Susana Besteiro Fornet - Foto: Endrys Correa Vaillant - Granma - Video: Mesa Redonda.- El querido historiador de La Habana ha sido recordado por diversas instituciones en el que sería su 80  cumpleaños.


Amó su ciudad más de lo que muchos amarán jamás un trozo de tierra. Cuando Emilio Roig lo acogió bajo su ala, el joven Eusebio, quien apenas cumplía entonces veintitantos años, comprendió que La Habana no tenía nada que envidiar a las cultas y hermosas capitales del viejo mundo, solo había que quitarle el polvo de los siglos.

Solo Roig y él han tenido el título de Historiador de La Habana, y ante la pregunta que muchos nos hemos hecho –¿quién sustituirá a Eusebio?–, la respuesta es: nadie. Hombres así nacen una vez cada tantísimos años, por lo que mientras llega alguien más para liderar la obra que él dejó inconclusa, nos corresponde a nosotros preservar su legado.

Caminar por calles y callejones del Centro Histórico es recordar a Leal. Evocarlo con alegría cuando vemos los inmuebles que, bajo su cuidado, recuperaron el brillo de antaño, o con dolor decir «si él viera esto», al notar que algo salvado se deteriora, es estar convencidos de que Eusebio no solo nos acompaña, sino que es imprescindible respetar su disciplina por el bien de la ciudad y del patrimonio.

Por ser tan grande, tan etéreo que se ha fusionado con los muros, se merece todos los homenajes: el primer concierto después de la reapertura del Teatro Martí, el nuevo recorrido de Rutas y Andares, un acto solemne en el Museo de la Ciudad, un espectáculo de La Colmenita y todo lo demás que propone la Oficina del Historiador para este domingo 11 de septiembre, día en que cumpliría 80 años.

En una entrevista se le preguntó cómo quería ser recordado, a lo que respondió con usual elocuencia: «Como un hombre que tuvo una iluminación personal que le indicó no cruzarse de brazos cuando otros fueron proclives al olvido. Un hombre que defendió con denuedo la unidad de la nación, como una perla de nuestra cultura. Alguien que ni siquiera en tiempos apocalípticos renegó el componente utópico de ese sentido tan propio del espíritu romántico, absolutamente consciente de que, como suelo decir, la mano ejecuta lo que el corazón manda».

Recordado será, evocado, citado y repetido mil veces hasta que quizá aquellos que no compartieron con él el tiempo terrenal lo perciban como alguien lejano, sin entender la grandilocuencia que acompañó su vivir.

Hablando como alguien que nunca tuvo la suerte de conocerle, me atrevo a asegurar que dejó este mundo sin arrepentimientos; pues como él mismo dijo hace casi 20 años, por allá por 2003: «Lo importante no es dónde se nace, sino cómo se piensa. Lo importante no es lo que se dice, sino cómo se vive. Lo importante es vivir».

 

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