Amaury Valdivia - Brecha / Cubadebate - Diseño: Ary Vincench.- Cuba ha priorizado a lo largo de su historia reciente el desarrollo de su sistema médico y de su industria biofarmacéutica, con resultados reconocidos a nivel internacional. A pesar de la actual crisis económica, que también afecta a sus científicos, la isla vuelve a apostar sus escasos recursos en ese frente, con la promesa de compartir sus resultados.


El Instituto Finlay de Vacunas, en Cuba, anunció el comienzo de la segunda fase de pruebas para Soberana 02, una de las vacunas que prepara contra el COVID-19. Soberana 01, la otra propuesta en la que trabajan los investigadores del Finlay, puede pasar a la etapa de estudios avanzados en enero. Al oeste de La Habana, en otra de las instituciones del polo científico que 40 años atrás fundó Fidel Castro, el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, se llevan adelante los proyectos de Abdala y Mambisa, que, junto con los del Instituto Finlay, pretenden asegurar para la isla una vacuna propia contra el nuevo coronavirus.

“Nuestro objetivo es no depender de las grandes farmacéuticas”, acotó recientemente el vice primer ministro y exministro de Salud Pública Roberto Morales, al saludar los avances de los estudios, certificados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). En la misma cuerda, la directora de Investigaciones del Instituto Finlay, Dagmar García, resaltó que esos esfuerzos, “para los que trabajamos sin descanso desde hace meses”, tienen por meta que “nuestro pueblo no sufra las limitaciones de acceso a las vacunas que se verán en el mundo durante 2021”.

Autarquía necesaria

Lo que en cualquier otro sitio pudiera considerarse paranoia, en Cuba no es más que sentido común. Sin ir muy lejos, en el comienzo de la pandemia, la isla consiguió aplanar la primera ola de contagios, echando mano a sus reservas de medicinas y a las materias primas genéricas que había acopiado para mantener funcionando su industria biofarmacéutica. En cuestión de días, las líneas de producción fueron reconvertidas para elaborar una veintena de los cerca de 30 medicamentos que la experiencia asiática recomendaba como fundamentales para combatir la infección. De no haber existido esa posibilidad, cientos o tal vez miles de personas hubieran muerto además de las 137 que fallecieron a causa de la enfermedad desde el inicio de la pandemia.

A la escasez de insumos que por entonces enfrentaron la mayoría de los gobiernos, el de Cuba debió sumar la persecución reforzada de la administración de Donald Trump, incluso contra donaciones enviadas desde terceros países. El caso más mediático fue el del multimillonario chino Jack Ma, propietario de la compañía Alibaba, quien a finales de marzo pretendió hacer llegar a la isla un cargamento de mascarillas y pruebas PCR, como parte de un programa de asistencia coordinado por la OMS, que ya había beneficiado a Estados Unidos y a varios Estados miembros de la Unión Europea. Ninguna aerolínea se atrevió a transportar aquella carga hasta La Habana, luego de que funcionarios de la Casa Blanca iniciaran una campaña de amenazas que, en las semanas siguientes, se extendió a empresas proveedoras de equipamiento sanitario y materias primas.

Para el 19 de agosto, cuando el Instituto Finlay notificó a la OMS sobre el comienzo de los ensayos clínicos de Soberana 01, ya la industria electromédica local trabajaba en la fabricación de dos modelos de respiradores artificiales con los que renovar la envejecida planta tecnológica de muchos hospitales de provincia. Lo hacía, además, con la urgencia de reemplazar a proveedores históricos, como las suizas IMT Medical y Acutronic Medical Systems, que, en el momento más grave de la pandemia y tras ser compradas por Vyaire Medical Inc., una empresa estadounidense, habían recibido la orden de suspender toda relación comercial con Medicuba, la corporación estatal cubana encargada de importar equipamientos médicos.

Es una guerra en muchos frentes, explicó ante la Asamblea Nacional, a mediados de este mes, Eduardo Martínez, presidente de Biocubafarma, el holding corporativo que agrupa a la industria científica cubana. “Al principio, se concentraban en cortarnos las cadenas de proveedores y en entorpecer los intercambios con investigadores de otros países, ni siquiera de Estados Unidos. En los últimos meses, también han apostado por impedir que podamos pagar las importaciones que necesitamos, con amenazas a los bancos y otras acciones por el estilo. Incluso los cuatro proyectos de vacunas se han visto afectados por esa persecución”.

Máxima prioridad

A mediados de los años sesenta del siglo pasado, el Instituto Finlay abrió sus puertas bajo la premisa de defender un modelo de ciencia contrapuesto al de Estados Unidos; incluso desde su nombre. Carlos J. Finlay fue un prestigioso médico cubano de la segunda mitad del siglo XIX que por décadas luchó contra la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales que diezmaban a la población del Caribe. Luego de una vida de investigaciones, logró determinar la importancia de vectores como el mosquito Aedes aegypti y plantear el modelo de control epidemiológico en la materia que todavía se aplica en el mundo.

La contracara de Finlay fue el estadounidense Walter Reed, un médico militar llegado a Cuba durante la llamada Primera Intervención (1899), que continuó los estudios del cubano, pero terminó llevándose el crédito por sus descubrimientos. Hoy, su nombre es el del hospital militar central de los Estados Unidos, precisamente donde Donald Trump fue internado para recibir tratamiento por su supuesto contagio de COVID-19.

La quijotesca pretensión de Fidel Castro al fundar el Instituto Finlay sigue siendo la del discurso oficial cubano, a pesar de la difícil situación económica por la que atraviesa la isla, a la que no escapan siquiera sus científicos. En 2018, una serie de la televisión nacional que insistió en mostrarlos como personas de carne y hueso suscitó impresiones encontradas. Pero Adrián, un bioquímico, asegura a Brecha que la mayoría de aquellas historias eran ciertas.

“Yo soy de una provincia, y, para poder quedarme a trabajar en la capital, tuve que pasar años viviendo en alquileres pagados con los quesos que traía para revender en La Habana. Hasta que a mi esposa y a mí nos dieron un apartamento, no pudimos pensar en tener hijos, y con los salarios tenemos que hacer los mismos malabares que todo el mundo. Pero como mismo te digo eso, también te aseguro que en mi laboratorio la gente está dejándose la vida para que la vacuna salga, sin pensar en beneficios materiales”.

Una vez por semana, el presidente Miguel Díaz-Canel suele reunirse con líderes de la comunidad científica o visitar la zona oeste de la capital, jalonada por centros biofarmacéuticos. Una fuente cercana al Palacio de la Revolución reveló a este reportero que las solicitudes que llegan de esos centros tienen prioridad a la hora de repartir los pocos recursos de que dispone el Estado. “Queremos y pensamos que podremos contar con nuestra propia vacuna antes de que termine el primer semestre de 2021”, anticipó el vice primer ministro Morales en un recorrido reciente por policlínicas de la ciudad de La Habana.

“Y deberá ser asequible para todos los países que la necesiten y distribuida a través de mecanismos de cooperación como el que pretendemos establecer con la Organización Panamericana de la Salud”, señaló Díaz-Canel durante su participación en la cumbre de la Unión Económica Euroasiática, a la que Cuba ingresó en calidad de observadora a mediados de este mes. Idealismo irresponsable ante la circunstancia de su país acosado por la escasez o espíritu solidario a toda prueba, la interpretación de tal postura queda a cargo de quien la analice. Lo cierto es que, desde la impensable estatura de su subdesarrollo, la isla pugna –codo a codo con las grandes potencias– en la batalla científica contra el coronavirus.

(Tomado de Brecha)

 

Cuba y sus cuatro candidatos vacunales contra la COVID-19: “Un país exportador de solidaridad, no de guerra”

Cubadebate

El italiano Fabrizio Chiodo es profesor de Química en la Universidad de La Habana y encabeza la lista de colaboradores extranjeros que participan en el desarrollo de dos vacunas contra el COVID-19 del Instituto Finlay de Cuba: Soberana 01 y Soberana 02.

“La confianza del pueblo es un pilar fundamental de la respuesta cubana a la epidemia”, explicó Chiodo en una entrevista con Sputnik en la que evaluó por qué el escepticismo hacia las vacunas que reina en buena parte del mundo no hace mella en Cuba.

— ¿En qué estadio se encuentran las vacunas que desarrolla Cuba?

Cuba en estos momentos tiene cuatro vacunas candidatas en testeos clínicos, es decir, en fase de pruebas en voluntarios. Yo trabajo en dos candidatas del Instituto Finlay: Soberana 01 y Soberana 02.

La primera está finalizando una combinación de las fases uno y dos, mientras que la segunda está en segunda fase. En cambio, las otras dos candidatas del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología de Cuba están concluyendo la fase uno. Esto no debe preocuparnos porque pensamos concluir la fase tres de Soberana en marzo de 2021.

​— En la fase tres, ¿cuántos voluntarios se emplearán?

Creemos que al menos 50 000 personas, pero es un número que todavía estamos discutiendo, ya que nos encontramos frente a un problema técnico porque en Cuba hay una bajísima incidencia de infecciones del SARS-CoV-2. Por lo tanto, una parte de las pruebas clínicas se llevará a cabo en el extranjero.

— ¿Cómo se realizarán las pruebas clínicas?

Exactamente como en los otros países, subdividiendo a los voluntarios en un grupo de control, a quienes se les suministrará un placebo, y otro grupo recibirá la vacuna. La diferencia es que en muchos países, los voluntarios reciben una compensación. En Cuba, se ofrecen espontáneamente porque hay una confianza generalizada en la medicina y la ciencia.

​— Cuba está bloqueada y esto provoca escasez de suministros y recursos. ¿Ha recibido la investigación cubana alguna ayuda o subvención de organizaciones humanitarias y filantrópicas internacionales?

La Fundación Bill y Melinda Gates ha destinado cientos de millones de euros para luchar contra el COVID-19, pero por el momento no se ha destinado ni un centavo a Cuba. La Fundación Gates tiene su sede en Estados Unidos y considera a Cuba un país terrorista, al igual que a los que colaboran con Cuba, como yo.

— Cuba tiene una bajísima incidencia de la infección y ha mostrado la eficacia de su respuesta a la epidemia de COVID-19. ¿Cuál es la clave del modelo cubano?

Salud totalmente pública, biotecnología totalmente pública y una grandísima confianza en este sistema. Un sistema supereficiciente para muchos con un rol clave de la medicina territorial. Si en Cuba le pides a un niño que describa a su familia, te hablará del papá, la mamá, los hermanitos y las hermanitas y del médico de la familia. Esto ha permitido un confinamiento con medidas de seguimiento casa por casa. Cuba, con 11 millones de habitantes, ha tenido poco más de 140 muertes por COVID-19.

— Destacó la confianza del pueblo cubano en la medicina. Le hubiera preguntado si hay movimientos de escépticos hacia la ciencia y las vacunas en Cuba, como en muchos países, pero a estas alturas le pregunto ¿por qué hay confianza en Cuba y no en otros lugares?

En Italia, la ciencia aparece en televisión como algo masónico, como si la ciencia fuera solo para pocos. Esto ha llevado a una cascada de gente que duda. Duda porque no cree en la política y duda porque el modelo económico provoca deliberadamente esas dudas.

En Cuba, la ciencia está al servicio del pueblo. En la televisión hay programas de divulgación de alto nivel. Si a todo el pueblo se le permitiera entender el lenguaje científico con facilidad, si el científico saliera en la televisión, como sucede en Cuba, explicando cómo funcionan las vacunas de manera popular, no habría escepticismo ni desconfianza.

— Desde Sicilia han solicitado una brigada de médicos cubanos que ya ha operado en Bérgamo y Cremona. ¿Por qué Cuba echa una mano?

Fidel Castro encomendó una misión a la nueva generación de médicos cubanos resumida en el concepto clave “médicos, no bombas”: Cuba debe ser un país exportador de solidaridad, no de guerra.

La intervención de los médicos cubanos en Italia no es nada extraño, surge de este principio. Las brigadas Henry Reeve de médicos y enfermeras cubanos han operado en casi 40 países diferentes, incluida Italia, como lo hicieron durante la epidemia de ébola en África o el huracán Katrina en Estados Unidos.

— ¿Qué se puede aprender del sistema cubano?

Hemos visto que un sistema de salud privatizado no resiste el estrés de una pandemia, conduce a decisiones éticas muy difíciles y a injusticias. Lo que se puede aprender del modelo cubano es que la salud debe ser pública.

(Tomado de Sputnik)

Cuba
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