Los grandes cambios sociales ocurridos en el siglo pasado han permitido la inclusión de la mujer en la vida social, pero esto resulta insuficiente, pues ella no se libera aún de su rol tradicional como "ama de casa", de los binomios inseparables: mujer-madre y mujer- familia, enmarcándosele el desarrollo de sus habilidades, desde lo histórico-cultural, en lo fundamental a este espacio, lo cual tiene plena concordancia con su temor de explorar lo de afuera, de insertarse íntegramente en puestos de dirección y organización, moviéndose en el conflicto entre el legado cultural y el mandato social de cambio (Ares Muzio, 2000), pues ella tiene una familia a su cargo teniendo que cumplir con todo lo asignado y por otro lado tiene la posibilidad real de realización profesional y personal.
La incorporación de la mujer al espacio social no ha significado asumir un nuevo rol ante la vida familiar a partir de su nuevo rol social, sino que se añadió como sumatoria de cargas, el trabajo y la vida social sin cambiar la historia familiar de fondo.
Asumir el nuevo papel que niegue el legado cultural genera, en el fondo, resistencias, culpas, ansiedades en la mujer y demás miembros de la familia y la sociedad. Implica, por otro lado, renunciar a una gran parte del poder que obtuvo mediante el control de la casa, y de ser dueñas y amas de hogar. (Arés Muzio, 2000)
La mujer se mueve en el conflicto entre lo asignado y lo asumido. Ella se incorpora al trabajo, a la vida social, accede a responsabilidades sociales, pero sin modificar su lugar y rol dentro de la casa en tanto madre y esposa, sintiendo una gran exigencia sobre sí, por lo que se siente agobiada, queriendo "poder con todo".
Esta expropiación tiene un gran riesgo psicológico y tienden al consumo excesivo de tranquilizantes, situación que afecta su salud en el amplio sentido de su acepción.
