Dixie Edith - Bohemia.- Hace 50 años las mujeres de esta Isla se unieron para conquistar espacios hasta entonces vedados y defender un proyecto social inédito en el continente

Inocencia Cardet Olivares tenía apenas 18 años en la Navidad de 1958, cuando su vida cambió radicalmente en apenas unos días. Santiaguera de cuna y vecina de la populosa calle San Francisco, bordaba su ajuar de novia humilde mientras la ciudad hervía con la noticia, divulgada cual secreto a voces, de que los rebeldes de Fidel Castro estaban prácticamente a sus puertas. La tiranía batistiana daba sus últimos estertores y Santiago lo sabía. La ciudad irredenta había sufrido la saña; ahora esperaba con alegría mal contenida el triunfo.

La muchacha, en tanto, se debatía en un mar de contradicciones. Loca por salir a la calle en busca de acción y novedades, no veía la forma de escaparse del padre… y del novio. La disciplina de “niña de su casa”, bien aprendida desde tiempos inmemoriales, le impedía provocar enfrentamientos con sus mayores. Pero años atrás, cuando apenas era una chiquilla, se había apasionado con una rara leyenda que circulaba por el barrio y no podía desprenderse de sus efectos.


Decían que en medio de un combate callejero, de esos comunes en el Santiago de la segunda mitad de los cincuenta, un ángel, un hada, había volado en saya desde un tejado, haciendo compañía a los “revoltosos” de Frank País. A pesar de su temprana edad, Inocencia sabía que las hadas eran solo un cuento de camino y desde entonces se soñaba heroína como la mujer que, sospechaba, se escondía tras el mito. Ahora, a las puertas del que creía el acontecimiento más esperado de su vida, sentía una inquietud extraña que no la dejaba hacer sus labores en paz.

“Aunque esperaba mi boda con ilusión, quería hacer otras cosas, conocer el mundo que había fuera de la casa. Así llegó el año viejo con la noticia de la huída de Batista.

Santiago era una fiesta. Al amanecer del primero de enero ni siquiera mi papá estaba para vigilarme y a mi novio no lo vi en tres días porque salió de la ciudad con otros muchachos a recibir a los rebeldes. Fui a oír a Fidel y ese discurso me cambió la vida.”

Y de qué manera. Nunca ha podido recordar los detalles, pero lo cierto es que el ajuar de matrimonio no fue usado, del novio se peleó un día cualquiera del propio 1959 y a mediados de 1960 era parte activa de las jóvenes que en su ciudad fundaron la Federación de Mujeres Cubanas (FMC). Inocencia se casó finalmente, vestida de miliciana y con un soldado rebelde, en los días “luminosos y tristes” de la Crisis de Octubre. Años después, en 1965, durante una reunión de trabajo en La Habana, le puso rostro al hada rebelde de su leyenda adolescente al conocer a su protagonista: Vilma Espín.

Como ella, otras muchas cubanas deben haber sentido su suelo removido con las palabras de Fidel en aquel primer encuentro con el pueblo santiaguero. Desde hacía mucho ya él tenía muy claro que la población femenina era una fuerza, quizás aún dormida, pero imprescindible para hacer caminar el proyecto social que soñaba para la Isla.

“…Y la mujer es un sector de nuestro país que necesita también ser redimido, porque es víctima de la discriminación en el trabajo y en otros aspectos de la vida”. Eso les dijo entonces y tras la certeza, llegaron los hechos.

Los cambios se sucedieron, uno tras otro, durante los primeros meses de la Revolución. El país era un hervidero y en todas partes se respiraba acción, movimiento. “¿Cómo mantenerse al margen?”, se preguntaban cada día damas de diversas edades, ideologías y espacios sociales. Decidieron, simplemente, que no se iban a quedar en casa.

Calles tomadas

Apenas unos meses después de la alborada de enero, en noviembre del propio 1959, una multitudinaria delegación de 77 integrantes viajó a Chile, a representar a la Isla en el Congreso Latinoamericano de Mujeres de Santiago de Chile. Con Vilma al frente, llevó un extenso informe explicando la especial y efervescente coyuntura insular y pidiendo apoyo a sus congéneres de la región frente a las campañas difamatorias que comenzaban a gestarse contra Cuba, y han sido desde entonces parte de la vida cotidiana de este terruño.

“¿Dónde están las raíces de este odio contra un acontecimiento que ha hecho vibrar de entusiasmo y emoción a todos los pueblos del mundo?”, preguntaba Vilma a las mujeres reunidas en el hotel Carrera, de la capital chilena.

Justo el entusiasmo, y la velocidad, fueron signos de aquellos tiempos. De regreso a la patria, las cubanas siguieron reuniéndose, organizándose, convocando, quizás animadas por los versos que Pablo Neruda regaló a las latinoamericanas a raíz del Congreso: …ha llegado la hora de la aurora,/ la hora de los pétalos del pan,/ la hora de la luz organizada,/ la hora de todas las mujeres juntas / defendiendo la paz, la tierra, el hijo.

La colega Carolina Aguilar conserva vivos sus recuerdos. Vino a Cuba desde Argentina en los primeros meses de 1959, “por amor a dos cosas: primero, a un hombre que era cubano y luego a una causa, que fue la que nos unió”.

“Lo primero que hizo Vilma a su regreso de Chile fue reunirnos y contarnos. Traía anotados en una libreta todos los acuerdos y nos dijo que uno muy importante era tratar de sumar a las organizaciones que ya estaban creadas, captar a las mujeres con intereses de progresar. A mí me tocó ir a la provincia de La Habana. Fue como si pasara en seis meses un postgrado de sociología de cinco años. Tuve la oportunidad excepcional de conocer la realidad cubana de primera mano. Para mí todo fue una escuela: la Federación, de la que fui fundadora, la Revolución, Fidel. Tuve la suerte excepcional de participar”, confesó la también fundadora de la revista Mujeres y parte del actual Secretariado Nacional de la FMC.

Efectivamente, varias organizaciones trabajaban en esos meses, cada una por su cuenta. Estaban la Unidad Femenina Revolucionaria que aglutinaba a un gran número de mujeres campesinas, la Columna Agraria, las Brigadas Femeninas Revolucionarias, los Grupos de Mujeres Humanistas, Hermandad de Madres, entre otras. El 23 de agosto de 1960, de la unión de muchas de ellas, nació la Federación de Mujeres Cubanas, primera alineación de masas de la Revolución.

En su mensaje fundacional, Vilma llamó “ardientemente a todas las mujeres a incorporarse a esta nueva organización, que habrá de unirnos a todas, de un extremo a otro de la Isla, en un gran lazo de amor, pero de amor combativo, por nuestros hijos y por nuestra patria, a la que juramos defender hasta morir”.

Dos esencias quedaron claras: la FMC venía para unir fuerzas y era —sigue siendo— incondicional al proyecto social que se gestaba.

Una Revolución dentro de otra

“…Si a nosotros nos preguntaran qué es lo más revolucionario que está haciendo la Revolución, responderíamos que lo más revolucionario que está haciendo la Revolución es precisamente esto (…) la Revolución que está teniendo lugar en las mujeres de nuestro país.”

Así reflexionaba Fidel en 1966, durante la clausura de la V Plenaria Nacional de la FMC. No podía ser de otra manera.

Como explicó la propia Vilma a BOHEMIA en el año 2000, el propósito de aquel nacimiento de 1960 nunca fue crear una organización “que funcionara como un apartheid femenino”.

“Nuestro objetivo fundamental siempre fue lograr la plena participación de las mujeres en la vida económica, política, cultural y social del país, en igualdad de oportunidades y posibilidades con los hombres. Siempre consideramos a las mujeres en su desempeño dentro de los diversos ámbitos donde desenvuelve su vida: la pareja, la familia, el centro de trabajo, la comunidad, la sociedad en su conjunto”, detalló.

Con tales propósitos, es fácil entender que las protagonistas de la Cuba nueva coparan con rapidez espacios que escandalizaron a padres y abuelos.

“La primera cosa que había que hacer era defender la Revolución y nos incorporamos a las milicias y a las brigadas sanitarias. Eran dos ideas tremendamente audaces, que rompieron todos los esquemas de pensamiento de las mujeres cubanas. En algunas zonas de Cuba, solo vestirse con un traje de miliciana, ponerse un pantalón, era para una mujer algo tremendo. Desde el inicio la Federación fue una asociación para hacer cosas impensadas, cosas que nunca se les había ocurrido a muchas mujeres que podían hacer. Fue un proceso de descubrimiento tan grande como el de América”, reflexionó Carolina.

Entre las tareas pioneras, también acaparó empeños lograr el acceso al empleo en igualdad de condiciones que los hombres. Venciendo no pocos obstáculos —el machismo, quizás el mayor de ellos—, la FMC, obrando casa por casa, fue incorporando de manera creciente a la mujer a la vida socialmente activa, como estudiante o como trabajadora, provocando cismas al interior de no pocos hogares.

“Cuando me fui a alfabetizar, mi papá dijo que no me quería más en la casa, que eso no era cosa de mujeres. Pero cuando volví, meses después, descubrí que le había contado a todo el barrio que su niña era maestra voluntaria y que se había echado la culpa de la ruptura de mi noviazgo ante algunos chismes, aunque él no había tenido nada que ver y no había estado de acuerdo”, recordó Inocencia.

A conquistas como la plena integración al trabajo “en la calle”, el fortalecimiento de la independencia económica, las opciones de estudio, se sumaron la legalización del aborto, y con ella, la libertad para elegir el número de hijos; además de cultura, alfabetización y atención médica gratuita.

A juicio de Isabel Moya, también periodista y actual directora de la Editorial de la Mujer , “una mirada a los archivos de la revista Mujeres permite reconstruir el proceso de transformación de las cubanas y el papel de la FMC en cada momento histórico: las brigadistas sanitarias en Playa Girón, las alfabetizadoras, las escuelas para domésticas, la Escuela para Campesinas Ana Betancourt, las primeras mujeres taxistas, la creación de los círculos infantiles, las milicianas... parafraseando a Carpentier, la crónica de la historia de la Revolución desde las mujeres está en las paginas de la revista con la limitación que puede tener la letra impresa ante la riqueza de la vida”.

Difícilmente se encuentre otra población femenina con tan creciente grado de participación en la vida laboral, social y política de su país. Para las cubanas, la toma de conciencia, la reflexión sobre el hecho de ser mujeres, y lo que ser mujeres cubanas en los tiempos de la Revolución trajo consigo, adquirió una dimensión existencial: el reconocimiento a sus derechos propios, el enjuiciamiento a la posición social que ocupaba, la revalorización de sus potencialidades, la garantía de la igualdad de oportunidades. Y también la certeza de que la batalla no había terminado.

De nuevo, el comienzo

“Vilma nos decía que la Federación tenía que existir en todas sus formas, hasta en las más elementales como las academias de corte y costura, porque todavía había mujeres que seguían creyendo que tenían que ser representadas por los hombres”, rememora Carolina y el consejo de la inspiradora de la FMC ha seguido vigente.

La contradicción entre el espacio abierto a nivel social a favor de las mujeres y la permanencia de no pocas tradiciones patriarcales al interior de la familia y de muchas otras áreas de la vida nacional confirmó una certeza demostrada por especialistas diversos: los cambios políticos, jurídicos, legislativos, caminan más aprisa que aquellos que involucran a la cultura y a las costumbres.

No es un secreto que asuntos acuciantes de hoy, como la baja fecundidad de las cubanas, por solo poner un ejemplo, han encontrado más abono en esas contradicciones, que en las dificultades económicas por las cuales ha atravesado la Revolución, aunque muchos se empeñan en ignorarlo. Para la doctora María Elena Benítez, del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, se hace necesario vincular ese fenómeno “a las profundas transformaciones ocurridas después de 1959. En este sentido, son de obligada referencia medidas como la verdadera igualdad jurídica con el hombre, la masificación de la enseñanza gratuita y la realización de campañas por la elevación de la escolaridad de toda la población, la instauración de un programa nacional de salud gratuito, la prioridad de la atención materno-infantil y la garantía del empleo, entre otras”, escribió en su tesis de doctorado, acerca de los cambios sociodemográficos de la familia cubana.

Inmersa de lleno en esa batalla cotidiana, la actual secretaria de la FMC, Yolanda Ferrer, reconoció similares retos a BOHEMIA en las jornadas del último congreso de la organización.

“Por supuesto, el desarrollo de una cultura de igualdad también ha sido aspecto esencial. Mucho hemos avanzado, pero mucho nos queda por avanzar. Si nos comparamos con el horizonte de las mujeres hace medio siglo, el salto es trascendental; pero si partimos de lo que somos hoy, las perspectivas son aún extraordinarias.”

Ya lo había dicho Vilma: “En las tareas de la Revolución siempre se vuelve a empezar, se puede empezar y se debe empezar. Nunca se termina”.

Números y contrastes

Según un Censo de Población levantado en la Isla en 1953, del total de trabajadores ocupados en el país, solo el 17,6 por ciento eran del sexo femenino y de ellas, más del 30 por ciento trabajaba en el servicio doméstico o como conserjes y empleadas; el 13,9 por ciento realizaba trabajos de oficina; el 12,1 por ciento eran maestras y apenas poco más del seis por ciento, profesionales y técnicas. Un escuálido dos por ciento ocupaba responsabilidades de dirección.

Justo 50 años después, las cubanas representan más del 46 por ciento de las personas empleadas en el sector estatal civil; superan el 65 por ciento de los profesionales y técnicos, y son el 39 por ciento de los dirigentes.

Tras las últimas elecciones del Poder Popular, resultaron casi el 40 por ciento de las delegadas, el 29,5 por ciento de los presidentes de asambleas municipales. Según datos de junio de 2010, de la Unión Interparlamentaria, Cuba ocupaba el cuarto lugar mundial por el número de mujeres en su Parlamento (43,2 por ciento), por encima de países con fama en este sentido como Noruega o Finlandia.

La FMC 50 años después

Según el Informe al Pleno del Comité Nacional de la FMC, del 24 de Julio de 2010, la organización agrupa a más de cuatro millones de cubanas y está estructurada en 13 mil 539 bloques y 79 mil 828 delegaciones en toda la Isla.

Entre sus tareas más importantes coordina la labor de 81 mil 260 trabajadoras sociales voluntarias y 78 mil 624 brigadistas sanitarias que apoyan en los barrios las campañas masivas de vacunación y la prevención contra el dengue, la Influenza AH1-N1 o el VIH/sida. También rige el trabajo de las Casas de Orientación de la Mujer y la Familia, un espacio que atiende la problemática en el seno familiar, incluida la maternidad temprana, el alcoholismo o la violencia. Existen 175 de estas dependencias en todo el país, con ocho mil 448 colaboradores voluntarios que también comparten espacio con los juristas, en tanto grupo multidisciplinario asesor, en los recién creados Tribunales de Familia.

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