Marilyn Bobes - Revista Mujeres.- Desde que en el siglo pasado, la gran Gertrudis Gómez de Avellaneda fundara y dirigiera El álbum cubano de lo bueno y lo bello, la inclusión de las literatas cubanas en el periodismo no ha sido asunto para desestimar.


En mis años de formación adolescente decidí mi vocación: quise ser periodista. Quizá porque era el único oficio donde la escritura se convertía en modo de supervivencia a la vez que en placentero ejercicio de lo que más me gustaba hacer. Y cuando pude realizar mis sueños, no respeté fronteras: sin violentar demasiado las exigencias de las técnicas de la información, traté de insuflar a todo lo que hacía en la estresante redacción de la agencia de noticias Prensa Latina, el aliento trascendente de lo que podía perdurar más allá de la inmediatez que exigía mi profesión.

No creo que los temas de género ocuparan por aquel entonces (estoy hablando de finales de los 70 y toda la década de los 80) la atención de los perfiles editoriales en los que se enmarcaba nuestro trabajo. Sin embargo, la Redacción Cultural, en la que trabajé durante más de diez años, estaba integrada solo por mujeres, aunque casi siempre los sucesivos jefes que tuvimos durante todo ese período, fueron hombres.

Era un hecho que enfrentábamos con normalidad (al menos yo lo asimilaba así) quizá porque todavía carecíamos de esa conciencia de género que, paradójicamente, yo, de manera intuitiva, reflejaba en los primeros poemas que escribí, los de La aguja en el pajar.

Quizá esta contradicción haya tenido su génesis en la presencia del elemento emocional. El periodismo era por entonces para mí un acto de reflexión, mientras mi incipiente feminismo, instalado solo en mi subconsciente, pudo apoderarse de mi racionalidad. Ello sucedió en 1996 (cuando ya no trabajaba en Prensa Latina) y colaboré con Mirta Yáñez en la realización de la antología Estatuas de sal.

Aprendí de esta gran amiga a descubrir, en mi conciencia, el papel que también desde el punto de vista de un periodismo o una crítica entremezclada con esa profesión, me tocaría desempeñar en lo adelante.

Creo que esa es la fecha en que comencé a escribir esa especie de crítica periodística que he venido realizando con lo que puede llamarse una perspectiva de género. La realizo, sobre todo, en las publicaciones culturales, puesto que todavía no percibo en nuestra prensa no especializada el suficiente espacio para que este tipo de artículos relacionados con los problemas específicos de la mujer, tengan la atención debida, a no ser en publicaciones bajo la égida de la Editorial de la Mujer u otras instituciones como el CENESEX, tan preocupado por todo lo que se refiere a los géneros y otras manifestaciones de alteridad.

Ser escritora y periodista entraña, desde mi punto de vista, una acción complementaria, pero no basta la voluntad individual.

Si bien es cierto que en el área informativa puede detectarse un tratamiento respetuoso hacia la mujer cubana, y la televisión hace esfuerzos por incluir en sus dramatizados, spots y programas de orientación la perspectiva femenina, todavía quedan zonas de evidente irrespeto que colocan a la mujer en la triste función de objeto sexual en nuestros medios masivos de difusión.

Las mujeres periodistas, salvo contadas excepciones, a pesar de constituir el 41,3 por ciento de la fuerza laboral en el sector, no hemos sido lo suficientemente agresivas en la crítica de estas desvalorizaciones que se aprecian sobre todo en el videoclip y en las letras de algunas canciones que vemos con tristeza popularizarse y difundirse en la televisión y en los espectáculos.

El periodismo, en mi opinión, no puede estar a la zaga, como está, en la defensa de los derechos de la mujer, aunque solo se trate de denunciar esas sutilezas que escapan a la igualdad jurídica y social que hemos alcanzado.

Nosotras, las periodistas, tenemos que ser más conscientes en nuestro desempeño, tal como lo son nuestras escritoras, al abordar insatisfacciones con los rezagos de machismo que todavía perviven en nuestra sociedad.

Tengo fe en que así ocurrirá. Porque esta —valga la aclaración— no es solo una tarea de las mujeres comunicadoras, sino también de los hombres que se dedican a esta noble profesión. Aunados en el empeño podremos conseguir que desaparezcan los guetos donde el sexo femenino parece confinarse cuando de hablar de nosotras se trata. Es un deber de todos, y si así lo asumimos, acabaremos por borrar esa diferencia entre la literatura que escribimos y el periodismo que todavía no encuentra el camino para ponerse a la altura que le corresponde cuando de perspectivas de género se habla.

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