Sayli Sosa Barceló . Cubadebate.- El movimiento Abrazando el barrio ha buscado convocar a organismos y población en la limpieza de las comunidades. (Foto: Facebook/ Julio Gómez Casanova).


A mí me encantaría que un día de estos, sin avisar, llegara una brigada de constructores (con materiales y todo) y reparara mi apartamento de microbrigada. Las probabilidades tienden a cero, lo sé. Esa primera oración, además de un anhelo muy válido y recurrente, es solo una provocación. Las reparaciones y el mantenimiento que necesita mi casa son mi responsabilidad.

Sin embargo, a varias comunidades de Ciego de Ávila sí se les ha cumplido el sueño, justo en el año en que menos podríamos haber esperado milagros. Un día llegan brigadas de acueducto, viales, de constructores (con materiales y todo) y les cambian la fisonomía a los barrios en un dos por tres. Parecería fácil si no supiéramos las complejidades que entraña.

Le pasó a La Clementina desbordada, a La Aguadita, a Limones Palmero, a Punta Alegre. Le está sucediendo a El Vaquerito y a tres consejos populares del sur de la ciudad de Ciego de Ávila. A inicios de año hablábamos de un presupuesto millonario y un programa de acciones en todos los municipios, encaminados a transformar asentamientos poblacionales considerados vulnerables. Ese dinero se ha ejecutado y en unos días podríamos tener una mejor idea de cómo se ha invertido en mejorar la calidad de vida de los avileños.

La vulnerabilidad, ya lo hemos dicho, aunque siempre es evidente, también es relativa. Se puede ser vulnerable porque los caminos de acceso estén tan malos que no llegue el transporte o la canasta básica, porque la vivienda tenga piso de tierra y cubierta ultraligera; porque los ingresos no alcancen para lo básico. De lo único que no debiéramos ser nunca vulnerables es de la actitud y la voluntad.

¿Por qué digo esto? Porque en no pocos lugares a donde el esfuerzo gubernamental y político ha llegado con sus transformaciones ha habido quienes se quedan en la acera de la sombra esperando que otros terminen la obra que los beneficia. Mujeres y hombres en perfecto estado de salud que fácilmente podrían sumarse a las tareas. Bien lo criticaba unas semanas atrás el miembro del Comité Central del Partido y su primer secretario en la provincia, Liván Izquierdo Alonso, cuando pedía mayor convocatoria popular y participación de las comunidades en la solución de sus problemáticas. “El barrio es de todos”, decía.

No es menos cierto que muchos de los asuntos pendientes son “técnicos” y requieren la acción de obreros y especialistas. Está claro que una conductora de agua potable o la colocación de una radiobase no puede ser hecho por cualquiera. Pero, ¿y las áreas verdes comunitarias?, ¿y los microvertederos?, ¿y la poda de árboles y arbustos de los parques?, ¿y la pintura de locales, bodegas o consultorios?, ¿y los proyectos culturales que estremezcan a los barrios? ¿Por quién o quiénes deben esperar?

Son “tareas” pendientes anotadas desde ya en las agendas de los recién electos delegados municipales del Poder Popular. A la par de atender las quejas y los planteamientos de sus electores, así como tramitarlas en el seno de las asambleas y fiscalizar sus soluciones –si de verdad queremos transformar nuestras comunidades–, los delegados deberán impulsar y gestionar el esfuerzo colectivo de sus representados, para concretar esa otra cuota de poder que yace en las masas.

Porque el poder del pueblo no puede ser entendido únicamente como la exigencia de mejoras y la respuesta a problemas puntuales (a veces, históricos). Tiene que ser, también, un rabo de nube “silviorodrigueziano”: un aguacero en venganza contra la chapuza, el olvido y la mala gestión de los recursos. Una gran ira contra quien rompe, malgasta o roba lo que es de todos. Un torbellino que arranque de raíz monumentos a la improvisación y el voluntarismo. Un barredor de tristezas que se lleve por delante la apatía, el desánimo, el escepticismo y la peligrosa idea, gatopardista, de que algo cambia solo para quedar igual.

(Tomado de Invasor)

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