Fotografía de archivo del 30 de agosto de 2019, del historiador cubano Eusebio Leal. EPA/ Ernesto Mastrascusa  


Pascual Serrano - Cuarto Poder.- La primera vez que vi a Eusebio Leal fue en octubre de 2003 en ciudad de México. Se inauguraba el primer Encuentro en Defensa de la Humanidad e iban siempre juntos Eusebio Leal y el escritor y periodista Lisandro Otero, tristemente fallecido cinco años después. Dos gigantes de la intelectualidad cubana que se movían por el Polyforum Cultural Siqueiros con la discreción de sus sobrios trajes, su conversación serena y su amabilidad exquisita. Todo ello pura cubanidad. Fue entonces la primera vez que escuché hablar a Eusebio Leal, era la perfecta combinación de erudición, amenidad y humildad. Tres cualidades que hasta entonces nunca pude imaginar que fueran compatibles.

Para los que no supieran por qué escribimos de este hombre, hay que aclarar que el historiador Eusebio Leal falleció el pasado 31 de julio a los 77 años, tras varios años luchando contra un cáncer de páncreas. Y que es el responsable, en gran parte, de la belleza que cualquiera de nosotros ha encontrado en la ciudad de La Habana cuando ha tenido la oportunidad de recorrer sus calles. Era Doctor en Ciencias Históricas y Maestro en Ciencias Arqueológicas e Historiador de la Ciudad de La Habana. Desde 1981 era el responsable de conducir las obras del Centro Histórico de La Habana, declarado por la Unesco en 1982 Patrimonio de la Humanidad. Con toda seguridad, si le hacemos a cualquier cubano la escueta y críptica pregunta “¿Quién es el historiador?”, sin aportar ningún otro contexto, responderá: “Eusebio Leal”. 

A comienzos de la década de los noventa, el peor momento para la economía cubana, Fidel Castro impulsó el Programa de Restauración del Centro Histórico de la Ciudad de La Habana Vieja, consciente de que no debía haber crisis económica que justificara el abandono de la cultura de un pueblo. La entidad encargada de liderar ese proceso fue la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH), dirigida por Eusebio Leal Spengler.

En 1994, en plena crisis, se le confiere la autonomía financiera a la OHCH, y pasó a depender del Consejo de Estado. Nadie hubiera imaginado en esos años de desaparición de la Unión Soviética, caída del PIB cubano y crisis de balseros, que alguien fuera a ser capaz de rehabilitar un solo muro de La Habana Vieja. Pude comprobar en 2005 su resultado y conocer, por boca del propio Eusebio Leal, el secreto. Desde la gestión de servicios turísticos de gran calidad (hoteles y restaurantes) cuyos beneficios íntegros se destinaban a restaurar La Habana Vieja a la negociación con firmas y empresas occidentales (Benetton, Zara...) a las que se les permitía tener sede en calles turísticas , a cambio de que restauran un edificio de viviendas y otro público, por ejemplo un colegio. A todo ello se le unía toda una actividad de diplomacia y campañas de solidaridad con gobiernos europeos, autonómicos o locales con sensibilidad cultural como para invertir y cooperar en rehabilitación de plazas, edificios históricos y monumentos. De por entonces es la anécdota de que, cada vez que la Oficina de Eusebio Leal terminaba de rehabilitar una calle de La Habana Vieja, plantaba unos cañones incrustados en el asfalto a la entrada y salida, y así quedaba sentenciado su carácter peatonal.

Su compromiso con la Revolución dirigió toda su trayectoria profesional, le gustaba recordar cómo el gran Salón de los Pasos Perdidos del Capitolio de La Habana con el triunfo de la Revolución se colmó con las joyas y todos los decomisos a los grandes predadores del patrimonio de la República. “Los edificios no son culpables de lo que ocurre en ellos, tienen valor per se y cuando se logra reconciliar el contenido y el continente hemos logrado lo supremo”, dijo cuando logró rehabilitar el Capitolio y dejó de ser el templo de la dictadura para serlo de la Revolución. 

Una de sus últimas entrevistas fue en el emblemático programa Mesa Redonda de la Televisión Cubana, viendo quizás la cercanía de su muerte, Eusebio Leal, católico practicante y miembro del Comité Central de Partido Comunista de Cuba, decía: “Yo no aspiro a nada, no aspiro ni siquiera a eso que llaman la posteridad; yo no aspiro a nada, yo solo aspiro a haber sido útil. Y le pido perdón a todos aquellos que, a lo largo de la vida, en la búsqueda necesaria de lo que creí mi verdad, pude haber ofendido; y a mis propios errores que cometí con la pasión juvenil en que todo hombre y todo pueblo busca sus propios caminos. Yo creo que al final lo encontré, y que esa luz que veo ahora, ahí, en medio de las tinieblas del ocaso, es finalmente el camino”.

Hoy los habaneros han sacado a sus balcones sábanas blancas para homenajearlo. 

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