Waldo Mendoza. Foto: Cortesía del entrevistado.


Thalía Fuentes Puebla, Ramsay Mora Vargas

Cubadebate

Waldo Mendoza tiene muchas musas: la calle, los rostros, la simpatía de la gente, el día a día, la rutina. Improvisa un tema, escribe en su mente las líneas o proyecta las melodías. Dice lo que pasa o alerta sobre cosas que pueden suceder. Le canta al amor en todas sus variantes. Venera a su familia. A veces – confiesa–, solo necesita tener un buen día para hacer una canción.

“Soy como el clima, compongo según esté la temperatura”, nos dice en una entrevista casual, cerca de su cumpleaños y del 20 aniversario de vida artística.

Dentro de sus paradigmas y formas de hacer, menciona a la música brasileña. Desde el punto de vista romántico, es un tipo muy a la antigua de los que aman y cantan a todo pulmón los temas de Roberto Carlos, Julio Iglesias y Camilo Sexto. También le gustan las melodías de Michael Jackson. Venera el jazz actual y a sus más jóvenes y virtuosos ejecutantes. El gusto por este último género musical es algo que aspira a inculcar a sus hijos.

Waldo Mendoza tiene una voz melodiosa, capaz de moverse con soltura en un amplio abanico de géneros musicales. De do a si, y de si a do. El público lo escucha y no puede evitar enamorarse, cantar hasta quedarse sin voz y perderse en ese viaje que es todo química y conexión. Durante ese tiempo, el telón sube y solo existen la música, Waldo y la satisfacción de quien tiene la dicha de escucharlo. Pocos intérpretes logran esa magia.

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¿Cómo reacciona cuando todas las miradas están puestas en usted?

–Las miradas significan muchas cosas. Es una manera de saber cómo anda tu vida. Algunos te miran con admiración; otros, extrañados. Las miradas te dicen el estado de ánimo con el que las personas se van de tus conciertos. Uno trabaja para eso: calar en el corazón y tener la admiración de la gente.

¿Y cuando nadie lo mira?

–Lejos del escenario, soy Waldo Mendoza, el de la casa, la familia, el de la gente que quiero, el que pasa inadvertido. Es la parte que más me gusta… cuando nadie me mira. Como dice la canción: “Cuando nadie me ve, soy yo”.

¿Cómo lo definen otras personas?

–Un romántico de estos tiempos… el último de los románticos. Sencillo, modesto, amigo, familiar. La gente me define como un hombre natural, muy cubano.

¿Cómo se define usted?

–Las personas tienen un poco de razón. Soy natural. Cubano ciento por ciento. Me gustan la familia, la trasparencia, la verdad y cantar.

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Waldo Mendoza. Foto: Cortesía del entrevistado

¿Por qué la música?

–Mi familia es musical, un talento innato. Mis padres son muy afinados, pero ninguno ejerció la profesión. A partir de mí, comenzó ese vínculo con el arte, aunque recuerdo un primo, Jorge Quiala, que cantó en la Ritmo Oriental y era el orgullo de la familia. Mis hijos son la continuidad. Uno estudia piano y el otro, percusión; uno en la Escuela Nacional de Arte y el otro en la Caturla.

¿Cómo recuerda su infancia?

–Tuve una vida feliz. Muy humilde. Tranquila. Soy el del medio de ocho hermanos. Vivíamos juntos. Mis hermanas mayores prácticamente me criaron. Era una vida familiar muy bonita entre cantos y videoclips en el espejo. Jugábamos mucho.

“Vivíamos en un barrio espectacular. Recuerdo a los vecinos y a los amigos de la infancia con mucha añoranza, la escuela primaria y el fuerte movimiento de artistas aficionados. Siempre fui inquieto. Participaba en las escuelas al campo, los campamentos artísticos, las fiestas de los CDR. La pasábamos bien, siempre compartiendo.

“Lo único que puedo reprochar de mi infancia fue la temprana edad a la que me separé de mi familia. Tenía apenas 10 años”.

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¿Cuál es el fallo más grande que ha cometido?

–Vivimos dentro de errores constantes. Cambié de especialidad, de una carrera para otra. Creo que separarme de mi familia siendo pequeño y no haber estudiado música son los errores más grandes que he cometido. Eso me costó que tuviera que ir por caminos más largos para recuperar lo perdido.

¿Qué le gustaría hacer que no esté haciendo ahora mismo?

–Quiero seguir cantando y ojalá la vida me dé mucha salud para hacerlo. Deseo ver a mis hijos desarrollándose en el medio en donde están. Hay tantas cosas que no he hecho y que me falta por hacer, que ahora mismo no podría mencionarlas.

¿Cuál es la decisión o proyecto que ha tomado que le hace sentir más orgulloso?

–Haber dado el paso y cambiar de carrera. Estoy orgulloso de esa valentía de decidirme por la música luego de estudiar química durante años. Dar ese paso brusco en mi vida me trajo buenas consecuencias, así que estoy bien con eso.

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Waldo Mendoza nació en un cubículo en Maternidad de Línea. Sus padres vivían en ese entonces en un barrio de El Cotorro, en La Habana. Luego, por sus vínculos familiares en el oriente del país, se trasladó a Santiago de Cuba. Después, estuvo un tiempo en Holguín y terminó en Guantánamo.

Para el músico, confluir desde pequeño con culturas diferentes y costumbres distintas le enriqueció y aportó a la manera en la que hoy concibe la creación artística.

“Holguín, Santiago y Guantánamo son plazas importantes en la cultura cubana, sobre todo en la canción y el son. Soy un fanático, aficionado y estudioso incansable de la música y por eso en cada provincia aprendí un poquito y le saqué su partido musical. Ese conocimiento y experimentación han permitido que en mis conciertos me mueva por diferentes géneros con facilidad. Disfruto mucho esa versatilidad”, cuenta.

Durante su estancia en Guantánamo, fue a las raíces del changüí, el kiribá y el nengón. Al son y la canción cuando estuvo en Santiago, y a las cantatas en Holguín. “En La Habana disfruté mucho de la rumba, de la trova y el filin. Recuerdo que en El Cotorro teníamos de vecino a César Portillo de la Luz. Fue uno de los que impulsó mi carrera. En cada letra y canción que hago tengo un pedacito de todos los músicos que me enseñaron y alentaron”.

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¿Cuál es su mayor defecto?

–Tengo muchos y el mayor es que me molesto fácilmente. Soy explosivo, a pesar de mi dulzura o de que me caractericen como una persona tranquila. Un poco desesperado también.

¿Y virtud?

–Sé amar. Soy un hombre enamorado de todo y esa es una gran virtud.

¿Qué prefiere hacer en su tiempo libre?

–Se lo dedico a mi familia. Quisiera estar siempre con ellos y hacer todo lo posible por no faltarles. Me gusta fumarme un tabaco y tomar un buen ron cubano. Andar discutiendo con mis hijos de cualquier tema, y que me vean como el viejito gruñón. Estar en mi casa tranquilo. Leer un libro, ver una buena película. Disfrutar de mis padres, que aún viven. De mis hermanos, de mi familia, de mi esposa.

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Waldo Mendoza. Foto: Cortesía del entrevistado

¿Cómo fueron sus primeros pasos en la música?

–Empecé en el movimiento de artistas aficionados. Tanto el Pedagógico de Guantánamo como el Enrique José Varona, en La Habana, me consolidaron como músico, porque tenían un movimiento mucho más serio y organizado. Hacían festivales de la FEU, de donde salieron muchos artistas que hoy gozan de gran popularidad y renombre dentro de la cultura cubana. Humoristas, bailarines, músicos y cantantes crecimos juntos. Fue un tiempo de definiciones.

“Antes de decantarme por el arte, era deportista, judoca, alumno de Ronaldo Veitía. Precisamente, fue él uno de los primeros en impulsarme en la música. Además de practicar judo en la Mártires de Barbados, en la EIDE, en el colchón de deportes del Cotorro, siempre estábamos cantando en los matutinos. En el Pedagógico, estudiaba Química y cambié para Educación Artística. A partir de ahí, me dediqué a cantar y encontré mi verdadera pasión”.

Después del Varona…

–Fundamos en Santiago de Cuba una agrupación que se llamó La Idea. Por eso, siempre digo que mi vida es un vaivén, un bregar por todas las provincias.

“Después, en Guantánamo, me llama Pascual Cabrejas para fundar Tumbao Habana. Luego decidimos separarnos y comencé mi carrera en solitario. Era una necesidad inmensa que devenía de esa misma trayectoria, de poner mis composiciones a merced del público, de darlas a conocer. Eso fue lo que hice”.

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¿A qué le tiene miedo?

–A la soledad. Después de tener la dicha de una gran familia, y luego de perder a mi abuela, entendí que son de las cosas que temo que me falten, al igual que mi familia, mis amigos, la canción o mi público.

Si hace una panorámica a su vida, ¿está satisfecho?

–Sí, lo estoy. He tenido insatisfacciones a lo largo de mi trayectoria, por supuesto, pero mi carrera me ha dado mucho deleite. La canción me ha dado vida.

Si todo desapareciera y pudiera rescatar una sola cosa, ¿qué sería?

–La vida. [sonríe]

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“La gente, a partir de lo que escucha y ve, piensa que soy un romántico empedernido”, agrega Mendoza, pero tiene un concepto diferente de sí mismo.

“Me dedico a cantar al amor, eso lo acepto. Pero también soy, conscientemente, un músico al que le encanta el jazz, al que le fascinan la música brasileña y la clásica, y sobre todo, el son cubano y la timba. Todos los géneros cubanos forman parte de mi visión diaria y es lo que me gusta escuchar. Un día, me descubrí haciendo canciones románticas, pero no sabía que le iban a agradar al público. Las hacía porque sí, porque las tenía. Realmente, se me dan más fácil la guaracha, el son y el jazz”.

El cantante cree que la separación de Tumbao Habana marcó un antes y un después en su trayectoria. “A partir de ahí, surgió Waldo Mendoza, lo que soy hoy. Además, regresar a La Habana después de estar mucho tiempo en el oriente del país influyó en mi forma de componer. En ese momento, cambió mi manera de hacer la música y de ver la vida”.

Waldo dice que la cubanía está presente en su música desde el momento en el que se le ocurre la primera línea de una canción o piensa en una melodía, por el hecho de que es cubano y le escribe a las cosas que pasan aquí.

¿Qué significa el éxito? El artista responde que es un misterio: todos los quieren, lo necesitan, pero nadie sabe cuál es la clave para alcanzarlo. “Te puede llegar en el peor o el mejor momento, o en el que no lo esperas, con una canción o una palabra que hayas dicho. Es entonces que formas parte de la vida de la gente. Ese instante no se puede discernir”.

En esa misma línea, agrega que disfruta el éxito, pero le teme, porque sabe que se puede acabar. “Estaba tan deseoso de alcanzarlo, que llegó y no me di cuenta del momento en el que lo hizo”.

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Si pudiera comenzar de cero, ¿qué cambiaría?

–La muerte, aunque aún estoy vivo. Cambiaría la muerte que está a mi alrededor, de tanta gente que he perdido, entre amigos y familia. Sí, definitivamente cambiaría la muerte.

¿Cuáles son sus principios y valores sagrados?

–La lealtad es importante. La fidelidad, la amistad y la verdad.

¿Ha pensado alguna vez en tomarse un año sabático?

–No, la verdad, no.

¿Qué significa Cuba?

–Cuba es todo lo que te he dicho en esta entrevista. Cuba es lo que me garantiza ser un ser humano diferente, ser Waldo Mendoza.

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Waldo Mendoza. Foto: Cortesía del entrevistado.

¿Cuál es su álbum preferido o el que más lo ha marcado?

Bendito tiempo es un disco que me sorprendió. Llegó para quedarse. No lo esperaba, pero lo soñaba. Era un fonograma que quería hacer, pero no sabía cómo hasta que se concretó. Me dio todo lo que quería.

¿En qué momento considera que está su carrera?

–A pesar de los tiempos, Waldo se mantiene y eso es algo que me llena de satisfacción. No pensé llegar a 20 años llenando plazas, teatros, teniendo un nivel de popularidad respetable. Hoy, los géneros están a merced de cualquier oído y yo me he mantenido en una posición firme gracias al público. Y no me lo he propuesto. A veces, he querido moverme un poco a otras tendencias, pero quizás por problemas económicos, no he podido del todo. Uno desea ir cambiando, transformándose. Quiero seguir adelante, porque no he llegado adonde quiero.

¿Hay algún procedimiento que siga antes de salir al escenario?

–Es como un ritual: converso con los músicos; después, intento estar un rato tranquilo. No caliento y eso es un error, aunque hablo mucho y eso es una forma de hacerlo. Antes de salir al escenario, pregunto cómo está el ambiente en el público y la respuesta me relaja, sin importar que esté repleto o haya pocas personas. Disfruto del estado de ánimo de los músicos. Tomo un poco de agua, un buen trago de ron y a cantar.

“Si todo está bien, cuando logro que el audio esté listo y yo concentrado, te juro que siento que estoy volando, en otro lugar, que lo que está frente a mí es un camino largo que tengo que recorrer. Quiero llegar siempre al último que me pueda escuchar entre tanta gente, o entre poca, y no llegarle solo al oído, sino también al corazón. Cuando todo se alinea, me relajo, cierro mis ojos y veo el paraíso”.

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