Cubavisión Internacional - Foto: Autor: Pedro Paredes / JR.- Juan Quintín Paz Camacho, el más joven integrante de la primera milicia campesina de Cuba Los Malagones, recibió el último adiós de los cubanos en su natal Viñales, Pinar del Río.


Se despidió Juan Quintín Paz Camacho, el último de los legendarios Malagones

Con honores militares y ofrendas del General de Ejército Raúl Castro Ruz y del Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, las honras fúnebres del último soldado de aquella legendaria tropa, se efectuaron cumpliendo estrictamente los protocolos sanitarios establecidos

Ronald Suárez Rivas

Granma

EL MONCADA, Pinar del Río.—En el memorial que lo inmortaliza en la historia, junto a sus aguerridos compañeros de lucha, fue sepultado Juan Quintín Paz Camacho, el integrante más joven de la primera milicia campesina de Cuba, conocida como Los Malagones.

Con honores militares y ofrendas del General de Ejército Raúl Castro Ruz y del Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, las honras fúnebres del último soldado de aquella legendaria tropa, se efectuaron cumpliendo estrictamente los protocolos sanitarios establecidos, que solo permitieron el acceso de su familia y una representación de las organizaciones políticas y de masas, en nombre del pueblo de cubano.

Juan había nacido el 31 de octubre de 1937, en la zona de Santo Tomás (hoy Comunidad el Moncada), del municipio pinareño de Viñales y era hijo del dueño una hacienda de más de 200 caballerías de tierra.

A pesar de su origen, desde niño conoció las penurias del campo cubano y se identificó profundamente con aquel sector que sufría una terrible explotación.

Por ello, tras la caída de la tiranía y el comienzo de una nueva era en la historia de Cuba, la familia decidió donar sus tierras a la Revolución.

En agosto de 1959, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro concibió la idea de preparar a un grupo de campesinos, para capturar una banda de alzados que operaba en la cordillera pinareña, Juan trabajaba en un aserrío propiedad de su padre.

Sus cualidades personales y su temible puntería, hicieron que Leandro Rodríguez Malagón, el hombre al que Fidel le confiara la misión, lo seleccionara para integrar la pequeña milicia.

Juan tenía apenas 21 años y fue el más joven de aquella legendaria tropa de 12 combatientes, conocida como Los Malagones.

La captura, en solo 18 días, de la banda terrorista de Luis Lara, un ex-cabo de la tiranía batistiana sobre el que pesaban 23 asesinatos y una lista interminable de abusos y vejaciones, constituyó un impulso decisivo para la creación de las Milicias Nacionales Revolucionarias, el 26 de octubre de 1959.

El propio Fidel se los había anunciado: «Si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba».

Después de cumplir la misión encomendada por el Comandante en Jefe, se mantuvo sobre las armas en la Lucha Contra Bandidos, hasta la captura del último alzado en 1965.

Ese propio año pasó a la vida civil, y trabajó como chofer de un camión de la Granja el Moncada hasta 1969, cuando recibió la tarea de conducir un ómnibus de transporte público enviado por Fidel a la comunidad.

En 1990 fue movilizado nuevamente por las Fuerzas Armadas Revolucionarias, para atender la guarnición militar de la cueva Santo Tomas, hasta el año 2005.

Alcanzó el grado de Mayor de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y múltiples condecoraciones, entre las que destacan el diploma de fundador del Ejército Occidental y las medallas por los 20, 30, 40, 50 y 60, años de las FAR.

No obstante, para Juan Quintín Paz Camacho, haber formado parte de aquella legendaria tropa de campesinos organizada por Fidel, constituyó el mayor orgullo de su vida. «Las milicias demostraron su eficacia en Girón, en la lucha contra bandidos, y hasta en las misiones internacionalistas en África, porque muchos de quienes combatieron allí salieron de nuestras filas», me confesó una vez.

Julio César Rodríguez Pimentel, primer secretario del Partido en Pinar del Río, al despedir el duelo, reconoció la  entrega incondicional a la causa revolucionaria del valeroso miliciano de genial puntería,  capaz de darle a un limón en el aire  con su fusil, y que supo ganarse el cariño de su pueblo por su sencillez y su humildad.

Sobre la trascendencia histórica de la hazaña protagonizada por los primeros 12 milicianos campesinos, entre los que se incluyó Paz Camacho, recordó las palabras del General de Ejército Raúl Castro Ruz, durante la inauguración del Memorial a los Caídos en la Lucha Contra Bandidos, cuando afirmó que «si el Ejercito Rebelde nació en 2 de diciembre de 1956, la victoria de Los Malagones en octubre de 1959 complementó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias».

 

Adiós a Juanito, el último Malagón

Con honores militares y ofrendas de Raúl y Díaz-Canel fue sepultado en el Memorial a los Caídos en la Lucha contra Bandidos, Juan Quintín Paz Camacho, quien fuera el más joven de los integrantes de la primera milicia campesina de Cuba, conocida como Los Malagones

Juventud Rebelde

VIÑALES, Pinar del Río.— Desde ahora a la comunidad de El Moncada le faltará su risa, su ingenio, su picardía. Le faltará su generosidad, su sencillez, su estatura de gigante. Y en ese ir y no hacerlo, ese marcharse para siempre y quedarse en el cariño de los demás que significa la muerte, encontramos a Juanito: Juan Quintín Paz Camacho, el último de Los Malagones, el más joven, el que se incorporó a la tropa siendo casi un niño y ahora dice adiós.

Las complicaciones renales y cardiovasculares asociadas a la COVID-19 le jugaron una mala pasada.

Quien lo haya conocido no olvidará sus ocurrencias. Juanito juraba haber comprobado en vida que su bóveda —construida en el Memorial junto a la de los otros compañeros de lucha—, tenía espacio suficiente para que sus pies no quedaran fuera y jocoso decía: «Yo me voy a ir cerquita, pero me tienen que llevar», porque de su casa hasta allí apenas hay unos metros.

Se reía así de la muerte. Y lo hacía porque se sabía con el deber cumplido: participó en la lucha contra bandidos, integró la primera milicia campesina de Cuba, fundó una familia, levantó un hogar, trabajó para las Fuerzas Armadas Revolucionarias con la misma dedicación que manejó después una guagua que él consideraría la ambulancia del poblado, y hasta cuidó un huerto.

Juanito andaba siempre esbelto, afeitado y con ropas planchadas tan rectas que a una le parecía que tenían almidón. En su casa te recibían con los brazos abiertos y te ofrecían dulce, café, y hasta una mandarina acidísima, solo por el placer de hacer alguna maldad.

Siempre fue así. Con 21 años se unió a Leandro Rodríguez Malagón para capturar al cabo Luis Lara Crespo, que tenía considerables crímenes a lo largo de la cordillera. Unos 90 días les dio Fidel para cumplir la misión y en apenas 18 lograron concluirla.

Para entender la magnitud de su humanismo, basta con releer un fragmento de una entrevista concedida a esta reportera hace unos años. Al relatar cómo fue la captura del cabo Lara, expresó: «Me arrastré por más de 150 metros, la ropa no se sabía de qué color era, y allí empezó la balacera. Cuando aquello llevaba un buen rato se oyó: “¡Emplacen la ametralladora!”, y desde el flanco respondimos, ¡ya emplazamos el mortero, le vamos a tirar con el mortero! Al momento Lara salió con una niña de brazo, escondido detrás de ella. Creyeron lo del mortero y la ametralladora, ocurrencia de nosotros.

«Cuando salió, Lara nos pidió tres cosas: primero, que no le diéramos golpes; segundo, que no dejáramos llegarle a ninguno de los familiares de sus víctimas, y tercero, que lo llevaran a ver a su madre. Fidel nos había dicho que a los enemigos había que tratarlos bien, ni un golpe, y lo llevé a ver a su vieja, que vivía como a un kilómetro de aquí.

«A mí se me partía el alma con la señora, yo la conocía desde niño, y a Lara también, hasta pelota jugamos alguna vez. Me dijo que no se lo maltratara, y le respondí que no le iba a hacer nada, pero sus deudas, tenía que pagarlas. A 23 ascendían los crímenes de Luis».

Juanito, que en ese entonces vivía de manera holgada, conoció las miserias con las que lidiaba el campesinado. Sus padres le inculcaron esos sentimientos desde pequeño. Por eso, puso su fina puntería, reconocida por todos los habitantes de la zona de Santo Tomás, al servicio de Leandro Rodríguez Malagón. «Si ustedes triunfan habrá milicias en Cuba», les había dicho Fidel. Y triunfaron, y hubo milicias, y Juanito vivió orgulloso hasta el fin de sus días.

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