Médicos cubanos con un paciente en el hospital de campo de Crema, al sur de Milán, el 15 de mayo. Foto: AFP.


La Vanguardia (Barcelona) - Tomado de Cubadebate.- “Contamos un chiste en Cuba, que si nosotros descubriéramos el remedio para el coronavirus, Donald Trump dejaría morir a todos los norteamericanos antes que comprarlo”.

Lo dijo Ernesto, un joven afrocubano camarero del restaurante La Cava junto al restaurado Gran Teatro, en el centro de La Habana. Fue a principios de marzo. La COVID-19 acababa de aterrizar en Estados Unidos y Donald Trump minimizaba el peligro.

Mientras, Cuba preparaba su estrategia de cuarentena, pruebas y seguimiento de contactos, a la vez que ponía en alerta a los institutos de biotecnología del polo científico en el oeste de la ciudad.

La broma de Eduardo viene a cuento de que muchos estadounidenses no podrían ni imaginárselo. Efectivamente, la biotecnología en Cuba ha elaborado fármacos que ya han resultado eficaces para combatir el coronavirus en China y otros países.

Existe una diferencia importante entre el modelo de biotecnología en EE.UU. y Cuba. Impulsadas por los beneficios de las gigantes farmacéuticas, las biotech estadounidenses no garantizan el acceso a los nuevos fármacos, y menos a los más de 30 millones de estadounidenses que carecen de seguro médico. En Cuba la biotecnología pertenece al Estado y constituye una industria auxiliar de un sistema público y universal de sanidad.

El ejemplo de la compañía estadounidense Gilead Sciences –propiedad de los dos megafondos de inversión Blackrock y Vanguard– ayuda a ilustrar la diferencia. Gilead –presidida entre 1997 y el 2001 por Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa durante la invasión de Irak– fabrica el antiviral Remdesivir, que ha provocado subidas explosivas en la bolsa de Nueva York en las últimas semanas por su aparente éxito en el tratamiento de la COVID-19.

Pero el modelo de negocio de Gilead no garantiza que los estadounidenses más vulnerables al virus, los de menos renta, puedan beneficiarse del nuevo producto. A fin de cuentas, en el 2014 la misma empresa comercializó un nuevo fármaco antiviral para el tratamiento de la hepatitis C bajo la marca Harvoni. El precio: 1 000 dólares la pastilla.

Pasó lo mismo con el PrEP4, un retroviral para combatir el sida patentado por Gilead. “Los abusivos precios de Gilead han impedido el acceso de cientos de miles de estadounidenses a este fármaco”, denunció el grupo activista PrEP4all.

En el sistema cubano de sanidad pública gratuita todos tienen acceso a los fármacos elaborados en el polo científico.

“En EE.UU. un laboratorio privado elabora una fórmula y la vende a otra empresa para hacer las pruebas, y luego se vende a un gigante farmacéutico para la comercialización; y cada venta depende de si hay expectativas de beneficios”, dice Helen Yaffe, economista de la Universidad de Glasgow y autor del libro We are Cuba . “En Cuba los institutos trabajan en colaboración y no en competencia; es más rápido porque el criterio es el interés nacional y no el interés privado”.

Es el caso de la respuesta a la pandemia de la COVID-19. Especializada en medicina preventiva, la sanidad cubana ya había dado prioridad a la inmunoterapia para hacer frente a otras epidemias, desde el dengue a la meningitis. Gracias a ello, en su respuesta al coronavirus, Cuba ha podido aprovechar decenas de fármacos ya en fase de desarrollo “para mejorar la inmunidad innata”, según explicó en una entrevista a la agencia Efe Francisco Durán, director de Epidemiología del Ministerio de Salud.

Entre los fármacos se encuentran el Interferón Alfa 2B, que fue creado en los años ochenta en colaboración con otros científicos en Helsinki para combatir un brote de dengue. Ahora se produce en una joint venture con una empresa china, mientras que los institutos del polo científico desarrollan nuevas variedades del Interferón con el fin de mejorar su eficacia contra la COVID-19.

Los institutos cubanos producen también otro antirretroviral de fabricación propia de la gama de Kaletra, y han adaptado otro fármaco, el CIGB 258, que ya estaba en fase de desarrollo antes de la pandemia para el tratamiento de la artritis reumatoide. Al igual que el Interferón Alfa 2B, el CIGB 258 es un producto del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB).

Estos y otros fármacos, casi todos fabricados y patentados en Cuba, son componentes del cóctel anti COVID-19 que se utiliza. Los resultados son positivos. Cuba ha registrado una tasa de mortalidad del 4,2% frente al 6% en EE.UU y el 12% en España, según la Universidad Johns Hopkins, en Washington .

Dicho todo esto, el bloqueo estadounidense es un problema grave para la biotecnología cubana. Complica la importación de componentes para los fármacos, estorba su comercialización y dificulta la investigación, ya que los institutos dependen del intercambio internacional de ideas.

“El embargo nos limita mucho pero estamos especializados en optimizar pocos recursos trabajando juntos y tenemos apoyo de otros países, como España ”, dijo Maidalys Bravo Ramírez, especialista del centro Nacional de Genética en una entrevista mantenida en La Habana .

Asimismo, el embargo merma la capacidad de Cuba para realizar las pruebas masivas y para comercializar su ciencia en el mercado internacional y así generar fondos para financiar la sanidad cubana. “Necesitan crear volumen fuera de Cuba; puedes tener un buen producto pero si la gente no sabe no lo compra”, dijo a La Vanguardia Ricard Torres, del Instituto de Economía en La Habana.

Como cuenta el chiste de Eduardo, el bloqueo no solo perjudica a los cubanos. Aprovechando los dos años de apertura tras el encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro, la clínica Roswell Park, en Nueva York, firmó una acuerdo con el Estado cubano para elaborar de forma conjunta el fármaco CIMAvax, una vacuna eficaz en la prevención del cáncer de pulmón. Ahora choca con las medidas de Trump que endurecen el embargo.

Según los directores de Roswell Park, la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA), el organismo que regula el sector farmacéutico en EE.UU., exige un periodo de pruebas de diez años para el CIMAvax frente a cinco en los casos de nuevos fármacos de otros países. Pero en la pandemia actual no se puede esperar ni diez días.

“A mí me han llamado médicos desesperados en hospitales en Nueva York para preguntarme cómo pueden conseguir el Interferón Alfa 2B…” , dice Helen Yaffe. No va a ser posible. El Interferón esta siendo utilizado en nueve países, entre ellos España, pero EE.UU. no es uno de ellos.

(Tomado de Vanguardia)

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