Paquita Armas Fonseca - Cubadebate - Foto: Ashé.- No le pregunté a Natalia Bolívar Aróstegui si creció atravesada en el vientre de su madre. No lo dudo: en esa telúrica personalidad algún gen debe haber decidido que fuera como es: irreverente, polémica…, aunque igualmente bondadosa, amiga leal, maestra por naturaleza y con una valentía demostrada en su ya larga vida.


A Natalia y sus colaboradores les debe la cultura cubana que se resguardaran de forma debida los valiosos cuadros del Museo de Bellas Artes, institución que ella intervino el 1 de enero de 1959; y también, entre otras acciones, la creación del Museo Napoleónico, reconocido como uno de los más completos fuera del territorio francés.

Escritores, cineastas, dramaturgos, teleastas y artistas de todas las manifestaciones, han bebido de los conocimientos que, como etnóloga, fue acumulando desde que su nana le enseñara los cimientos de la cultura afrocubana.

Amigas y amigos, de Cuba o de otras partes del mundo, le adeudan haber rezado a sus santos por el bienestar de personas con problemas de salud. Y por tales acciones nunca ha recibido un centavo.

Esta mujer que arriba a los 80 años el 16 de septiembre, tiene una rica historia como amada y amante, de hombres que signaron su vida. Madre de tres hijas, abuela de dos adolescentes, ha sido la formadora de Natacha, su primogénita y seguidora en las investigaciones que continúa realizando.

Pero que sea esta juvenil octogenaria quien cuente su historia llena de eventos muy particulares:

—Eres descendiente de Simón Bolivar por partida doble y pariente de la Gran Duquesa de Luxemburgo. Si pertenecías a la alta burguesía cubana, ¿por qué te acercas a Isabel Cantero, una negra pobre, retoño de esclavos?

—Isabel fue mucho más que eso, para mí fue una madre. Ella era descendiente de esclavos asentados en Trinidad. Nació y se crió en el seno de mi familia materna, en la casa de mis abuelos Gonzalo Aróstegui y del Castillo y Felicia González de Mendoza. Fue nuestra nana y luego la de mis hijas. A todos nos enseñó mucho y nos consintió demasiado. Era una mujer pequeñita, de ojos avispados; tenía un carácter muy alegre y cariñoso. Siempre andaba vestida impecablemente de blanco. Cocinando era excepcional, nadie la superaba, a excepción de mi madre que era una excelente repostera. Recuerdo que cuando venía alguna visita importante a la casa, Chicha corría a la cocina y detrás de la puerta cantaba a todo pulmón décimas guajiras contra el gobernante de turno o un político cercano al visitante… Mis padres se horrorizaban, pero nunca lograron callarla. Era una mujer muy sabia y ocurrente.

— ¿Te apoyó Isabel en sus luchas clandestinas? ¿Por qué?

—Chicha, como le decíamos, me apoyaba en todo y me guardaba en su cuarto, debajo de su colchón, desde bonos, periódicos, folletos de Mujeres Oposicionistas Unidas, del Directorio Revolucionario, del Partido Socialista Popular, del 26 de Julio, y cuanta propaganda me entregaban para distribuir. Yo era su Tati y me protegía a “capa y espada”. Recuerdo que cuando me sacaron presa de casa, en 1958, se me abrazó muy fuerte para que la llevaran conmigo al Buró de Investigaciones, por suerte mi padre la hizo entrar en razón.

—A propósito de la clandestinidad ¿Por qué te gusta esa canción que dice: “Reloj no marques las horas…”?

—Me encantaba escucharla por el Trío Los Panchos. Yo di clases de guitarra en el Lyceum y recuerdo que aprendí muy rápido a tocarla porque era, además, la canción preferida de Wangüemert, por eso “Reloj” se convirtió en nuestro bolero.

—¿Qué siente una mujer enamorada hasta la médula cuando pierde a su novio (Luis Gómez Wangüemert) en medio de la lucha contra Fulgencio Batista?

—Mucho dolor, impotencia y rabia, que te hacen crecer y fortalecer. Los sentimientos muchas veces son difíciles de explicar, quedan marcados para siempre en todo momento de tu vida.

— ¿Cómo se soporta la tortura sin delatar a los compañeros y compañeras? ¿Recuerdas quién te torturó?

—Es muy difícil, pero se logra soportar cuando eres leal a tus ideas, a tus sentimientos y a tus compañeros. Hay que tener mucha valentía para que no te quiebre el dolor y el miedo. Yo creo que todos los miembros del D.R. (Directorio Revolucionario), estábamos preparados para lo peor, porque la ciudad estaba que ardía y sabíamos que en cualquier momento podíamos quemarnos. Por supuesto que recuerdo muy bien en las manos de quienes caí, un 18 de julio: Laurent, Orlando Piedra y los tenientes González y Calzadilla.

—Antes de incorporarte a la lucha armada, estudiaste pintura en Nueva York. ¿Qué tiempo estuviste alejada de los pinceles? ¿Volviste a ellos definitivamente?

—Primero estudié pintura en la anexa de San Alejandro, en la calle Reina, con los profesores Gelabert (escultor), Gumersindo Barea (paisajista). Como La Habana estaba muy agitada, había constantes protestas contra Batista, mi madre se espantó y decidió alejarme, llevándome a Nueva York para que tomara clases de pintura. De ahí salió una exposición que hice en Nuestro Tiempo con mucho éxito, que tuvo críticas muy beneficiosas y otras muy desfavorables (hoy las leo y me divierten mucho). Te puedo decir que después de 1957 y hasta hace muy poco, no volví a pintar. Todos me decían que tenía un futuro como pintora, pero había otras tareas más importantes que en ese momento conformarían mi futuro. Ahora, te digo, para mí, definitivamente es una palabra muy fuerte y el destino te marca profundamente. Hoy escribo, pinto y “hago pininos” para complacerme y recordar lo que un día pude dejar atrás.

— ¿Acaso esos estudios hicieron que floreciera el amor por hombres pintores?

—Los artistas siempre fueron una parte de la riqueza espiritual y material en mi vida. Cuando uno es joven, con inquietudes y curiosidades, y ellos ya son maestros, dan clases, conferencias, conversan y trasmiten esa gran sabiduría, solamente con escucharlos… por supuesto, los amores florecen.

—Aunque conozco la historia de cerquita… ¿cómo nace y se publica Los Orishas en Cuba?

—Este libro surge por los asesoramientos que constantemente me pedían los directores de cine y teatro, Manuel Octavio Gómez, Titón, Armando Suárez del Villar y Roberto Blanco, y que luego me embullaron para que recopilara toda esa información. Un día me atreví a mostrarte todo el papeleo, apenas armado, y tú misma me remitiste a Reynaldo González, que por entonces era editor en la UNEAC y fue quien, con mucho amor y paciencia, organizó ese bulto de documentos que luego se llamó Los Orishas en Cuba, del que saldrá próximamente una nueva edición bajo el sello de la Editorial José Martí.

El libro alcanzó mucha popularidad, aunque hubiera pasado mucho tiempo dormido en una gaveta esperando la aprobación para imprimirlo. Recuerdo que días antes de salir de la imprenta “Mario Reguera Gómez”, ya en la calle se estaba vendiendo el libro a 100 pesos, pero con una cubierta de Carlos Marx.

— ¿Cuántos libros más has “lanzado” a la calle? ¿Cuántos te quedan aún por publicar?

—Yo no lanzo los libros a la calle, son las editoriales las que los presentan. Hay varios libros que ya han sido publicados: Nkori, con Zoila Lapique; Orisha Ayé con Valentina Porras, entre otros; y por suerte, me quedan algunos por publicar, en los que estamos trabajando. Aunque ahora ando metida en un proyecto discográfico con Enrique Carballea y once maestros cubanos de la pintura y de la música, y estoy un poco alejada de la máquina de escribir.

—De okán confieso públicamente que te debo rastras de velas ¿Por qué abres la puerta a todo el que lo necesite? ¿Tienes buenos amigos?

—Oye, Paqui, no me debes nada, las velas que hemos encendido juntas, son las que producen y proyectan la luz propia de nuestra amistad. Todo el que me conoce sabe de sobra que la puerta de mi casa siempre está completamente abierta y mi oído receptor para todo el que de mí necesite, ya sea una información, un consejo o simplemente conversar, balancearse y tomarse un café. Mi padre, que era muy sabio, me enseñó: “Haz el bien y no mires a quién” y confío en que “Lo que bien se aprende, nunca se olvida”. Por eso tengo excelentes y entrañables amigos, aunque también debo confesar que no me faltan los buenos enemigos, y eso hace el balance que nos permite apreciar más la vida.

— ¿Qué te dice la palabra madre? ¿Y abuela?

—Desgraciadamente no conocí a ninguna de mis dos abuelas porque murieron antes de yo nacer; pero todo lo que soy y cómo me proyecto en la vida, tanto material como espiritual, se lo debo a mis dos madres, la blanca y la negra: María Teresa y Chicha. Por ellas siento un gran orgullo, respeto y agradecimiento.

— ¿Qué trae a tu mente el nombre de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes? ¿Y el de Lázaro Ross?

—Dos hombres que reverencio intensamente cada día. ¿Carlos Manuel?: Mi hermano, confesor, consultor, Padre, guía espiritual y material, humano-divino, en fin, mi amigo. ¿Lázaro Ros?: La Voz, maestro, comprensivo, padre, exigente, dulce, sabio, implacable musicalmente, en fin, mi otro gran amigo.

—Cuando estuviste presa o luego pasaste momentos difíciles, ¿pensaste que llegarías hasta los 80 años?

—La verdad que nunca lo pensé, aunque en mi familia es tradición. Son 80 años vividos  muy intensamente, con buenas, regulares y malas experiencias que sinceramente, me nutren y aclaran el camino, por eso agradezco y aprovecho al máximo cada día que llega.

— ¿Qué se siente cuando se ha VIVIDO tanto?

—Siento que la vida me trae cada día una misteriosa sorpresa para seguir trazando el camino con esperanzas. Por suerte, hasta el momento, considero que mis actos y acciones han dado buenos frutos que he podido trasmitir a todos los que me rodean.

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