Luis A. Montero Cabrera - Cubadebate.- Los humanos comenzamos contando con los dedos.


Podemos imaginar a un cazador asociando el número de presas con ciertos dedos de la mano para así poder saber si un día le fue mejor que otro. Seguramente a alguien se le ocurrió, en algún otro momento, ponerles un nombre ordenado a los dedos de las manos. Al asociarlos con las presas del día tuvieron así el primer conteo y los primeros números. Por eso le decimos dígito, del latín digtus (“dedo”), a un número moderno. Después se comenzó también a penetrar el mundo de las figuras y las dimensiones espaciales. Más allá apareció la lógica que ayudaba a pensar bien. La Matemática fue algo de ganar – ganar para los humanos.

Lo que vino fue un insustituible desarrollo del pensamiento y de algo que siempre necesitamos: confiar en lo que sea cierto. Muchos alumnos inexpertos se preguntan en las carreras de Química y Biología el porqué de tener que estudiar tanta Matemática. Muchos jamás vuelven a derivar o integrar una función en su vida profesional. Menos hoy en día que existen tantos dispositivos electrónicos que nos relevan de esos deberes.

Pero la respuesta es irrebatible y ellos mismos la alcanzan más tarde: lo que nos ha enseñado la Matemática a pensar solo se logra con la Matemática. Esos cursos de cálculo, ecuaciones diferenciales y álgebra superior son algo así como los gimnasios donde se ejercitan los bíceps cerebrales para poder conducir bien la Química, o la Física, o la Biología. Es también la forma en que aprendemos a confiar principalmente en las verdades demostrables y dejar todo lo demás a nuestros subjetivismos, a la fe.

Los cubanos de hoy tenemos las principales preocupaciones centradas en las disfuncionalidades económicas que están erosionando muchas facetas de nuestras vidas. Están también desgastando estandartes que han singularizado nuestras ventajas sociales en los últimos 60 años, como son la educación de calidad, para todos, en todas partes, universal y gratuita; el derecho a vivir saludable y ser atendido y curado sin costo ni distinción alguna en cualquier rincón del país; y hasta la capacidad de vivir dignamente, aunque no se trabaje, bien por jubilación o por cualquier otra causa justificable.

Algunos paradigmas políticos y económicos que se diseñaron, implantaron y hasta funcionaron de alguna forma en otros experimentos sociales se han quedado como dogmas doctrinarios, como si lo fueran. Algo como el monopolio del comercio exterior por el estado, que quizás ha sido el problema más recurrente de la economía cubana en los últimos 500 años, apareció como elemento doctrinario y muchos todavía creen que forma parte del socialismo en sus cimientos. Lo que quizás pudo funcionar en la URSS, país que fue muchos años autosuficiente, no tenía nada que ver con una isla pequeña en el Caribe que desde que nació estuvo asociada con economías metropolitanas externas.

El problema más importante e inmediato a resolver hoy es sin dudas el valor del trabajo y de lo que se recibe a su cambio en una sociedad que busca afanosamente la justicia en cualquier rincón de nuestras vidas.

La solución de este problema se debería lograr aplicando herramientas matemáticas a la economía. Pero no se pueden usar porque el valor de cualquier número en esta ciencia tiene que ser siempre el mismo. 10000 es diez mil hoy, mañana y también en la Antártida. Sin embargo, la forma en la que compensamos hoy en Cuba el trabajo no sigue este fundamento. Un peso que se le paga a un médico por su humano e insustituible trabajo puede comprar lo mismo que el que se le paga a un trabajador promedio del sector empresarial. Pero este último puede ganar a veces 10 veces más que el médico. Con el mismo peso le pagamos mucho menos al médico o al profesor que a los trabajadores empresariales. Ni que decir lo que ocurre si el dinero llega en efectivo del exterior y se cambia en el mercado informal.

En dos palabras: el médico puede estar pagando por una botella de yogur en la calle el 5 % de su salario y el trabajador empresarial solo el 0.5 %.

Algo parecido ocurre a las dependencias del gobierno. Se hace un plan asignando a una universidad un presupuesto que puede parecer altísimo en pesos, pero convertirse en insolvente cuando debe pagar ciertos servicios a empresas con escalas de valor del peso que son diferentes.

Esto se agrava cuando se trata de intercambios de valor con el exterior en cualquier sector de la sociedad. Para los asalariados estatales un dólar vale 24 pesos. Pero para el mismo estado se convierte en casi 5 veces más valioso en pesos cuando ese dólar entra en forma de remesa legal. Ni hablar de lo que vale en el mercado informal en efectivo y borroso al fisco, que puede llegar a triplicar el de las remesas y ser hasta 15 veces superior al de los salarios. Pero ese no lo puede o no lo debe usar la empresa pública, solo la privada, aunque es el que gobierna los precios de oferta y demanda entre ambos sectores.

La Matemática más común no puede ayudar en estas condiciones para la gestión económica que debe conducir a las metas de bienestar intrínsecas del socialismo y ni siquiera para salir de la crisis. No se puede gestionar economía alguna con algún éxito si su evaluación carece de regularidad y confiabilidad. Los precios y la inflación no son el problema, sino las luces rojas de alarma que nos avisan que un aparato está funcionando mal. No se soluciona apagando las luces de alarma sino atacando la verdadera rotura.

Entre las medidas anunciadas para salvarnos de esta crisis aparece una constante que es la solución de los “desbalances macroeconómicos”. Puede entenderse que esto se corresponde con la inaplazable necesidad de que el estado tome verdaderamente las riendas de la economía nacional. Y esto tiene que ocurrir con una precondición y de la única manera posible en el mundo de hoy: tener un valor único y de cambio universal para nuestro dinero. Esto puede implicar devaluaciones y desbalances temporales.

Pero cualquier situación adversa se puede abordar entonces usando bien la Matemática, lo que es solo posible cuando el valor de uno sea siempre 1 para todos y en cualquier circunstancia. Los problemas que puede aparejar tal medida siempre serán menos dañinos que el deterioro sistemático que tienen nuestras vidas y nuestro justo sistema social por no aplicarla de una vez. Por cierto, es posible que formas más sofisticadas de la misma Matemática sean las que nos ayuden a resolver esta lamentable situación.

 

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