Plaza Cívica, 1º de mayo de 1961. Elsa es la cuarta de derecha a izquierda. Junto a ella, René Martínez Tamayo, con quien dos años más tarde contrajo matrimonio. Foto: Cortesía de la entrevistada.Las integrantes del Batallón Femenino Lidia Doce asumieron la custodia de importantes edificaciones y entidades de la capital, en los días de Girón.

Felipa Suárez Ramos - Revista Mujeres.- Ha transcurrido medio siglo y Elsa Blaquier Ascaño no olvida los momentos vividos cuando, como parte del Batallón Femenino Lidia Doce, cumplió importantes misiones durante la agresión mercenaria al suelo patrio, en abril de 1961.


Meses antes, en noviembre de 1960, se había incorporado a esa unidad, no sin antes vencer la negativa a aceptarla debido a que solo tenía 16 años de edad, y por los tabúes y prejuicios enfilados a mantener a la mujer en el estrecho marco hogareño.

Lograr la autorización de sus padres no fue muy difícil, pues “procedo de una familia con una formación política y revolucionaria, y aunque para ellos era muy difícil debido a la forma en que me habían criado, como tenían el concepto de lo que podía traer la Revolución, y para ellos hacerla era una satisfacción, me autorizaron”.

El 15 de abril, al producirse el ataque a las bases aéreas de Ciudad Libertad y San Antonio de los Baños, y al aeropuerto civil de Santiago de Cuba, las Lidia Doce se presentaron en la sede del batallón. Para esa fecha habían vencido el entrenamiento organizado para ellas, y tenían la experiencia de haber cuidado los edificios más neurálgicos de La Habana durante la movilización general decretada con motivo del traspaso del poder presidencial de Dwigth D. Eisenhower a John F. Kennedy, en Estados Unidos.

“El 16 participamos en el entierro de las víctimas de los bombardeos; íbamos detrás de los féretros. De ese mismo acto fuimos para nuestra sede, dormimos en los jardines, en el piso o donde pudimos, porque éramos muchas y no cabíamos en la casa; incluso fue preciso tomar dos viviendas más”.

Al amanecer del día 17, iniciado ya el desembarco mercenario, comenzaron a trasladarlas hacia las edificaciones más importantes de la capital, entre las cuales figuraban los edificios altos, embajadas, conventos, grandes escuelas y asilos de ancianos.

Con los prisioneros

Liquidada la invasión en menos de 72 horas, los prisioneros fueron trasladados a La Habana, donde en breve se les permitió la visita de sus familiares. En esa labor también se contó con las Lidia Doce:

“Yo no participé en la custodia de los prisioneros, quienes según pude observar eran bien atendidos; se encontraban en el ospital Naval, en esos momentos todavía en fase de construcción, en cubículos acondicionados para ello y donde veían a sus visitantes. Nosotras éramos las encargadas de recibir a los familiares, asumir todo el proceso de verificación de a quiénes iban a ver, y de escoltarlos hasta los cubículos, armadas con nuestros fusiles R-52. Nos quedábamos en la puerta, de posta, es decir, no interferíamos para nada en sus conversaciones”.

Otras misiones

Elsa también figuró entre las que custodiaron las embajadas de Japón y México, y el edificio de Las Ursulinas, una enormeescuela para niñas ricas, situadas todas en la zona denominada Alturas de Miramar.

Asimismo tomó parte en el proceso de transformación de los batallones independientes en los de la milicia nacional, y en la formación de la Organización de las Milicias Industriales, posteriormente convertidas en Defensa Civil, de la cual es fundadora. Más tarde pasó al servicio activo en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, donde durante muchos años laboró como periodista en la revista Verde Olivo hasta su jubilación, con grado de mayor.

“La permanencia en las Lidia Doce operó un cambio muy grande en mi vida; no solo representó un salto a la independencia, porque estaba acostumbrada a que mis padres me llevaran a todas partes, sino también a la madurez al tener que enfrentarme con un arma —jamás había visto una—, armarla, desarmarla e ir al campo de tiro, y saber que si en un momento dado era necesario emplearla, tenía que hacerlo. Además, hacer guardias de madrugada, en lugares oscurísimos, y sola.

La Revolución confió en ellas

“Considero que confiarnos esa misión demuestra el extremo cuidado que puso en ello la dirección de la Revolución, y el propio Fidel, ya que, por naturaleza, custodiar escuelas y entidades religiosas con hombres no hubiera surtido el mismo efecto. Éramos mujeres, al igual que las que había en la mayoría de ellas, y eso evitó que nos vieran como elementos transgresores. Siempre actuamos con suavidad, con mesura...

“La Revolución nos asignó el cuidado de la capital, junto con algunos batallones de hombres, y hubo compañeras nuestras destacadas en la Ciudad Deportiva, donde fueron concentrados los contrarrevolucionarios para impedir que pudieran organizarse o llevar a cabo alguna provocación”.

Con el paso de los años, Elsa y sus compañeras de aquellas jornadas sienten el orgullo de haber cumplido sin incidentes una misión que contribuyó a preservar el orden durante y después de la invasión mercenaria de abril de 1961.

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