todo pronóstico, Cuba y su proceso siguieron vivos y en pie, aunque con graves deterioros, desgastes y retos que se antojaban imposibles. No es posible entender aquella resistencia si desconocemos la naturaleza profundamente martiana de la identidad cubana, esa identidad que la documentalista Lourdes de los Santos, en un magnífico documental del año 2000 titulado Estado de Gracia, rastreó en el universo creativo de nuestro trovador. Lourdes de los Santos, sirviéndose del magnífico trabajo de cámara del gran Iván Nápoles, realiza un retrato casi cubista, tejiendo el universo guajiro de su infancia y de su adolescencia con la conciencia y el conocimiento profundo de la historia de Cuba que él tiene, destacando ese eje que va del oriente al occidente del país por el cual se desplazaron géneros e instrumentos musicales, próceres de la independencia y luchas de liberación, y que tiene en la Sierra Maestra un epicentro generador de primera magnitud.

Entrado ya el siglo XXI, acometió dos giras cargadas de significado: en 2008 inicia una ciclo de conciertos por los centros penitenciarios de su país, y en los últimos años traslada su arte a los barrios más deprimidos y marginados de Cuba, remarcando así las prioridades que la política no puede abandonar y reivindicando de nuevo los perfiles tradicionalmente humanistas y martianos del socialismo cubano, mientras transitamos, tanto en su isla como en el mundo, el reino del todavía.

Sus canciones son cofres con tesoros en los que uno sigue encontrando piedras preciosas que le pasaron en otro momento desapercibidas, riquezas en forma de reflexiones y miradas sobre el amor, el compromiso y la esperanza. Sea como fuere, su obra enraizada como una hiedra en la historia y en la idiosincrasia de su país, nos sigue acompañando y nos sigue obligando a pensar sintiendo y a sentir pensando.

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