Mailenys Oliva Ferrales - Granma.- De aquel «Hombre de Mármol», dijo Fidel: «No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo –heterogéneo todavía– que comenzaba a nacer en la historia»


Hay alumbramientos que trascienden el júbilo del ámbito familiar para tornarse fechas insoslayables en la memoria de los pueblos. Lejos estaban de suponer Francisca de Borja y Jesús María de Céspedes que, al dar a luz a su primogénito, aquel 18 de abril de 1819, a Cuba también le «nacía» el artífice de nuestras gestas independentistas, el Padre de la Patria.

Era domingo y llovía en Bayamo, cuando cerca de la medianoche se escuchó el grito de vida del recién nacido, bautizado con el nombre de Carlos Manuel Perfecto del Carmen de Céspedes y López del Castillo, quien se convertiría, con la madurez de sus años y de su pensamiento, en símbolo de la unidad entre los cubanos al hermanar, por vez primera, a blancos y negros, a ricos y humildes, en el ideal común de conquistar la libertad de una Isla que, bajo su liderazgo, se volvería nación.

Nadie podía imaginar que el niño travieso y vivaz, arropado con los lujos de la época; el adolescente adelantado que, a sus 15 abriles, escribió sus primeros versos; o el joven que recorriera varias regiones de Europa y, luego, por vocación, se graduara de su vida al caer herido por un barranco, acumularía un arsenal de virtudes políticas, militares y humanas, que lo situarían en el sitio sagrado donde solo permanecen los verdaderos héroes.

En medio de no pocas rivalidades e incomprensiones, fue el iniciador de la Guerra Grande, Capitán General del Ejército Libertador y primer Presidente de la República en Armas; Padre de todos los cubanos, no solo por el sacrificio de renunciar a la vida de uno de sus retoños antes que traicionar al proceso de emancipación; sino por su entrega sin par a la causa libertaria.

De estatura baja, pero de un carácter inquieto y fuerte «como el volcán, que viene tremendo, e imperfecto, de las entrañas de la tierra», tal cual lo describiera Martí; y amante de la música, los idiomas y las mujeres, Carlos Manuel fue, además, un mortal con sus fallas y pecados, y no por ello su legado es menos decoroso.  

De aquel «Hombre de Mármol», dijo Fidel: «No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la rebeldía de un pueblo –heterogéneo todavía– que comenzaba a nacer en la historia».

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