El salto hacia delante, ciertamente, es asunto de pueblos, de clases que se amalgaman para hacer realidad los cambios. Pero de los pueblos, de sus hijos más lúcidos, de los más decididos, de los que con mayor penetración interpretan las ansias populares, surgen los líderes. Del nuestro emergió Fidel y desde su mismo punto de partida, la identidad entre pueblo y vanguardia, necesidad y voluntad de cambio, Fidel fue motor y guía. Foto: Juvenal Balán. Video: teleSUR.
Pedro de la Hoz
Granma
Los poetas, auténticos, no se equivocan. Los poetas que toman el pulso a los hombres y su tiempo. En medio de la alborada revolucionaria que siguió al descabezamiento de la tiranía, el inicio de las profundas transformaciones que sobrevinieron y el acoso imperial que desde entonces no ha cesado, Manuel Navarro Luna escribió: Yo sé de dónde vienes y quién eres / por el tendido heroico de tu sueño.
Ante la marcha triunfal del Ejército Rebelde, Jesús Orta Ruiz, el Indio Naborí, reconoció en versos el liderazgo en el cambio de época: Y esto que las hieles se volvieran miel, se llama… ¡Fidel! Y esto que la ortiga se hiciera clavel, se llama… ¡Fidel! Y esto que la Patria no sea un cuartel, se llama… ¡Fidel!
Cuando el triunfo aún no era cierto, la matancera Carilda, en versos clandestinos, inició su estremecedor canto en décimas con esta llamarada: No voy a nombrar a Oriente / no voy a nombrar la Sierra / no voy a nombrar la guerra / –penosa luz diferente–, / no voy a nombrar la frente, / la frente sin un cordel, / la frente para el laurel, / la frente de plomo y uvas, / voy a nombrar toda Cuba, / voy a nombrar a Fidel.
Aún antes, su compañero de armas, argentino que hizo suya la causa cubana, Ernesto Guevara, al enrolarse en la expedición del Granma, proclamó: Vámonos / ardiente profeta de la aurora / por recónditos senderos inalámbricos / a liberar el verde caimán que tanto amas.
Un pueblo, como el nuestro, ungido de poesía –poiesis, creación–, «la causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no ser a ser», –como dijo Platón– no se equivoca.
El salto hacia delante, ciertamente, es asunto de pueblos, de clases que se amalgaman para hacer realidad los cambios. Pero de los pueblos, de sus hijos más lúcidos, de los más decididos, de los que con mayor penetración interpretan las ansias populares, surgen los líderes. Del nuestro emergió Fidel y desde su mismo punto de partida, la identidad entre pueblo y vanguardia, necesidad y voluntad de cambio, Fidel fue motor y guía.
Y no debe, ni puede, dejar de serlo. Si tan solo fuera por asumir la misión de completar la obra de José Martí y los padres fundadores de la nación, de haber desatado la carga que pedía Rubén, y de hacer factible, por primera vez en nuestra historia, la articulación entre libertad y justicia social, tendríamos que tenerlo presente. Si tan solo fuera por enfrentar, como nunca antes, los desafíos del coloso imperial y sortear exitosamente agresiones, invasiones e intentos de aislamiento, se nos haría imprescindible. Si por haber colocado a Cuba como una fecunda singularidad en el mapa mundial, merecería el más alto de los reconocimientos. Si tomáramos su dimensión mítica, como impulso gigantesco que se funde con la historia, nos asistirá una poderosa razón para su permanencia.
Fidel es lo que fue, pero sobre todo, lo que tendrá que ser. Cuando marchó, los jóvenes, los que no lo conocieron en el trato directo, en la épica acumulada, dijeron: «Yo soy Fidel».
Ser Fidel no puede ser una consigna, sino brújula e inspiración. No basta con citarlo, hay que aprehenderlo y contar con él como fuente, referencia y energía. Comprender que pensamiento y acción se entrelazan dialécticamente, que entrega y voluntad van de la mano, que lo aparentemente imposible tendrá que ser posible, que del sueño a la realidad, y de esta a los nuevos sueños y la conquista de nuevas realidades el proceso es indetenible e inclaudicable.
Tener en cuenta lo que dijo otro poeta, Miguel Barnet: «Fidel rompió el esquema del político tradicional. Devolvió a la política lo que ella es en esencia: un arte para llevar felicidad a los seres humanos».
Al despedir al Comandante en Jefe en Santa Ifigenia el 3 de diciembre de 2016, Raúl recordó las palabras que dijo en la conmemoración moncadista de 1994 en la Isla de la Juventud, ocasión en la que resumió el papel de Fidel al frente del proceso revolucionario desde su gestación hasta aquellos días –parecidos a estos– en los que resistíamos los embates de circunstancias sumamente adversas.
Palabras que hoy cobran absoluta y apremiante vigencia: «Ese es el Fidel invicto que nos convoca con su ejemplo y con la demostración de que ¡sí se pudo, sí se puede y sí se podrá! O sea, que demostró que sí se pudo, sí se puede y sí se podrá superar cualquier obstáculo o turbulencia en nuestro firme empeño de construir el socialismo en Cuba, o lo que es lo mismo, garantizar la independencia y la soberanía de la Patria».
La ciencia que de Fidel me llevo
¿Qué tipo de científico fue Fidel? Difícil de decir, asumiendo como cierto el implícito de la pregunta. Ciertamente es más fácil decir qué tipo de científico no fue. Pero no tengo dudas de que llevaba en la sangre aquello de que la práctica es el criterio de la verdad, y con ello carga de raíz contra todo dogmatismo de reducir el pensamiento a tesis y las tesis a dogmas
Ernesto Estévez Rams
Granma
Puesto a pensar en la primera vez que tuve conciencia de Fidel como algo más que una referencia de mis padres o la escuela, la adivino en aquel discurso de despedida de los asesinados en el crimen de Barbados. Aquel día en la plaza, yo aún niño, lo percibí de una manera distinta por el silencio gigantesco que me rodeaba, los rostros familiares con una expresión que no había visto antes y la voz que me llegaba sin rostro, por mi corta estatura. Esas palabras cuyo contenido no podía aquilatar tanto, como la intuición de que algo tremendo estaba ocurriendo; el clamor al final, de unanimidad cerrada, dura, terrible e irrevocable me acompaña desde entonces.
Con Fidel, como con Martí, corremos el riesgo de reducirlo a frases más que a pensamientos, aislados de las circunstancias en las que reflexionó en voz alta y más aún en las que actuó. Si de ciencia se trata, la relación que Fidel estableció con ella rebasó el lugar común de citarlo en aquella premonitoria frase de hacer del país uno de ciencia y de científicos. Hay pocos ejemplos de praxis dialéctica más acabada, en su riqueza compleja, que la que Fidel practicó en toda su vida revolucionaria.
¿Qué tipo de científico fue Fidel? Difícil de decir, asumiendo como cierto el implícito de la pregunta. Ciertamente es más fácil decir qué tipo de científico no fue. Pero no tengo dudas de que llevaba en la sangre aquello de que la práctica es el criterio de la verdad, y con ello carga de raíz contra todo dogmatismo de reducir el pensamiento a tesis y las tesis a dogmas. Eso es pensamiento científico.
Algunos hoy lo olvidan. Y en ese olvido, el peligro de reproducir con él, ese rito nefasto y supersticioso que practicamos con Martí, de arrimar sus expresiones a nuestra sardina. «Cambiar lo que tiene que ser cambiado» va pareciéndose a «con todos y por el bien de todos», volver las dos máximas un saco donde queremos que quepa lo terrenal y lo divino, siempre que sea de nuestra conveniencia. Lo primero que debemos cambiar es querer hacer de Fidel un recetario de lugares comunes para usarlo, con oportunismo, como lapidación de opiniones contrarias a las nuestras. En una ocasión, en el Palacio de Convenciones, lo oí decir, con esa sonrisa franca con la que decía verdades profundas: «No invoquéis mi nombre en vano». No lo hagamos.
La unidad postriunfo Fidel la construyó desde la minoría dentro de la mayoría. Aquel pueblo de intuiciones no era comunista, y Fidel construyó el consenso inicial para el socialismo en solo dos años. Para ello, no se encerró en tesis preconcebidas como verdades absolutas ni concibió la vanguardia como un sacerdocio excluyente. Nunca oí a Fidel despreciar en la práctica al pueblo. Si su comprensión de la realidad concreta difería de la de las mayorías, escuchaba, y del silencio inteligente de oír, emergía, ya fuera con el criterio consolidado, o ya fuera cambiado, una praxis que comenzaba por convencer a los demás mirando de frente. Fiel a sus ideas, podía ser tozudo, pero de ese tipo que termina siempre convirtiendo los errores propios en nuevos derroteros para superarlos.
En ese escenario, al comienzo de la Revolución, de heterogeneidad tremenda de fuerzas revolucionarias, Fidel se propuso sumar a todos los que no fueran «incorregiblemente contrarrevolucionarios», sin distinción, sin suspicacias, con «una gran paciencia». Un gran frente de pueblo en el que había espacio para todas las personas «honestas» dispuestas a «trabajar para la Revolución», en contraposición con las posiciones «mercenarias». Deberíamos, cada vez que la brújula se nos atasque, leernos con calma ese discurso de Fidel a los intelectuales, entre tantos otros, que pronunció el último día de junio de 1961, a solo dos meses de la victoria de Girón. Es siempre un buen antídoto contra las fiebres pediátricas del izquierdismo, que ve en la supuesta claridad de la autoasumida vanguardia, un privilegio que justifica la agresividad arrogante.
Los consensos en Revolución no están dados, se construyen a diario contra la realidad objetiva y concreta, entendiendo las correlaciones de las hegemonías endógenas y exógenas, políticas, sociales y culturales y en el mismo ejercicio permanente de balancear la intransigencia revolucionaria con el propósito permanente de sumar por la Revolución, ya asumiéndola irrevocablemente socialista. Creo no andar lejos de Fidel, en el convencimiento de que el que crea que no se trata de sumar a toda la heterogeneidad social sin distinción que llamamos pueblo, y que sigue siendo la base de esta Revolución, no tiene confianza en sí mismo como revolucionario. Nuestro centro revolucionario, ese que nada tiene que ver con el centrismo ideológico restaurador sibilino del capitalismo, es el que hace, desde la minoría de la mayoría, la unidad. Lejos de los extremos que de conciencia o de facto atentan contra ella y, por tanto, contra el socialismo que nos hemos dado en construir. El cielo se toma por asalto, de a poco, construyendo, «sin prisa, pero sin pausa».
Hay paralelos que parecen fortuitos y no lo son. Poco antes de dejarnos, Fidel dijo aquello de que nuestro mayor error era creer que sabíamos cómo se construía el socialismo. La frase me recuerda aquella de Marx, también al final, de que él no era marxista, cerrando con ello las puertas a asumirlo como dogma religioso. Sigamos buscando cómo construir al socialismo, por terriblemente hermoso que sea, sin perder ese clamor, de unanimidad cerrada, dura, e irrevocable, que debe acompañarnos siempre, con el Fidel inmenso e irreductible, como brújula.
Nos sigue convocando Fidel antimperialista
Todo comenzó por una cuestión moral. La tradición antimperialista cubana no sería tal sin la presencia, en los revolucionarios y el pueblo, del culto a la dignidad plena del ser humano, la eticidad, la vocación de servicio y la justicia como sol del mundo moral de la nación.
De ahí que sea el antimperialismo un factor clave en la unidad de pensamiento y acción de un hombre como Fidel. Hay una identificación política, un sentimiento, un valor que lo coloca en el epicentro de la batalla descolonizadora; allí junto a Martí.
Y es que ambos hicieron la elección que esperaba el pueblo cubano, la historia y el futuro de la nación; y por qué no, la elección que ansía aún la humanidad: luchar contra el imperialismo; estar al lado de los desposeídos y desamparados del mundo. ¿Acaso Martí no eligió echar su suerte con los pobres de la tierra, y Fidel no dijo que la Revolución Cubana era de los humildes, por los humildes y para los humildes?
Como en Martí, encontramos en Fidel Castro Ruz un antimperialismo fundador.
La idea de que un mundo mejor es posible encarnada en Fidel tiene su esencia en la necesidad del equilibrio del mundo, que continúa siendo, como avizoró Martí: vacilante y dudoso.
Forjó su antimperialismo en el mismo momento en que se hizo martiano y marxista. Es el joven Fidel que está en Bogotá con vistas a la realización de un congreso estudiantil antimperialista, y hace parte del Bogotazo, en el que asesinan al líder Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, cuando se celebraba la IX Conferencia Panamericana que daría lugar a la OEA.
Como Martí, entendió al monopolio como un gigante implacable, que destruía a los pueblos. Su ideal de justicia no se alcanzó bajo criterios superficiales, sino en la fragua del ser, en sus valores y principios, en la convicción de tener mucho adentro y necesitar en consecuencia poco afuera. He ahí el alto valor a la cultura que le imprimió siempre: «sin cultura no hay libertad posible» es sentencia orientadora en la formación del hombre nuevo, del ser humano ética, cultural y espiritualmente superior.
El antimperialismo de Fidel se advierte desde su comprensión de la historia, sus luchas y desafíos. Su discurso en el centenario del 10 de octubre, en La Demajagua, es muy revelador: «Si una revolución en 1868 para llamarse revolución tenía que comenzar por dar libertad a los esclavos, una revolución en 1959, si quería tener el derecho a llamarse revolución, tenía como cuestión elemental la obligación (…) de liberar a la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud de la cual una minoría explotaba al hombre (…). Suprimir y erradicar la explotación del hombre por el hombre era suprimir el derecho de la propiedad sobre aquellos bienes, (…) sobre aquellos medios de vida que pertenecen y deben pertenecer a toda la sociedad».
De ahí los continuos mensajes que dio a los jóvenes. Al decir de Fidel: «Hay mucho que meditar (…) porque nosotros estamos aquí en las fauces mismas del imperialismo, con la boca abierta siempre, que recuerda la boca de un tigre, con colmillos y todo, o la boca de un tiburón, y nosotros llevamos ya, vamos acercándonos, o hemos sobrepasado ya (...) años de Revolución en la boca del monstruo. Y el monstruo trata –y sigue tratando– de crearnos problemas, de crearnos dificultades, de extremar su bloqueo, etcétera, ¿por cuánto tiempo? Nadie sabe. Pero esperamos resistir al monstruo, en cualquier variante, lo mismo si trata de engullirnos, procurar crearle la más terrible de las indigestiones, como si el monstruo lograra crearnos más dificultades en el terreno económico, cualesquiera que sean…».
PRINCIPALES IDEAS QUE FUNDAMENTAN EL LEGADO ANTIMPERIALISTA DE FIDEL:
- Influencia del pensamiento martiano como parte de la tradición ético-revolucionaria del pueblo cubano. El antimperialismo como conciencia de linaje.
- Ideal antimperialista forjado en la lucha del pueblo cubano por su dignidad, en la formación de la nacionalidad cubana y el desarrollo posterior de una identidad movida por resortes éticos. Todo comenzó por una cuestión moral.
- Formación de Fidel en el ideal marxista-leninista, lucha estudiantil universitaria, solidaridad militante con las causas revolucionarias de entonces. Enfrentamiento al golpe de Estado imperialista. Necesidad de transformar la realidad cubana y dar a Cuba la verdadera independencia, liberarla del yugo capitalista proveniente de Estados Unidos y encarnado en los gobiernos corruptos de la República neocolonial.
- Necesidad de la Revolución Cubana como respuesta a los males crecientes de la nación expuestos por Fidel en La historia me absolverá. Pensamiento socialista como alternativa al capitalismo avasallador.
- Lucha en la Sierra Maestra, enfrentamiento a las fuerzas de la tiranía batistiana y al imperialismo estadounidense. Carta a Celia Sánchez al ver caer los cohetes en casa de Mario.
Sierra Maestra
Junio 5-58
Celia:
Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero».
Fidel
- Defensa de la Revolución Cubana frente a las continuas agresiones del imperialismo contra Cuba. Invasión mercenaria por Playa Girón; declaración del carácter socialista de la Revolución; Crisis de Octubre; lucha contra bandidos; lucha antiterrorista.
- El humanismo en Fidel como pilar de su ideal antimperialista. Militancia por la justicia social, internacionalismo, solidaridad, expresión de la idea del bien y vocación de servicio.
- Conciencia anticapitalista, antineoliberal y antimperialista desde la defensa de la cultura como arma clave para salvaguardar valores, identidad, tradiciones y símbolos. Batalla de pensamiento, enfrentamiento a la guerra cultural.
- Lucha constante por la paz, por la unidad como pilar esencial de la batalla antimperialista, por la integración de nuestros pueblos, por la salvación de la humanidad. Necesidad de un Diálogo de civilizaciones.
Y si Martí nos llamaba a impedir las apetencias imperiales con la independencia de Cuba, siendo ya libres y soberanos, una vez más Fidel señaló el camino descolonizador y salvador: «En la nueva era que vivimos, el capitalismo no sirve ni como instrumento. Es como un árbol con raíces podridas del que solo brotan las peores formas de individualismo, corrupción y desigualdad. Tampoco debe regalarse nada a los que puedan producir y no producen o producen poco. Prémiese el mérito de los que trabajan con sus manos o su inteligencia. Ser dialécticos y creadores. No hay otra alternativa posible».
A 97 años del natalicio del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, nos sigue convocando su ideal antimperialista.