La Jiribilla.- Ambrosio Fornet se ha ganado, sin discusión, un lugar entre los intelectuales cubanos más notables del pasado siglo e inicios del presente. Su obra crítica y ensayística hizo aportes fundamentales a los estudios literarios y culturales cubanos, la cual fue reconocida con el Premio Nacional de Literatura en 2009. De igual forma, su quehacer como editor durante veinte años, sucesivamente, en el Ministerio de Educación, la Editorial Nacional y el Instituto Cubano del Libro —donde estuvo al frente de la editorial Arte y Literatura en sus inicios y para la cual creó la inolvidable colección Cocuyo, que puso a disposición de los lectores una serie de libros de relevantes autores cubanos y de otras latitudes—, hizo que mereciera el Premio Nacional de Edición en 2002.


Por otro lado, sus vínculos con el cine también han dejado huellas indelebles: desde su escritura de guiones para largometrajes como Retrato de Teresa hasta su asesoría y enseñanza en cursos y talleres sobre guion y dramaturgia, tanto en Cuba, como en el extranjero. Al inaugurarse la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, impartió clases de Guion y se hizo cargo de un proyecto editorial que incluía la revista Miradas y la edición de textos sobre dramaturgia cinematográfica.

Formó parte de la Academia Cubana de la Lengua desde 1997 y fue Profesor Titular Adjunto del Instituto Superior de Arte. La Casa de las Américas, además de contar con su permanente colaboración en la revista homónima y su asesoría para el Fondo Editorial y para otros tantos asuntos, lo recibió varias veces como participante en diferentes eventos y como jurado del Premio Casa. También fue jurado en dos ocasiones del Premio Latinoamericano y Caribeño Juan Rulfo —que entrega la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México)—, de los Premios Nacionales de Literatura de Colombia y del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en Guadalajara, así como del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Además de compilar y prologar más de una decena de libros, Fornet es autor de: En tres y dos (1964), En blanco y negro (1967), El libro en Cuba; siglos XVIII y XIX (1994), Las máscaras del tiempo (1995), La revista Casa de las Américas: un proyecto continental (en colaboración con Luisa Campuzano, 2001), La coartada perpetua (2002), Carpentier o la ética de la escritura (2006), Las trampas del oficio. Apuntes sobre cine y sociedad (2007), El otro y sus signos (2008), Narrar la nación. Ensayos en blanco y negro (2011), Huellas en el tiempo (2018), Cien años de cine en Cuba (1897-1997) (2019) y Credenciales y Contrapunteos (2021).

Recibió las distinciones Por la Cultura Nacional, Alejo Carpentier, Raúl Gómez García, Ciudad de Bayamo y José María Heredia, estas últimas otorgadas por la Uneac de Bayamo y de Santiago de Cuba, respectivamente. Pero, ante todo, Ambrosio fue un cubano raigal, un defensor a ultranza de nuestra cultura, sin dejar de ser polémico e inquisitivo, fue un intelectual “dialogante”. Y fue siempre un hombre íntegro y cabal, un justo que nos legó una obra cargada de saberes y esencias, una obra iluminadora, inmensa e imperecedera, que nos acompañará, junto al recuerdo de su humildad y su buen carácter, de su inteligencia y su firmeza. La Casa de las Américas le agradece hoy su entrega y su palabra:

Si vamos a seguir siendo escritores y artistas comprometidos de algún modo con un proyecto de desarrollo social y cultural, tendremos que seguir escribiendo, componiendo, pintando, actuando y, por supuesto, haciendo planes. Con la única diferencia de que ahora tendremos que ser más cautelosos —valga la paradoja—, porque ahora sabemos, dando por descontado el oficio, que con la buena fe y el entusiasmo no basta. Ahora es necesario dudar. Dudar de todo —diría yo, cartesianamente—, menos de la justicia de nuestra causa. Y por tanto es necesario estar abiertos a la crítica, para poder exigir el derecho a criticar. […]

Creo que a los intelectuales y artistas, tanto viejos como nuevos, la crisis nos da una oportunidad de crecer y demostrar una vez más lo que somos. Después de todo, utopía es —según el diccionario de la RAE— un proyecto optimista “que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”, así que lo que cometimos, al creer que ya aquello estaba a nuestro alcance, fue también un error semántico. Error costoso, sin duda —lo estamos viendo—, pero reparable, lo que nos abre la alternativa de reorientarnos sin sobresaltos hacia lo que Sánchez Vázquez se atrevió a llamar la utopía posible. El papel que en esa alternativa debe desempeñar la Economía es decisivo. Decisivo, sí, pero insuficiente. Porque falta ahí un ingrediente básico, que es la Cultura. Varona decía que la moral no se enseña, sino que se inocula. De la cultura que no sea simple instrucción o pedantería podría decirse algo semejante. Así que a nosotros nos toca, en gran medida, darle a esa acción profiláctica un carácter orgánico, lo que sólo se logrará completando la fórmula incompleta del pragmatismo. Que la Economía permita desarrollar al máximo las fuerzas productivas del país, pero que ese imprescindible y ansiado desarrollo no vaya a borrar la memoria del pasado ni a distorsionar la visión del futuro, porque ese marco es el único en el que puede insertarse orgánicamente nuestro rostro, el rostro colectivo. [sic.]

(Tomado de La Ventana. Portal Informativo de Casa de las Américas).

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