Gilda Fariñas Rodríguez - Revista Mujeres.- Con una presencia creciente e indispensable, muchas cubanas hoy son protagonistas de los propósitos estatales de garantizar la seguridad alimentaria de la población. Algunas de ellas lideran sus propias tierras.


«…frijoles, papa y ají…»

A los 71 años de edad, Himirces no duda en alabar la decisión de pedir un terreno para cultivar. Guajira de raíz, como ella se califica, esta activa anciana de pequeña estatura y risa interminable, dice querer la tierra como a su familia.

«Mi esposo y yo lo trabajamos con un gran cariño. Cuando lo recibimos era totalmente improductivo. Después de dejarlo bien limpio, sembramos frijoles, arroz, hortalizas, árboles frutales... Aunque enseguida enfrentamos un problema grande.»

Para ella, como para otras propietarias/os en Santa Amelia, la carencia de agua fluida pone enormes traspiés a la productividad y calidad de las cosechas. Además de afectar la vida diaria en muchos hogares, pues deben servirse de los carros cisternas que llegan hasta allí para darles un poco de agua potable.

No en vano, Himirces es de esas lugareñas que no dejan de otear el cielo con la esperanza de un poco de lluvia.

«Al no tener posibilidades de regadío y depender solo de cuando llueva, comenzamos a perder muchos de los productos sembrados. Por esa causa, tuvimos que elegir cultivos que no necesitaran de tanta agua para su buen desarrollo, como el aguacate, la naranja, las variedades de plátano…», comenta mientras nos muestra el verdor y la prosperidad actuales de su «finquita», a la que junto al esposo entrega, además de amor, una gran dosis de la ingeniosidad que siempre ha salvado, a muchos y muchas campesinos y campesinas de perder la cosecha que tanto sudor cuesta producir.

A poca distancia de allí, Bárbara Padrón, de 47 años de edad, conoce muy bien de los bríos con que hay que entrarle al surco. Desde muy jovencita, y junto al padre, comenzó a cultivar la tierra, cuyos frutos, entonces, solo abastecían el consumo del hogar. Al crearse las cooperativas y ser beneficiada por el Decreto-Ley 259, Bárbara no desperdició la oportunidad y se hizo asociada a la Antonio Maceo como jefa de su finca, que cuenta hoy con algo más de tres hectáreas.

Cuando habla de las siembras que logra extraerle al campo, esta exitosa productora admite que el trabajo rural resulta duro, y muestra las huellas dejadas en sus manos. Pero contrario a cualquier indicio de debilitamiento, Bárbara habla con marcado orgullo de las buenas cosechas de frijoles, arroz, maíz, plátanos, frutales, hortalizas y vegetales que con la ayuda de sus hijos ha conseguido. También, de la próspera crianza de ganado menor, aves de corral, conejos y cerdos.

Aunque la carestía de agua no perturba el ciclo de sus cultivos, otros desvelos, en cambio, le ponen los pelos de punta y los nervios a toda tensión. Por ejemplo, la inestabilidad del transporte para sacar los alimentos del campo y que lleguen frescos y de buena calidad a los hogares. Además del riesgo de perder siembras, tiempo y dinero.

«¡...de lo que en moda está...!»

Garantizar la seguridad alimentaria de la población cubana se ha convertido, para el Estado, en un asunto de seguridad nacional. Al tanto de tales propósitos, Bárbara Padrón apuesta sueños y empeños para que su tierra no produzca fracasos.

«Al campo hay que dedicarse a tiempo completo. Lo hago desde el amanecer y, la mayoría de las veces, hasta que cae la noche, pues tengo un convenio porcino con la cooperativa que debo cumplir. Nunca puedo precisar los horarios de comienzo y final para mis jornadas. Si bien resulta una labor muy ardua, me gusta lo que hago y nada me parece imposible.»

Algo similar siente Eralys Martínez. A sus 42 años de edad, decidió que si el Estado le facilitaba un pedazo de tierra, ella no desaprovecharía la oportunidad de ser su dueña. De reciente incorporación a la Cooperativa Antonio Maceo, esta mujer, de exquisito trato y timidez al hablar, recibió cerca de una hectárea que intenta echar a andar junto a su esposo y el hijo adolescente que les colabora cuando sus estudios se lo permiten.

Sin embargo, al igual que Himirces, ella enfrenta los inconvenientes de la falta de agua para poder irrigar los sembradíos y diversificarlos. Por esa razón, tiene que depender, básicamente, del cultivo de árboles frutales, lo cual reduce su posibilidad de conseguir mejores rendimientos agrícolas y beneficios para la economía doméstica.

Quizá en aras de solventar las finanzas familiares, Eralys decidió «compartir las labores de mi finquita con el trabajo en áreas cultivables de la cooperativa. Allí tengo bajo mi responsabilidad una determinada cantidad de terreno donde debo velar por la producción de hortalizas y vegetales».

Al margen del aporte monetario que le ofrece —unos 400 pesos mensuales—, esta actividad deviene, según Eralys, «una enorme ayuda al desempeño de la Cooperativa, a la vez que incrementa la entrega de productos frescos a las escuelas, los mercados agropecuarios, los círculos infantiles, los hogares maternos y otras instituciones sociales».

Más de media vida, ha dedicado esta inquieta mujer a las labores agrarias. Una travesía que comenzó a los 13 años de edad y a la que ella eligió entregarse en cuerpo y alma.

«Durante la recogida de cosechas, no tengo descanso ni siquiera los fines de semana; pero no me arrepiento de ser la dueña de mi pedacito de finca. Incluso a mi hijo le pido, siempre, que nos acompañe en estas labores, pues es una manera de que aprenda a estimar, desde joven, el valor de los alimentos que lo nutren y lo ayudan a sustentarse, económicamente, en la vida».

Hoy por hoy, suele verse a muchas cubanas integrarse, en cifras crecientes, y de forma protagónica, al trabajo agrícola. Desde sus posiciones de liderazgo en el hogar y en la sociedad, ellas asumen con admirable coraje, la encomienda de cosechar alimentos saludables y diversos.

También de contribuir a que sus familias y los habitantes de este archipiélago, nunca formen parte de esas estadísticas que ponen en el umbral de los mil millones la cantidad de personas subnutridas que tiene que lamentar el mundo.

Fotos: Miguel Gutiérrez

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