Giovanni Fernández Valdés - Trabajadores.cu.- Cuando escuchamos que un indígena norteamericano estaba en Cuba hablando del Apóstol y de su relación y defensa de las comunidades aborígenes en los Estados Unidos, nos provocó el asombro de la novedad, pero al enterarnos de que era un cubano nacido en Camagüey, que se llamaba José Barreiro y era Doctor en Estudios Americanos, lo convencimos para que nos relatara su vida.


Pretende que se conozcan las ideas martianas en las actuales culturas lakotas, iroquesas y senecas, entre otras. Director asistente de investigaciones de la Smithsonian Institution en el Museo Nacional del Indio Americano, periodista durante más de 20 años y escritor de varios libros, no solo se desempeña como promotor del pensamiento aborigen continental, sino del rescate de las tradiciones y de su filosofía.

¿Cómo llegaste a los Estados Unidos?

Salí de Cuba un año después del triunfo revolucionario, con menos de 13 años mediante la Operación Peter Pan y llegué en una noche a la Florida y después al estado norteño de Minnesota… sería el 20 de noviembre de 1960. Llegué solo con un hermano, sin padres, y las autoridades religiosas nos pusieron con una familia norteamericana vinculada a ellas.
Allí pasé mi primer año y por casualidad, buscando el calor humano que en ese momento era difícil de encontrar, conocí a dos muchachos chicanos-indios. La mamá pertenecía a “la Reservación de Tierra Blanca” y con ellos hice las primeras amistades verdaderas que tuve y me mezclé con su familia. Su abuelo me invitaba a cazar venados y penetré más rápidamente a la subcultura indígena que a la cultura general norteamericana.
Yo he dicho que desde cierto punto de vista fue un exilio dentro del exilio.

¿Qué fue lo que más te atrajo de esa nueva forma de ver el mundo?

El conocimiento bien profundo de la naturaleza, del papel de lo natural y de la tradición, el espiritualismo y el ceremonialismo. No soy religioso pero sí creo en lo espiritual. Las culturas indígenas poseen una adaptación, y un conocimiento ancestral que parte de una observación muy aguda de la naturaleza.
Hay muchos jóvenes que desean buscar contacto y conexión con lo indio y estos se apartan, les molesta que lleguen algunas veces los muchachos con ideas deformadas de lo que buscan. Me acuerdo de que un anciano seneca me comentó que su mundo era como un gran árbol: Tenemos nuestras raíces que son el pasado, las tradiciones culturales y orales y el conocimiento. El tronco es el pueblo, y en las hojas está lo social y nuestros problemas. En lo más alto del árbol hay una florecita y esa es la espiritualidad. Lo que nos molesta es que a veces los jóvenes llegan y no quieren ver el árbol, sino arrancar esa florecita. Pero para arrancarla hay que conocerla y regar y amar el árbol.
Es decir, debemos hacernos cargo del bienestar social y político para alcanzar la espiritualidad verdadera.

¿Se vinculó con el movimiento indígena por esos años?

Cuando llegué a los 18 años a Minneapolis, me encontré con el movimiento indígena americano, a raíz de unos atropellos de la policía hacia grupos y barrios indios. En esos momentos, ocurre en 1973 la toma del sitio histórico Wounded Knee (Rodilla Herida) y al año siguiente comencé a hacer escritos sobre la reservación en el periódico de la Universidad y me compenetré todavía más con la cultura Lakota y Sioux.
El movimiento era muy fuerte y activo, pues en cada semana había un asesinato, o a alguien lo mataban a golpes. Durante esos años conocí a miembros de muchas tribus como los iroqueses del este, por ejemplo. Sorprenden porque viven bajo el concepto de la gran ley de la paz, son gente de un impresionante nivel de intelectualidad.

¿En qué otras actividades del movimiento participó?

En 1977 ocurre la Primera Conferencia Internacional que se dio en Ginebra que incluyó a delegados de más de 40 naciones indígenas. Al principio, yo llegué como escritor para el periódico, pero a los jefes no les gustaron los intérpretes de la ONU, eran unos muchachos europeos que desconocían la temática, entonces me pidieron que tradujera durante esos cuatro días, de los cuales todavía tengo grabados algunos de aquellos discursos porque pude escuchar la compenetración espiritual y política de las diferentes tribus y naciones.

¿Hubo intercambios académicos con científicos cubanos?

Cuando surge el Museo del Indio Americano ―que hereda más de 800 mil piezas de todo el hemisferio― con la idea de rechazar los robos de tumbas, me uní a este proyecto.
Y a raíz de un trabajo que hacíamos en Cuba con el legado indígena de las tribus del Caribe y de realizar una serie de conferencias con la Fundación Antonio Núñez Rodríguez de la Naturaleza y el Hombre y otras entidades cubanas y americanas, pudimos repatriar unos restos óseos taínos que habían sacado de la Isla en 1915, alrededor de 36 cajas salieron por la ciudad de Baracoa en aquel momento.
Entonces, tuvimos un doble propósito: el primero era devolverlos a una comunidad de parentesco, aunque fuera lejano, con los taínos, y en segundo lugar demostrar que no ocurrió una extinción total de los aborígenes cubanos.
La cultura taína dejó un conocimiento que pasó al campesinado y se observa en la tradición de la agricultura cubana como la siembra de los tubérculos durante las fases de la luna, la yuca especialmente, y la aplicación de la medicina natural.

¿Cuál ha sido su relación con Cuba?

Siempre quise regresar. El primer año en Estados Unidos no solo recibí el frío de su atmósfera sino de su cultura. Imagínate, mucho dolor; estuve 18 años sin poder regresar porque las políticas norteamericanas no lo permitían.
En 1978, yo era maestro en una escuela del movimiento “La Escuela de Supervivencia Nos Recordaremos”, y nos llega una invitación cubana para participar en el Primer Festival de la Juventud de 1978 y los jefes disponen que yo fuera con los muchachos de la reservación. Fuimos a la ciudad canadiense de Montreal y en unas cuantas horas estaba en La Habana.
Las autoridades reconocieron mi papel en esos momentos y permanecí en todas las sesiones, lo cual posibilitó que regresara al año siguiente y ahora sí pude volver a ver Camagüey y pude visitar a mis parientes.
Siempre viví un gran interés por Cuba, a pesar de la creciente hostilidad contra nuestro pueblo. Yo he estado muy cercano tanto cultural como espiritualmente, defendiendo las ideas de la justicia social… mi pensamiento es que la soberanía reside aquí, y punto. Eso yo lo defiendo. Los cubanos son dueños de sus tierras, ideas y problemas. De afuera no hay derecho a intervenir en lo que ocurre, es decir el respeto en todo momento a la soberanía.
Estoy satisfecho de publicar aquí el libro Panchito: Un hombre de montaña. Es un contenido tan cubano que no era posible dar los primeros pasos de la publicación e información en otros países, porque Panchito es un genio natural de su contexto.

¿Por qué la ponencia sobre José Martí?

¡Martí lo vio todo! Es increíble cómo pudo expresar tanto sobre los indígenas en sus pocos años de vida y con tantas tareas revolucionarias a su cargo.
Es interesante cómo pudo ver proféticamente el mundo indígena más allá de lo político, es decir, captó la profunda espiritualidad que de cierta manera se encontraba alejado de sus circunstancias.
Poder transmitir esas ideas martianas a la conferencia es abrir otra visión o ruta en su estudio. El Apóstol logra explicar el mundo indígena y se observa su compenetración con la naturaleza. En su diario de campaña, hay que ver cómo se expresa: a pesar de estar en una guerra, está viendo las plantas, en qué, cómo y para qué se usan.
Poder regresar a Cuba y hablar sobre el Maestro del tema indígena y después introducir estas ideas allá en Norteamérica, es realmente algo que me emociona. Ya no estoy en el exilio, y sé que puedo lograr a corto plazo un acercamiento entre las culturas indígenas norteamericanas y cubanas.

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