Thalía Fuentes Puebla - Cubadebate.- “Fiesta del Cachete: El short más corto se premiará con una caja de cerveza” invita un cartel que por estos días circuló en varios puntos de La Habana, y se multiplicó en muchos grupos de redes sociales. Cientos de comentarios, opiniones en contra y a favor, estas últimas las predominantes porque, desgraciadamente, son muchas mujeres que ansían las 24 latas del líquido, y “total, siempre ando con chores en la punta de la nalga“, justifica una usuaria.


Y aunque no es la primera vez que veo este tipo de incentivos en fiestas en Cuba, en donde siempre es la mujer la que debe “tener menos ropa, o ir de esta manera o la otra” para ganar determinado premio, siempre me hago la misma pregunta: ¿En qué momento le abrimos la puerta a la misoginia y a la vulgaridad? El consumismo nos devora, nos carcome desde adentro, y las instituciones culturales si bien lo intentan, no logran frenar esta enfermedad.

Hoy hablamos de un cartel en donde la exhibición del cuerpo de una mujer es tarjeta de cambio, tanto para atraer más asistentes como concursantes.

Se cosifica su figura y se comparte la convocatoria una y otra vez en Facebook y WhatsApp hasta el punto de normalizar lo absurdo. Para otros, si no ven el póster con sus propios ojos, podrían pensar que es una historia sacada de una revista Play Boy en su época más oscura o de la isla de Epstein. Pero no, es en Cuba, en La Habana, en un bar de Galiano que prometía una fiesta con un show de timbal y bailarinas en vivo. Ojo, bailarinas, no bailarines.

¿Quién controla ese tipo de absurdos? ¿Por qué no se explota el talento artístico para ofrecer al público un show de calidad, acorde al espacio y sus exigencias? ¿Por qué hay que reverenciar la vulgaridad?

No podemos por cansones o repetitivos desistir en ese empeño: las instituciones culturales en los territorios tienen que jugar su papel como antes activos y proactivos en la conformación de la programación cultural. Y no solo velar porque se estructure o se cumpla, sino controlar que las ofertas recreativas, privadas o estatales, no atenten contra la integridad moral de unos pocos y ponga a la mujer como un mero objetivo “decorativo“ o, peor, sexualizado.

En un escenario ideal, si se concretara el reordenamiento del sistema empresarial de la música, demorado por más de cinco años, surgirían los centros provinciales de la música, en el que uno de sus objetivos es, precisamente, velar por que se cumpla la política cultural en los espacios privados.

Mientras, ese rol debe ser prioridad para las direcciones de Cultura en los territorios, aunque es un asunto que tranversaliza todos los sectores, y cada cual, como las organizaciones sociales y la comunidad, debe entender la importancia de prestarle atención a esas opciones que hoy le damos a nuestros jóvenes, y en el caso que lo requiera, tomar medidas severas. Los paños tibios no funcionan cuando hablamos de mediocridad, o de facturar sin importar que existen leyes que amparan y defienden a las mujeres de cualquier tipo de violencia.

Prefiero no imaginar que tan corto fue el short de esa que ganó el primer puesto (si se llegó a realizar la fiesta) ni especular con la edad de las modelos de dicho póster ( no sería descabellado pensar que no superan los 18 años). Me quedo con la esperanza de que estas líneas sean leídas, sirvan como incentivo para generar conciencia en aquellos que organizan y controlan este tipo de eventos.

Las mujeres no somos objetos, y aunque todas tenemos derecho a vestirnos como deseamos, esa no puede ser la moneda de cambio para llenar el bolsillo de unos pocos.

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