Los jóvenes fueron ultimados a balazos y las dos mujeres apresadas y sometidas a salvajes torturas. Después de cinco días de interrogatorios y golpes, otro connotado asesino, Julio Laurent, en un último intento por hacerlas confesar, metió sus cuerpos en sacos de arena, y las llevó mar afuera en una lancha de la Marina para continuar la tortura.
Clodomira, pese a su aparente fragilidad, resistió más que su compañera las inmersiones sucesivas, pero al final, ambas sucumbieron. Sus cadáveres no aparecieron jamás, por lo cual se presume que fueron arrojadas al mar ese día 17 de septiembre.
Como mensajeras de la Sierra. Lydia y Clodomira habían sido unas formidables colaboradoras del Ejército Rebelde desde sus días fundacionales.
Audaces y decididas, burlaron en diversas oportunidades los cercos y las emboscadas enemigas para cumplir a riesgo de sus vidas las encomiendas señaladas por Fidel y el Che.
Contaba el Guerrillero Heroico que conoció a Lydia Doce recién estrenado como Comandante de la Cuarta Columna guerrillera, durante una incursión relámpago a San Pablo de Yao, pueblito situado en las estribaciones de la Sierra Maestra. Una de las primeras casas de la población pertenecía a una familia de panaderos. Lydia Doce, mujer de unos 40 años entonces, era uno de los dueños.
Desde el primer momento, ella, cuyo hijo había pertenecido a la columna del Che, se unió a la lucha. Incontables son los hechos en que Lydia intervino en calidad de mensajera especial del Che o del Movimiento 26 de Julio. Llevó a Santiago de Cuba y a La Habana los más comprometedores documentos.
Por su parte, Clodomira Acosta estuvo entre los primeros campesinos en incorporarse a la lucha rebelde en la Sierra, donde nació. Pronto, su astucia, agilidad y audacia le permitieron destacarse como mensajera. Su conocimiento de la zona y su aspecto frágil le sirvieron de mucho para infiltrarse en los montes.
Inseparables compañeras de lucha, Lydia y Clodomira coincidieron en La habana para lo que sería la ultima misión de ambas.
Sus ejemplos, lo valioso de su aporte a la lucha clandestina y guerrillera las hacen eternamente recordadas por la Patria.
Clodomira, pese a su aparente fragilidad, resistió más que su compañera las inmersiones sucesivas, pero al final, ambas sucumbieron. Sus cadáveres no aparecieron jamás, por lo cual se presume que fueron arrojadas al mar ese día 17 de septiembre.
Como mensajeras de la Sierra. Lydia y Clodomira habían sido unas formidables colaboradoras del Ejército Rebelde desde sus días fundacionales.
Audaces y decididas, burlaron en diversas oportunidades los cercos y las emboscadas enemigas para cumplir a riesgo de sus vidas las encomiendas señaladas por Fidel y el Che.
Contaba el Guerrillero Heroico que conoció a Lydia Doce recién estrenado como Comandante de la Cuarta Columna guerrillera, durante una incursión relámpago a San Pablo de Yao, pueblito situado en las estribaciones de la Sierra Maestra. Una de las primeras casas de la población pertenecía a una familia de panaderos. Lydia Doce, mujer de unos 40 años entonces, era uno de los dueños.
Desde el primer momento, ella, cuyo hijo había pertenecido a la columna del Che, se unió a la lucha. Incontables son los hechos en que Lydia intervino en calidad de mensajera especial del Che o del Movimiento 26 de Julio. Llevó a Santiago de Cuba y a La Habana los más comprometedores documentos.
Por su parte, Clodomira Acosta estuvo entre los primeros campesinos en incorporarse a la lucha rebelde en la Sierra, donde nació. Pronto, su astucia, agilidad y audacia le permitieron destacarse como mensajera. Su conocimiento de la zona y su aspecto frágil le sirvieron de mucho para infiltrarse en los montes.
Inseparables compañeras de lucha, Lydia y Clodomira coincidieron en La habana para lo que sería la ultima misión de ambas.
Sus ejemplos, lo valioso de su aporte a la lucha clandestina y guerrillera las hacen eternamente recordadas por la Patria.