Una aproximación desde el enfoque de género a la situación y condición de la mujer en el proceso de la Revolución cubana.

Porque cuando una mujer dice que el sexo es una categoría política puede dejar de ser mujer en sí para convertirse en mujer para sí, constituir a la mujer en mujer a partir de su humanidad y no de su sexo […] Roque Dalton «Para un mejor amor» 
Isabel Moya - Revista Mujeres.- La discusión comenzó cuando apenas caía la tarde y se prolongó hasta la llegada de la madrugada. Durante siete horas, Fidel Castro, Comandante en Jefe del Ejército Rebelde y de las Milicias, debatió con su tropa la entrega de armas a un destacamento formado por mujeres. Esa noche del 4 de septiembre de 1958 —en las inmediaciones del hospital de La Plata, en la Sierra Maestra— los argumentos contra la discriminación de la mujer, defendidos con vehemencia por Fidel, germinaron en la creación del pelotón Mariana Grajales.

A estos hechos se refirió el líder de la Revolución cubana en su primera alocución al pueblo el 1ro. de enero de l959, en Santiago de Cuba, cuando enumeró los males que debían enfrentarse para la consecución de una sociedad justa: «yo quería demostrar que las mujeres podían ser tan buenos soldados y que existían muchos prejuicios […] en relación a la mujer, y que la mujer es un sector de nuestro país que necesita también ser redimido, porque es víctima de la discriminación en el trabajo y en otros aspectos de la vida». [1]

La anécdota, por una parte, ilustra la prioridad del tema en la agenda de la Revolución cubana, y por otra, apunta una de las características que signa el proceso de lo que se ha llamado, en el contexto cubano, «la batalla por la igualdad de la mujer»: la voluntad política de equidad y las acciones para potenciar esta voluntad, se han desarrollado en un devenir donde cohabitan la participación y el protagonismo con la resistencia consciente y/o inconsciente, a nivel individual y social, al cambio.

Mujer, Revolución y estudios de género en Cuba: ¿como le entra el agua al coco?

El tema se ha investigado insuficientemente, aunque existe una tendencia creciente en la última década a los estudios de género, se ha creado el Centro de Estudios de la Mujer de la FMC, funcionan treinta Cátedras de la Mujer y la Familia, y hace algo más de dos años se cursa la maestría en Estudios de Género en la Universidad de La Habana.

Pero las investigaciones realizadas desde múltiples disciplinas —recomiendo a los que quieran profundizar el trabajo de la doctora Marta Núñez[2]— resultan parciales y no se ha logrado sistematizar las particularidades del proceso cubano por una cultura de la igualdad de derechos, oportunidades y posibilidades entre mujeres y hombres.

Apenas hay estudios longitudinales que permitan establecer tendencias.[3] Mucha información se encuentra dispersa en informes y discursos. Existe también una producción realizada por investigadoras no cubanas, muchas de las cuales no se han publicado o dado a conocer en la Isla, con las que sería interesante establecer un diálogo crítico.

Me propongo en estas páginas un acercamiento, desde el enfoque de género, a la situación y condición de la mujer en el proceso de la Revolución cubana; intento señalar algunos aspectos que considero claves y me detengo en otros controversiales.

Para ello me apoyo en la concepción del género[4] que remite a la desigualdad y la asimetría, que socialmente se plasma en jerarquías, en dominación, en subordinación, en inclusiones o exclusiones, y en su extremo en opresión. Remite, pues, a juegos de poder que para materializarse requieren algo más que una lógica binaria estructuradora.

Aunque el género alude a la relación dialéctica entre los sexos y, por lo tanto, no sólo al estudio de la mujer y lo femenino, sino de hombres y mujeres en sus relaciones sociales, en este trabajo circunscribiré mi análisis específicamente al tratamiento del tema de la mujer dentro del ideario humanista de la Revolución socialista en Cuba, un aspecto que, en mi opinión, ha marcado raigalmente y de manera peculiar y novedosa el proceso de la Revolución cubana.

Intento de un diagnóstico

Es precisamente la convivencia de viejos y nuevos paradigmas de mujeres y hombres lo que tipifica las relaciones de género en la sociedad cubana, cincuenta años después de la mítica discusión para crear un batallón de mujeres en la Sierra Maestra. Pudiera tipificarse como un escenario paradójico y contradictorio cuyos márgenes no pueden apresarse.

La participación de la mujer en la vida económica, política y social del país, y el crecimiento a nivel individual y social en el proceso de reconceptualización y reconstrucción de lo considerado tradicionalmente como masculino y femenino, muestra incuestionables avances.

Resulta imprescindible para entender la alta potenciación de las mujeres en la sociedad cubana que según consta en el Plan de Acción Nacional de Seguimiento a la Conferencia de Beijing, de la República de Cuba, el Estado «en concordancia con su proyecto de justicia social, de democracia participativa y de lucha tenaz para eliminar toda forma de discriminación y opresión por razones de clase, género y raza, ha puesto en práctica desde 1959 su Estrategia Nacional de Desarrollo que comprende la ejecución en forma articulada y armónica, de los programas económicos y sociales; en tal sentido ha impulsado la creación y desarrollo de las bases económicas, jurídicas, educacionales, culturales y sociales que garanticen la igualdad de derechos, oportunidades y posibilidades a hombres y mujeres, transformando la condición de discriminación y subordinación a que secularmente había estado sometida la mujer cubana y promoviendo la eliminación de estereotipos sexuales tradicionales y la reconceptualización de su papel en la sociedad y en la familia».[5]

He tratado de no dejarme seducir por las estadísticas para referirme a los cambios acaecidos en la vida de las mujeres, y detenerme más allá de las cifras, en una aproximación al análisis de los procesos que han propiciado los cambios, por lo que pueden aportar como experiencia y por lo que revelan en cuánto a los desafíos futuros. Sin embargo, la tentación es enorme porque los datos son impactantes:[6]

·       las mujeres constituían el 12% de la fuerza laboral en 1953, hoy son el 46% del sector estatal civil;

·       eran el 3% de los graduados universitarios, y hoy son algo más del 60% de los graduados y más del 62% de la matrícula;

·       constituyen el 51% de los trabajadores de la ciencia y el 48% de los investigadores directos;

·       conforman el 66% de los profesionales y técnicos en el sector estatal civil;

·       de 403 médicas en 1953, el 6,5% de todos los médicos, en la actualidad resultan el 56% y el 51,7% de los colaboradores de la salud;

·       das diputadas constituyen el 43% de los parlamentarios;

·       más del 70% de los fiscales son mujeres;

·       ha aumentado en veinte años la esperanza de vida de las mujeres;

·       las cubanas reciben igual salario, por trabajo de igual valor y con la misma preparación.

Sin embargo, estos datos deben verse en un entramado de relaciones socioculturales y no asumirlos como una realidad homogénea. Ello permite una aproximación al tema en su complejidad y devela por qué aún queda un largo camino por recorrer para el logro de una verdadera cultura de la igualdad entre hombres y mujeres.

Recordemos que, como bien señala Judith Butler, mujer no es un significante estable sino un problemático término que puede contener múltiples significados.[7] Una mirada a las cifras, a partir de una caracterización realizada por la doctora Patricia Arés[8] teniendo en cuenta las últimas tendencias en la combinación entre capital económico, cultural y social de la familia cubana, permite esbozar tres corrientes principales que ilustran que estos altos niveles de participación se expresan de manera heterogénea. La doctora Arés tipifica tres grupos fundamentales:

·       Grupo de mujeres profesionales que tienen un capital económico tal vez bajo, pero alto capital cultural donde las mujeres de la generación del protagonismo están muy vinculadas a los proyectos sociales, y donde las mujeres de la nueva generación han incorporado de forma diferente a la pareja, han postergado su maternidad y a diferencia de la generación anterior establecen más dialogo con la pareja. Las profesionales jóvenes de estas familias se van posicionando desde la jefatura del verdadero protagonismo, hay una reproducción del interés por el estudio, la superación profesional.

·       Grupo de bajo nivel cultural, educacional y económico, caracterizado por familias monoparentales, con mujeres o madres solas al frente de ellas, estas mujeres ejercen un protagonismo pero desde la precariedad, reproduciendo patrones de género que parecían superados.

·       Grupos de la llamada mediocracia: poder económico considerable y bajo potencial cultural y sin un compromiso social, la posición de la mujer es la de tener un patriarca que la mantenga, es el paradigma de la familia tradicional burguesa, no se ven adelantos en la posición de la mujer.

A esta caracterización debe sumarse que en muchas ocasiones la participación en la vida pública se realiza en condiciones de dobles y triples jornadas de trabajo para las mujeres. Siguen siendo ellas, de manera general, las responsables de las tareas domésticas, la educación de los hijos y el cuidado de los ancianos.

Si bien es en las relaciones de pareja y en el hogar donde más se evidencian los rezagos de una ideología patriarcal, esta se manifiesta aún en los más variados aspectos de la vida social. El proceso de cambios debemos contextualizarlo en el desafío que señalaba Rosa Luxemburgo: «Vincular la lucha cotidiana con el grandioso proyecto de una reforma del mundo, este es el gran problema que se plantea para el movimiento socialista».[9]

A nivel ideológico se superponen las tradicionales visiones de lo considerado femenino y masculino con los nuevos modelos. Pudiéramos hablar de un híbrido en el que se están gestando, tal vez, los nuevos paradigmas. Me refiero, por supuesto, a tendencias, pues como en todo proceso social el espectro abarca desde los sujetos más apegados a la cultura patriarcal hasta los más transgresores de las asignaciones de género.

El Che escribía en su ya clásico El hombre y el socialismo en Cuba: «El cambio no se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas; hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de retroceso».[10]

No se pueden, por tanto, simplificar los procesos ideológicos y subjetivos que tienen su propia dinámica y que están condicionados por factores psicológicos, de clase, de raza, de orientación sexual, éticos, familiares, culturales y sociales. En este macrocontexto socio-cultural y político hay que situar las concepciones de hombres y mujeres sobre masculinidad y feminidad y sus relaciones en Cuba.

Pero, ¿cómo se llegó hasta aquí?

Feminismo de verde olivo: una revolución dentro de otra revolución

El espacio no me permite escribir de las pioneras del pensamiento y la práctica feminista en Cuba como Gertrudis Gómez de Avellaneda o Ana Betancourt, ni de sus seguidoras como María Luisa Dolz, Mariblanca Sabas Alomá, Camila Henríquez Ureña, Loló de la Torriente o Mirta Aguirre…[11] Aunque sí es preciso señalar que desde mediados del siglo xix vinieron conformando un ideario donde se articuló lo más avanzado del pensamiento feminista de su época.

Ahora bien, la concepción teórico-política sobre el tema de la discriminación de la mujer en Cuba, si bien es expresión de ese ideario, no parte específicamente de él, sino de una doctrina que propone aunar el proceso emancipatorio de la nación con las especificidades de formas de opresión por motivos de clase, raza y sexo, entre otras. Esta concepción se resume en la conocida frase de 1966: «Este fenómeno de la mujer en la Revolución es una revolución dentro de otra Revolución».[12]

Un análisis con las actuales herramientas que ofrece la perspectiva de género a la Revolución y su política para potenciar la igualdad de derechos y oportunidades de las mujeres devela algunas de sus características esenciales: el reconocimiento de la dimensión de clase, raza y género en el análisis de la situación y condición de la mujeres; la necesidad de políticas específicas y de formas de organización que permitan la reivindicación de sus intereses particulares; el necesario protagonismo femenino en su propia liberación articulado con los cambios sociales generales; la conciencia de la necesidad de realizar profundas transformaciones en las relaciones y los roles dentro del hogar.

Precisamente, la particularidad y el aporte del pensamiento de Fidel y de la práctica política cubana está dada en que —a diferencia de la concepción llevada a cabo en la URSS, después de la muerte de Lenin, y extrapolada luego al llamado campo socialista, donde se afirmaba que el socialismo era tan liberador en sí mismo que, en ultima instancia, eliminaría todas las desigualdades existentes— en nuestro país se crearon políticas específicas para potenciar la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.

Afirma Carolina Aguilar[13] que en 1970, en ocasión de celebrarse en Moscú el Simposio Internacional para conmemorar el Centenario del Natalicio de Lenin, las participantes preguntaron a los funcionarios del PCUS al frente del trabajo político-ideológico las proyecciones del Partido en relación con la discriminación de las mujeres y estos dijeron que no eran necesarias, pues la liberación de la mujer llegaría con el socialismo desarrollado, por lo que en esos momentos la prioridad era el desarrollo del país.

Esta concepción ignora que ser mujer es una dimensión del ser humano de sexo femenino, pero sin dudas ser blanca o negra, obrera, intelectual, clase media o indigente signa, marca, define a la manera en que en ese ser humano se construye el ser mujer y que hay que asumir esta diversidad.

Así que la desaparición de la explotación y la toma del poder revolucionario por sí mismo, no significa que se hayan creado inmediatamente y de forma automática las condiciones para que las mujeres ocupen el lugar que les corresponde en la sociedad. La igualdad de derechos y oportunidades entre los hombres y las mujeres no pueden condicionarse a la creación de la base material, al desarrollo económico y social, sino que deben acompañarse del verdadero desarrollo de una cultura de la igualdad.

En el caso cubano, Fidel afirmaba en el muy temprano 1962: «Las mujeres dentro de la sociedad, tienen intereses que son comunes a todos los miembros de la sociedad; pero tienen también intereses que son propios de las mujeres. Sobre todo, cuando se trata de crear una sociedad distinta, de organizar un mundo mejor para todos los seres humanos; las mujeres tienen intereses muy grandes en ese esfuerzo, porque, entre otras cosas, la mujer es un sector que en el mundo capitalista en que vivíamos estaba discriminada. En el mundo que estamos construyendo, es necesario que desaparezca todo vestigio de discriminación de la mujer».[14]

Este es un tema sumamente debatido, pues hay quienes afirman que la Revolución cubana no tenía un interés particular en la eliminación de la discriminación de la mujer, sino que necesitaba su fuerza de trabajo y su participación en la defensa del proyecto social.

En mi opinión, es inconsistente establecer una relación dicotómica y excluyente entre la participación y defensa de la Revolución, por parte de las cubanas, y las reivindicaciones específicas de género. Este tipo de análisis presupone que los procesos sociales pueden estructurarse en un orden matemático e ignora que se realizan en un proceso dialéctico y sistémico donde se presuponen y relacionan de manera multidimensional.

La centralidad del asunto en la construcción de la sociedad socialista en Cuba se evidencia en otra afirmación de Fidel: «cuando se juzgue a nuestra Revolución en los años futuros, una de las cuestiones por las cuales nos juzgarán será por la forma en que hayamos resuelto en nuestra sociedad y en nuestra Patria los problemas de la mujer, aunque se trate de uno de los problemas de la Revolución que requieren más tenacidad, más firmeza, más constancia y más esfuerzo».[15]

La aprobación de una «Resolución sobre el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer» en 1975 en el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba es un indicador también de esta centralidad ya mencionada. Por la riqueza que puede aportar al debate cito este fragmento de dicha Resolución, que se refiere, aunque no lo nombra de esa manera, a lo que los estudios feministas llaman la doble jornada: «El Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba proclama que es ineludible deber revolucionario, lograr la distribución equitativa entre los miembros de la familia de las inevitables labores del hogar. Es necesario que todos comprendan que esta es una cuestión que atañe no solo a las nuevas generaciones, sino a todos los integrantes de nuestra actual sociedad». [16] Esta declaración de principios fue a su vez plasmada en el Código de Familia aprobado ese mismo año.

Otro aspecto que tipifica el proceso cubano por la igualdad de derechos, oportunidades y posibilidades entre mujeres y hombres, fue la creación de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), presidida desde su fundación por una combatiente del llano y de la sierra, Vilma Espín, en el propio año 1959 —constituida oficialmente el 23 de agosto de 1960—. Su nacimiento es una expresión del tratamiento particular, dentro de lo general, que se le brindó al tema de la mujer.

Esta fue la primera organización de masas creada en Cuba. Tal vez la frase del Che de que el ser humano es «el actor de ese extraño y apasionante drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único y miembro de la comunidad»,[17] expresa mejor que cualquier enumeración de tareas y acciones la complejidad de los retos que ha tenido que asumir la Federación de Mujeres Cubanas en su misión de potenciar la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres.

Los aportes de Vilma y su pensamiento merecen una investigación en sí misma, pero cabe mencionar desde la creación de los círculos infantiles, la educación sexual, la labor por el respeto a la libre orientación sexual, las relaciones nuevas en la pareja. «La mujer ha encontrado la libertad en el socialismo, pero la libertad no solo significa ausencia de presiones, sino libertad de decidir. El derecho de hombres y mujeres a determinar su vida con libertad incluye el reconocimiento del mismo derecho para todos los demás».[18]

El amplio trabajo de base de la FMC, su labor en la elevación del nivel educacional, cultural, político, ideológico de las mujeres y su empeño por la incorporación de ellas a todos los ámbitos y niveles de la sociedad cubana se expresa en múltiples acciones de salud, educación, prevención y atención social, así como en las más diversas labores de cada comunidad.

El prestigio por su labor como interlocutora del gobierno en los asuntos relacionados con la mujer, su papel como propiciadora de la introducción de los asuntos relacionados con el género en la agenda institucional, junto al proceso de crecimiento individual de sus integrantes y de la propia organización posibilitó que la Federación de Mujeres Cubanas deviniera y fuera reconocida como mecanismo nacional del Estado cubano para el adelanto de la mujer.

Posee reconocimiento constitucional, personalidad jurídica propia y goza además de iniciativa legislativa. Su aval dentro de la sociedad civil cubana la ha dotado de la autoridad que le permite actuar e influir en las políticas, promulgación de leyes y decisiones gubernamentales.

Sin embargo, a las puertas de su VIII Congreso y con más de cuatro millones de afiliadas, la organización tiene el reto de asumir las complejidades de formas más sutiles de discriminación que se expresan hoy; de encontrar métodos para incidir de forma más específica en la subjetividad de hombres y mujeres; y de atraer a las mujeres jóvenes, que ven como «natural» muchos derechos conquistados por sus madres y abuelas, y que visibilizan la discriminación por motivo de género, sobre todo, cuando se incorporan a la vida laboral y comienzan a vivenciar las incompatibilidades que aún a nivel de la sociedad se expresan entre la vida pública y la vida familiar.

El otro elemento clave potenciador del empoderamiento de las mujeres en Cuba que me gustaría significar es la legislación. En la Constitución de la República de Cuba, en su capítulo V, Igualdad, se proclama:

Artículo 41. Todos los ciudadanos gozan de iguales derechos y están sujetos a iguales deberes.

Artículo 42. La discriminación por motivo de raza, color de la piel, sexo, origen nacional, creencias religiosas y cualquiera otra lesiva a la dignidad humana esta proscrita y es sancionada por la ley. Las instituciones del Estado educan a todos, desde la más temprana edad, en el principio de la igualdad de los seres humanos.

Artículo 43. El Estado consagra el derecho conquistado por la Revolución de que los ciudadanos, sin distinción de raza, color de la piel, sexo, creencias religiosas, origen nacional y cualquier otra lesiva a la dignidad humana:

·       tienen acceso, según méritos y capacidades, a todos los cargos y empleos del Estado, de la administración pública y de la producción y prestación de servicios;

·       ascienden a todas las jerarquías de las fuerzas armadas revolucionarias y de la seguridad y orden interior, según méritos y capacidades;

·       perciben salario igual por trabajo igual;

·       disfrutan de la enseñanza en todas las instituciones docentes del país, desde la escuela primaria hasta las universidades, que son las mismas para todos;

·       reciben asistencia en todas las instituciones de salud;

·       se domicilian en cualquier sector, zona o barrio de las ciudades y se alojan en cualquier hotel;

·       son atendidos en todos los restaurantes y demás establecimientos de servicio público;

·       usan, sin separaciones, los transportes marítimos, ferroviarios, aéreos y automotores;

·       disfrutan de los mismos balnearios, playas, parques, círculos sociales y demás centros de cultura, deportes, recreación y descanso.

Artículo 44. La mujer y el hombre gozan de iguales derechos en lo económico, político, cultural, social y familiar.

El Estado garantiza que se ofrezcan a la mujer las mismas oportunidades y posibilidades que al hombre, a fin de lograr su plena participación en el desarrollo del país.

El Estado organiza instituciones tales como círculos infantiles, seminternados e internados escolares, casas de atención a ancianos y servicios que facilitan a la familia trabajadora el desempeño de sus responsabilidades.

Al velar por su salud y por una sana descendencia, el Estado concede a la mujer trabajadora licencia retribuida por maternidad, antes y después del parto, y opciones laborales temporales compatibles con su función materna.

El Estado se esfuerza por crear todas las condiciones que propicien la realización del principio de igualdad.

Se han dictado numerosas leyes y disposiciones jurídicas que garantizan derechos humanos fundamentales para uno y otro sexo y particularmente para la mujer tales como: la Ley de Maternidad (1974) perfeccionada en varias ocasiones, y en la actualidad el Decreto Ley 234 incluye el derecho a la licencia por paternidad; Código de la Familia (1975); Ley de Protección e Higiene del Trabajo (1977); Ley de Seguridad Social (1979); Código de la Niñez y la Juventud (1984); Código del Trabajo (1985); Plan de Acción Nacional de Seguimiento a la Conferencia de Beijing, de la República de Cuba (l997); y la Ley 62 del Código Penal (1987), que en su artículo 295 tipifica como delito la violación del derecho de igualdad y la discriminación por cualquier motivo.

Entre los convenios jurídicos internacionales cabe destacar que Cuba fue el primer país en firmar y el segundo en ratificar la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.

De manera general podemos asegurar que desde el punto de vista jurídico las cubanas tienen garantizados sus derechos civiles y políticos, los derechos sexuales y reproductivos, el derecho al empleo, el derecho al estudio y la capacitación. Sin embargo, la legalidad no es suficiente para articular cambios que tienen que ver con estereotipos sociales, tradiciones, juicios de valor, prejuicios, roles asignados y asumidos.

La crisis de los noventa

Cuando los trozos del Muro de Berlín comenzaron a venderse como souvenir y los analistas políticos de Occidente proclamaron el fin de la historia y las ideologías, en Cuba comenzó lo que eufemísticamente hemos llamado Período Especial: enfrentar la pérdida del 80% del comercio exterior.

El impacto fue muy grande para las mujeres, pues la importante contracción en los servicios, la escasez de alimentos, las dificultades con el transporte, las interrupciones eléctricas, las vicisitudes diarias exigían más esfuerzo, más sacrificio y más horas dedicadas a las tareas domésticas. No obstante, la resistencia que se expresó desde la vida cotidiana y que protagonizaron las mujeres fue esencial para el sostenimiento de la Revolución.

No se produce, sin embargo, un proceso significativo de retorno al hogar en este período. Varios son los factores que Marta Nuñez[19] aduce para ello: las categorías ocupacionales de las mujeres y su vínculo con la biotecnología y otras industrias de punta que las hacía imprescindibles; la necesidad económica de las jefas de hogar; la tradición que ya existía entre las jóvenes hijas de trabajadoras; y yo agregaría, la voluntad política de preservar el derecho de la trabajadora y la creación de comisiones de empleo femenino para proteger a las mujeres cuando había que cerrar un centro laboral.

En este período se desarrollan los estudios de género, fundamentalmente en algunas disciplinas como historia, literatura y psicología. En particular, resulta interesante, a finales de la década, el florecimiento de una literatura escrita por mujeres que va a penetrar con una mirada inquisitiva en zonas poco tratadas como el erotismo femenino, la violencia de género, los nuevos modelos de mujeres transgresoras de las asignaciones tradicionales de género, el lesbianismo, entre otros.

Sin embargo, la percepción y autopercepción de la mujer como objeto sexual se evidencia como un elemento del imaginario que no había desaparecido, pues vuelve la prostitución —renombrada «jineterismo» — con características muy diferentes a la que la Revolución eliminó en los primeros años.

Vuelve a evidenciarse que en cada momento histórico, conviven los viejos estereotipos que desde la práctica social y los símbolos compartidos definen la feminidad, con formas nuevas y transgresoras. En los noventa algunas de estas tendencias se polarizan a consecuencia de la crisis.

Polémicas en torno a la práctica cubana

Con frecuencia se ha cuestionado la obra de la Revolución cubana en relación con las mujeres por ciertos prejuicios e incomprensiones que a finales de los años sesenta y principios de los setenta existían en nuestro país sobre el movimiento feminista, sobre todo el radical.

La propia Vilma Espín, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, y otras fundadoras de la FMC han explicado la coyuntura en que estos desencuentros se produjeron. En Cuba las mujeres se incorporaban plenamente a los grandes cambios de la sociedad, se aprobaban tesis en los Congresos del Partido y de la Federación sobre la Igualdad de la Mujer; las leyes evidenciaban una voluntad política para enfrentar la discriminación por razones de sexo... se consideraba entonces que aquel feminismo era propio del capitalismo, algo foráneo, ajeno a nuestra realidad.

Pero ya, desde principios de la década del ochenta comenzó a asumirse la diversidad del movimiento, la FMC participó activamente en los Encuentros Feministas y fue apropiándose teóricamente de las herramientas del enfoque de género contextualizándolas al proceso cubano de potenciación de una cultura de la igualdad.

Judith Astelarra, feminista argentina radicada en Barcelona, relata en el prólogo a la edición cubana de su libro ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo:

Durante mucho tiempo las amigas cubanas no participaron en el feminismo latinoamericano, recuerdo a lo largo de los años ochenta en encuentros como los de Naciones Unidas de la década de la mujer haber sido parte de las feministas latinoamericanas que polemizábamos con las delegaciones cubanas […] Hoy ideas y propuestas feministas han adquirido presencia en el debate académico y político cubano.[20]

Aún hay una pobre apropiación de las herramientas del feminismo, de su estudio y de las feministas marxistas y las polémicas entre los feminismos. Urge articular en las investigaciones la dimensión de género.

Incluso cuando se realizan inventarios de los logros de la Revolución cubana se exalta la educación, la salud, el deporte y no se repara en que lo alcanzado en materia de derechos y oportunidades para las mujeres resulta una conquista social sin precedentes.

Para muchos marxistas esta era una problemática crucial en la lucha proletaria, León Trotsky afirmaba «Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer —doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado— a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual».[21]

Rosa Luxemburgo, por su parte, había señalado en una carta a Franz Mehring en febrero de l916: «El socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo».[22] Y en esa transformación cultural incluía las concepciones acerca de la mujer en la sociedad capitalista y en la socialista: «la moderna proletaria se presenta hoy en la tribuna pública como la fuerza más avanzada de la clase obrera y al mismo tiempo de todo el sexo femenino».[23]

La pervivencia de machismo en la sociedad cubana actual, tanto en hombres como en mujeres, es también un punto de debate para algunas cubanólogas que lo consideran como un error de la construcción del socialismo aduciendo que se le ha prestado poca atención a la subjetividad.

Pero el complejo proceso de construir relaciones sociales más equitativas y justas implica no solo modificar la base económica y las relaciones de producción, sino una profunda revolución cultural que se ha ido forjando en el día a día, sin recetas, descubriendo camino al andar.

Las formas en que el pensamiento patriarcal se reproduce son muy variadas pues se metamorfosea y se resiste a desaparecer anclado como está en las tradiciones y la cultura. Se asoma en el currículo oculto, en la letra de una canción de moda, en los juicios de valor de un administrador que debe promover a una trabajadora, en los debates sobre la propuesta de modificación del Código de Familia. Pero es un proceso lógico que se debe asumir en su complejidad.

Desafíos

Los estereotipos, prejuicios, conductas y juicios de valor sexistas arraigados en las tradiciones de la cultura patriarcal en Cuba se modifican en un complejo proceso de reconceptualización en el que inciden la voluntad política, la legislación, los medios de difusión, la escuela, la familia, la subjetividad de cada individuo: la sociedad en su conjunto.

Los desafíos, cincuenta años después se perfilan desde varias aristas:

·       reconocer la propia discriminación y sus formas de expresión;

·       desde las políticas públicas, potenciar el Plan de Acción Nacional de Seguimiento a la Conferencia de Beijing;

·       incluir la perspectiva de género en las investigaciones sociales como una categoría de análisis indispensable;

·       continuar la capacitación en todos los niveles de enseñanza;

·       trabajar en la sensibilización sobre el tema con los medios de comunicación y otras instituciones socializadoras;

·       romper el llamado techo de cristal en cuanto el acceso de la mujer en los puestos de toma de decisiones;

·       potenciar los estudios de las masculinidades;

·       aprobar las reformas propuestas al Código de Familia donde se legitiman los tribunales de familia, las uniones legales entre personas del mismo sexo y se perfecciona el tratamiento de aspectos relacionados con la violencia de género.

La revolución nueva que rompiera el yugo que sometía a las mujeres y le desatara las alas,[24] que reclamaba Ana Betancourt el 14 de abril de 1869, en una callecita a un costado de la Plaza de Guáimaro, en Camagüey, donde se constituía la primera República de Cuba en Armas, está en marcha. De hombres y mujeres depende hasta dónde remontaremos vuelo.

[1] Fidel Castro Ruz: Mujeres y Revolución, Editorial de la Mujer, La Habana, 2006, p. 29.

[2] Marta Núñez Sarmiento: «Los estudios de género en Cuba y sus aproximaciones metodológicas, multidisciplinarias y transculturales 1974-2001», ponencia presentada en la Reunión de la Asociación de Estudios Latinoamericanos LASA 2001, Washington DC, del 6 al 8 de septiembre de 2001 (http://www.cubaliteraria.com/delacuba/ficha.php?Id=1787).

[3] Un esbozo de periodización puede encontrarse en la introducción a Mujeres y Revolución realizada por Carolina Aguilar y Yolanda Ferrer.

[4] Griselda Gutiérrez Castañeda: «El concepto de género: una perspectiva para pensar la política» (http://www.modemmujer.org/El_Estante/Web's/La%20ventana.htm).

[5] Federación de Mujeres Cubanas (FMC): Algo más que palabras, Editorial de la Mujer. 2003.

[6] Las cifras fueron tomadas del libro de estadísticas sobre la mujer en Cuba en proceso de publicación por el Centro de Estudios de la Mujer de la FMC y la Oficina Nacional de Estadísticas.

[7] Judith Butler: El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós, Barcelona, 2001, p. 33.

[8] Patricia Arés: «Familias y mujeres: entre cambios y retrocesos», entrevista realizada por Sara Más, revista Caminos, 7 de noviembre de 2007.

[9] Rosa Luxemburgo, citada por Dario Rensi: Rosa de Luxemburgo el embrión de otro marxismo (http// www.herramienta.com.ar/varios/s/3-6.html).

[10] Ernesto Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba (http://www.marxists.org/espanol/guevara/65-socyh.htm).

[11] Ver Julio González Pagés: En busca de un espacio: historia de mujeres en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2003.

[12] Fidel Castro Ruz: ob. cit., p. 112. Puede consultarse también Fidel Castro Ruz: «Una revolución dentro de la Revolución», en revista Mujeres, diciembre de 1966.

[13] Carolina Aguilar Ayerra: «Las cubanas de hoy: el destino y su circunstancia», en Con el lente oblicuo: aproximaciones cubanas a los estudios de género, Editorial de la Mujer, La Habana, 1999.

[14] Fidel Castro Ruz: Mujeres y Revolución, ed.cit., p. 87.

[15] Ídem, p. 173.

[16] Partido Comunista de Cuba: Tesis y resoluciones. Primer Congreso, Editora Política, La Habana, 1976.

[17] Frei Betto: «Carta al Che Guevara», La Jiribilla de papel, no. 10, octubre de 2003.

[18] Vilma Espín: «Sección A Debate», periódico Juventud Rebelde, 23 de agosto de 1984.

[19] Marta Núñez Sarmiento: «Estrategias cubanas para el empleo femenino en los noventa: un estudio con mujeres profesionales», Papeles de Sociología, no. 63/64, 2001.

[20] Judith Astelarra: ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.

[21] León Trosky, citado por Andrea D’Atri: «Feminismo y marxismo: más de treinta años de controversia» (http://www.espacioalternativo.org/taxonomy/term/40?from=60).

[22] Rosa Luxemburgo: «La Proletaria», en Correspondencia Socialdemócrata, 5 de marzo de 1914, tomado de El Militante 129, 21 de febrero-21 de marzo de 2000.

[23] Ídem.

[24] «Ciudadanos: La mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente y resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas». «Ciudadanos: Aquí todo era esclavo: la cuna, el color, el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de libertar a la mujer». Citado por Ester Borges Moya en Ana Betancourt: llegó el momento de libertar a la mujer (http://www.cadenagramonte.cu/camaguey/principenos/ana_betancourt_mora.asp).
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