La vida de Suzet refleja también la historia de Escaramujo. Lo mismo que recibió hace una década, siendo prácticamente niña, lo devuelve ahora a otros adolescentes…

Lisandra Ronquillo Urgellés - Alma Mater.- Cuando le preguntas si Escaramujo provoca un cambio en los adolescentes, te dirá que sí, aunque pequeño. Rápido argumentará que una semana o 15 días son insuficientes. Para Suzet Soriano Pino, graduada de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, el tiempo ideal sería de dos a cuatro años, un gran proceso educomunicativo, preferiblemente con la participación de los padres, los maestros, las personas del barrio.


Suzet conoció de Escaramujo siendo prácticamente una niña, cuando con 12 años participó en el taller que en 2014 realizaron integrantes del proyecto, como parte del concurso y evento teórico Ania Pino in memorian.

«Pasé tres talleres en tres ediciones diferentes. Coincidimos más de 25 adolescentes de La Habana, Pinar del Río y Gibara. Se realizaron dinámicas, juegos de participación y trabajo por subgrupos. Siempre fui una niña tímida, todo me daba pena. Me costó un poco participar, pero precisamente por eso fui ganando confianza. Yo decía que iba a ser periodista. Recuerdo que, como continuidad de aquellos talleres, hicimos una revista en el marco de la Feria del Libro y un programa infantil para el Canal Habana. Las grabaciones fueron algo espectacular: imagina a unos niños en un estudio con luces y cámaras de verdad», relata.

Poco tiempo después la adolescente de San José cursó un taller sobre nuevas tecnologías que sesionó durante varios sábados en el Memorial de la Denuncia, también coordinado por Escaramujo.

«Allí hablamos de Instagram, Facebook, Pinterest y Twitter (actual X): ¿cómo funcionaban?, ¿qué era aquello de “algoritmo” ?, ¿por qué es importante tratar la información desde la ética? Nos enseñaron los tipos de planos para cuando fuésemos a tomar una foto, o a hacer una grabación; esas cosas nunca las olvidé. Cuando entré a la facultad a estudiar Comunicación Social ya me sabía una parte del contenido», dice entre risas

Rumbo a la EFI Antonio Maceo

En alguna ocasión ya había escuchado decir que para «sentir plenamente a Escaramujo había que ir a una Escuela de Formación Integral». Por eso, a finales de su tercer año en la universidad — después de casi dos trabajando en la comisión de Comunicación del proyecto y haber participado en un espacio de formación para actores comunitarios — , cuando le comentaron la posibilidad de coordinar un taller sobre violencia orientado a la producción de audiovisuales, no dudó en transitar los 800 kilómetros que separan a La Habana de la Ciudad Héroe.

La joven pasó una semana completa de sus vacaciones en convivencia con los estudiantes de la EFI Antonio Maceo, en Santiago de Cuba. Allí descubrió los sueños de «escribir», «bailar», «cantar», «convertirme en mecánico» de aquellos adolescentes, quienes habían cometido hechos tipificados como delitos por la Ley. Sintió miedo cuando vio a uno de ellos correr, con un improvisado punzón en la mano, con la clara intención de pinchar a otro; afortunadamente la breve pelea no tuvo males mayores. Y tampoco supo cómo reaccionar con el llanto de una adolescente en medio de uno de los talleres; luego conversaron, escuchó sus problemas, la aconsejó.

«Nunca en mi vida hice algo con un impacto así», confiesa. «Cuando llegas ahí te das cuenta de que tienen sensibilidad, creatividad y mucho potencial que no explotan. Viven en contextos tristes y precarios que no ayudan a su desarrollo».

En la última de las sesiones, después de proyectar los audiovisuales que ellos mismos habían concebido, filmado y editado, Suzet les dijo muy emocionada: «Si ustedes pudieron hacer un documental en cinco días, ¿qué otra cosa habrá que no puedan hacer?». Y es que Escaramujo, entre otros muchos impactos, les levanta la autoestima, y también les da esperanzas.

«Cuando al principio les preguntábamos cómo responder a los actos violentos, sus respuestas fueron: “vamos a dar un golpe”, “le meto un piñazo”, “lo tumbo en el piso”, “le doy una puñalada”. Pero al final del taller, el inventario de soluciones se transformó en “hablar”, “alejarme”, “buscar una solución”. No hay forma de saber si en la vida real actuarán así, pero al menos a nivel de reflexión el cambio está. Contar sus historias en un audiovisual les dio voz y sintieron que alguien los escuchaba».

De vuelta a la tesis

 

Aquella semana ratificó la decisión de Suzet de realizar como tesis de licenciatura un proceso educomunicativo con adolescentes. En vez de orientarlo a la producción de audiovisuales, eligió proponerles hacer una campaña de comunicación. En el proceso la acompañaron sus amigas, integrantes también del proyecto; la mayoría de ellas habían participado también en Santiago.

La convocatoria se presentó en las secundarias básicas y los preuniversitarios de Centro Habana, en la capital del país, y acudieron nueve adolescentes, de los cuales continuaron ocho. El taller, iniciativa del proyecto Avenida Italia, contó con el apoyo de la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo y tuvo por sede el Centro Comunitario de Salud Mental del municipio. Primero tuvieron lugar 10 sesiones (dos veces por semana, incluyendo en las últimas los procesos de entrevistas, videos y fotografías); luego, durante dos semanas, se publicaron los contenidos de la campaña en las redes sociales y, por último, se desarrolló la oncena sesión para evaluarlo todo. Resultaron ocho semanas.

«Todo el grupo asumió el encargo social de hacer una campaña de comunicación para fomentar el sentido de pertenencia de los habitantes con la comunidad, específicamente con la Avenida Italia, conocida como calle Galiano. A partir de ahí establecieron su objetivo general, sus objetivos específicos, y desarrollaron un plan de acciones, tanto en el espacio físico como en las redes sociales Facebook e Instagram.

«Durante la dinámica se materializaron una serie de videos y entrevistas que ellos mismos hicieron a transeúntes de la popular Avenida. La campaña también dio a conocer la historia de esa calle y el origen de sus nombres. Todas las normas se respetaron, fueron ocurrentes y creativos. Los incentivamos a amar y cuidar su comunidad».

Para los adolescentes, acostumbrados a un método de enseñanza tradicional, la educación popular fue todo un descubrimiento. La comunicadora social aboga por que las aulas sean espacios de libertad, en los que los profesores y las profesoras no sean figuras autoritarias, sino personas en quienes confíen los alumnos para desahogarse, expresar sus creencias, sus miedos, su felicidad.

«Eso hace mucha falta, incluso a personas que no viven en condiciones de vulnerabilidad social», explica. Por ello, una vez graduada en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Suzet continuará participando en el proyecto educomunicativo.

«A lo mejor si no hubiera pasado esos talleres con Escaramujo estaría estudiando Ingeniería o Medicina. Pero mis experiencias de niña repercutieron en mi decisión cuando escogí la carrera. Entonces ya sabía que lo mío era la comunicación. El proyecto ha sido una escuela. He visto y hecho cosas tan útiles que nunca imaginé. Escaramujo significa entregarlo todo sin esperar nada a cambio».

«Una avenida, una historia», no fue solo el nombre que los adolescentes de Centro Habana idearon para su campaña de comunicación; es también el título de un libro escrito por Suzet en el que se narra la experiencia, título que también lleva su tesis de Licenciatura en Comunicación Social en la que, con lenguaje académico, pero sin perder la ternura y la sensibilidad, la autora habla de educomunicación popular, de procesos educomunicativos y de esos muchachos con los que compartió desvelos creativos y ganas de crear.

Por eso, a nadie debe sorprender que, entre los agradecimientos de su tesis, se pueda leer: «Al Proyecto Escaramujo, por regalarme experiencias únicas, por permitir sentirme útil y feliz, por llegar a mi vida en el momento justo».

Y es que la vida de Suzet refleja también la historia de Escaramujo. Lo mismo que recibió hace una década, siendo prácticamente niña, lo devuelve ahora a otros adolescentes, y lo hace como un ejercicio de culminación de estudios universitarios, precisamente de la misma manera en que inició este proyecto hace 15 años. ¿La historia se repite? ¿O es que el viaje continúa?

Coordinando el taller con adolescentes durante la 10ma. edición del evento Adolescer.

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