La verdadera Cuba antes del triunfo de la Revolución Cubana en 1959. Foto: Archivo.


Fabio Fernández - Cubadebate

La historia es permanente terreno de confrontación ideológica. El relato que se construye sobre el pasado resulta un arma de primer orden en los debates que marcan la contemporaneidad. Se busca encontrar en lo acaecido plataformas de legitimación para los proyectos de acción política presentes y futuros. La batalla del hoy y del mañana se libra también en el ayer.

Las revoluciones son procesos especialmente favorables para que afloren, con toda su fuerza, las pugnas por hegemonizar la narración que se construye en torno al decurso histórico. De forma natural aparecen dos posiciones. De un lado, el poder revolucionario impugna al antiguo régimen derrotado y lo presenta como expresión de todos los males; del otro, las fuerzas desplazadas de su posición dominante modelan una representación del pasado tendente a definirlo como un paraíso lamentablemente perdido. Ambas visiones están marcadas por los excesos, lo cual provoca que –en más de un sentido– resulten contraproducentes para las tendencias que las aúpan. La ausencia de matices le resta solidez a los dos esfuerzos intelectivos.

La actualidad cubana se erige como expresión de los tópicos esbozados. En el esfuerzo por demonizar a la Revolución se ha estructurado –a partir de resortes comunicativos de probada eficacia–  una campaña de exaltación del escenario pre revolucionario. De forma especial, se insiste en la presentación de la “rutilante Cuba” de los años cincuenta, la cual se asume como “evidencia incuestionable” de la “senda de progreso” que transitaba la Isla antes de la “nefasta” irrupción de los barbudos. De tal suerte, el proceso triunfante el 1ro de enero de 1959 adquiere la condición de “lamentable accidente histórico”, responsable de las penurias del pueblo cubano.

Por diversas vías, en especial los múltiples caminos que abren las redes sociales, aparece ante los ojos de la ciudadanía un país definido por los rascacielos de El Vedado, el glamour de la noche habanera y las dinámicas de consumo –a la americana– de un segmento de la población. No queda entonces más que suspirar por todo aquello que nos fue arrebatado.

De manera puntual, son los jóvenes el principal objetivo de esta campaña. Se pretende despertar en ellos una especie de nostalgia inducida que los lleve al sin sentido de añorar aquello que no vivieron. A partir de la existencia objetiva de aspiraciones no cristalizadas, se vende la idea de que en el mundo de ayer existían las vías para la consumación de los sueños. La derivación práctica de esta lógica discursiva de intención movilizadora es obvia. El futuro mejor que se añora está en el pasado.

Desmontar el paraíso pre revolucionario no constituye una tarea extraordinariamente ardua. Las fuentes para hacerlo son accesibles. Una mirada sensata a estas brinda las claves para resistir frente al discurso manipulador.

Más allá de los matices derivados de la especificidad de los posicionamientos políticos, puede afirmarse que los actores de la sociedad civil de la década del cincuenta coincidieron en resaltar los componentes esenciales de la crisis cubana. El capitalismo subdesarrollado y dependiente imperante en la Isla fue interpelado por todo el espectro ideológico insular e incluso por los círculos de poder estadounidenses.

El Informe Truslow, el Censo de 1953, La Historia me Absolverá y la Encuesta de la Asociación Católica Universitaria de 1957 son solo algunas expresiones que permiten tomar distancia de la visión arcádica de la Cuba neocolonial que algunos sostienen. La estructural deformación de nuestra economía y sus correlatos sociales –esos materializados en la existencia de barrios marginales como Las Yaguas y representados magistralmente en los dilemas de la familia cubana recreada por Virgilio Piñera en su célebre Aire Frío–  cobran vida en multitud de materiales de diverso signo.

Asimismo, sumergirnos en las fuentes primarias de los cincuenta nos lleva a interactuar con un país definido por el descalabro del nacional-reformismo, la ruptura del orden constitucional tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, la violencia institucionalizada, el fracaso de la política económica del batistato y la corrupción ascendente.

Ahora bien, el arraigo del discurso manipulador no ancla –en exclusiva– en la habilidad de este para presentarse como relato atractivo. Buena parte de la responsabilidad radica en la incapacidad de las fuerzas defensoras del socialismo cubano para contar con coherencia la historia que hasta aquí nos ha conducido.

En muchas oportunidades se presenta un relato plano del pasado, ajeno a los matices y a la problematización. Se recurre al discurso simplista y a la repetición mecánica. Se subestima el peso de lo emotivo y se desconocen las más elementales reglas de la comunicación. Esto ocurre en la formación escolar, pero también en los canales diversos que existen en la sociedad para la divulgación de los contenidos históricos.

Si no logramos contar la historia a plenitud, alejarnos del maniqueísmo amante de las representaciones binarias y aprovechar fórmulas comunicativas renovadas para presentarles nuestra verdad a los públicos –en especial a esos jóvenes ávidos de nuevos enfoques– seremos cómplices del enraizamiento de una visión del pasado profundamente conservadora, funcional a la restauración del capitalismo.

Asimismo, conviene entender de una vez y por todas que no es el discursivo el único ámbito donde se dirime esta batalla. La nostalgia inducida tiene como aliadas de primer orden a las insuficiencias de nuestra realidad. Las cosas que no marchan bien en la Cuba de hoy abonan los discursos de exaltación a lo que fue. Todo aquello en lo que somos superiores deviene valladar frente a los intentos de exhibir con tintes rosáceos el ayer.

A nadie se le ocurre añorar el sistema de salud pública que nos dejó la república burguesa, pues –con todos los defectos que ahora podrían listarse– el contemporáneo resulta extraordinariamente mejor. Desmontar la manipulación que se promueve sobre nuestra historia pasa también por construir un país capaz de garantizar –¡en el presente!– las expectativas de prosperidad de la ciudadanía y con ello dotar a esta de la confianza necesaria para enfrentar los retos que siempre depara el futuro.

Cada día insisten en vendernos gato por libre. Toca a los que apostamos por el socialismo estar claros de la operación en marcha e implementar la estrategia de contención. Esta solo cumplirá sus propósitos si logramos –entre todos– renovar nuestra manera de dialogar con el pasado, romper con los obsoletos esquemas comunicativos que nos condenan al fracaso y modelar, en el fragor de la práctica cotidiana, una Cuba que se parezca más a la que soñamos.

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