El doctor Jorge González (Popi) explicando a la prensa internacional que aquellos restos óseos pertenecen al Che y a otros seis de sus compañeros de guerrilla. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.
"Yo regresé con el Che en ese avión"
Yurina Piñeiro Jiménez, Ismael Francisco
Cubadebate
¿Para el Comité Central así, en short, camiseta y chancletas? ¡¿Tú estás loco?!, le comentó el joven fotógrafo del diario Granma al chofer que lo encontró aquella mañana en el Vedado habanero y quien tenía la misión de llevarlo ante Rolando Alfonso Borges (Alfonsito), entonces jefe del departamento ideológico del PCC.
“Sí, sí, así mismo”, le respondió definitivo el enviado.
El contexto noticioso de aquellos primeros días de julio de 1997 y la urgencia de la solicitud, hicieron que el fotorreportero supiera muy pronto de qué se trataba: la misión de traer de regreso a Cuba, los restos del Che y varios de sus guerrilleros encontrados días recientes en la antigua pista de aterrizaje de Vallegrande, Bolivia.
Una encomienda intrépida, no por su complejidad profesional, sino por las condiciones en que se haría: un lugar totalmente desconocido para él como fotógrafo, sin el apoyo directo de los embajadores cubanos allí, además de la fuerte hostilidad política característica del departamento boliviano de Santa Cruz de la Sierra.
Tal fue la responsabilidad que Alfonsito depositó sobre sus hombros, incluida la de preservar 3000 dólares para garantizar la cobertura periodística y sortear inconvenientes, que el veinteañero emprendió a correr desde la Plaza de la Revolución hasta su casa, en 35 y Paseo.
El discípulo de grandes del lente guardó dos habanos en su bolsillo, siguiendo el consejo de un veterano de la Fotografía, quien tiempo atrás le había aconsejado este remedio para abrir caminos en tiempos difíciles.
La tensión aumentó cuando al llegar él y su colega del periódico, Orlando Oramas, al aeropuerto José Martí, pasadas las 10 de la noche, el encargado de la seguridad del lugar les preguntó el motivo de su permanencia en la puerta del salón VIP, y luego de ellos contestar que esperaban un “vuelo especial”, el oficial les dijo que tenía total desconocimiento al respecto.
Como si fuera poca la amalgama de emociones y expectativas, en medio de ese tropel conocieron de la caída de un avión ese día al salir de Santiago de Cuba…
En eso, los reporteros divisaron una aeronave conocida en la pista. Luego, otra más. Entraron a la sala, el Comandante de la Revolución, Ramiro Valdés; el general de división, Rogelio Acevedo y Cuza, el piloto que durante años tripuló el IL 62 en que viajaba Fidel Castro. Todo estaba en orden.
Ramiro, quien va al frente de la misión les recordó la importancia de lo que se les había encomendado por la máxima dirección política del país. Suficiente, venido del hombre que ha estado en todas las grandes epopeyas de la Revolución cubana.
Ocho horas de vuelo. Pocos pasajeros, entre ellos, especialistas de técnica canina e inteligencia, ante la probabilidad nada despreciable de un intento de sabotaje.
Más allá de los temores propios asociados al desconocimiento del lugar, a la reacción de la oposición política o el temor de no lograr ciertas fotos; la mayor preocupación del fotorreportero era no poder regresar a Cuba con los guerrilleros que fueron a buscar.
“Yo podía hacer las mejores fotos, y en caso de que no me dejaran subir al avión, enviar los rollos con Popi o a través de la embajada; pero no me iba a sentir pleno, satisfecho, porque quería regresar con el Che y sus camaradas en ese avión”, evoca Ismael Francisco, pasados casi treinta años.
***
Arriban a tierra andina al amanecer del 12 de julio de 1997 por el aeropuerto Viru Viru, del departamento de Santa Cruz de la Sierra. El mismísimo ministro de defensa boliviano aborda al avión e informa que solamente pueden descender de la aeronave el fotógrafo y el redactor del diario Granma.
Ambos bajan y tras pasar la puerta de emigración, en un acto casi instintivo, el de la cámara obsequia los dos puros garantizando que no lo retrasen en su regreso al avión.
Trato hecho. Ese primer camino se le ha abierto. Ahora corresponde negociar con el taxista. “¿Cuánto me cobras por llevarme al Hospital Japonés, esperarme y luego traerme de regreso?”, pregunta el fotorreportero. “30 dólares”, contesta el chofer. “Te pago 50, pero tienes que garantizarme que llegaremos al aeropuerto antes que la caravana con los restos del Che y otros guerrilleros”, negocia el cubano. Y así lo acuerdan. Le pagará esa suma al final de la operación.
Una vez en el hospital, Orlando Oramas que sí conoce al doctor Jorge González (Popi), quien dirige la investigación forense en cuestión, presenta a su colega. “Qué bien, mucho gusto, vengan conmigo”, invita a ambos. Y los lleva hasta la habitación donde tienen los restos óseos del Guerrillero Heroico organizados, cual dicta la anatomía humana.
Al joven fotógrafo lo sobrecoge un golpe de realidad. No hace foto a aquella escena. La impresión ante la cruda verdad que es la muerte. Ese no es el Che, el símbolo de la juventud comunista, de los revolucionarios del mundo. El hombre fornido que sobrevivió al Granma, a la Sierra Maestra, a la Invasión de Las Villas, a tantas acciones temerarias…
Llega el momento en que Popi y otros expertos demostrarán a la opinión pública internacional, mediante pruebas forenses, que aquella osamenta pertenece al Comandante Guevara y a otros seis hombres de su guerrilla.
La luz de la mañana y el lugar escogido para la conferencia de prensa (en una de las entrecalles del Hospital Japonés) favorecen a los profesionales gráficos, incluido el nuestro. Pero son cientos de corresponsales ávidos de conseguir las mejores imágenes. Delante un cordón de policías antimotín con escudos y enfrente, sus motos patrulleras unidas con sogas.
El discípulo de Fernando Lezcano, Liborio Noval, Emilio Argüelles y otros referentes de la fotografía cubana se las ingenia y logra una buena posición. No obstante, defiende su territorio como gallo fino en el corral reporteril.
“No recuerdo por qué exactamente, pero en medio de aquella disputa, uno de los guardias bolivianos, me dice: 'Tranquilo cubano, tienes un buen lugar, tranquilo'”, evoca el actual fotorreportero de Cubadebate.
Como siempre, Popi muy profesional y certero en sus declaraciones. Luego de la explicación ofrecida por el equipo de expertos de varios países, el hallazgo es un hecho público; el secreto sobre la tumba del Che ha volado en pedazos.
En medio de aquel acontecimiento mundial, una voz desconocida resuena entre los presentes: “¡Por favor. Un minuto de silencio en honor al Comandante Guevara!”. Y la mudez y el respeto reinan. Luego, los cubanos entonan las notas del Himno de Bayamo”.
Como poseídos por San Guevara, Ismaelito y Oramita salen hacia el taxi, cuyas manecillas de velocidad sobrepasan los 100 kilómetros por hora. El fotógrafo cubano lo comprueba, pues el auto tiene sus controles de mando en el lado del copiloto; lugar que él ocupa.
Según lo acordado, el agente de emigración no lo retrasa a la salida hacia la pista. Pero ya adentrado en el hangar lo espera la impedimenta. Unos oficiales lo interpelan: ¿Qué hace usted aquí? ¿Quién es usted? Y proceden a registrarlo públicamente. Hasta que el ministro de defensa boliviano da luz verde al cubano.
Allí no había pelotón de ceremonia. La tripulación inicial más Popi y otros expertos cubanos y profesionales de la prensa que se sumaron en el retorno, ayudaron a subir a bordo los restos óseos; los cuales fueron colocados en el apartado especial del avión, en unos armones de madera y abrigados por la bandera cubana.
Sentimientos encontrados. Por una parte, la satisfacción de haber cumplido una promesa a tantas familias, al pueblo de Cuba, y del otro lado, la cruda realidad de la muerte física del “más extraordinario de los compañeros”, según Fidel Castro.
Antes que los periodistas le preguntaran algo, el Comandante de la Revolución, Ramiro Valdés, pidió a aquel equipo de “rescatistas” que le permitieran un tiempo a solas con el Che. Que después él contestaría sus preguntas.
Cuando volvió, Orlando Oramas le preguntó qué había pensado allí. El Comandante comentó que había rememorado muchas vivencias personales con el amigo argentino: el Granma, la Sierra, la invasión a Las Villas… Y que le había contado al Che lo que había pasado hasta la fecha.
Ocho horas más de vuelo. Algunos vencidos por el ajetreo del día. Alguien despierta al joven fotógrafo. “Ven para que hagas una foto histórica, que algún día se publicará”. La hace. Vuelve a su asiento. Hasta que una sensación de aterrizaje inusual lo despertó. Estaban descendiendo en el aeropuerto de San Antonio de Los Baños.
Fidel estaba allí, junto a familiares de los guerrilleros hallados y la máxima dirección del país. El profesional del lente anhelaba captar las imágenes del recibimiento, pero le recordaron su responsabilidad de ir de inmediato hacia el diario Granma a revelar las fotos hechas en Bolivia, que serían publicadas en Juventud Rebelde al día siguiente.
La televisión transmitió en vivo la ceremonia. Años después, la prensa lo describiría así:
Ramiro Valdés, el hombre encargado de traer los restos del Che y de sus compañeros de lucha desde Bolivia, dijo a Fidel Castro: "La misión ha sido cumplida". Después, un corneta del Ejército tocó silencio mientras un pelotón descargaba tres salvas de fusilería.
"Hoy llegan a nosotros sus restos, pero no llegan vencidos, vienen convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes y audaces", exresó en nombre de los familiares, Aleida Guevara March, hija del Guerrillero Heroico.
Fidel Castro no habló. Se limitó a recibir con gesto sombrío y emocionado los restos del Che, de los internacionalistas cubanos: René Martínez Tamayo (Arturo), Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho) y Orlando Pantoja Tamayo (Antonio); así como los de los guerrilleros bolivianos: Simeón Cuba (Willy) y Aniceto Reynaga (Aniceto), y del combatiente peruano Juan Pablo Chang (El Chino).
Aunque Ismael Francisco no pudo captar en su lente estas últimas memorias, siente pleno orgullo al pensar: “Yo regresé con el Che en ese avión”.
En video, el Doctor Jorge González cuenta cómo descubrieron los restos del Che
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