Carole Rosenberg, directora ejecutiva del Havana Film Festival de New York. Foto: Enrique González (Enro)/ Cubadebate.


Claudia Fonseca Sosa, Enrique González Díaz (Enro)

Cubadebate

Para Carole Rosenberg, cofundadora y presidenta del Havana Film Festival New York (HFFNY, por sus siglas en inglés), promover la cultura cubana y latinoamericana a escala mundial ha sido “una motivación de vida”. Su constancia la hizo merecedora del Premio Coral de Honor del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en la apertura de su edición 45.

Carole, de 88 años de edad, baja de estatura física pero inmensa de corazón y de espíritu, agradeció a los organizadores de la cita del séptimo arte en La Habana. “Este premio no solo es un hito personal, sino un testimonio del poder duradero del arte”, señaló.

“Seguiremos estando comprometidos con promover un mundo más inclusivo y de mente abierta, un mundo que considere al arte como piedra angular de la humanidad”, dijo la estadounidense en la gala inaugural.

A Carole se le considera un miembro distinguido del mundo del arte. Ha hecho importantes contribuciones al panorama cultural de Nueva York como marchante de arte, curadora y líder filantrópica durante más de cincuenta años.

Como presidenta de los Amigos Americanos de la Fundación Ludwig de Cuba (AFLFC), ha emprendido innumerables proyectos para fomentar el intercambio cultural, el desarrollo artístico y el entendimiento entre los pueblos de Estados Unidos y Cuba.

Entre esos proyectos sobresale el Havana Film Festival New York, el cual cofundó en el año 2000 junto con Iván Giroud, ex presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana; Kenneth Halsband, productor de cine, y la fallecida Marcia Donalds, profesora de cine en la Escuela de Artes Tisch de la Universidad de Nueva York.

El HFFNY, que celebrará en abril próximo su edición 25, es considerado ahora el festival de cine latinoamericano de mayor duración en la urbe estadounidense.

“Durante los últimos 25 años el Festival de Cine Cubano de New York ha sido una experiencia transformadora para mí. El Festival me ha enseñado el profundo valor de traer filmes y a cineastas de toda América Latina -especialmente de Cuba- para fomentar el diálogo y el entendimiento mutuo. Mediante este festival he presenciado cómo el cine sirve de puente, conectándonos y recordándonos nuestra humanidad compartida. Nuestro compromiso ha sido siempre crear un espacio en el cual artistas y públicos, particularmente newyorkinos, puedan involucrarse con estas obras de forma abierta y positiva. Este ha sido el principio que nos ha guiado a mí y a mi fiel equipo al enfrentar los desafíos de mantener y hacer crecer este querido evento año tras año.

“Ahora, 25 años después, estoy más convencida que nunca de que el arte es la herramienta más poderosa para lograr el auto-mejoramiento y la conexión entre los seres humanos. El arte trasciende fronteras, ideologías y diferencias, uniéndonos a través de historias y emociones compartidas. Mi carrera comenzó como maestra de matemáticas, una carrera bien distante del mundo creativo. Poco sabía yo entonces que me convertiría en mentora y maestra de algo aún mayor: los sueños y las creaciones de artistas, particularmente de Cuba.

“El Festival de Cine de La Habana en New York es más que un evento: es un legado. Siendo el festival más antiguo de cine latino en New York, este festival ha jugado un papel fundamental en destacar la riqueza del cine latinoamericano. A lo largo de los años se ha convertido en un faro cultural, atrayendo a públicos deseosos de conocer historias que resuenan profunda y auténticamente. Este festival es un espacio donde el arte florece, y voces que de otra forma habrían sido desoídas son amplificadas”. (Palabras de Carole Rosenberg en la gala inaugural del 45 Festival Internacional de Cine de La Habana)

Al respecto, Carole conversó con Cubadebate.

¿Cuándo se dio cuenta por primera vez de que el arte era su vocación y que pertenecía al mundo del arte?

—Me comencé a interesar por el arte cuando era una adolescente. Con apenas 13 años compré una obra para decorar mi habitación. Nunca pensé que iba a iniciar mi vida laboral como profesora de Matemática, eso se dio por azar. Me formé en una escuela para mujeres y siempre me imaginé como trabajadora social.

“Pero cuando me gradué de la universidad, no había buenos trabajos para los trabajadores sociales. No obstante, la ciudad de New York estaba necesitada de profesores. Había un periódico que cada semana publicaba anuncios de plazas vacantes para maestros. Matemática era mi materia más fuerte, no tenía que leer mucho y realmente me gustaba, por lo que me decidí por esa materia.

“Casi por accidente conseguí mi primer trabajo en una escuela en la que la mayoría de los alumnos eran de Puerto Rico. En esa época, créanlo o no, yo era capaz de hablar, leer y escribir en español. Hice muy buena relación con mis estudiantes de octavo grado. Recuerdo que el grupo que me tocó era ‘el peor’ de toda la escuela, sin embargo, logré motivarlos al estudio del inglés, a la vez que les impartí Matemática. Creo que mi primer trabajo fue grandioso.

“Trabajé en el sector de Educación por unos seis o siete años, hasta que me di cuenta de que ya no quería seguir trabajando en eso. Entonces, matriculé en algunos cursos de arte en el Museo de Arte Moderno de New York y en otras academias, y supe que sería muy buena en los negocios.

“Abrí una galería de arte en un apartamento grande donde yo vivía, tenía dos niños y no quería salir a la calle a trabajar. El apartamento pertenecía al mismo edificio donde vivía Harry Belafonte.

“El objetivo de mi galería era estudiar cómo podía vivir del arte. El que era mi esposo entonces y yo vendíamos impresiones de Salvador Dalí y otros artistas populares en la época. También organizábamos eventos. Fue un emprendimiento exitoso.

“En 1969, Alex Rosenberg decidió centrarse en obras de edición limitada y contrató a un especialista que a la vez estaba conectado con Salvador Dalí. Le ofrecieron participar en un portafolio llamado ‘Memorias del Surrealismo’, por lo que Alex viajó a España para conocer personalmente a Dalí, y con su encanto y su seguridad logró incluso hacerse su amigo. Dalí le introdujo a Alex otros grandes artistas de Europa. Se propusieron entonces organizar una exposición.

“Alex se dio cuenta de que había cosas que no podía hacer por sí mismo y entonces me propuso convertirme en su socia. Para mí fue grandioso, porque tendría la posibilidad de conocer a los artistas contemporáneos en EE.UU. y Europa. En esa época aprendí mucho. Supe que viviría del y para el arte. Siempre fui muy seria con mi trabajo

“Tiempo después, en la década del 80, Alex y yo nos casamos, y asumo su apellido”.

Carole Rosenberg es miembro del Comité Honorario de la Fundación Ludwig de Cuba. Además, recibió la Distinción por la Cultura Nacional, por sus contribuciones en la promoción del arte cubano.

Forma parte del Comité Asesor del Lotus Club y fue su primera presidenta. Esta institución estadounidense le concedió la Medalla al Mérito por su liderazgo en las artes.

Asimismo, el también estadounidense National Art Club le entregó su Medalla de Oro por su visión, dedicación y liderazgo en la promoción del cine latinoamericano.

En 1991 visitó Cuba por primera vez, y entonces comenzó su viaje como embajadora cultural y artística entre Cuba y Estados Unidos. ¿Alguna vez imaginó que esto se convertiría en una misión de por vida?

—No, nunca lo imaginé. Nunca había estado en Cuba. Alex sí, él fue piloto en la Segunda Guerra Mundial y en ocasiones viajó a La Habana.

“Alex era un activista por los derechos sociales y tenía ideas progresistas. En los años 60, por ejemplo, fue al sur a luchar porque los negros de mi país tuvieran derecho a votar. Fue líder del Comité Nacional de Emergencias Sociales y luego del Centro para los Derechos Constitucionales.

“A finales de los ochenta, Alex participa en un juicio para determinar el camino correcto para el intercambio de arte entre Cuba y EE.UU., un abogado amigo suyo especializado en temas cubanos le instruye que era anticonstitucional incluir los bienes culturales cubanos dentro de las sanciones del embargo (bloqueo).

“Recuerdo que el caso trataba de un cubanoamericano que estaba trayendo obras de arte de La Habana a Miami y estas le fueron confiscadas. El abogado le pidió a Alex que tomara el caso contra el gobierno de EE.UU. por violar la Primera Enmienda de la Constitución de EE.UU., que dice garantizar el acceso de la ciudadanía a la información. Y los bienes culturales son un medio de información.

“Al final, el caso se ganó y entonces recibimos la llamada de un diplomático cubano de la Misión Permanente de Cuba ante Naciones Unidas quien nos aportó mucha información valiosa para nuestro trabajo futuro. A raíz de esto, el Gobierno cubano nos invitó a visitar Cuba. Como entonces era tan complicado para los ciudadanos estadounidenses viajar a la isla, tuvimos que conseguir una visa especial en Washington.

“Recuerdo que en La Habana fuimos recibidos como ‘en una película’, imagínese que éramos los únicos americanos en el avión. Acompañados de un cubano que nos atendió durante toda la estancia, recorrimos museos y estudios de arte. Fue una introducción inolvidable a este país y su cultura”.

“Cuba ocupa un lugar especial en mi corazón. Junto a Alex Rosenberg, me enamoré de esta isla y de la inagotable energía y pasión de sus artistas. Bien sea en la danza, las artes plásticas, el cine o la música, los artistas cubanos irradian amor, orgullo y resistencia. Esta misma pasión me ha alimentado durante estos años, aun en medio de desafíos y políticas cambiantes”, afirmó Carole Rosenberg al recibir el Premio Coral de Honor.

Luego de aquella visita inicial junto a Alex Rosenberg, fue su visión y dedicación personal lo que solidificó la relación a través de la creación de Amigos Americanos de la Fundación Ludwig de Cuba…

—La pasión de Peter Ludwig era coleccionar arte, nunca tuvo hijos. Después de ver una exposición en Dusseldorf, Alemania, en 1990, él y su esposa Irene empezaron a interesarse por el arte contemporáneo cubano. En un viaje a Cuba, Ludwig se preguntó que qué podía hacer para ayudar a los artistas y así fue como nació la Fundación.

“Él y su esposa hicieron muchas visitas a Cuba y con Helmo Hernández, como su asesor, formaron una colección excepcional.

“La Fundación Ludwig de Cuba es una institución no gubernamental sin fines de lucro, creada con la misión de proteger y promover a los artistas cubanos en Cuba y fuera de ella. Las exposiciones e intercambios culturales de la Fundación han permitido a los artistas cubanos entablar importantes diálogos con sus colegas internacionales.

“En EE.UU. Alex y yo éramos los representantes de la Fundación, que ofrecía ayuda para estudios y otras cuestiones.

“Poco tiempo después, Iván Giroud viajó a EE.UU. Él era amigo cercano de Helmo Hernández, quien nos lo presenta. Antes ya habíamos conocido a otros cineastas cubanos. Estábamos interesados en todo sobre Cuba.

“Iván fue muy amigable con nosotros. Fuimos al cine e hicimos muchas otras cosas. Mi hijo estaba trabajando para Woody Allen, y le pedí que me orientara sobre el mundo del cine para poder llevar a Iván, y él me habló sobre el Angelika Film Center, que tenía cada miércoles un programa para nuevos realizadores. Pensé que eso sería interesante para Iván.

“Luego organizamos un cóctel, donde conocimos a una profesora cubana, Marcia Donalds, que vivían en New York pero que cada año viajaba a Cuba para impartir clases en San Antonio de los Baños.

“Fue grandioso. Entre todos empezamos a pensar cómo organizar un festival de cine en New York. A Iván siempre le encantó la idea.

“En mayo de 2000 inauguramos el Havana Film Festival New York, luego de obtener las licencias requeridas. El primer festival fue solo de filmes cubanos y participaron los mejores realizadores, actores y actrices de Cuba. Harry Belafonte hizo la introducción.

“Fueron pasando los años y decidimos incluir también al cine latinoamericano. Seguíamos pensando que las personas tenían que conocer el valor del cine cubano, que no tiene que ver con lo que se hace en Hollywood. Debíamos hacer lo mismo con el cine de Latinoamérica y dijimos: por qué no defender en New York el mismo concepto que el Festival de Cine de La Habana.

“Al principio, Helmo conoció a alguien de la Ford Foundation que colaboró con dinero. Obtuvimos mucha publicidad. Yo nunca acepto un no por respuesta”.

Ahora que el Havana Film Festival New York celebra su 25 edición ¿cuál es su visión para el futuro y cómo ve su evolución en los próximos años?

—Creo que cada año es más importante. Espero vivir lo suficiente para ver a nuestros países trabajando juntos. Lo intentaré.

“Diana Vargas llegó en el segundo festival como voluntaria y hoy es la directora artística del HFFNY. Ella ha estado conmigo todos estos años. Es muy dedicada, mi mejor amiga. Tenemos también un equipo que se pasa la mitad del año preparando todo. No se duerme, de un lado a otro para asegurar cada detalle. En ellos está el futuro del festival.

“Seguramente haré un plan de sucesión, pero no estoy lista aún”.

¿Qué impulsa su pasión?

—Mi pasión la obtengo de los artistas e inspirando a otros a crecer.

“No puedo parar”.

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