Madeleine Sautié - Granma.- José Martí es servidor y dueño de una poesía que lo habita


Muchos son los acontecimientos protagonizados o atestiguados por Martí que fueron a parar al papel. Ensoñaciones, pensamientos, emociones, vivencias, corajes del carácter, su definida postura florecen en la lírica martiana, de modo que el Héroe está en ella fácilmente palpable, asistiendo y respirando.

 En Ismaelillo, le escribió a su hijo: «Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos (…). Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte»; y le ofrendó un poemario insigne en la lengua española, en el que se anuncia la modernidad literaria en Nuestra América. 

En «aquel invierno de angustia» –tras el tormento vivido, cuando «se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispano-americanos», en un congreso que amenazaba la soberanía de nuestra región– lo echó el médico al monte y escribió entonces los Versos Sencillos.

Como guerreros, dotados de una fuerza arrolladora «como una lengua de lava», concibió sus Versos Libres, nacidos «de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor a la libertad, o de amor doloroso a la hermosura». En alusión a ellos, resumía: «Tajos son estos de mis propias entrañas», y aseguraba que, en tal empresa, no escribió «en tinta de academia», sino con su sangre. «Lo que aquí doy a ver lo he visto antes (yo lo he visto), y he visto mucho más, que huyó sin darme tiempo a que copiara sus rasgos».

En cada prólogo correspondiente a estos poemarios (que no contemplan toda su poesía), así lo deja establecido. Sabe el lector agudo que lo que hallará, tras esos necesarios apuntes, son escenas, quiméricas o reales, pero de una extrema franqueza.  Y nunca serán más rotundas que cuando se va al poema mismo, y el verso asume la propia voz:

¡Recuerdos hay que queman la memoria! / Zarzal es la memoria; mas la mía / Es un cesto de llamas!, dice en Pollice verso. Al buen martiano no le costará llenar de significados la confesión, y completará la emoción con imágenes de la vida azarosa del Apóstol.

¡Qué materia la del alma de Martí, amalgamada en un ser cabal e intachable, capaz de pensar, sentir, actuar en clave de poesía y además escribirla, y sosegarse en ella!

En un poema como Estrofa nueva, dice:  ¡Cuando, oh Poesía, / Cuando en tu seno reposar me es dado! / Ancha es y hermosa y fúlgida la vida, y en Marzo –también de sus «endecasílabos hirsutos»– confiesa:  Vuelvo a ti, pluma fiel. De la desdicha. / Más que de la ventura nace el verso.

A fuerza de serle almohada, refugio y remanso, la poesía es parte suya, inalienable. Versos Sencillos concluye con una alusión a esa indefectible simbiosis, y en agradecido gesto, le reconoce toda la virtud: Tú, porque yo pueda en calma / Amar y hacer bien, consientes / En enturbiar tus corrientes / Con cuanto me agobia el alma. Después, el imponente texto, que pone broche de oro al libro, remata: Verso, o nos condenan juntos, / O nos salvamos los dos!

La natural limpidez de la poesía fue la de su espíritu de arpa y salterio. Él mismo, en un lírico arranque, lo dejó dicho: Vengo del sol, y al sol voy; / Soy el amor: soy el verso! Nuestro Martí no halló otra realidad que mejor pudiera igualársele. De vivos ejemplos está avalada toda su escritura.

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