Docentes de Pinar del Río habilitaron sus viviendas como escuelas tras los daños provocados por los huracanes. La FMC se encargó de apoyar estas casa-escuelas improvisadas.


Luis A. Digna - Mujeres.- Como uno de esos dibujos de casitas, con un sol sonriente al fondo y un verde excesivo cubriendo todo el papel, aparece una escuela al costado del camino. Quizás la carencia de la habitual chimenea que completaba el dibujo, sustituida aquí por un techo a dos aguas, es la señal más evidente de que no es una fantasía este lugar. Escoltando la entrada, flotan con altivez una estrella al cuidado del rojo y cinco franjas blanquiazules, como si quisieran llenar el aire.

Esta es otra de las casas que se han habilitado como escuelas luego de los daños provocados en la occidental provincia de Pinar del Río por el azote de los huracanes Gustav e Ike. Allí llegamos motivados por la dirección municipal de la FMC, que atiende sistemáticamente las casas escuelas. En esta ocasión, es la casa de la maestra Gladys Mesa la que se ofreció para que los estudiantes de la escuela Julián del Casals, en el entronque de San Diego, pudieran comenzar sin problemas el curso escolar. Aunque interrumpimos de momento las clases, en seguida otra maestra asume el cuidado de los niños y niñas de esta escuelita y podemos conversar con la dueña de la casa.

"Hubo todos los problemas del paso del ciclón y casi rompe todo el techo de la escuela. Con los pedazos del techo que quedaron, más algunas tejas que quedaron acá en mi casa, las colocamos y preparamos esta escuela que ves aquí. Iba a comenzar el curso, no teníamos ni donde trabajar ni darle clases a los muchachos y esta fue la solución. Los padres y madres de la comunidad se reunieron conmigo y todos nos pusimos de acuerdo para venir a limpiar y a prepararlo todo. En realidad esta es mi casa pero ahora no la estábamos viviendo, estamos viviendo con mi suegro.

De todas maneras hubo que reparar para poder echar a funcionar esta escuela. Aquí el mal tiempo hizo mucho daño, pero antes de que pasaran los ciclones se sacó todo el material de la escuela, todo se protegió y aquí no se nos mojó ni un libro. Los libros y las computadoras se llevaron para otra casa que es más resistente y así evitamos que mojaran y se echaran a perder".

Como testigo del diálogo, solo un centenar de metros a nuestra espalda, la escuela exhibe sus paredes todavía con huellas del mal tiempo. Pero donde debiera estar el techo hay solo un silencio vacío. Los vientos casi destruyen el alquitrabe que sostiene la estructura donde se colocan las tejas y las arrancaron por completo de su sitio. A un lado, ya esperan las nuevas tejas por el esfuerzo de recuperar la escuela. Mientras tanto, no se detiene el otro esfuerzo, el de educar.

"Los muchachos han respondido como si estuvieran en su escuela de siempre. Vienen todos los días, con su uniforme, como debe ser. Las madres y los padres se han preocupado mucho, siempre se me acercan a preguntar qué hace falta, en qué pueden ayudar. Los familiares de los niños se han portado muy  bien, de verdad que no me ha faltado ayuda.

Yo me siento muy bien aquí; estoy contenta porque esto es lo que una hace, el servicio que una le presta a los demás. Como soy maestra yo sé que hace falta; todo este trabajo, hacerlo hace mucha falta. ¿Donde podría estar yo mejor que en mi propia casa?".

Y mientras el fotógrafo dispara una instantánea tras otra, aprovechamos para conversar con otra de las maestras de esta escuela. Dunia Ganer es la encargada de impartir computación y aunque en este momento todavía no es posible instalar las máquinas, ya adelanta algo a sus alumnos del mundo increíble de la informática. Asombra su juventud en contraste con su seriedad a la hora de hablar. No es común esa seguridad en alguien que casi recién comienza tan difícil oficio.

"Estoy en esta escuela hace sólo dos meses pero me gusta el cambio, tener nuevos niños, me siento como una maestra veterana aunque lleve poco tiempo. No me siento como una maestra nueva, es que mis compañeras me han apoyado, me ayudan mucho. Yo tengo buena base y al lado de las que ya llevan un rato, pues se aprende mucho. Súmale a eso que me encanta trabajar con niños de primaria y que encanta la Informática. A los niños les gusta mucho y ahora no podemos instalar las computadoras acá pero eso es temporal. Estoy dando las clases sólo en la pizarra, pero aún así, a los niños les gusta mucho la computación, es de las asignaturas que no hay ni que insistirles para que atiendan; lo hacen solitos y se les pega mucho, aprenden muy rápido porque les gusta. Nada, que me jubilo en Educación".

La nueva escuela, la nueva casa escuela

El sol del dibujo se ha vuelto mayor y más potente cuando a través de una tortuosa carretera llegamos a Loma de Candela. Después de los meteoros, las escuelas de esta zona quedaron destruidas. En varios amplios portales y en otros lugares de las casas de varios lugareños, se han agrupado las aulas para que el curso escolar no se detenga. Justo frente a donde nos detenemos, los rojos pulóveres de una brigada de ayuda de Venezuela, se afanan bloque a bloque construyendo la nueva escuela. Lugares alzados a golpe de sangre y martillo, recuerdo el verso de Silvio Rodríguez en La nueva escuela; qué a propósito.

Francisca Gómez es de esas mujeres que llevan el magisterio como una segunda piel. Escuchando su voz, mirando cada uno de sus gestos salta a la vista que es maestra. Se ríe y a mis preguntas responde con una biografía larga y hermosa, en pos de alcanzar sus sueños: "si te lo cuento todo, periodista, no acabamos más nunca. Pero de la historia, rescato sobre todo el sacrificio, la voluntad que impulsó a esta niña campesina y pobre a batallar por hacerme maestra de primaria, el sueño de toda mi vida". Y como toda buena maestra remata: "además, mis niños son buenísimos".

"He estado muchos años dando clases de primaria, que es lo me gusta hacer. Ahora desgraciadamente de la escuela no quedó nada, pero ya ves que ahí mismo está la otra que estará mucho mejor que la anterior. Aquí llegamos a tener hasta 36 alumnos, dando clases en este portal. Y nos da pena porque aquí vive una familia, que se han portado maravillosamente pero no queremos molestar. De todas maneras, un portal no es lo ideal para dar clases pero ahora es necesario dar clases y no hay que mirar el lugar".

Así descubrimos que la maestra no es, como creyéramos al inicio, la dueña de la casa. Y entonces aparece Elvira Mesa Herrera, una de esas personas a quien lo amable y servicial la cubre como una aureola. En todo este sitio, en el rostro de la hermosa muchacha que nos trae un excelente café para acompañar el fresco y la conversación, hasta en la nieta pequeñita que nos mira, toda rubia y sonriente desde el umbral de la casa, se siente la maravilla exquisita de la bondad, de esa amabilidad tan cubana que inunda todo para hacerlo mejor, a pesar de cualquier pesar. Y la historia llega con el testimonio de que en esta misma casa se evacuaron casi 62 personas, con enfermeras y médicos incluidos; que se protegieron los materiales de la escuela; que por varios días, en ambos meteoros, este fue el lugar donde permanecieron muchos vecinos, ante la situación de que la zona queda aislada ante el desborde de un cercano aliviadero de una presa. Ahora, la quietud de mediodía en el campo casi desmiente que tanto desastre aconteciera hace sólo unas semanas.

"Los muchachos no tenían dónde dar clases después de todo esto que pasó en el ciclón. Entonces ofrecí mi casa. Es verdad que eran unos cuantos pero no se los llevaron porque molestaban sino porque en serio no cabían y apareció otra casa para que estuvieran mejor. Y no molestan para nada, ellos son muy buenos todos. Y a mí gusta ayudar, y esta es la ayuda que yo puedo ofrecer. A mí me gustaba mucho ser maestra y no pude".

Con la frase, una humedad de quién sabe cuantos años y cuántas historias le nubla los ojos. Sin embargo, las vueltas de la vida le regala ahora la oportunidad de no sólo tener una escuela en su propia casa. La que será la nueva escuela dentro de poco queda a la vista y de seguro todos esos niños y niñas los tendrá Elvira, casi como suyos, tal como tiene ahora un aula en su portal.

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