Sara Más - Revista Mujeres.- Enfrentadas a una etapa de cambios biológicos y personales, sobrecargadas dentro y fuera de casa, las cubanas que transitan la llamada «edad mediana» demandan una mirada atenta desde el mundo público y el privado.

Atrás quedaron los días en que, de sólo salir a la calle, llovían los piropos. Lejos está la época en que las horas rendían el doble, el cansancio estaba desterrado, era común frecuentar a las amistades, salir sin rendirle cuenta a nadie, ni tener tantas responsabilidades ni ataduras con la casa y la familia. Ha pasado el tiempo y ahora muchas sienten que, a la vuelta de los años, cuando llegan a la «media rueda», casi nadie repara en ellas. Se convierten, de pronto, en mujeres que nadie ve. La vida cambia por completo.


Así, la mayoría de las cubanas de la llamada «edad mediana» trabajó bastante o lo sigue haciendo, en la calle y en la casa. Muchas tienen hijos, un grupo nada despreciable se ha casado o unido más de una vez y otro tanto se encarga, a solas, de sostener a su familia. Son esposas, hijas, madres, abuelas y, en no pocos casos nietas, dada la alta esperanza de vida en el país.

Ellas siguen siendo un segmento numeroso y creciente en las estadísticas de una población de 11,2 millones de habitantes, que tiende cada vez más a envejecer. Ahora suman cerca de un millón las que transitan entre los 40 y 59 años.

Demográficamente, podría hablarse de «una mujer de aproximadamente 52 años como edad media, que reside en zonas urbanas, casada, con un nivel de educación elevado como promedio, que mantiene una vida social activa, con una probabilidad alta de trabajar fuera del hogar». Así la describe, a rasgos generales, Juan Carlos Alfonso Fraga, director del Centro de Estudios de Población y Desarrollo, adscrito a la Oficina Nacional de Estadísticas.

Y completa el cuadro con otras pinceladas: un alto número emigra, entendido este acto como el movimiento desde el lugar donde nacieron hacia otro; su fecundidad es muy baja, pues biológicamente cursan por el final de su vida reproductiva; una parte considerable son jefas de hogar, bien porque están solas al frente de la familia o bien porque se les reconoce como tal; y aunque con tasas más bajas de divorcio y nupcialidad respecto a las población femenina más joven, muestran «un movimiento relativamente agitado en la formación y disolución de parejas».

Esto último no siempre es por decisión propia, sino como efecto de la llamada «titimanía» en los hombres.

«La mujer decae biológicamente por el parto, las tensiones de la vida, la sobrecarga, las responsabilidades y exigencias en medio de condiciones cotidianas difíciles, y los hombres, en su curva andropáusica, las dejan y van en busca de compañeras más jóvenes», comenta el especialista.

¿Dónde estás, que no te veo?

Ellas se encuentran, además, en el centro de la dinámica familiar y sostienen, de una u otra forma, la reproducción social de su parentela, extensiva incluso al cuidado de la familia de sus esposos. Por eso se les llama «las mujeres sandwichies» o «generación del emparedado», en alusión a sus múltiples responsabilidades familiares y a que cuidan a sus padres mientras aún se ocupan de la crianza y educación de sus hijos e hijas.

Después que sobrepasan los 40 años, el panorama se les complica todavía más, pues una buena parte agrega a sus funciones habituales de trabajadoras y amas de casa, las de madre, esposa, hija, nuera, sobrina, tía, ahijada o abuela, entre otras más.

Lo curioso es que ellas mismas no suelen estar incluidas en la larga lista de deberes y atenciones familiares y quedan, finalmente, en «terreno de nadie». Nadie cuida de ellas, y ellas tampoco. De modo que en casa también parecen ser «mujeres invisibles».

Socialmente ocurre otro tanto, en un panorama que no es privativo sólo de Cuba. «Están sometidas a cargas que otros grupos de edad no reciben y, al no estar contempladas en los considerados vulnerables -niñas, adolescentes en edad reproductiva, envejecidas- carecen de programas de atención específicos diseñados o implementados para ellas», precisa Alfonso Fraga. «Es también una edad invisible en cuanto a políticas y contexto de desarrollo social, laboral y familiar de estas mujeres, que son primordiales en el desarrollo de la sociedad».

La vida aún no termina

El tema inquieta a especialistas de diversas ramas, preocupados, además, por el impacto de esta subvaloración personal y social de la salud femenina en esa etapa, cuando además sobrevienen otros eventos asociados al ciclo vital, como el climaterio y un cúmulo de tensiones, tampoco atendidos adecuadamente, que derivan incluso en enfermedades crónicas y peligrosas, como la hipertensión o la osteoporosis.

Al inventario de pesares se añaden los relativos a la sexualidad, otra esfera desatendida por las propias mujeres y sus parejas, cuando no reducida a mitos y tabúes que agregan nuevas insatisfacciones a la existencia cotidiana, en detrimento de su salud mental y física.

Si bien algunas asimilan adecuadamente que el fin de la capacidad reproductiva no implica renunciar al placer sexual ni al erotismo –sino todo lo contrario-, otras creen que, con la edad, se pierde toda posibilidad de disfrute.

De acuerdo con especialistas, la mujer que transita esas edades necesita elaborar sus propios duelos, y entre ellos mencionan el de la maternidad, porque no va a tener más hijos; el de un cuerpo cambiante, que pierde la firmeza de las carnes y la tersura de la piel; el de la competencia de espacios en el trabajo y en el hogar; el del «nido vacío», cuando los hijos se van y el del «nido atestado », cuando traen a vivir a casa a sus nuevas familias.

Sociólogo de profesión, Alfonso Fraga remarca que se trata de seres «en la plenitud de su vida, a las que les queda mucho por vivir. Es cierto que en el interior de la familia y socialmente son un sostén, y que no nos damos cuenta incluso cuánto pueden afectarlas los cambios biológicos, pero también han tenido toda una evolución profesional, técnica, una madurez personal, en su familia, en su vida. Son las cuidadoras de la familia, en quienes confluyen las redes de apoyo familiar, y también ocupan puestos de dirigentes del país. Las que más se sacrifican en el seno del hogar y nuestras investigadoras excelsas», expone como ejemplos.

Entre los mayores desafíos de Cuba está el paulatino envejecimiento de su población, una situación demográfica que se combina con muy bajos índices de fecundidad y natalidad, la reducción de la población, el aumento de la esperanza de vida y el avance de la edad media hacia valores cada vez mayores, en el futuro.

Pero más allá de alarmarse, las especialistas y estudiosos del tema identifican en estas mujeres un poder valioso para generar el cambio, en la medida que puedan reconocer sus necesidades e influir en los estilos de vida al interior de sus propias familias, sobre todo si cuentan con el apoyo requerido desde los servicios sociales y de salud.

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