Anneris Ivette Leyva - Revista Mujeres.- No nacemos mujeres, llegamos a serlo, nos develó hace mucho tiempo la filósofa existencialista Simone de Beauvoir. Desde aquella advertencia, mal conocida o malinterpretada, hemos seguido aprendiendo algunas cosas... mal.


¿Cuántas no sienten sobre sí el peso del enjuiciamiento conservador que desaprueba como «buenas madres» o «correctas esposas» a quienes comparten estos con otros roles, en justas proporciones?

¿Cuántas no alegan que pueden ocupar determinados puestos de responsabilidad mayor y visibilidad social gracias a que en la casa «las comprenden y ayudan», como si se tratara de un favor mayor?

El paradigma de mujer no ha cambiado mucho desde que la francesa Beauvoir escribiera su libro El segundo sexo (desde el título denuncia la posición subalterna de estas). Entonces, sus contemporáneas aprendían que el sentido de la vida estribaba en ser buena madre y mejor esposa, dominar los oficios hogareños y esmerarse en satisfacer ajenos objetos del deseo, oscuros o claros, no importa si en detrimento de los placeres propios.

Sesenta y tres años después de este hito literario, para la sociedad sigue resultando complejo sobreponerse a lo tradicionalmente aprendido y facilitar el acceso de la mujer a empleos de responsabilidad superior —aun en aquellos sectores que dentro de su masa laboral calificada la cuentan como mayoría.

Al demandar estos, por lo general, más tiempo y consagración, hay quienes «considerándole» que es casada, que tiene hijos, no le dan siquiera el beneficio de decidir. Asimismo, ante la posibilidad de elegir, algunas se autolimitan por temor a no cumplir bien lo que, interiorizaron, se trataba de su deber supremo hogar adentro.

Disposición sobre predestinación

Después de la emancipación cultural que en Cuba significó la campaña de alfabetización, hace más de medio siglo, la posibilidad universal de acceder a todos los niveles de enseñanza y el apoyo de la Revolución para incorporar a las «amas de casa» a la vida económica, las cubanas y cubanos hemos conocido (pero no aprehendido) que la distribución social del trabajo, más que predestinación fatídica, es un inefable mecanismo de reproducción del poder —en este caso patriarcal— de unos por encima de otros, incompatible con cualquier sociedad en la que predomine un proyecto liberador, de justicia.

Una de las innumerables expresiones de los prejuicios latentes es que, hasta septiembre de 2011, a ocho años de firmarse el Decreto-Ley 234 de 2003 de la Maternidad de la Trabajadora, que posibilitó a los hombres acceder a una licencia de paternidad una vez concluida la etapa de lactancia materna exclusiva —y así facilitar que la mujer, quizás con mayores perspectivas de desarrollo profesional o económico, se reincorporara al trabajo—, apenas 96 padres se habían acogido a este. Y una gran parte lo había hecho, además, porque no le quedaba otra opción (muerte o enfermedad de la madre), según publicó este diario el 27 de enero pasado, a partir de datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.

Resulta paradójico que una legislación tan aventajada con respecto a sus similares en el mundo en la protección a la maternidad de la mujer y su condición de trabajadora, resulte tan desaprovechada. Pero si algo es reconocido por especialistas en el tema y las autoridades del país, es que estos procesos de rupturas esquemáticas no pueden dejarse a la espontaneidad.

A la inercia cultural que nos relega al plano del «sexo débil», hay que anteponer la determinación de «llegar a ser» diferentes, sacudirnos las culpas que nos atan a un ideal de mujer en el que la frustración se justifica porque ante todo se existe para los otros y luego para sí, y concentrarnos en el empoderamiento.

Resulta significativo que a pesar de constituir el 66 % de la fuerza técnica y profesional de los niveles medio y superior del país, el número de las que ejercen un real poder de decisión sobre recursos humanos, económicos y financieros no rebase el 40 %, según datos de cierre de 2011.

En organismos como el INDER, los ministerios de la Industria Sideromecánica, de las Comunicaciones y de la Agricultura, las mujeres en cargos decisorios no alcanzan el 15 %. En el Turismo apenas llegan al 9 y, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), entre los ocupados en 2008 para las actividades económicas de comercio, hoteles y restaurantes, casi la mitad eran mujeres.

Paralelamente, como resultado fundamental de estrategias gubernamentales recientes, siete organismos han logrado que entre el 50 y el 70 % de sus cargos máximos y fundamentales estén en manos femeninas: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Tribunal Supremo Popular, Fiscalía y Contraloría General de la República, Banco Central de Cuba, ministerios de Educación y de Finanzas y Precios.

Sin duda, al comparar estas cifras con indicadores de años anteriores, se observa una plausible progresión en el acceso de las mujeres a lo que otrora fuera territorio exclusivo de hombres, pero no cabe duda de que en este terreno «las cuentas por cobrar» superan las pagadas.

De acuerdo con otras informaciones de la ONEI publicadas en el informe Mujeres cubanas, estadísticas y realidades, al cierre de 2008 las graduadas de educación superior en Ciencias Médicas representaban el 81,4 %, y entre el número de médicos que ejercían también estaban en mayoría, con el 58 %. Sin embargo, pocas veces las vemos al frente de grandes centros de investigación u hospitales.

Históricamente, según la fuente citada, el porcentaje de egresadas en Ciencias Económicas ha estado en mayoría; pero no es tan frecuente hallarlas a cargo de empresas o unidades presupuestadas. ¿Cuántos de nosotros, en visita a estas entidades, hemos preguntado por el administrador o director, visualizando a priori la figura de un hombre sentado al buró?

Detrás de las ministras, viceministras, jefas de departamento y directivas que faltan por llenar estas brechas de poder, se hallan aquellas en las que nunca se pensó aun mereciéndolo; pero también las que adelantaron un no o anticiparon la renuncia porque en ellas dominaron las otras mujeres que, con escoba y delantal, habitaban su piel.

Nadie pretende negar las responsabilidades familiares, pero estas nos atañen a todos los seres humanos, y si bien es cierto que quien guarda mayores compromisos públicos casi siempre demanda de otro que le asista en los privados, el sexo no nos predestina invariablemente a jugar uno u otro papel.

Voluntad política y actitud femenina

Como ya se mencionó, la carga contra «las verdades» preestablecidas no puede ser un acto de espontaneidad. El empoderamiento de las mujeres debe ser entendido como estrategia hacia los hombres, que muchas veces las anulan bajo razonamientos machistas —hasta tamizados de buenas intenciones—, y hacia las mujeres, quienes hijas de su tiempo y su cultura, y aunque víctimas, no escapan a la «lógica» patriarcal.

Y no se trata de otorgarle el puesto a una mujer por el género per se, o para cumplir con una «directiva política» sin atender a sus cualidades; estas necesitan, ante todo, poseer los requisitos que exigen uno u otro cargo, o las dañaría más el quedar como incapaces frente a una responsabilidad para la que no se las evaluó bien. Pero claro que, tras décadas de ser relegadas por su condición femenina, se precisa una voluntad explícita, intencionada, sobrepuesta a la subjetividad, de buscar entre las mujeres cuál es capaz, y se encontrarán muchas.

En su informe al Sexto Congreso del Partido, el General de Ejército Raúl Castro identificaba este como un reto para el perfeccionamiento del socialismo en Cuba, definitorio del futuro, y en una autocrítica sin medias tintas, que incluía también la escasa promoción de jóvenes, negros y mestizos, aseguraba: «No hemos sido consecuentes con las incontables orientaciones que desde los primeros días del triunfo revolucionario y a lo largo de los años nos impartió el compañero Fidel, porque además la solución de esta desproporción formó parte de los acuerdos adoptados por el trascendental Primer Congreso del Partido y los cuatro que le sucedieron y no aseguramos su cumplimiento».

Y si a nivel político se promueve una voluntad, en las mujeres tiene que reforzarse la actitud, pues no es justo que, a más de una centuria de declararse el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, en homenaje a las luchas reivindicativas de género, para muchas este se halla resumido en el exiguo privilegio de recibir una flor con la misma mano con la que ejecutan tareas asignadas, pocas veces dirigidas; o con la que ponen los platos a la hora de la mesa y luego los retiran.

Género
Mesa Redonda.- Como homenaje a Vilma Espín, en el aniversario 90 de su natalicio, Cubadebate enfoca su espacio en la Mesa Redonda de este martes al mostrar la participación en la batalla y los desafíos de la mujer cubana frente a...
Canal Caribe.- Este 7 de abril, cumpliría 90 años la Heroína de la Sierra y el Llano, #VilmaEspín Guillois. El pueblo cubano recuerda su impronta y ejemplo....
 Laura V. Mor (Fotos: Yaimi Ravelo) - Resumen Latinoamericano Corresponsalía Cuba.- “Rescatar la memoria histórica femenina” es el objetivo que llevó a la artista y cineasta cubana Marilyn Solaya a encarar el pro...
Lo último
La Columna
La Revista